lunes, 19 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XI)

“La empuñadura de mi espada es mi cruz
La hoja de mi espada es mi fe
La danza de mi espada es mi oración

Mi espada purificará al impuro
Mi espada liberará al pecador

La sangre vertida de mis enemigos es el castigo de los pecados
La sangre vertida de mis carnes es el perdón de mis pecados

Cuando cumpla en la obra de Dios, Él me liberará
Los caminos del Señor son inescrutables”



Bonitas palabras. Bonita mentira.
Y pensar que esas palabras me animaron a luchar y a seguir adelante. Ahora no son más que palabras vacías. Menos importantes que el grito que escuchamos tras ser investidos como Templarios Negros.


-¡Cerveza para todos!
Este grito anónimo, que cruzó el ambiente del “Capa y espada”, fue vitoreado por la muchedumbre. La posada estaba llena de recién nombrados Templarios Negros. Recuerdo que casi no conseguimos la mesa de siempre, la de al lado de la ventana. Noté muchas ausencias, y deseé que esas ausencias estuvieran en el seno de Dios. Nosotros, los de siempre, los tres, los inseparables, nos miramos con el mismo deseo en la mirada. Pusimos a la vez los colgantes crucifijos templarios en la mesa. Yo di la señal:
-Uno…dos… ¡tres!
A la de tres le dimos la vuelta a nuestras cruces de identificación. Mostré la mía en el centro de la mesa, y en ella estaba grabada:
Isaac
6ª Compañía de Templarios.
TEMPLARIO NEGRO

Después Duncant mostró la suya:
Duncant
6ª Compañía de Templarios.
TEMPLARIO NEGRO


Conteníamos la respiración, faltaba Amelia. Ella hizo prolongar el misterio no mostrando la otra cara de la cruz, pensando que era gracioso mientras imitaba el redoble de un tambor. Finalmente le dio la vuelta.

Amelia
6ª Compañía de Templarios
TEMPLARIO NEGRO


Finalmente, parecía que el Señor no quería separarnos. Tendría algo para nosotros. Así, nos colgamos nuestros colgantes en el cuello.



- Entonces... si estamos los tres en el mismo grupo, quiere decir que no nos separaremos nunca, ¿no? - pregunté
Por aquel entonces yo tenía dieciocho años, igual que Duncant e Isaac. Parecía que los tres habíamos ido a parar a la misma orden y a la misma compañía.
- Pues parece que sí – Duncant sonreía, siempre lo hacía.

Aun recuerdo el día en que juramos los votos para entrar en los Templarios Negros. Éramos un grupo de cincuenta jóvenes, todos colocados en línea recta y erguidos, esperando una orden que acatar. Yo estaba muy nerviosa, empezaban las pruebas: resistencia en carrera, resistencia en combate (que consistía en aguantar cuantos más golpes mejor)... y otra serie de cosas que cabría enumerar.
De esos cincuenta, pasamos medianamente vivos unos veinte, eso sí, no recuerdo cuanto tiempo estuvimos en la enfermería...


- Hagamos un juramento... - dijo Duncant una noche entre cervezas. Teníamos dieciséis años – Prometamos que, más allá de la Iglesia, más allá de cualquier orden... incluso más allá de Dios, nuestra amistad, nuestra alianza... jamás y pase lo que pase... se romperá..
-Digo más... ¡¡Machacaremos a todo aquel que trate de separarnos!! - respondí
- La empuñadura de mi espada es mi cruz... - comenzó a recitar Isaac levantando la jarra de cerveza.
- La hoja de mi espada es mi fe, la danza de mi espada es mi oración – concluimos los tres al unísono para después chocar las cervezas y apurarlas.

Desde aquella noche, nada logró separarnos, y sobre ángeles y demonios, sobre la propia Iglesia juro que nada lo hará.

...

¿Seguro...Amelia?

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