jueves, 9 de diciembre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXIV)

La galera salía de las costas de Córcega. Los supervivientes de los ataques de los engendros remábamos casi sin fuerzas, pero con furia ante la idea de estar cerca de la salvación. Fue un viaje en galera extraño. Ya no hubo cantos de guerra ni de piedad, sólo gritos rotos. El cómitre había muerto, pero teníamos muchas más razones para remar que sus latigazos crueles. Del comité que marcaban el ritmo solo sobrevivió Juan y el chiquillo rubio, Timmy. Ninguno de nosotros quiso vengarse de ellos, puesto que eran los únicos que nos daba agua de más y nunca nos azotaba. En cuanto a los otros oficiales, soltaron los látigos y lo cambiaron por los remos. No había distinciones, no había rangos, no había ni oficiales ni chusma...solo una panda de miserables que remaban por sus vidas. Había algo bueno, el mar parecía haberse calmado en cuanto salimos de la nube tóxica de las Tierras Marcadas. La drástica pérdida de galeotes hacía que nuestra dirección fuera muy aleatoria, estuvimos vagando sobre el mar 7 jornadas sin hallar tierra. Yo caí inconsciente un par de días después de lo que pasó en aquella isla maldita, Marcos seguía desangrándose y su pierna presentaba un horrible aspecto, tomando un color poco sano. Lidia despertó al cabo de unos días y Juan remó desde la primera jornada de naufragio. Brooks el navegante y condenado a muerte por la Iglesia, intentaba establecer un rumbo, pero no lo conseguía. De alguna manera, la tierra nos evitaba de manera cruel. Al séptimo día ya no sentía los brazos, el olor era insoportable, nos desmayábamos del cansancio...

-John, ¿por qué no encontramos tierra?-le pregunté una mañana que, como todas, nos asomábamos a la borda para despiojarnos y quitarnos las chinches y posibles huevos que dejaran en nuestra piel.

-Si te soy sincero, Templario, no lo sé. A veces pienso que algo desde la profundidad del mar está desviando nuestro rumbo.
-Deja de llamarme "templario" con ese tono. ¿Algo desviando nuestro rumbo?Es una broma, ¿no? Porque si lo es no tiene maldita gracia.

- Es solo una retorcida sospecha...
-Retorcida como el Diablo mismo.- respondí.- Si eso es así, tiene que ser obra suya.

Fuí a mi puesto, el mal tiempo volvía. Marcos deliraba de la fiebre y decía cosas que no entendía, había que amputar esa pierna morada. Lidia le asistía.

-Se muere...-dijo ella negando la cabeza.
-No seré yo el que haga que deje de sufrir.- dije apartando la espada de su mirada.- Solo Dios debe decidir cuándo este hombre debe morir. No me interpondré en su plan.

"Qué excusa más mala...Isaac. Si tienes miedo, admítelo y ya está. ¿Acaso no se te permite tener miedo?"
-¿Qué plan?¡Míranos Isaac! ¿Te parece que toda esta ruina sea un plan divino?- preguntó entre los alaridos y los gritos de esfuerzos de los otros galeotes.- Casi mejor estar todos muertos.- terminó diciendo mirando mi espada.

Me acerqué a Marcos, que le temblaba el labio.

-Quiero morir...-fué lo único que dijo que se entendiera y escupió sangre. Ese engendro le había destrozado. Es como si las heridas que había recibido hubieran sido causadas para hacerle sufrir, en vez de para matarlo.

Alcé la espada con miedo...quería librarle de ese sufrimiento, pero no matarlo. No pude.

-No más sangre, por favor. Esto es una prueba más...sólo una prueba más. Salvaré mi alma y la tuya mamá. No quiero más condenación. No derramaré más sangre inocente.- dije casi en silencio y me santigué.
-¡Isaac! ¡Vuelve aquí! ¡Acaba con mi vida!- gritó el moribundo.
-¡No! ¡¿Por qué tiene que morirse todo lo que hay a mi alrededor?!
Lidia tendió su mano.
-Dame tu espada, yo lo haré si es preciso.
-No puedo...-dije tomando el remo y empezando a hacer fuerza con mi cuerpo entumecido.
"Dártela sería como matarlo yo mismo"

Entramos en otro torrente de agua y lluvia.

-¿Pero qué demonios le pasa al mar?¿Qué es eso? ¡Por todos los...!- maldijo John.
-¡¿Qué diantres pasa ahora?!- grité aun a riesgo de desmayarme.
El inglés se limitó a señalar a proa. El Leviatán nos esperaba delante con gran parte de su cuerpo fuera del mar enfurecido.
-Dios mío...
-No me jodas templario, esto no tiene nada que ver con Dios.- replicó John con los ojos casi salidos de las órbitas.

-¿Pero qué demonios hace esa cosa aquí? ¡Hace siete días que dejamos sus dominios!

Yo no sabía ni quién lo mandaba ni para qué. Ni siquiera sabía que era a mí a quién buscaba. Pero sí sabía que el Caído de la Isla de la Belleza: Samael, tenía algo que ver.

Alguien me tocó un hombro.
-¿Quién es?- pregunté a la oscuridad

-Soy Lidia, Marcos te llama desesperadamente.
-No podía haber elegido peor momento, estamos a punto de morir.

El pánico ya cundía entre los galeotes. Me senté al lado de Marcos tranquilamente, no había nada que hacer.
-¿Qué ocurre?- pregunté antes de que una ola nos empapara a los dos.
-Ya sé que no he sido un buen fiel de la Iglesia. Ni siquiera iba a la capilla de mi pueblo los domingos...pero, tú eres un enviado de ella y siempre he creído en Dios. Quiero...quiero...
-Sueltalo, Marcos.- le animé movido por la impaciencia de una muerte que podría estar cercana.
-Quiero que me confieses...antes de morir.
-¿Qué? ¡No soy un sacerdote!

-¡¿Qué mas da?!- tuvo un acceso de tos sangrienta.

-¡Vale, vale! Lo haré...eh...- intenté acordarme de cómo me confesaba ante el Pater Brahms.- Ave María Purísima.

Otra ola cayó sobre nosotros, pero permanecimos en el banco. Él me aferraba las manos con fuerza. El vaivén violento del barco era incesante.

-¡Ya viene!¡Estamos todos muertos!- gritó uno y todos comenzaron a dejarse llevar por el pánico.

Marcos me miró tranquilo

-Sin pecado concebida.- me respondió.- Dios, escucha mi perdón y acepta mi alma. Que tus mensajeros alados la eleven hasta tu Reino y reciba mi Juicio. Amigo, no hace ni un año que nos conocemos, pero estos últimos días hemos compartido nuestras vidas y bueno, tu prácticamente has estado soportando mis retailas este tiempo, has sido mi compañero de banco y de penurias... y estoy agradecido. Y al igual que hemos compartido cadenas y remos, nos hemos confiado la vida los unos a los otros en momentos de necesidad...- un llanto le interrumpió, Lidia estaba llorando, el moribundo se dió cuenta.- No llores Lidia...ya casi me he liberado. Lidia, me alegro de haberte conocido y dentro de la desgracia me alegro de que fueras tú la prisionera de la celda contigua a la mía. Nunca olvidaré esas conversaciones en el las celdas de la Inquisición, entre oscuridad y barrotes, donde aún no conocíamos nuestros rostros.- desvió la cabeza y me miró a mí.- No busco mi perdón ante Dios, pero si ante mi esposa e hijos. Lamento no haber pasado más tiempo con ellos y quizás si hubiese sido más devoto y más practicante...si hubiera pagado los tributos a la Iglesia, si hubiera dejado mi paga en los cestos de misa...no habría acabado aquí. Fue mi orgullo el que me trajo aquí. Pero lo que quiero es que mi familia me perdone...dile- escupió sangre.- dile a mi esposa...que la quiero. Que venda la panadería y viva con lo que consiga. No quiero que se hornee más pan allí. No quiero luto para ella. Viven en el ensanche de Venezia...dales esto. Es un pañuelo perfumado...ella lo entenderá.

De repente, la boca del Leviatán destrozó los mástiles, llevandose por delante las velas decoradas con ángeles y a una multitud de galeotes que habían salido a la cubierta. Las astillas nos sobrevolaron y una ola se llevó a Lidia, pero no cayó fuera de la embarcación. Marcos y yo seguimos aferrados a la crujía. Marcos me aferraba la mano, no la soltó en ningún momento. El Leviatán nos miraba muy de cerca y apartamos la vista, temblando violentamente y conteniendo la respiración, como si ignorándolo no nos fuera a hacer nada. Abrió la boca y rugió para que sus presas se movieran y pudiera localizarlas.

-Yo te absuelvo...no como pater, sino como amigo.- concluí dibujándole una cruz en la frente, después en los labios y finalmente en el rostro.
-Gracias amigo.- sonrió.- Ahora...voy a hacer lo que tengo que hacer. Mi última voluntad es que no me lo impidais-dijo azotado por la ventolera que provocaba el aullido de la bestia que se deleitaba con un oficial a unos metros. La gallera se estaba llenando de agua , la sentía por los tobillos.

Marcos llevaba cojeando en su mano una lámpara de aceite y un bote con reservas del mismo líquido que había robado del anteriormente fallecido cómitre Lúan. Se empapó con el aceite a la misma vez que aprovechaba el aullido de la bestia, que seguía ocupada con otras presas. Marcos aprovechó su despiste y la apertura de su enorme boca para meterse dentro de sus colmillos. Entre el aliento del Leviatán y la creciente gangrena de su pierna, tuvo que hacer enormes esfuerzos para llegar...pero lo consiguió. El Leviatán no estaba vigilante, sino que habría su boca para rugir. Marcos estalló en llamas dentro de ella.
Lidia se aferró al látigo de uno de los verdugos de la galera, Juan ayudaba a Timmy, el crío que repartía la comida entre los presos, a subir a la cubierta antes de que se ahogaran. El Leviatán, dolido pero ni de lejos muerto, destrozaba lo que quedaba de la tocada galera, nos quedaba un minuto para hundirnos a lo sumo. Miré atrás. John estaba aferrado al tocón del mástil...una ola se lo llevó y ya no lo vi más.

El agua me llegaba a la cintura, sentía que me hundía con todo el peso de la embarcación. Recé para confesarme. Todos intentábamos coger aire antes de ser aborbidos por el mar. Ya me llegaba el agua por los hombros y seguía subiendo. Se me heló el alma y se me escapó en forma de vaho.

- Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos,- miré a los otros galeotes, que chapoteaban histéricos y se aferraba a la única madera que se podía ver entre las olas del mar.- que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.- el agua ya me llegaba por el cuello, estaba helada, como miles de millones de alfileres de hielo sobre mis nervios.- Por eso ruego a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.



Cogí aire por última vez. Los mares me arroparon hasta el último centímetro de mi cuerpo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Un final, un nuevo comienzo.

Allí estaba. Con esa mirada de siempre que nunca lograré descifrar su significado. Como si rebosara alegría, pero a la vez la contuviera, esa expresión tan infantil, como si fingiera que estaba enfadada...y eso era, solo un fingir. Andó sobre la fina hierba tímidamente, con los hombros encogidos. Se acercó sin hacer ruido, casi con vergüenza. La pequeña me miró desde abajo, desde su mundo. La miré...y no pude contener una sonrisa. El corazón me latía con celeridad. ¿Cuántas veces había soñado con esto? ¿Cuántas veces había deseado volver? Aunque lo supiera, no serían las suficientes.


¿Quién me iba a decir que la iba a querer como si fuera mi propia hija?

-Ya estoy de vuelta, Lois.- le aseguré poniéndole una mano en su cabeza.

Ella me estampó un abrazo a traición, como siempre, sin avisar. Contuve el dolor de las heridas y dejé caer las espadas para recibir el abrazo. Lois restregó su rostro en mí, negando.

-No volváis a iros nunca más, ni mamá ni tú.- fué lo único que acerté a oir. De repente, apartó su cara para mirarme seriamente, como si temiera alguna mala noticia.- ¿Y mamá?

-Está en el carro.- le di un golpecito en la espalda para animarla a acercarse a saludar. Ella echó a correr.

Galadriel había echado a correr hace un buen rato hacia las tiendas del campamento. Me pareció verla entrar en la tienda de Gorke.

Los petirrojos saludaban a los recién llegados. Me fijé en la figura encapuchada de Kanpekiel, que hablaba con un tono extraño.

-Mi nombre es Alejandro...-estaba explicándole a todos.

"Ni muerto te vas a librar..."

Me acerqué y con violencia le eché atrás la capucha. Su rostro quedó al descubierto y a los petirrojos se les cambió la cara al reconocerlo. Nunca había leído tanto odio en tanta gente junta y armada. Tampoco oí tantas armas de fuego cargarse a la vez tan rápido. Uno de ellos se acercó mascando algo.

-¿Tú no eras el pollo que entregó a la cría?- preguntó amenazante. El resto asintió con la cabeza, crujiendo nudillos.

-Todo vuestro.- dije para salir de la escenca y seguir mi camino.-Supongo que tendré que informar al superior.- fuí cojeando hasta la tienda. Suspiré antes de entrar.



Aparté la lona y entré en la tienda. Gorke estaba en un enorme escritorio lleno de mapas, hojas, tinta y alguna pluma. A su lado en el suelo, estaba Galadriel histérica al lado de Noxel, que estaba en el suelo, inconsciente.

-Déjalo Galadriel, aún le quedará un rato para despertar...he tenido que sacudirle bien para que no se escapara.- le aseguró Gorke sin apartar la vista de los documentos que tenía en la mesa. La urielita no cejó en su empeño y seguía llamando al inconsciente.

-Ehh...-comencé a decir, no sabía lo que había pasado pero me lo imaginaba. Hice el saludo militar profano, mano a la frente y pies juntos.- Se presenta el soldado Isaac, señor.

Gorke levantó la mirada y se levantó con una sonrisa bajo el mostacho. Me tendió el brazo y nos saludamos de forma fraternal. Estrechando el brazo, no la mano.

-Por fin alguien que se presenta como se debe.- dijo él contento echando una mirada a Galadriel

-Ya es dificil perder la costumbre.

-¿Cuántos habéis vuelto?- preguntó más serio

-Todos.

-Todos y...

-Y más... de los previstos.

-¿Qué? ¿Cuántos?-preguntó un poco incrédulo.

-Tres más.

-Vaya...-dijo tras una larga pausa-.Eres bueno, chico. Vayamos a verlos.-dijo saliendo, me apresuré para alcanzarle.

-Bueno...hay algo más que tendría que decirle...



Pero no hizo falta. Gorke ya había visto a Kanpekiel. Aunque sin alas...seguía teniendo la misma apariencia. Se acercó a él, dejando poco espacio. Gorke se mantuvo ergido, inamovible.


-Donde está mi rifle.- murmuró sin quitarle los ojos de encima al traidor.

-Aquí señor.-le alcancé el arma.

Metió una bala en la recámara y se acercó. Los soldados curiosos abrieron paso a su lider, escoltandole hasta Kanpekiel.

-Dime por qué has vuelto y por qué demonios no debería matarte.

El caído, ahora mortal, agachó la cabeza, pero no la vista.

"No está arrepentido, pero...¿nos respeta?"

-Solo...quiero redimirme.- fue lo único que dijo para defenderse.

-Quiero que mañana estés fuera de este campamento. Puedes quedarte esta noche, no más. Es una oferta muy generosa. Si mañana sigues aquí, les diré a mis chicos que tiren a matar. ¿Me he explicado?

Parecía que Kanpekiel esperaba algo más de comprensión o perdón. Es cierto que le salvé la vida en el Infierno, pero aunque nuestras intenciones no sean malas...no quiere decir que seamos unos santos.

-Sí.-dijo el ex-miquelita tras una larga pausa.

-Muy bien.

El líder petirrojo pasó de largo sin mirarlo siquiera y se dirigió al carro, con los supervivientes que aún descansaban en él. La muchedumbre se despejó y Kanpekiel se quedó de pie mirándo su entorno mientras volvía a ponerse la capucha. Lois volvió de las carretas y se agarró a mis ropas. Galadriel había salido para ver lo que pasaba. Me agaché para hablarle a la pequeña.

-Lois, ven conmigo.- le tendí la mano, que apretó tiernamente.

La llevé de la mano un rato por el claro. La solté para acercarme a la figura encapuchada de Kanpekiel, lo cogí de la nuca y violentamente lo empujé hasta la niña. Le pateé la articulación de la pierna para ponerlo de rodillas delante de ella y entonces...mostré su rostro ante sus ojos.

"Espero que me perdones, Lois"

La mirada del caído y de la niña se cruzaron. Él la miraba desde el suelo y ella desde arriba. Lois abrió los ojos con pánico, como si hubiese descubierto el monstruo de debajo de la cama existía en realidad y no una pesadilla que se guarda en el fondo de un baúl. Y en parte, así era, nadie le había causado tanto daño, y ella había sufrido mucho en su vida. Lois retrocedió lentamente sin dar la espalda, pero Galadriel estaba detrás y la tomó dulcemente de los hombros para que no escapara. Ella también creía que debía enfrentarse a su demonio.

Tomé de los pelos a Kanpekiel, que se dejó hacer, sumiso. Le alcé la cabeza, llevando su oído hasta mis labios.

-¿No querías redimirte? Pues esta es tu oportunidad.- le bajé su cabeza, quecasi se hunde bajo los pies de la niña.

-Yo...yo...no sé que decir.

-Empieza con sentir todo el daño que le has hecho.- miré a Lois y le hice un gesto con la cabeza, para tranquilizarla, pero seguía inquieta.

-Lo siento...

Volví a alzarle la cabeza y a amenazarle al oído.

-Tendrás que esmerarte un poco más. -le obligué a que mirara a Lois aún de rodillas.

"Suplíca maldito. Suplica perdón a la niña indefensa a la que dañaste...por la que casi perdemos la vida todos"

-¡Lo siento! Yo...yo...yo no sabía que aquello iba a suceder así, no sabía que sufrirías. No sé cómo pedir perdón. Lo siento.

Lois seguí recelosa con las manos de Galadriel apoyadas en sus hombros detrás de ella. Miró a Galadriel, que y con la mirada le dió a entender que se iba a soltar. Se acercó al ex-miquelita, aún arrodillo frente a ella.

-Te perdono-respondió con la boca pequeña.- Pero no perdono el daño que le has hecho a mi papá y a mi mamá.

Dicho esto, se fué corriendo y nadie se lo impidió. Levanté al preso cogido del pelo y lo empujé.

-Ya puedes largarte.

Galadriel se quedó de pie, con las alas un poco inquietas. Me miraba un poco triste. Era normal, ¿cómo había acabado todo así? Hace tanto tiempo de cuando nos conocimos...apenas yo me reconozco. Ni siquiera en el reflejo me identifico. Los años no pasan en vano y el sufrimiento es expereciencia.

Sentía que había vivido tanto en tan poco tiempo... También sentía que en mi vida se empezaba a escribir mi final. Presentí que vivía el principio de un final incierto...un final en el que se había empezado a derramar tinta.

Le devolví la mirada a Galadriel. Fue una mirada cansada y triste.

-Tenía que hacerlo.- me disculpé.

-Lo entiendo.- dijo el engel asintiendo con la cabeza.

-Perdóname.- eché a andar a la caravana de carros.

Allí estaban todos los que habíamos traído del mismísimo Infierno. Dormían aparentemente y no sé cómo podían hacerlo...llevaban durmiendo en el purgatorio tanto tiempo...

Miré el rostro de mis padres, descansando apaciblementes. Mis padres, perdidos allá tanto tiempo.

"¿Se acordarán de mí? ¿Me reconocerán? ¿Tendrán historias de mi infancia para contarme? ¿O todo fue sufrimiento?"

De repente sentí una duda dolorosa en el pecho.

"Se...¿se sentirán orgullosos de mí?"

De repente, la figura del Pater Brahms abrió los ojos. Estoy seguro que me vió, pero no dijo nada. Yo, con una punzada en el estómago, me fuí de la escena rápidamente, temeroso. Rechazando aquél encuentro que tanto ansié en toda mi vida.

Un soldado atendió al recién levantado. Pero éste no quería atenciones, solo respuestas.

-¿Quién es ese hombre...?- preguntó al guardia que le asistía.

-Eh... no le he visto, señor. No lo sé.

-Es extraño, juraría que...

Escuché el familiar sonido de mis p isadas por la hierba, alejándose.

"Por favor, sentíos orgullosos de mí"

jueves, 2 de diciembre de 2010

Mal cambio sería...

¿Pero qué cojones...?
Vale, mi vida desde que entré en esta mierda no ha mejorado mucho...quizás casi nada. Pero bueno, entonces, si no estuviera aquí ¿qué cojones estaría haciendo ahora? Probablemente me estuviera pegando de ostias en la calle con otras bandas callejeras o mangando carteras, pero...¿qué alguien pague para verme muerto? Es absurdo. Seguro que yo no soy el verdadero objetivo de toda esta mierda, no soy tan importante, pero aun así estaría muerto.

¡Su puta madre! ¿De qué cojones me ha servido entonces no meter las narices en lo que no fueran mis asuntos? ¿Para qué coño me ha servido no abrir la boca durante todo este tiempo?

Bueno...es que tampoco se me da bien las ostias verbales, que le vamos a hacer. Esa se las dejo a Gabriel y sin embargo Mariam las mata callando...pero las mata. Fuera de lo militar, no soy divertido, no soy hablador, no soy interesante, soy un puñetero mueble, pero porque no me interesa nada de todo esto. Esta causa (¿qué causa?) no es la mía. La raza...se supone que son los míos, y sin embargo ¿qué cojones han hecho por mí? Casi lo mismo que el resto. Si muevo un dedo, lo hago por Gabriel o por Mariam, quizás el novato (aunque no me fíe un pelo de lo que se le pasa por la cabeza, sea suyo o alguna paranoia que le metan en la cabeza, como si las suyas propias no fueran suficiente).

¿Pero yo que cojones hago aquí? Lo único que hago aquí es esperar a que me necesiten.

Ya no me queda nadie. Gabriel sacó a Laura de toda esa mierda en la que le metí sin yo quererlo, ni me acerqué a ella apenas para salvarla...eso era lo que quería ese cabronazo manipulador, que me acercara a ella, pero fui tan cabezón que no quise darle el gustazo. Aunque ahora que lo pienso, quizás fue una cagada por mi parte. En fin...sin Gabriel y sin Mariam quizás ella siguiera aquí y yo estaría más amargado de lo normal. He decidido no volver a verla, no haría más que empeorar las cosas. Y hay algo que se aprende aquí...y es a no querer nada, porque cualquier cabronazo te cogerá por ahí.

Y encima, he atraído una mala bestia que casi nos mata a todos. Resultado, Gabriel con una hemorragia interna y Mariam en coma, cojonudo...y el más prescindible de los tres sano y salvo. ¡Manda cojones!

"Veo que tienes dos nuevos vectores" dice Momotaro, no se si admirado o aburrido.

Sí, pero no los quiero a costa de la vida de dos...¿amigos?
Sería un mal cambio.

¿Para qué quiero dos vectores más...si no puedo protegerlos?

Amigos...
Ni puta idea. Nunca los tuve. Creo que se nota.

Aún así...quiero protegerlos. Aunque saben cuidarse mejor que yo... Por fin sé qué hacer con estas cosas que llaman vectores. Ahora sé para qué los quiero

Quiero darles ese uso...aunque sé que no me necesitan.