lunes, 28 de febrero de 2011

Memorias de un Templario Negro (XXXV)

La posada estaba tranquila, eran altas horas de la madrugada en Siena, al Norte del Estado Pontificio. El sucio posadero había apagado las velas de la lámpara de araña y dejado unas velas para los pocos clientes que quedaban, mientras gritaba a su crio que vigilara la bodega. Limpiaba la barra ausente con un ojo bizco, mientras miraba con desconfianza a sus huéspedes. Pero sobre todo desconfiaba de los ocho encapuchados que habían venido en enormes corceles de guerra oscuros. Seguramente el posadero pensaba que eran criminales, y se planteaba si habría alguna recompensa por ellos. Al fin y al cabo, iban armados y encapuchados, pero lo más sospechoso era que le habían pagado bien...entonces, ¿por qué estaban en una posada del ensanche más pobre de la ciudad? En esa mesa redonda, los encapuchados bebían solemnemente de sus jarras a la luz de la luna, la cual entraba rallada por la ventana. Uno de ellos miraba la silueta de la Duomo di Siena (la catedral de la ciudad) a través del cristal desde las sombras. Con un suspiro volvió su rostro encapuchado hacia el centro de la mesa. Uno de ellos, el único que se estaba dejando crecer un fuerte mostacho, habló, pero el posadero solo vió su mentón moverse. Habría pagado por saber leer los labios de ese bigotudo.
- Bien. Los perros han dejado de seguirnos, o al menos ya no ladran. Por ahora. Ahora explicadme por qué se llevaron al chico de esa manera sin ni siquiera consultarme en esa jodida galera.
La voz de Gorke sonaba ronca. Habían tenido una persecución brutal. La Iglesia se había enfurecido con la deserción de la compañía de Templarios Negros, y habían soltado a sus perros de guerra para buscar su rastro. Habían estado huyendo por la estepa en paralelo al Mare Nostrum, y los despistaron en la frontera de la Toscana. Los Templarios sabían que realmente no habían desertado, si no que solo querían rescatar a un amigo de la Inquisición, pero explicar la situación solo habría hecho empeorar las cosas. Duncant, que seguía mirando por la ventana la catedral, habló.
- Por lo que nos dijo los marineros del puerto de Roma, lo subieron dos Inquisidores a una galera de exclavos que marchaba a Tierra Santa. Tenían que recoger a más exclavos a lo largo de toda Europa, por lo que es posible que tarde un mes en llegar a su destino.
- Si no naufraga.- añadió Amelia.- Con la mala suerte que tiene ese cabezón seguro le pasa algo.
- Pero, ¿Por qué han detenido a Isaac? ¿Qué demonios ha hecho? ¿qué tiene que ver la Inquisición con todo esto?- preguntó Alejo con calma mientras se vendaba el brazo, uno de esos enormes perros de guerra de la Iglesia le había mordido.
- La Inquisición puede tener mucho que ver con Isaac.- le explicó Amelia.- Todos le hemos oído hablar en sueños alguna vez.
- Lo único que yo le escuché decir en sueños es la palabra "Inferno" una y otra vez- agregó Johan.
- No...a veces también llama a su madre.- susurró Ilse.
- Sí, sí...pero a veces ha hablado mucho más.-continuó Duncant.- Sospecho, que él le debía algo a la Inquisición desde hace mucho tiempo. Juraría que incluso su vida pertenece a la Inquisición de alguna manera.
- Eso explicaría por qué se entrego a sus cadenas sumiso. Nadie se mete en una galera de exclavos por gusto. Estoy seguro de que le debe algo a la Inquisición, un castigo.- concluyó Amelia.
- ¿A la Inquisición? ¿Isaac? No me hagas reír. No es por ofender, pero para ser un guerrero es un pedazo de pan. Podría matar a un engendro mientras pide perdón- escupió Alejo un poco alto, por lo que fue increpado por sus compañeros.
- Sí, joder. Pero aquí todos no somos unos santos. Todos nosotros- Amelia señaló a todos, que agacharon la cabeza.- tenemos un pasado que nos gustaría ocultar. Pero creo que solo a él le persigue el suyo.
- Pero ahora cuenta con nosotros. - dijo Duncant ausente.
- Exacto. Y yo no dejo a ninguno de los míos atrás. - dijo Gorke secamente.- No me puedo creer que el Negro Temple permitiera exclavizar a uno de los míos sin consultarme. ¿Estaremos siempre lamiéndole el culo a la Inquisición? ¿Vamos a estar pidiendo perdón por cada patada que nos den? ¡No somos sus juguetes, joder!
- Tranquilo mi Armatura, todo saldrá bien.- le sosegó Duncant.
- Claro que sí. Estando juntos no nos queda más remedio. Vale, quiero aclarar unas cosas. Aunque hayamos desobedecido a los altos cargos del Temple...¿alguno ha renunciado a sus votos?
-No.- dijeron los caballeros.
-Entonces por mí seguís siendo mis Templarios Negros.
-Armatura, esto no es contra el Temple, sino contra la Inquisición.- dijo Alejo.
-Ni yo mismo lo habría resumido mejor. Ésta es la ruta si queremos liberar a Isaac.- extendió un mapa de la Europa del Siglo XXVII y todos apartaron sus jarras.- Tendremos que salir de la península Itálica lo antes posible. No tomaremos ningún barco, al menos no en los dominios de la Iglesia, nos pillarían en seguida. Buscaremos un puerto pagano en Graecus (anteriormente Grecia) y allí ya podemos buscarlo en donde demonios le hayan llevado a trabajar o morir al muchacho. Lucharemos junto a él en Tierra de Nadie, bajo el estandarte de la Iglesia en el último frente del mundo. Sangraremos e incluso puede que muchos de nosotros muramos, pero lo haremos juntos, joder. Después, si lo conseguimos, volveremos...y volveremos al Negro Temple. Y no podrán reprocharnos nada porque Isaac habrá cumplido su condena y nosotros habremos seguido luchando por Dios. Pero ahora razonar con la Iglesia no serviría de nada. Solo queremos cumplir su condena junto a él.
-Como Simón de Cirene. -dijo Johan con una risita.
-¿Quién?- dijeron el resto de los encapuchados.
-¡Oh vamos! ¿Y vosotros servís a la Iglesia? Simón de Cirene fue el que ayudó a Jesús a cargar con su cruz. Marcos 15, 21.
-Este cabrón tiene mucho tiempo libre, será que no hago bien mi trabajo- pensó Gorke en voz alta.
-Lo que quiero decir es que le ayudaremos en su carga...como Simón a Jesúcristo.
-Joder, dicho así el mendrugo de Isaac parece un mártir.- rió Amelia.

Risas. Silencio. De repente se dieron cuenta de que el posadero no estaba. Escucharon perros en la calle. Un escalofrío les recorrió las espaldas a los caballeros.

Gorke clavó su daga en el mapa, en Florencia.

-Nos vamos...ahora.- ordenó sombrío.

Y empezaron a recoger sus pertenencias.

-Me pregunto que habrá hecho Isaac para que la Inquisición le aprese y le otorgue semejante destino.- le expuso Amelia a Duncant mientras recogían los cintos.
-Quizás no lo entienda él tampoco.
-¿Entonces por qué aceptaría su cautiverio tan sumiso?
-Cosas de la fe.
-Isaac es idiota.- susurró nostálgica.- Recuérdame que se lo diga cuando lo volvamos a ver.
-Te acordarás.- sonrió él.

Los caballeros oscuros salieron por la puerta de atrás de la posada. Pero aún con la sensación de que les faltaba algo.


A mí también me faltaban ellos...


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Los Templarios locales de Senia, de petos flexibles y túnicas azules, registraron con desgana la posada, mientras que la Guardia Inquisitorial la destrozaba. Una túnica de pliegues rojas y blancas ondeaba levemente en el centro de la sala, iluminado el rostro por la hoguera de la posada, estaba el Prelado Inquisidor Dante. Sus ojos azules estaban serenos, pero descolocaba que uno de ellos estuviera atravesada por una cicatriz horrible, lo que hacía que pareciese que miraba con malos ojos todo. También le habían arrancado un poco de la comisura de los labios, en el mismo lado que la cicatriz , haciendole parecer tener siempre una media sonrisa de tiburón. Nadie de sus hombres le conocía, era famoso solo por carecer de emociones. Decían incluso que Dante era más un apodo que un nombre, ya que significa "el de temperamento imperturbable". Era un Inquisidor que tenía enlaces con el Negro Temple, de hecho, el mismo Decani de la Orden Louis de Lyon, le envió. Él solo venía a capturar a los traidores, pero el Decani le había pedido que acabase discretamente con Gorke, que sería recompensado. Dante ni había pestañeado al ver como un alto cargo de la Iglesia le pedía asesinar impúnemente sin juicio alguno, pero por dentro, estaba asqueado. Levantó una mano enguantada con un anillo rojo y los guardias dejaron de hacer ruido.

-Dejad de destrozarlo todo. Los traidores no están aquí. - dijo el prelado con voz serena. Nunca daba ninguna voz, cuando él hablaba el mundo dejaba de hacer ruido para escuchar su sentencia.
El posadero se acercó con una sonrisa.
-Sospeché de ellos desde el primer momento, monseñor. Aún así...¿Recibiré algo aunque sea una mísera calderilla de la recompensa?
-Pensaba que os guiaba el humilde impulso de servir a Dios y a su Iglesia.
-Oh...claro, eso también, pero uno no vive solo de fe...
-Ahora entiendo por qué hemos fallado en la captura. Los hombres de Dios no fallan nunca si su causa es la justa. Y a ti, sucio campesino, te movía la avaricia. Puedes reunirte con tu Dios. Resquiescat in pace.

Sin razón aparente...el posadero empezó a arder. El Inquisidor no había ni sacado las manos de los pliegues de su túnica. Dante lo miró a los ojos hasta que se convirtió en ceniza. Los Templarios locales se santiguaron una y otra vez, aterrados por el fuego divino inexplicable. La Guardia Inquisitorial que lo acompañaba, ni se inmutó. Estaban acostumbrados a las cosas inexplicables de su superior y no harían preguntas.

-Esos caballeros buscan al muchacho, ¿para rescatarlo? No hay salvación para él...la Bestia está dentro de él desde que nació.-reflexionó Dante en voz alta, mirando sin inmutarse el cuerpo calcinado del posadero, que aún seguía vivo, alargando una mano que se deshacía en ceniza y entonces, murió.- Pero no dejaremos que nuestro Sacrificio no llegue a su destino. El Prelado Krauss lo mandó a Tierra Santa...y yo me encargaré de que así sea. No pudimos acabar con él en su momento, aunque acabamos con la madre del crío. Con la muerte de ese tal Isaac, la Cadena de Iniquidad se romperá...por fin.



El pasado nos persigue a todos.