viernes, 27 de abril de 2012

Nuestra verdadera inmortalidad

Él se hallaba descalzo sobre el roquedal de la orilla. Andaba de forma errante e inconsciente, con la mirada perdida tratando de atrapar un final en el horizonte. Con el alma despeinada y el paso trémulo, vagaba por las rocas descalzo, casi parecía un símil del calvario que habían sido sus días. Ella le observaba desde la seguridad de la tierra, no entendía a qué venía tanta soledad e indiferencia.

"Parece un fantasma, será idiota", pensó ella con vestida con una sonrisa jovial, pero decidió seguir observándolo con la mirada tierna. Le intrigaba saber qué haría sin ella...

Vio como él sacaba con pulso tembloroso algo de sus bolsillos ajados. Cartas, cartas y muchas más cartas. Todas ellas leídas y releídas, sentidas y ahora vacías. Ella reconocía su letra en esos papeles. Cartas de amor que se habían escrito durante todos los días de su vida. Con ella iba un broche también suyo y él los beso con nostalgia dolorida...y eso fue suficiente para avivar la memoria de ella. Un golpe de aire vital castigó el alma de ella con sentimientos perdidos hace años. Y así, de pronto, se sintió tan viva, que no recordaba lo que era sentir la sangre por el corazón, lleno de energía. Juraría que en cualquier momento podría vivir como antaño. Hacía tanto tiempo de esa sensación...

Entonces ella agotó ese soplo de vida que él le había regalado con su gesto hasta el final. Se acercó a la orilla, pero no pudo. Intentó tocarle y desistió. Tuvo que conformarse con mirar, una vez más. Tras unas lágrimas amargas confundidas con la sal del mar, él acumuló el valor de no mirar atrás, rompió las cartas justo cuando ella le iba a alcanzar... y lanzó sus pedazos al mar.

Y ella no pudo hacer nada, sino mirar con infinita destreza la escena. Ni siquiera pudo gritar, articuló un sonido quebrado que se ahogó en su pecho. Los gestos de él que antes la recordaban y le daban la vida, ahora la hacían desaparecer como un fantasma. Había reducido el sentir del alma más feliz del mundo al más absoluto y dolorido vacío.

¿Acaso no entendió que aunque le separaran los siglos siempre había estado a su lado? ¿Acaso no entendía que aunque les apartara la misma muerte, el único que podía mantenerla viva era que él la recordara?

Había fallecido en aquella playa hace muchísimos años, pero el recuerdo del amor le había hecho seguir viviendo junto a él, aunque nunca se volvieran a encontrar. Recuerdo que hoy se ha roto en pedazos, solo porque él quiso dejar ese dolor atrás, porque creía no mirar en la misma dirección que una persona que no existía ya.

El amor no eran dos personas mirándose la una a la otra hacia el mismo lugar...sino un lugar construido por ellos en el que sus miradas miran hacia adelante. Hacia el mismo destino.

Porque el amor que mueve el mundo es el que marca tu vida. El amor que se mata es el que se quiere olvidar. Pero solo se necesita un gesto inmortal en la memoria, para avivar uno perdido.


No hay más vida en la muerte que un gesto de amor que nos recuerde. Que un corazón grite tu nombre cuando te has marchado. Esa es la verdadera inmortalidad.