domingo, 2 de mayo de 2010

Otras vidas que se apagan.

No sé cómo lo hago...que siempre acabo mirando el fuego con la mirada perdida. Los cuerpos de unos compañeros a los que me gustaría haber conocido se consumen en sus tumbas de fuego, al pie de los estandartes de los petirrojos, envueltos en llamas. Se han marchado todos, Gorke sigue allí, de pie, piernas separadas y manos hacia la espalda, en clara posición de descanso militar ante sus hombres. Aunque muertos, esos muchachos seguían siendo sus hombres.
¿Por qué fuimos a Roma? Yo tengo claro por qué fuí. Mentiría si dijera que mi prioridad para evitar que mataran al papa fuera mantener el orden en la humanidad. No...todo esto fue por odio hacia el cardenal Frederik y el traidor Kanpekiel. ¿Por qué iba a dejar que me humillaran otra vez? ¿Acaso no es eso lo que dice la última frase del grabado de mi espalda? No nos humillareis nunca más.


¿Nunca más...?


Estoy harto de que me golpeen, y comienzo a temer el día en el que no llegue a levantarme y poner la otra mejilla.

Quedas vengada, Lois...

"No...no te mientas a ti mismo. Ella no quería ser vengada, ella no quería esto para nosotros ni para nadie. Te has vengado a tí mismo. Otra vez pensando en ti, siempre haciendo parecer que lo haces por los demás. Hoy ha muerto gente, por tu culpa, porque quisieron seguirte."

Estos pensamientos son míos, pero suenan con la voz de Meckraelle. Si no fuera por el hecho de que no puede entrar en mi mente ya, diría que es ella.


Pero esto sigue sin cuadrar. ¿Por qué Meckraelle sigue apareciendo en mi vida? O como ha dicho ella: ¿Por qué no dejo de meterme en sus asuntos?
¿Soy yo el que les estropea los asuntos a los demonios? No lo creo. Se enfada, indignada conmigo, dice que les incordio...¿Por qué? Nunca les he ganado ninguna partida, ni verbal ni física.
Si Meckraelle era la encargada de acabar con el Papa, es posible que el Cardenal sea un demonio. Entonces...los que vieron como se iba a desarrollar la guerra entre cielo e infierno, ¿era el bando demoníaco? ¿Todo lo que sufrimos para nada...?
Lo peor de todo, es que parece, o no se le nota la barriga de embarazada, o ya ha dado a luz los hijos de Miguel.

Y lo más importante...¿Por qué no me ha matado?¿Qué ha actuado a mi favor? ¿Qué es lo que me ha protegido de ella y de su infierno?

Estoy seguro de que ha sido algo...o alguien, pero más seguro estoy de que no ha sido Dios.

Alguien me abraza por la espalda y apoya su mentón en mi hombro derecho. No veo quién es, pero no se me ocurre otra que sea Amelia. Es ella.

- Hola... - me saludó suavemente al oído.
- ¿Qué tal?- le pregunté abatido.
- Contigo.
- Hasta la próxima.
- ¿Hasta la próxima?- dijo divertida.
- Hasta la próxima. - volví a responder pensando en el infierno.
Miramos el fuego, ella movía inquieta su cabeza en mi hombro. Giraba el cuello para mirarme de perfil.
- Tú puedes. -dijo.
- ¿Yo puedo?
- ¡Claro!
- ¿El qué? - pregunté intrigado.
- ¡Esto! -echó un dedo a la comisura de mis labios y lo ensanchó haciendo la mueca de una media sonrisa, cuando soltó mis labios se quedaron como los dejó, sonriendo. -¿Ves, no es tan dificil? Puedes hacerlo, por muy sieso que seas, Isaac.
Seguí sonriendo, con la mirada perdida en el fuego del funeral.
- ¿Los conocías?
- Solo a uno.
- ¿Quien era?
- Se llamaba Mikail. Era italiano, estaba como un cencerro.
- Bueno, todos los que estamos aquí estamos igual.
- No, pero lo suyo fue más allá. A la hora de abrir la brecha, se quedó para asegurarse de que la mecha de los explosivos prendía.
- ...Bueno, un poco loco sí que estaba.
- Sí. Pero lo hizo por nosotros.
- De eso no me cabe duda.

Silencio. Miré a Gorke, seguía unos metros más allá. No parecía haberse fijado en nuestra presencia, seguía serio frente las llamas. No se iría hasta que se consumieran. Intenté sentir la respiración de Amelia, parecía encontrarse bien.

- Has cumplido tu promesa.
- ¿Cuál? -me dijo un poco sorprendida, que no sabía si era que se había olvidado o que quería que yo me acordase de mi parte del trato.
- Has vuelto sana y salva.
- ¡Pues claro! Lo que falta es que cumplas tu parte ahora.

Recordé el momento en el que le dije que si volvíamos sanos y salvos de esta misión suicida, ella y yo tendríamos una noche para nosotros, lejos de ángeles, de demonios, de la Iglesia, del cielo y del infierno. Solo nosotros. Le dije eso por ella (aunque también por mí), que había sufrido a mi costa todo este tiempo agotada de conspiraciones, mentiras, muerte y dolor. Pero claro, para que llegara esa noche tenía que llegar sana y salva.

- Mañana... Será nuestro día. Celebraremos lo que haya que celebrar. Si es que hay algo.
- ¡Claro que sí!
- ¿El qué?
- Celebremos que estamos vivos, a lo mejor no podemos hacerlo cuando vayamos al infierno a por Duncant.
- Me parece una buena idea.- volví a sonreir, ella movía su cabeza inquieta en mi hombro.
- Isaac, ¿puedo dormir esta noche contigo?
Hice como que lo pensaba, pero lo tenía claro.
- Por supuesto que sí. Esta noche...y siempre.
Creo que sonrió.
- Estaré en la tienda, ¿vienes?
- Me quedaré un rato más. -dije mirando a Gorke.

Gorke se fué cuando se apagaron los últimos restos de sus hombres caídos. Yo me fuí justo después de él. Las vidas de aquellos soldados anónimos que han muerto por nosotros se han apagado, junto a las llamas. Y aunque mi fe no era muy sólida, pedí a Dios que los acogiera con la justa gloria que se merecían.
Cuando llegué a la tienda Amelia ya dormía. Le quité las hachas y las sustituí por unos momentos por mis manos. Me eché junto a ella, observando su profunda respiración y de repente sentí que todo había merecido la pena.

El mundo y la humanidad continuaba su curso normal gracias a nosotros. Y mientras eso sea así, yo podré hacer mi vida normal junto a ella.