jueves, 28 de octubre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXX)

El mar nos conducía hacia alguna parte donde la mano de Dios no podía llegar. Nadie sabía qué hacer...solo rezar. Estábamos a punto de entrar en el mar de Córcega y de una brillante mañana pasamos a una vida de eterna noche acompañada de la peor tormenta que me pudiera imaginar. En el aire flotaba la ceníza de algo que había estado ardiendo durante siglos, con cierto alivio miramos como a nuestra derecha dejábamos el resplandor del fuego de un Inferno, pero a proa teníamos una muralla de humo, rastro que había dejado el tornado de fuego a lo largo de los años. Poco a poco, la corriente nos introdujo en el interior del humo asfixiante, estábamos en Tierras Marcadas y respirábamos ceniza. La noche se hizo negra sin luna ni estrellas, alguien echó sobre la bóveda celeste un manto negro, como si quisiera intimidad con los recién llegados. Las lamentaciones en la más absoluta oscuridad de la galera se hicieron a la luz. Pronto se formó una maraña de oraciones y súplicas que solo se podían entender si te concentrabas en escuchar una por una.

- Padre nuestro que estás en los cielos...- se escuchaba suavemente.

-Y perdona mis pecados Señor...-decía Marcos.

-Estoy arrepentido, realmente arrepentido...- suplicaban en las sombras.

-Dios te salve, María, llena eres de gracia...- Juan miró a los presentes y, asustado por tantas oraciones, comenzó a rezar como ellos, siempre incondicional de la Virgen.

-¿No rezas...?- le pregunté a mi compañero, el que Marcos y yo pensábamos que en su anterior libertad fué un marino. Seguía tocándose los dedos ausentes de unos anillos que parecía que siempre había llevado.

-Me llamo John Brooks.- completó impasible.
"Vaya, un inglés" pensé con extrañeza, los ingleses se hicieron famosos en la nueva era porque negaron a la nueva Iglesia.
-¿No rezas, John?

-No. Siempre quise que, si tenía que morir, fuera en el mar. Toda mi vida la he pasado sobre él. Además, Dios, sea quien sea, de todas formas hará lo que quiera, le pida lo que le pida.

-¿Es que no tienes miedo a la muerte?- dije tiritando con la cara chorreando de las goteras de la galera. Aquello era un aguacero.

-Le perdí el respeto a la muerte en las celdas de la Inquisición.- sonrió cansado.- Pero no me importaría volver a la mar y volver a ser el de antes...libre.

Intermitentemente los rayos mostraban fugazmente los rostros de los arrepentidos y de los que aguardaban que la tormenta pasara y pudieran izar la vela y sacar los remos para alejarse de allí como alma que lleva el Diablo. Marcos me agarró de un brazo fuertemente, y yo le devolví el apretón.

-Siempre es mejor que morir en esa celda asquerosa de la Iglesia- me dijo para consolarse.

"No puede acabar así" pensé suplicante al Cielo. "Esto es solo una prueba más. Solo una prueba más...solo una más."


Otro apretón. Ahora era la muchacha, la exclava. Estaba demacrada.

-Eh, gracias por haberme quitado la mordaza, chico.

"¿Chico? ¡Tengo 19 años!"

-No pasa nada...eh...

-Lidia.- y se fué, todo sonó forzado en ella.

Las oraciones cesaron, la tormenta nos arrastraba a través de la nube tóxica de la Tierra Marcada nos hacía toser, estaba llegando in crescendo a una enorme CODA plagadas de cadencias perfectas en un allegro fortissimo. Timmy fue corriendo por la crujía de un lado para el otro.

-¡Patrón, patrón! ¿Dónde está el patrón?


-¡Aquí, muchacho!- respondió asustado por el tono del niño.- ¿Qué has visto?

-No...no estoy seguro.- la chusma fue cesando en sus oraciones para escuchar las nuevas, un rayo iluminó nuestras caras y su trueno nos destrozó los tímpanos. Seguimos balanceándonos esperando la respuesta del muchacho- Al principio pensé que era un arrecife, después vi islas rocosas pero...¡algunas rocas empezaron a arrastrarse y se perdieron en el fondo del mar!

-¿Dónde? ¡Dílo!



-Justo en la proa, patrón. ¡Venga!



Pero no fué solo él, todos fuimos corriendo por el interior de la galera, por la que entraba el agua de la lluvia y el mar por todas partes. Todos queríamos ver qué demonios había visto Timmy. Lúan no nos dijo nada, era evidente que la situación era extraordinaria.

Asomamos la cabeza y miramos el mar. Estaba realmente embravecido y parecía oscuramente espeso. Allí estaban las rocas y algo que se arrastraba como una enorme serpiente entre ellas para dejarse caer al mar.



-Parece como si se arrastrara una serpiente gigante entre las rocas.- dijo Timmy con el cabello rubio azotado por la tormenta.



-¡No digas tonterías niño!-Lúan le pegó una colleja- Ahí no se ve nada.- dijo forzando la vista entre el agua, la oscuridad y el humo.



-¿Serpiente gigante? No puede ser...así que es...este es su hogar-dijo John, que también había corrido a proa.

Marcos y yo nos miramos.

-¿Un mosntruo marino?- pregunté.

-Algo más que eso.- añadió John.



Nadie hizo caso al comentario del antiguo navegante. Lúan pareció darse cuenta de que algo se acercaba, alguna bestia diabólica que, quizás, reinaba en las islas de Córcega y Cerdeña, al amparo de un Infierno. El patrón desesperó.



-¡¿Qué demonio vamos a hacer?! ¡Tenía totalmente prohibido traer pertrechos en la galera hasta que llegaramos al puerto de Bizerta! Si nos atacan no podremos hacer nada.



Aparté a la chusma a empeñones y le tapé la boca al patrón mientras trastabillaba con el violento vaivén de la galera.

-¡Cállate! O harás que cunda el pánico.-Lúan se tranquilizó, pero no le quité la mano de la boca-¿Recuerdas esa espada que no querías dejarme meter en la galera? Pues estamos de suerte por haberme hecho caso, porque sería nuestra única esperanza para defendernos. Devuélveme mi espada y yo cumpliré mi voto de Templario para luchar contra lo que se acerque, si es que de verdad hay alguna amenaza.



"Estamos próximos al derruido Firmamento Samaelita. Una fortaleza inexpugnable de la Iglesia, destruida, quemada y azotada por un Infierno móvil ¿De verdad piensas que no hay ninguna amenaza cerca, Isaac? Qué iluso eres."



No lo escuchamos, pero John estaba cerca.

-Eres demasiado lanzado a la hora de hacer promesas que no comprendes, Templario. Eso te acarreará muchas desgracias cuando ni siquiera sabes a qué te enfrentas, muchacho, eres joven aún.- dijo, y se asomó a la superficie de la galera y el aguacero le saludo empapándole entero. Todos le miramos. Él miraba al mar y luego me miró a los ojos. Comenzó a recitar:


-¿Sacarás tú al leviatáncon anzuelo,
O con cuerda que le eches en su lengua?
¿Pondrás tú soga en sus narices,
Y horadarás con garfio su quijada?
¿Multiplicará él ruegos para contigo?
¿Te hablará él lisonjas?
¿Hará pacto contigo
Para que lo tomes por siervo perpetuo?
¿Jugarás con él como con pájaro,
O lo atarás para tus niñas?
¿Harán de él banquete los compañeros?
¿Lo repartirán entre los mercaderes?
¿Cortarás tú con cuchillo su piel,
O con arpón de pescadores su cabeza?
Pon tu mano sobre él;
Te acordarás de la batalla, y nunca más volverás.
He aquí que la esperanza acerca de él será burlada,
Porque aun a su sola vista se desmayarán.
Nadie hay tan osado que lo despierte;
¿Quién, pues, podrá estar delante de mí?
¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya?
Todo lo que hay debajo del cielo es mío.
No guardaré silencio sobre sus miembros,
Ni sobre sus fuerzas y la gracia de su disposición.
¿Quién descubrirá la delantera de su vestidura?
¿Quién se acercará a él con su freno doble?
¿Quién abrirá las puertas de su rostro?
Las hileras de sus dientes espantan.
La gloria de su vestido son escudos fuertes,
Cerrados entre sí estrechamente.
El uno se junta con el otro,
Que viento no entra entre ellos.
Pegado está el uno con el otro;
Están trabados entre sí, que no se pueden apartar.
Con sus estornudos enciende lumbre,
Y sus ojos son como los párpados del alba.
De su boca salen hachones de fuego;
Centellas de fuego proceden.
De sus narices sale humo,
Como de una olla o caldero que hierve.
Su aliento enciende los carbones,
Y de su boca sale llama.
En su cerviz está la fuerza,
Y delante de él se esparce el desaliento.
Las partes más flojas de su carne están endurecidas;
Están en él firmes, y no se mueven.
Su corazón es firme como una piedra,
Y fuerte como la muela de abajo.
De su grandeza tienen temor los fuertes,
Y a causa de su desfallecimiento hacen por purificarse.
Cuando alguno lo alcanzare,
Ni espada, ni lanza, ni dardo, ni coselete durará.
Estima como paja el hierro,
Y el bronce como leño podrido.
Saeta no le hace huir;
Las piedras de honda le son como paja.
Tiene toda arma por hojarasca,
Y del blandir de la jabalina se burla.
Por debajo tiene agudas conchas;
Imprime su agudez en el suelo.
Hace hervir como una olla el mar profundo,
Y lo vuelve como una olla de ungüento.
En pos de sí hace resplandecer la senda,
Que parece que el abismo es cano.
No hay sobre la tierra quien se le parezca;
Animal hecho exento de temor.
Menosprecia toda cosa alta;
Es rey sobre todos los soberbios."

Un escalofrío recorrió mi espalda. Todos los presentes se reunieron en la proa para escuchar.



-El libro de Job.- dije cuando solo se escuchaba la lluvia y el mar. Me quedé sorprendido porque Johann me habló de él, aunque no recuerdo de qué hablaba. Johann siempre estaba hablando y era imposible detenerlo cuando hablaba de algo que le entusiasmaba...y yo aprendí a no escucharle cuando se pasaba.



-Así es, Templario.- confirmó bajando a la crujía bruscamente.- Es posible que entre este mar infernal de fuego, humo y agua, sea el hogar de lo más grande, feroz y antiguo que podamos imaginar. Aquél al que llaman Leviatán, al que yo, por desgracia, conozco muy bien, una serpiente escurridiza, traicionera y engañosa. ¿Cumplirás con tu voto pues? ¿Lucharás contra él? Cientos de mis hombres acabaron adornando el fondo de su mar por él.



"No tengo ni la más remota posibilidad. ¡Aún soy un neófito! ¡No he matado a mi primer Engendro Onírico!"



-Si tengo que morir, que sea luchando...¿no?- siempre acabo dudando, la espada ya estaba en mi mano y mis nudillos quedaron blancos al coger con fuerza la empuñadura.



Algo que no era agua empezó a caer sobre la galera dando tumbos y empezó a entrar pesadamente con un torpe zumbido en su interior. De repente nos olvidamos de la gran serpiente del mar. Algo que había en el humo había caído sobre la enbarcación. Una sombra del humo exterior entró creando en segundos una orgía de sangre y agua salada. Miré a la popa, donde gemían los desgraciados que fueron emboscados. Nunca había matado a un Engendro Onírico, pero fue inconfundible, ya había visto antes uno de esos insecgtos gigantes. Un enorme escarabajo con pinzas afiladas. No, no era el Leviatán.



-¡Una sombra del viento!-grité. El miedo me dominó, y solté la espada que sonó estrepitósamente en la madera.

"Esto no es un maldito hereje, es un verdadero monstruo. Un demonio pidiendo sangre. Que Dios me ayude." No podía moverme. Estaba agarrotado y mis músculos se contraían fuertemente.



-¡Por todos los ángeles, Isaac!- gritó Marcos.-¡Protégenos!

No lo escuché. Lúan intentaba huir del insecto por toda la embarcación, pero no fue lo suficientemente rápido y sus piernas fueron cortadas por una pinza de la bestia y destripado por la otra. Eso le dió tiempo a Juan a llegar a la proa y estar relativamente a salvo mientras el demonio se ensañaba con el nuevo cadaver.



-¡Patrón!- Juan h al ver el cadáver de su amo. Quizás no le tenía mucho afecto, pero lo conocía desde hace mucho.



El interior de la embarcación era una jaula donde esa bestia ciega se daba un festín de carne. Yo estaba inmóvil, en estado de shock, iba a enfrentarme a mi primer engendro y tenía un miedo horrible y no había posible retirada. ¿Dónde estaba Dios? Yo no lo sentía conmigo. La criatura zumbó sus alas y mató a otros tres y atravesó con una de sus pinzas a Marcos, pero un ruido en la otra parte de la embarcación le llamó su atención...porque el insecto era ciego. Se estaba guiando por el ruido que hacíamos.



-¡Isaac, reacciona!- Marcos me golpeó la cara mientras que con el otro brazo se sujetaba el pecho atravesado. Su herida era grave, yo sangré por la comisura del labio del puñetazo.- ¡Empuña tu espada, maldita sea! Yo solo soy un simple panadero y ya me ha llegado la hora...pero tú llevas la luz en tu alma, guerrero de Dios, debieron verlo cuando te criaron para la Iglesia. Igual que yo he nacido para hacer pan para que la gente no muera de hambre, tú lo has hecho para protegernos. Es tu oficio ¡Empuña tu hoja! ¡Empuña tu fe! ¡Tú has nacido para esto! ¡Hazlo maldita sea!



Reaccioné por fin, al ver el estado de mi amigo los músculos se me liberaron, miré mi espada, de la que no quise separarme, y la embarcación pintada en sangre. Había caido la mitad de la tripulación. Marcos se moría...y sentí odio y tristeza porque el miedo me dominó justo en el peor momento. Debería haber defendido a aquellos indefensos hombres desde el principio, sin temor a morir. Y no sería la última vez que perdería a alguien por mi miedo.



-Yo...he...nacido, para esto.- fue más una pregunta que una afirmación.

"¿Estás seguro? El destino tiene una curiosa manera de dar vueltas caprichosas."

-Yo he nacido para esto.-repetí soltando unas lágrimas que se confundieron con la lluvia. Besé la empuñadura y luego la hoja, pensaba que iba a morir allí, pero...un espiritu guerrero me corrió por las venas y la adrenalina bombeaba en mi cerebro, sentía que iba a morir, pero también sentía que ese diablo se iba conmigo al mismísimo infierno. -¡Por la Madre Iglesia!

Cargué entre los remos, chapoteando por el agua que nos llegaba por los tobillos con la hoja de la espada pegada en mi hombro derecho. La Sombra del Viento dejaba un cadáver marcado con su saliva y se acercaba Lidia. Descargué toda mi fuerza con la potencia de la gravedad en un tajo descendente, pero la espada rebotó contra su capa quitinosa. El insecto claramente contrariado al no poder deleitarse con su víctima aleteó de forma vertiginosa sus alas transparentes. Perdí el equilibrio y me tropecé con uno de los remos. Caí y la galera se sacudió aún más si cabe. El insecto revoloteó hacia mi. No era más que una sombra negra en la noche y el humo del tamaño de un humano, zumbaba hasta quedarse por encima de mi. Entonces un rayo mostró su verdadera forma. Su boca se abrió como una pinza babeante de ácido, y salieron unas trompas escurridizas que envolvió toda la cara, no podía respirar.

Juan corrió por la pared de la galera, haciendo ruido con el tambor, lo que desorientó mucho las percepciones del demonio.

-¡Bicho!¡Epa!¡Ven aquí bisho aqueroso!

La Sombra del viento aulló pero justo cuando iba a lanzar una de sus pinzas a Juan, John le golpeó con el extremo partido de uno de los remos. La capa quitinosa no se rompió, pero desprendió una sangre verduzca y un chillido del mismísimo infierno. Un latigazo lo hizo chillar más. Lidia se apoderó del látigo de Lúan y castigaba con odio a el infernal visitante como el patrón hiciera con ella. El insecto estaba totalmente desorientado. Había ruido por todas partes.
-¡Ahora Isaac!- gritó Marcos con una fuerza sorprendente para estar desangrándose.

Yo seguía en el suelo, pero que se hubiera abalanzado la bestia sobre mí me hizo darme cuenta de que su vientre era débil. Era imposible atacarle esa zona a menos que lo pusiera boca arriba como a una cucharacha o...que me arrastrase hasta ponerme bajo su sombra. El insecto zumbaba inquietantemente en el aire desorientado por los ruidos de mis compañeros, corrí entre los bancos y me apoyé sobre un hombro para dar una voltereta y quedar justo debajo de él. La espada se clavó en su vientre hasta la empuñadura y las vísceras del insecto me bañaron. No parecía haber sufrido graves daños, pero se percató de la amenaza. Como loco, empezó a hacer picadillo todo lo que había bajo él. Me hizo un corte en la costilla, pero perdió sus fuerzas al desgarrar yo su carne de insecto. Sus tripas ácidas me bañaron y me escocieron por toda la piel. El dolor alimentó mi ansia guerrera. Mi espada quedó bloqueada en el cuerpo del demonio, así con una sed de sangre e ira que nunca antes había experimentado, seguí desgarrando su cuerpo con mis propias manos, con mis uñas, introduciendolas en los órganos más internos de su cuerpo, buscando el más vital. La piel de mis manos se despellejaban e incluso se caía con un dolor intenso, pero cogí ese órgano gris que bombeaba con frenesí y lo apreté y lo aplasté, entonces lo mordí con mandíbula de hierro y no lo solté como si fuera una bestia (y así me sentí) que protegía a su manada, hasta que dejó de latir su infernal corazón no saqué mi cabeza de su vientre. El demonio cayó sobre mí. Oscuridad.

-¿Está vivo?-pregunto Lidia.
-No lo sé- respondió Juan.
-Esta vivo. Es más duro de lo que creéis...solo que aún no conoce su valentía. - señaló John.
-¿Cómo demonios lo sabes, lo conoces?-preguntó Marcos desde su rincón, con una venda improvisada sobre el pecho, la herida era mortal pero aún aguantaba.
-No...pero me he encontrado con mucha gente así. Gente que se bloquea, tiene miedo, se vuelven cobardes ante el enemigo...pero sacan las uñas y los dientes cuando se trata de proteger a alguien, sobre todo si es querido, entonces, harán cosas legendarias, atrevería a decir.
-Lo de la uña y lo dienteh era literal, ¿no? El señó Isaac se ha cargao al bisho con sus propias manos el jodio. Le ha destrozao algún órgano interno de ezo.- dijo Juan.

Cuando recobré las fuerzas salí de debajo de la Sombra del Viento lleno de babas pegajosas y verdes, las manos despellejadas por el ácido de su sangre y un corte en la costilla. Saqué mi espada fuertemente hincada en su vientre hinchado, y un recuerdo pasó por mi mente, yo sacando mi espada de un muchacho inocente. ¡Otra vez ese recuerdo! Pero ahora no me avergonzaba de ello. Mi espada cayó al suelo.

-Sigo vivo...esa es...la...¡voluntad de Dios! ¡Dios lo quiere! ¡Estoy vivo!- grité jubiloso bensando la lluvia, que me purificó la piel arrastrando la piel quemada de mis manos y las vísceras de mi cuerpo.

"Ya no soy un neófito...he superado la prueba"

Pero no la habría superado si no hubiera sido por Juan, Lidia y Marcos. Me giré y les sonreí. Me creí cerca de Dios en ese momento, pero lo único que estaba cerca era de unos amigos.

-Gracias.- dije.

-Templario, has matado con tus propias manos a tu primer demonio.- dijo John.

-Sí...gracias a que tenía mi espada y a vosotros.

-Te equivocas.

-¿Qué?

-Templario, no me refería a ese demonio. Hoy has vencido a tu propio demonio, al miedo, las dudas y el temor.

"Si no hubiese dudado y hubiese creído en mí mismo...quizás Marcos ahora estaría bien."

Y era cierto, miré el cadaver del insecto y sentí que la batalla había sido ganada en mi interior, no en la batalla. Pues no hay peor demonio que el de las dudas, porque el no creer en tí mismo puede hacer que en segundos pierdas todo lo que tienes.

Y por culpa de ese demonio...perdí a un buen amigo en el futuro.

lunes, 25 de octubre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXIX)

Sí...algún día lo contaré. Ahora lo estoy haciendo, como me juré a mí mismo rodeado de llamas. Hace tantos años de todo eso ya...y sin embargo los recuerdos han dejado unas huellas muy nítidas en mi alma.
La galera izó su única vela en proa el 4 de Febrero del 2647 y los galeotes (los pecadores forzados por la Inquisición y yo, el único voluntario) seguimos remando con fuerza y voluntad. Recorrimos las costas de Europa recogiendo más prisioneros absueltos de los Palacios de Justicia de Florencia y Barcelona, teniendo que esquivar diestramente uno de los Infernos que dibujaban muerte en el Mar Mediterráneo. A través de una de las aberturas de la galera pude echarle un ojo al resplandor del Inferno que asolaba las islas de Córcega y Cerdeña, pero pasamos tan lejos que ni lo vimos, gracias a Dios.
Recuerdo esas cuatro semanas que se me antojaron cuatro meses. Sudábamos día y noche y los descansos eran no mucho más que un suspiro. Dentro del vientre de madera aquejado hicimos nuestras necesidades encima y la ropa limpia y el aire puro se convirtió en un lujo al que no podíamos aspirar ni siquiera en sueños. Criábamos todo tipo de parásitos y olvidamos de que colores eran originalmente nuestras prendas de vestir. Nos hicimos pegajosos, repugnantes, y lo peor es que nos dió igual. Nos hicimos ajenos a todo que no fuera remar y a una vida diferente a esa. Los gritos que pegabamos con cada remo fueron apagándose paulatinamente, perdimos la motivación y la potencia explosiva en los brazos, nos salimos de nosotros mismos y nos hicimos mecánicos y nuestro coro roto fué sustituido por el tambor que aporreaba en andante Juan, el mozo del patrón que me había rapado. Su jovencísimo compañero, Timmy, un niño rubillo de ojillos curiosos y cuerpo huesudo y blanco, repartía los víveres entre la chusma (pan y agua), decidiendo con ojo experto a quién recompensar (con bizcocho y vino aguado) y a quién no. El patrón, Lúan, era un hombre de barba negra enredada y de pelo con tendecia a la caída, su barriga estaba empezando a hincharse y ya llegaba una edad en la que no se podía esgrimir una espada, pero aún le quedaban muchas fuerzas (quedó claro cuando me azotó por no acatar su orden de deshacerme de mi espada), pero gracias a Dios, como ya relaté antes, se lo pensó cuando supo que mi cuerpo, alma y servicio pertenecían al Negro Temple.

Y nadie quiere deber algo a la Iglesia...¿verdad?

La galera al dejar el puerto de Barcelona ya estaba superpoblada, así que el patrón decidió que debíamos reunirnos con la flota de galeras que se estaba agrupando en el puerto de Bizerta, Túnez, para Chipre. Juan, que estaba en la parte de atrás de la galera, relativamente cerca mía, suspiró con nostalgia por encima de sus golpes de tambor.

-Adió tierra mía. Otra oportunidad de volver a casa desperdiciá.

-¿Eres de aquí? De...¿cómo has dicho que se llama esta ciudad?- mi voz salió forzada por el esfuerzo de seguir remando. Normalmente no habría entablado conversación, pero esta vez estaba ansioso, llevaba casi una semana sin abrir la boca, solo para jadear.

-Barcelona. Pero no...yo soy de má al sur. De Granada. Por Andalucía.

-Así que eres de Iberia.

"Una zona conflictiva" pensé amargado como Templario. "Pero por lo que he oído tiene que ser una tierra preciosa" me dije ya pensando como persona.

-Sí. Estoy deseando volver, pero Lúan no me dejaría.

-¿Te obliga a quedarte?

-En cierto modo, sí.

-Explícate-le grité jadeante por encima del barullo de la chusma.

-No le des coba, Isaac, que se exalta.- me aconsejó Marcos, un joven adulto que había acabado en la galera por no ir a misa ni siquiera los domingos, era mi compañero de banco de la derecha. A la izquierda tenía un tipo con un tatuaje a la espalda, cerrado en mutismo.

-Por vasallaje señó Templario.-siguió Juan ignorando a Marcos- Él está obligao por nuestro señó feudal y yo estoy obligao por él, mi patrón. Nada del otro jueves, es típico en tó los laos. Todo empezó a ir mal desde que el señor de Granada aceptó el Juramento de Lealtad Angélico, mardita sea. Ahora todo é una cadena de favores. La Iglesia nos da protección, y nuestro señor feudal José Luis Zulueta- masculló el nombre casi con desprecio-manda a sus vasallos a la servicio militar. Vamo, que etamos tó arrastraos a la guerra. Y encima, nos toca servicio naval. Aunque hay que reconocé que no tenemos que pelearno mucho con nadie. Gracia a la Virgen.

-Vaya.- fué lo único que pude decir, dando por terminada la conversación, pero Juan se emocionó al mencionar el tema de su tierra.

-Ahora viene cuando se mosquea.-me dijo Marcos soltando el remo con su brazo para pegarme un codazo.-Siempre lo hace cuando habla de su tierra.


-¡Y encima, aceptar la protección de la Iglesia nos provoca una guerra con Córdoba!- dijo exasperado golpeando más fuerte el tambor- ¿Se lo puede creer usté? Nos llaman vendío esos zarrapastrosos, pero...¿qué culpa tengo yo? Aquí er pueblo no tiene ni voz ni voto. Si Isabella quiere una guerrilla contra la Iglesia que la tenga, pero a mi que no me meta.


-Juan, estamos hartos de escuchar la misma historia. ¿Tendremos que escucharte decir lo mismo cada vez que entra un galeote nuevo?- Marcos parecía realmente amargado, pero en realidad tenía mucha suerte, en otra galera, que un prisionero galeote le hablara a sí a uno de los "carceleros", (por llamarlos de alguna manera, porque eran también unos mandados como ellos) se le habría castigado severamente, pero Juan era lo que él solía llamar un "buena gente"

-Y más que yo quisiera que no me escucharais nunca má, y quedarme en mi tierra y no vero el careto nunca má.

-Dios mío, cállate llorica.- le contestó Marcos de una forma amistosa, supongo que hacía tiempo que los roces habían creado una conexión entre galeotes y Juan, el "buena gente".

-No me obligues a llamar al patrón, Marcos, que la tenemo.


-Sí...ya me callo.- Marcos puso más empeño en remar, ya había acabado el momento de las bromas.


"¿Es realmente lo que piensa, o intenta ir con cuidado debido a mi relación con la Iglesia? Supongo que sería un poco estúpido criticarla delante de un Templario."

Aunque en realidad, solo me sentía como un niño perdido, no un Templario.


-Algún día volverás a casa.- concluí para animarle y dar por terminada la conversación, estaba exahusto, pero los problemas seguían. Un llanto en el banco detrás de mi creció. Una muchacha rapada lloraba con el corazón encogido y había soltado su remo. La ausencia de pelo hacía aún más impactante unos ojos profundamente oscuros, negros, pero no era eso lo más destacable de su aspecto. Tenía medio rostro lleno de moratones con un corte ya cicatrizado y un ojo hinchado. Por las partes del cuerpo que se le veían tenía aún restos de hematomas. Miré un momento y seguí remando con expresión indiferente, uno ya no se sentía ni con fuerzas para sentir compasión. A los dos minutos Lúan ya había ordenado que la azotaran. Los gritos se hicieron desgarradores, parecía que esa mujer había gritado mucho en su vida y ya estaba cansada de ella. Miré a Juan con sinificado de auxilio, pero me lanzó una mirada impotente, se encogió de hombros como diciendo "lo siento, yo cambiaría esto, pero así es la vida".


Los pasos pesados e inconfundibles de Lúan por la embarcación se hicieron más cercanos. Paró detrás de mí.

-Dejad de azotarla y dejad que descanse. - despotricó mientras yo sentía como me escupía con cada sílaba.- Necesitamos que alguna ramera llegue viva para el ejército.


-¡Por favor! ¡Dejadme libre! ¡No quiero ser la ramera de nadie!- gritó la muchacha.

Me moví incómodo en mi banco, le consulté una duda a mi compañero de remo, me quemaba en la conciencia. Miré a Marcos, pero no se percató de mi mirada.

-Marcos, ¿seguro que esta galera suministra al ejército de la Iglesia?

-Tan seguro como que yo acabo de salir de una celda de la Inquisición y sigo vivo. Si no voy a servir a la Iglesia, entonces que me parta un rayo.

-¿Y qué hay de la muchacha? Ningún ejército cristiano-angélico aceptaría exclavizar a una mujer, ni siquiera para...para...- me bloqueé.

-Para el sexo, ¿no?

-E-eso - tartamudeé.

-No estoy muy puesto en el tema, deberíais saberlo, tú eres un Templario ¿no?

-Sí, por eso me extraña todo esto. Sin embargo nunca he estado en el ejército.

"Es imposible, la Iglesia no puede permitir la existencia de exclavas sexuales en su ejército...¿Qué clase de hipocresía sería esa?"

-En cualquier caso...Isaac, será para los soldados libres y mercenarios del ejército, si quieres pensar bien de tu Iglesia. Pero si quieres mi opinión personal, te diré que los Templarios también son hombres, y el hombre tiene muchos defectos y ni qué decir vicios, aunque los oculten y luego se las den de soldados de la Hueste Celestial y del mismísimo Dios, altos, justos y puros.

Miré atrás. La escena de atrás se seguía desarrollando. La muchacha perdió las fuerzas, pero siguió gritando intercalando sollozos.

-Amordazadla.-fue la sentencia de Lúan tras el azote- Lo siento chica, no sé que crimen has cometido, pero ahora perteneces a la Iglesia.


Dejé mi remo y me levanté. Lúan echó mano al látigo, solo por si acaso.


-Lúan, libérala. -comencé con miedo, pero fuí elevando la voz un poco cuando se hizo el silencio entre la chusma- Entiendo que envíen a estos desgraciados pecadores al servicio militar forzoso por la Gracia de Dios, la humanidad sobrevive gracias a ello, pero es imposible que mi Matter Ecclesia haya ordenado que esta muchacha sea humillada y maltratada por mis hermanos de armas.

Lúan se carcajeó con ganas.

-Mira muchacho.- suavizó un poco la voz conmigo y me sentí como un farsante, me trataba con un respeto que no merecía, solo por un título que apenas sentía mío.- Lo siento, yo no seré un Templario, ni un letrado, ni nada de eso, pero sí hago lo que se me ordena a rajatabla y no me tomo nada por mi cuenta. Si te hace sentir más tranquilo,- empezó a rebuscar en sus saquillos y me dió un pergamino enrollado- te dejo que le eches un fugaz vistazo a estas órdenes de la Inquisición, aunque no sepáis leer estoy seguro de que reconoceréis el sello de un Cardenal.

Hice como si mirase el sello solo, ya estaba acostumbrado a fingir que no sabía leer. Nadie podía saber leer excepto un clérigo, aunque yo hubiera iniciado mis pasos en esa senda. Sí...estaba escrito que aquellos hombres iban a la milicia y si había alguna mujer se la redimía pero que su destino era cubrir las necesidades (ya fueran físicas o espirituales) de sus hombres en el frente. Una manera educada de decir que iban a prostituirla. Inconfundiblemente tenía un sello Cardenalístico, otro Obispal y otro del Juez del Palacio de Justicia de Florencia, de donde procedía la muchacha.

"Frederik Sciponna, Cardenal del Consistorio y señor de la Marca Emilia Romagna.
Faustino Paissan, Obispo y gobernador de Florencia.
Mateus Petrov, Juez Inquisitorial del Palacio de Justicia del feudo florentino"

Me sorprendió reconocer un nombre, el del Obispo Faustino, con el que tuvimos un pequeño altercado debido a que mi compañía de Templarios Negros descubrimos su corrupción, ya que traficaba con tecnología prohibida...por no decir que era un traidor de cuidado.


"¿De verdad mi Iglesia permite estas cosas?" pensé mordiéndome el labio hasta hacerlo sangrar. Le devolví el pergamino a Lúan.

-¿Ves? Está todo en orden. Amordazadla.

-¡Piedad! ¡Mi único crimen fue amar! ¡No quiero pertenecer a nadie!- fue lo último que dijo antes de ser callada.

-Venga, no será tan malo para ti. Si no fueras propiedad de la Iglesia...-se acercó a ella y le farfulló al oido-, quizás tu y yo nos habríamos conocido mejor. Ya me entiendes.

La muchacha profirió un rugido de asco y se puso a llorar hasta quedarse dormida consolada por el balanceo de una pesadilla. Lúan desapareció para dirigirse a la arrumbada. Miré a mi lado, mi compañero de mi izquierda, un tipo que llevaba un tatuaje a la espalda, que apenas podía ver por la ropa, me estaba mirando con un mensaje en sus ojos que no sabría descifrar. Volvió a mirar al suelo apesadumbrado y me soprendió que hablase.


-Tormenta. Lo noto en los huesos. Mala zona para naufragar...Que se apiade de nosotros, sea quien sea. -murmuró.


"Es normal que sea pesimista pero tampoco debería ponerse cenizo" pensé frunciendo el ceño mientras le echaba una mirada reprobadora. Miré a través de las tablas, los rayos de sol entraban y me dañaban los ojos acostumbrados a la sombra.

"Pero si hace un día soleado...¿eso de allí es una nube? ¿eso fue una gota? Mierda".


Una gota me cayó, luego otra y otra. Nos pilló una tormenta. La peor que haya visto. Normalmente uno suele ver rayos y esperar algunos segundos para escuchar los truenos, sin embargo, nosotros los escuchamos justo cuando caían...estábamos justo bajo la tormenta. Y las órdenes empezaron a cruzar el turbulento viento.

-¡Arriad la vela! ¡Meted los remos dentro de la embarcación!

-¡Patrón, está entrando el agua!- gritó Timmy avanzando con presteza entre todos nosotros, supongo que ese era el motivo de llevar un niño, que podía moverse perfectamente por espacios pequeños y ser el enlace de la proa con la popa.

-¡Achicad el agua malditos perros de agua dulce!

Empezamos a trabajar como si de una colmena encolerizada se tratara. Los de mi banco recogimos presto el remo. Me arrastré al banco de atrás, hacia proa, para ayudar a la muchacha, que había despertado y estaba fuera de sí. Le quité la mordaza y las ataduras.

-¡Coge este cubo y achica agua!- le grité.

Juan volvió de la proa.

-La vela ya está. Ahora solo quea confiar donde nos va a dejá la Virgen y el Señó.

-¿No podemos hacer nada?- mis pies estaban helados y necesitaba actividad.

-Ahora estamos a merced del mar. Él decide ahora cual es nuestro destino.- dijo mi compañero de banco bastante tranquilo. Se tocaba los dedos, donde estaban las huellas de haber llevado muchos anillos anteriormente.

La muchacha vomitó, pero el olor ya no podía ser peor entre tanto hombre, orina y excremento. Yo también acabé vomitando por el mareo de todo aquello. No fuí el único. Mi compañero se quedó indiferente. Marcos se estaba santiguando. El tatuado estaba pensativo...debía estar demasiado acostumbrado a estas cosas.

-Nos estamos acercando a una zona que el mar siempre ha vedado a la humanidad.- dijo, como si le diera igual si alguien le escuchara.

-¿Qué quiere decir?- Marcos dejó de santiguarse y se interesó por los comentarios misteriosos de mi otro compañero de remo. Él solo se limitó a mirarnos y a sonreirnos para dar un poco de consuelo.

-Espero equivocarme...pero conozco demasiado bien estos mares, tanto como la palma de mi mano.

-¿Eres un marinero?-le pregunté agarrandome con fuerzas lo mejor que podía a la crujía. Las embestidas del mar y el cielo oscuro incrementaron y apenas podíamos escucharnos por encima de los truenos.

-¿Marinero?-empezó a reir con nostalgia- No, para nada...yo era libre en el mar. Pero si no calculo mal, la corriente nos estará arrastrando hacia Córcega.

-¡¿Qué?¡- solté un momento la crujía para santigüarme.- Que Dios se apiade de nosotros.


-¿Y qué pasa con eso?- preguntó Marcos, que no parecía conocer el significado de esas palabras.

-Eso significa, amigo mío, que pronto estaremos rodeados por rocas, humo, fuego y un Inferno sobre el mar...y Dios (o el Señor de las Moscas) sabe qué Demonios se ocultan ahí. Es una zona que hace siglos que le está vedada a los mortales.

-Incluso a los Ángeles...-completé yo recordando mis lecciones de la Historia Apocalíptica, las islas alzaba sobre el mar Mediterráneo el Firmamento Samaelita, pero la Orden fue destruida, su destino incierto y sus registros destruidos. Nadie supo qué pasó porque nadie ha vuelto o ni siquiera se ha aventurado allí. Sobre ella un Inferno bailó hasta la saciedad sobre las dos islas dejándolas estériles de vida y dejándo una jaula de marcas pestilentes. Actualmente el Inferno se aleja de las islas y bordea de forma lejana Iberia.

Me acordé de Amelia, Duncant y todos mis compañeros. Quizás este viaje para reconciliarme con Dios, con mi madre, con todos los que había hecho sufrir y limpiar mis manos de sangre inocente, iba a acabar pronto.

El mar quería mostrarnos algo y no podíamos hacer nada para negárselo.