lunes, 20 de julio de 2009

Los Ángeles de la Muerte (VIII)

Clavé la espada sobre un soldado que había tropezado al intentar huir. El grito que profirió el desgraciado al arder su alma fue el último que se escuchó en la batalla de los campos devastados de la antigua Zurich.

Sentía una sensación horrorosa, y no luchaba en condiciones. La espada que portaba no era la mía. No era mi espada flamígera. ¿Qué iba a ser de mí? Había oído historias sobre gabrielitas que, al peder sus espadas se habían vuelto locos. Incluso se hacían rituales que concluían en suicidio. Nunca me inaginé que esto me pasaría a mí.



La batalla había acabado, y los Ángeles de la Muerte, excepto yo, habían partido nada más derrotar al enemigo para levantar los asedios que acosaban a toda Europa.

Me pasé la mano por la frente, para quitarme el sudor, aunque allí había más sangre que sudor.


Totalmente trastornado y enloquecido por la pérdida de mi espada, me di media vuelta, hacia la fortaleza, y andé arrastrando los pies pasando entre los cientos de cadáveres que se había cobrado la batalla.

Por lo que veía, había mucho alboroto, y cosas muy extrañas. Mucha gente salía a toda velocidad montados en transportes sospechosos, que se movían solos.¿Podrían ser vehículos heréticos?¿Tecnología prohibida?

Cuando llegué, allí no había nada sospechoso. Todas las puertas del asentamiento habían caído excepto las del monasterio, el castillo que refugiaba a los civiles y heridos. Las casas humeaban por el fuego recién extinguido, los aldeanos buscaban supervivientes entre los montones de cadáveres, otros, simplemete buscaban a sus seres queridos. Los niños del asentamiento rodeaban a los Engels, jubilosos, alabando a sus salvadores, sobre todo a Galadriel, aunque su rostro decía que no se veía como una salvadora. No me acerqué, estaba harto de estar rodeado, y después de una batalla siempre me muestro irritable, sobre todo si había bajas. Clavé la espada en el suelo, mientras miraba a los Engels atender a sus admiradores con aire cansado. Entonces, me di cuenta de que faltaba uno de los niños. Una niña, para ser exactos. Qué más daba. Todo daba igual. Había perdido mi espada flamígera. No, era algo más que una espada, ella y yo teníamos un vínculo poderoso, como si ella también tuviera alma, ella se manejaba entre mis manos, y en vez de un arma, era una prolongación de mis brazos. El dolor de la pérdida comenzó a ser fisíco, un dolor lacerante y fuerte. Lo úlitmo que recuerdo es acercarme a una pared y estrellar mi rostro con violencia contra la dura piedra.





Cuando recuperé el conocimiento... el engel conocido como Miguel, era otro totalmente diferente. Y todo por una espada. Mi espada... que en algún momento de mi caída, se la había tragado el Infierno.
_________________________________________________

No se cuánto tiempo estuve inconsciente, pero cuando desperté, casi preferí no haber abierto los ojos. La herida me dolía demasiado, y parecía que me estaba corroyendo por dentro. Pero notaba algo extraño en mi pecho, no podía moverme con facilidad, como si me hubieran embutido en tiras de papel. Hice un esfuerzo para agachar la cabeza, y ví mi colgante con forma de ángel, parecido a una cruz, donde ponía mi nombre y a la orden a la que pertenecía, para identificar a un posible...cadaver. Más abajo, vi que mi torso estaba completamente vendado por tiras blancas, empapadas por la sangre de la herida que cubría. ¿Quién? Miré a todos lados, no se cómo, pero creo recordar que antes de desmayarme bajé de la muralla. Me encotraba sentado en el suelo, apoyado contra un gran bloque en pie de la muralla. Parece que los niños celebraban en la plaza de la ciudad-fortaleza la llegada de sus salvadores: los Engels. Suspiré, ser Templario era horrible, te entregas a una lucha en el que sólo eres un peón y nadie espera nada de ti, salvo caer por la causa de Dios; y claro que es cierto que el mérito es de los Engels, que son los que ganan las batallas, pero...¿Qué mérito tiene ser carne de cañón? ¿Cuántos quedábamos de mi Compañía? ¿Duncant, Amelia y yo? Sentí una punzada horrible en el pecho, no era la herida, era el alma. Había recordado que Amelia podría estar muerta.

Giré la cabeza velozmente al notar la presencia de alguien. ¿Cómo no la había visto? Había una niña delante de mí, aunque alejada y medio escondida, la veía perfectamente. Me miraba, sus ojos estaban tristes, sin embargo, sonreía débilmente.
-Hola.-dije, pero las palabras me salieron débiles, acompañadas por un hilo de sangre en la comisura de mis labios. Sonreí con las fuerzas que me quedaban para que no tuviera miedo.
-Hola.-dijo ella, como levemente contenta. Era extraño, parecía que me esperaba.
-¿Qué haces aquí?¿Por qué no estas con los otros niños?-dije intentando mantener una conversación para no volver a desmayarme del dolor.
-Ellos están con los Engels.-respondió saliendo de su medio escondite, era prácticamente una cría.
-Claro, es normal. Están dando gracias a sus salvadores.-me comenzó a mirar extrañada.
-¿Salvadores?-se acercó a mí, y no comprendo por qué motivo, me puso una mano en la frente, como si quisiera medirme la temperatura.
La miré, ahora tenía la mirada ausente, como si mirara algo que no fuera a través de los ojos.
-Si. Vuestros salvadores. Los que han luchado por vosotros. Los héroes.
-Tú has luchado.
-¿Cómo lo sabes? Ni siquiera puedo mantenerme en pie.
-Lo he visto.- ¿dónde lo había visto? me pregunté.
-Solo soy un peón. Los Engels son verdaderos héroes, con esas dotes de vuelo, lucha, saber...sin duda son enviados del Señor.- miré al cielo sin saber que buscar pero la niña me interrumpió.
-He visto que has luchado contra lo inombrable, has luchado contra lo imposible siendo un simple mortal, sin poseer las grandes habilidades y poderes de los Engels por una causa que realmente no conoces a fondo. No eres un héroe, no, y has luchado sin serlo. Y eso te convierte, para mí, en uno.

Me abrazó de forma bruta, como cualquier niño abrazaría a alguien que hace tiempo que no ve. Se estampó contra mis vendas y, por consiguiente, en mi herida. Ahogé un grito de dolor, y le acaricié los cabellos. Parecía totalmente afectada.
Las lágrimas brotaron en mis ojos de forma torrencial. Entre las lágrimas ví a un niño dirigirse hacia nosotros. Bueno, realmente se dirigía hacia la niña.

-¡Lois, Lois!¡Los Engels van a partir dentro de poco!¿Qué haces aquí perdiendo el tiempo con un guardia? ¡Vamos!
Suspiré y le despedí con la mano. Ella, antes de echar a correr, me dijo con una sonrisa fatigada.
-Volveremos a vernos. Si lo deseas.

Y se fue. Curiosamente era verdad, la volvería a ver, aunque dentro de varios años. Creo que ella lo vió en lo más profundo de mi alma.

Intenté levantarme. Me agarré de forma penosa en los huecos del muro donde estaba apoyado. Caí, pero alguien me sujetó durante la caída.

-Muchacho, no es momento de caer. Al menos, no después de haber sobrevivido a una batalla de tal calibre.
-Gorke...- se puso un dedo en los labios, para que no hablara, parecía triste.
-Isaac, hay alguien que te quiere ver, quizás antes de marcharse.
-¿Tan mal está?
-Si no viene un rafaelita ahora mismo, si.-me puso el brazo alrededor de él y me llevó a pulso, prácticamente, pues apenas podía mover las piernas.
-¿Y Duncant?
-Buscando ayuda enloquecido.

Fuímos rápidamente hacia el monasterio. EL campo de batalla, mejor ni describirlo. Noté que cuanto más me acercaba al monasterio, más lento caminaba. Gorke aunó fuerzas para llevarme incluso a pulso.
-Venga muchacho, este no es momento para acobardarse.-me recriminó mi antiguo sargento.

Subimos las escaleras, y atravesamos la débil puerta del monasterio-fortaleza. Allí había dispuestas, nada más entrar, cientos de mantas, con sus respectivos heridos, moribundos y muertos. El olor que desprendía el lugar era el nausebundo olor de la miseria y la muerte. Fui donde estaban mis compañeros y amigos, al fondo de la sala. Cuando llegué ya estaban retirando los cuerpos de Alejo y Jacob. Seguramente habrían fallecido durante la batalla. Jacquelin, la francesa se había incorporado, con una venda que cubría toda su cabeza, empapada en sangre, y estaba alejando de ella sus espadas gemelas, llorando la muerte de su compañero de armas, Jacob. Por otro lado, Johan, el más culto de la Compañía, había perdido un ojo, pero estaba tranquilo, y ojeaba la Biblia, para variar. Busqué instintivamente a Ilse, la exploradora, pero recordé que ella había muerto hace un tiempo, cuando comenzamos esta misión suicida. Habían puesto otra manta, que era ocupada por Amelia. Gorke, se colocó detrás mía y miró a sus antiguos soldados...a los que quedaban.

-Intenté advertiros que la Iglesia os mandaba a una misión suicida. Y aún así fuisteis. No sé si sois valientes, o estáis majaras.

Jacqueline y Johan se quedaron boquiabiertos.
-¡Armatura Gorke, está vivo!-dijo la francesa.
-Pues claro que estoy vivo, muchachos. Lo único que hice fue desertar de la Orden.-dijo bastante irritado por la confusión y cansado de dar explicaciones.
-Pero nos dijeron que había muerto.
-Mentira.

Se hizo un silencio entre nosotros. Sólo se escuchaban los gemidos de los moribundos. Supongo que el silencio se debía a la duda que nos asaltaba a todos en ese momento. Duda que iba a aclarar.

-¿Por qué nos abandonó en esta misión suicida?
-Os advertí de esta misión. E, Isaac, nunca os he abandonado. Os he estado protegiendo las espaldas todo este tiempo y siempre lo haré. ¿Por qué crees que hemos llegado tan rápido para auxiliaros?
-¿Usted solo?-Gorke me pegó una colleja ante la pregunta como si esperase una pregunta tonta.
-¿Cómo voy a ayurados yo solo? Piensa, Petirrojos.
-Petirrojos...¿Como Nicholae y Josué?
-Exacto, a ellos recurrí. Y ahora soy sargento.
-¿Sargento? ¿Tan rapido?
-Muchacho, tengo más experiencia en combate que esos jovencitos, y encima, he dirigido a los mejores Templarios, y conocido las estrategias de la Iglesia.
-Pero ahora eres un hereje...creía que eras creyente.
-¿Quién dice que ahora no?
-Portas la tecnología que ha prohibido Dios. La que ha llevado este mundo al traste.
-Sólo he cambiado en la manera de servirle a Él. Aunque sea una manera, bastante diferente. Puedes definirlo como combatir el fuego con el fuego. A efectos de juego, hago un favor a la Iglesia, siempre que no se ponga de por medio.

Amelia ya había sido colocada entre las mantas, y un curandero intentaba sanar sus heridas. El curandero estaba bastante angustiado...aquello no marchaba nada bien. Seguía sin recuperar el conocimiento, y había dejado de respirar, me miró y se dirigió a mí . Me arrodillé a su lado, sin poder hacer nada por despertar a mi compañera de armas. Las lágrimas afloraban y brotaban violentamente, limpiando la sangre de mi rostro, acompañado de espasmos de ira ante tal horrible situación. El rostro de mi binomio estaba empapado en su propia sangre, y se estaba formando pequeñas costras rojizas al comenzar a secarse alrededor de la herida abierta. Hundí mi rostro en su manta, encharcada del líquido de la vida, y me ahogué en el olor cobrizo de la sangre. Mi cabeza se movía involuntariamente, restregando mi cara por la manta sofocando el llanto, temblando de miedo, llegué al cuello de la moribunda, también herido. Mi mano le apartó los cabellos grasientos del rostro ceniciento con unos temblores que impidieron la delicadeza en el gesto. Mis lágrimas bañaron su cuello, y luego lentamente pero implacable, llegué a su oído.

-Amelia, no te rindas. Nos dijiste que no nos separaría nada, que nosotros estábamos por encima de ángeles y demonios, la muerte no debe ser un problema entonces para tí. Pero si vas a morir, al menos prométeme que lucharás mano a mano contra ella. ¡Maldita sea! ¡Respira!- Sin darme cuenta, pues de otra manera no lo haría, besé su rostro ensangretado, estampé mis labios sobre la sangre seca de su mejilla y corrieron sobre las comisuras de mis labios su sangre fresca. Saqué la pluma de engel que llegara hasta mí desde el cielo antes de concluir la batalla, y sin pensarlo, le di alas con un soplo, acompañado de un deseo que se escapaba por la ventana.
Entonces...comenzó a toser violentamente. Y yo creyendo que se marchaba me arañé el rostro, apartando hileras de sangre con las uñas como un rastrillo que atraviesa un mar rojo, y quise huir. Una mano me lo impidió. Un débil susurro me bloqueó. Un moribundo comentario, me clavó el alma.

-Morir...sería demasiado fácil.-dijo ella con una sonrisa, y los ojos entornados.

Unas alas se interpusieron en el camino de mi visión que agregó algo estupefacto:
-Realmente para que despertara necesitaba algo más que un rafaelita. Soy Noxel, y voy a curar a vuestra compañera de armas.
Una sombra que venía de frente se estampó contra mí sin darme opción a esquivarla: Duncant. Fue un abrazo violento y afectuoso, también lloraba amargamente.
-Ha sido duro, pero he encontrado un rafaelita. Saldrá de esta. Gracias por mantenerla despierta. Si alguien podía hacerlo, ese eras tú.

"¿Yo?" pensé y ahí se quedó toda idea, puesto que mi compañero se había estampado contra mis vendas y me concentraba en que no se me notase una mueca de dolor en mi cara. Una persona se apuntó al abrazo, nuestro ex-armatura Gorke, segundos más tarde, se sumaban el resto de mi Compañía de Templarios: Jacqueline y Johan, unos pocos de todos los que iniciamos este camino. Ese abrazo me destrozó el cuerpo, pero me alivió el alma. Y las palabras de la rafaelita que me salvara la vida en batalla retumbó haciendo eco en mi ser.

"Siempre hay algo por lo que luchar..."

domingo, 19 de julio de 2009

Los Ángeles de la Muerte (VII)

Me acerqué a Galadriel despacio, pasando entre los niños rezando.
-¡Galadriel!¿Qué haces? Tus oraciones no van a detener el Inferno.-ni siquiera me miró. Malditos urielitas y su mutismo.
-No están solos.-me sobresaltó una voz por detrás.

Me giré y vi a un engel con un libro bastante grande. Inconfudiblemente estaba ante un Ramielita, conocedores de la Palabra de Dios.
-¿Cuál es tu nombre, ramielita?
-Zamiel.¿Quién es la engel que reza con los niños?
-Es nuestra urielita, Galadriel.
Sin hacerme ni caso se dirigió a Galadriel y le susurró:
-Galadriel, llegaste a tiempo. Y has traido ayuda a estas gente. Lo hiciste bien.-Galadriel se giró con el rostro devastado por las lágrimas, debido a la emoción de la oración donde estaba sumergida.
-Gracias.-dijo suavemente.
Me pusé entre los dos.
-¿Pero por qué nadie se da cuenta de que vamos a morir todos si no salimos de aquí?
-¿Cuál es tu nombre?
-Miguel.-al decirlo abrió muchos los ojos, y seguramente pensaría como todos: "menuda herejía de nombre"
-Bien, Miguel-hizo una pausa como si pensara: "si ese es tu verdadero nombre"- Mira el Inferno.


Lo miré. Parecía debilitado, y había perdido altura.
-¿Está desapareciendo?
-Sí y no. Esto que tenemos ante nosotros ni siquiera se le puede llamar Inferno. ¿Por qué? Pues porque aún está naciendo. Pero como todo nacimiento, hay un riesgo elevado de muerte si no se mantiene en buenas condiciones.
-¿Y ahora está en malas condiciones?
-Exacto.
-¿Por qué?
-Mira a tu alrededor. A tu alrededor ha habido sacrificio, lucha, y esperanza más allá de toda lógica. ¿Crees que el infierno se alimenta de eso?

Siempre había pensado que los ramielitas eran prescindibles, pero ahora veía, que el saber era también un arma, y de las poderosas.
Sin previo aviso, escuché un cuerno de guerra. Los Tentados volvían a la carga, desesperados por conseguir una victoria que habían saboreado. Y encima venían con los engendros que habían sobrevivido. Entonces, escuché un grito. Un grito alto, claro, y sentenciador, desde los muros de la ciudad. Alguien maltrecho ondeaba un estandarte desde una de las más altas torres derruidas, como haciendo señales al cielo con la bandera.

-¡¡Sub umbra alarum tuarum angelus!! ¡¡Sub umbra alarum tuarum angelus!!

La figura que gritaba a lo lejos parecía cansada, y señalaba al cielo como si de un profeta se tratase. ¿Qué era lo que gritaba?


-¿Qué dice?-le pregunté aprovechando la presencia del ramielita, preparando la espada para el combate, pues el enemigo volvía.
-Es latín. Un dicho conocido de los Templarios. "Protégenos bajo la sombra de tus alas, ángel"
-¿Y por qué no lucha él?-dije un poco fastidiado.
-No lo entiendes. Mira hacia donde apunta su estandarte.-Zamiel sonreía enigmáticamente.
-Ya lo he visto, apunta hacia el cielo y allí no hay...

Si, si había algo. Decenas de ángeles poblaban el cielo, y no ángeles cualquiera. !Eran la mayoría gabrielitas! ¡Una legión de Ángeles de la Muerte! Alzé la espada prendida en llamas y saludé a los engels ataviados de negro, justo como visten los gabrielitas.


-¡Ángeles de la Muerte...!
-¡...marchan a la cruzada!-respondieron los ángeles a mi grito, espadas flamígeras en mano acompañada de acrobacias de batalla en el aire.


Ni qué decir tiene de que el enemigo se batió en retirada, dando por perdida la batalla. Los engendros cayeron bajos las hojas de fuego de los Ángeles de la Muerte, y el Inferno inexplicablemente se desvanecía.


Los Ángeles de la Muerte caímos sobre los enemigos de Dios.



_______________________________________



Duncant se llevó el cuerpo de Amelia hacia el monasterio. Y yo me quedé rezando. Gorke se fue a lo más crudo de la batalla con la ametralladora. Antes de marcharse me soltó.

-Muchacho, reza. Pero rézale a Dios, al que hay dentro de ti. No al de la Iglesia.


Y eso hice. Mi primera oración fue para Amelia, y el resto vendría por detrás. Recé, a la misma vez que cientos de niños sin saberlo. Intenté subir una plegaria simple, pero sincera, al cielo. Y el cielo me respondió, bajando una pluma desde él. ¿Una pluma?
-No puede ser...-dije totalmente incrédulo atrapando la pluma que flotaba lentamente ante mis ojos.
Aún había esperanza. Contra todo el dolor que recorría mi cuerpo, me levanté y fui a las murallas. Para ello atravesé el campo de batalla, en el cuál ya estaba disminuyendo la violencia, pues la batalla estaba llegando a su fin. Durante el camino saqué un estandarte, clavado en el suelo, sujetado por el cadaver de un Templario. Corrí, saltando obstáculos y cuerpos de humanos y engendros por igual,. Las imágenes del lugar que recorría pasaban veloz a mi alrededor. Lo único que recuerdo de la carrera es al miquelita Kanpekiel de pie, con los ojos cerrados, sobre el cuerpo del engel oscuro. Llegué al muro, y subí las escaleras, sin cuidado alguno, llevando el estandarte angélico. Llegué a los más alto de la muralla, y vi que el enemigo se reagrupaba para atacar. Tenía que hacerles dudar, confundir al enemigo, para hacerles ganar tiempo a la ayuda que se avecinaba, para proteger a las personas indefensas que había fuera y dentro de la ciudad. Grité de forma triunfal, a pesar de que no teniamos fuerzas para seguir luchando y yo estaba a punto de desmayarme.

-¡¡Sub umbra alarum tuarum angelus¡¡ ¡¡Sub umbra alarum tuarum angelus!!

Moví freneticamente el estandarte, buscando alguna compañía de engels por ahí. Tenía que haberla, una pluma había caído del cielo. Tenía que haber un engel cerca...¿uno?
Sin darme cuenta decenas de engels volaban a mi alredeor, por encima del muro. Alguien gritó.

-¡Ángeles de la Muerte...!
-¡...marchamos a la cruzada!-vitorearon todos los engels volaban por encima de mi cabeza.

Los Tentados, al quedarse paralizados por mi grito, no les había dado tiempo a matar a los reunidos fuera de la muralla, la mayoría niños. Pero los engels, se encargarían del enemigo...


Así que ya podía desmayarme.

viernes, 10 de julio de 2009

Los Ángeles de la Muerte (VI)

Volamos a toda velocidad, escuchando como rugíamos con el viento que nos chocaba en el rostro. El Inferno se hacía tan grande a medida que nos acercábamos, la sensación que sentía al verlo, una sensación de sentirse insignificante, se hacía abrumadora. Yo, el gabrielita Miguel, dejé de mirar el objetivo y comencé a mirar la tierra, bajo mis pies, donde se estaban reorganizando los herejes fuera de la ciudad, y alababan al inferno y daban gracias a su tenebroso Señor de formas macabras. Desconcertado me di cuenta de que empujaban a un gran grupo de personas dirección al gran tornado de fuego. Me fijé y horriblemente me di cuenta de que eran civiles de Zurich, pero eran unos prisioneros de guerra algo extraños. ¡Allí solo había niños! Aquellos desgraciados iban a ofrecer niños inocentes al Inferno, pues los herejes gritaban:

-"Oh, Señor de las Tinieblas, conocedor del verdadero camino, que compartes tu poder con los mortales que lo desean, haciendo de los débiles personas de valor, te ofrecemos la sangre de los niños inocentes para que les salves de la ceguera de la falsa Iglesia, siervos del falso Dios. Por favor Señor Tenebroso, sálvalos y muéstrales el verdadero poder de un Dios."

Intenté contactar con el miquelita de mi compañía, pero me fue imposible, algo mantenía ocupada toda su atención en ese momento y no contestó. Entonces probé con Galadriel.
-Galadriel, necesitamos que rescaten a los niños de la ciudad.¡Van a ser sacrificados!
-¿Qué?-fue la histérica respuesta de la interlocutora.
-Vamos nosotros, no te preocupes.
-¡No, vosotros encargaros del Inferno, sacaré a los Santos de allí!
-No llegues tarde.
-No lo haré. Llegaré a la ciudad en cuestión de segundos.
-¿Ya traes los refuerzos de la Iglesia Angélica?
-Esto...no exactamente.


Miré hacia a mi compañero Raifel, y asentimos mutuamente con la cabeza y acto seguido como un ángel y su sombra ascendimos al cielo y nos introducimos en las nubes para no ser vistos, y así pasaron de largo los primeras libélulas contaminantes: las hembras exploradoras. No debíamos luchar contra ellas, pues de ellas se podían ocupar los engels de la ciudad, incluso los humanos; pero nosotros, los Ángeles de la Muerte, íbamos a enfrentarnos al grueso del enjambre, a los peores demonios. Esperamos dentro de las nubes, y rezamos antes de entrar en combate, mirando lo que asomaba de Inferno por encima de las nubes, tragándoselo todo, haciendo arder hasta el mismísimo cielo. Raifel terminó de rezar antes que yo e interrumpió mi oración.
-Las hembras exploradoras ya habrán pasado de largo, ahora irán a buscar presas que inutilizar para las obreras. Es la hora.

Con un gesto de la cabeza la di a entender que estaba de acuerdo. Las espadas flamígeras prendieron en nuestras manos y rasgamos el cielo cayendo hacia el suelo a través de las nubes. Los engendros ni siquiera sospechaban que iban a caerles dos engels desde el cielo que creían dominado. Al terminar la nube entramos en otra compuesta totalmente de engendros de mayor tamaño, a ser posible, que volaban con fuerza, arrastrando todo lo que podían a su paso. Sin embargo, los engels del Arcángel Gabriel, nos abrimos paso, y comenzamos a segar entre aquella marea que intentaba arrastrarnos a la desesperación y la muerte. Yo y Raifel lanzábamos efectivos mandobles de fuego a diestro y siniestro, acabando con todo demonio que intentaba enfrentarse a nosotros o pasar de largo. La marea fue contenida, ahora solo tocaba resistir. Raifel y yo no parábamos de gritar. Atravesé a dos de una asestada, me giré y abrí otro en canal dejando bañarme con sus vísceras y desechos. Giré de forma habil la espada con sucesivos movimientos de muñeca, manteniendo la espada como un ventilador de fuego, y las 4 libélulas a las que me enfrentaba retrocedieron chillonas en el aire. Grité a mi compañero sin perder de vista a las libélulas que tenía encima.

-¡Nos están rodeando!-grité mientras una de las libélulas se mataba contra el ventilador de fuego que tenía por espada.
-Es lógico, estan aprovechando su superioridad numérica. Ahora intentarán aislarnos.-Raifel esquivó una garra mortal con una batida de alas.
-¡Vámonos! ¡Ya hemos aguantado demasiado! ¡Nos matarán!-grité histéricamente retrocediendo ante los cientos y cientos de insectos gigantes.
-¡Eso es lo de menos Miguel!¡No podemos permitir que lleguen a la ciudad!¡Además son monstruos, no saben lo que hacen, no tienen inteligencia!-al decir eso vi horrorizado cómo Raifel vomitaba sangre. Un agijón enorme había salido de entre las nubes por donde habíamos caído sobre nuestros enemigos y había atravesado todo el pecho del gabrielita. Entonces comprendimos que aquellos demonios tenian una inteligencia colectiva fría y calculadora. Y nos convertimos en los cazadores cazados. Me acerqué a sacarle aquél agijón del cuerpo...pero era terriblemente enorme, ese agijón no pertenecía a una libélula contaminante, o al menos, no a una normal. Raifel me hacía señas para que me retirara.

-¡Huye!-consiguió decir escupiendo sangre-¡Yo me encargo de la Reina!

La Reina...

Ataqué a la Reina del enjambre mientras se regodeaba removiendo el enorme agijón en su presa, mientras lo hacía, sus crías comenzaron a chillar ensordecedoramente y me atacaron con más odio y furia si cabe. Pero fue peor, la Reina retiró su agijón y dejo caer el cuerpo inerte del engel. No pude evitar mirar a Raifel caer con las alas totalmente sueltas y dejadas, esos segundos de distracción casi hacen que me matara la Reina, que arremetió contra mí. El agión fue lanzado contra mí, pero lo esquivé gracias a la agilidad de David, y lancé un mandoble al agijón que tenía junto a mí. La hoja de la espada rebotó contra la capa quitinosa de la bestia, que chilló como si quisiera reirse malévolamente de su pobre contrincante. Entonces...huí. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Volé y volé, pero tenía a los demonios encima, y no era contrincante en el cielo con la Reina Contaminante, cuando yo necesitaba 4 batidas de ala, ella necestiaba tan solo una poderosa de sus alas translúcidas. Estaba encima, notaba su sombra, su oscuridad sobre mí. La baba de la Reina caía sobre mí, podía matarme, pero prefería cansarme para divertirse. Sin poder a llegar a imaginármelo, se paró en seco y la sombra de desesperación que se cernía sobre mí desapareció acompañado de un grito triunfal, de Raifel.


-¡¡Gabriel, mírame!!¡¡Voy a caer en combate, pues he sido señalado por tí, Arcángel de la Muerte!!¡¡Pero juré que antes caerían tus enemigos!!


¡Imposible, Raifel aún seguía con vida! Pero...si lo había visto caer por la herida mortal de la Reina. Sin embargo contra todo pronóstico ahora estaba sobre ella, con un agujero del que manaba sangre violentamente, y su piel se mostraba totalmente diferente: presentaba un tinte verde pálido, y en vez de piel parecía que estaba formado por dura corteza, recubierto de ramas como alambres de espino. El cielo se había oscurecido, los nubarrones y el humo de la guerra habían acosado al sol impidiendo traer su luz al mundo, pero la espada de Raifel rugía llamas en todo su esplendor, iluminando de fuego y llamas la escena. Raifel, cabalgando sobre la enorme libélula, acosado por sus crías, que se mataban contra su mortal piel, clavó la espada en los ojos de la libélula, que comenzó a desprender fluidos ácidos de sus heridas. La Reina chillona como mil diablillas y arpías, se giró ante el supuesto engel muerto. Raifel le señaló con la espada flamígera aún en llamas, aunque su enemiga ya no podía verle.

-¡No vas a decidir cuando voy a morir, Señor de las Moscas! ¡No tú, ni tus sometidos ni esclavos! ¡Solo Dios! ¡Solo Dios me dirá cuando he de retirarme!-la ferviente energía de Raifel comenzó a disminuir notoriamente.-Ya me toca marchar...¡Sígueme!¡Sígueme hasta el Inferno!¡Si de verdad me odias con todo tu ser y quieres vengarte, ven a por mí! ¡Mátame Reina de la Contaminación!

¡¡Mátame!!

Gritado esto me miró antes de echar a volar, y utilizó el canal abierto por el miquelita.

-Márchate, Miguel.-cuando echó a volar, lo hizo hacia el Inferno, siempre girando con desesperación y yo...fui detrás a impedírselo, pero antes le perseguía toda una legión enviada desde el mismísimo infierno, nunca me podría alcanzarlo a tiempo. Se detuvo frente al Inferno, azotado por un gran viento candente, mirando las paredes móviles de fuego mientras los engendros se dirigían hacia él, totalmente loco o...¿Iluminado? Metió la mano dentro del fuego del enorme tornado de fuego, como si probara la temperatura de un lago. La sacó totalmente calzinada, riéndose histéricamente, dirigiendose a un enorme rostro endiablado que me pareció ver dentro del Inferno...aún me pregunto si fué una alucinación esa cara sádica que me pareció ver dibujada en la pared de fuego. Raifel susurraba al fuego, como discutiendo con alguien. Lo único que pude escuhar de Raifel en ese último instante fue:

-Nunca poseerás mi alma, Tentador.

Y penetró en el humo del Inferno, con calma, como si fuera un estanque de agua tibia. Entró justo antes de que la Reina le tuviera a su merced, la cuál penetró en el fuego sin ver a dónde se dirigía. Quise perseguir a Raifel al mismísimo fuego del infierno pero de repente, mis alas dejaron de servirme y comencé a caer. Escuché una voz dentro de mí...no era el canal, no era algo que se escuchara en realidad, sino algo que se sentía.

-"Miguel, esta no es tu hora. Yo, Arcángel de la Muerte, te recuerdo que tienes una tarea en la tierra encomendada. El Príncipe de los Ángeles, el Arcángel Miguel, me pidió uno de mis guerreros para...alguien, especial. Quizás sepas quien es ya. Deja marchar el alma de Raifel, ha superado su prueba, su alma es libre, seguir luchando no haría más que mancillar su sacrificio. Y ahora, vuelve a la tarea que se te encomendó."



Al sentir la última sílaba de aquél mensaje, mis alas respondieron, y renovadas, recuperé el vuelo. Me retiré, hacia la ciudad mientras se reagrupaban los engendros, confusos al no encontrar a su Reina Contaminante. Mientras me dirigía a la fortaleza en llamas, vi a la urielita Galadriel vaciando su carcaj sobre los Tentados que aprisionaban a los niños del asentamiento. Era una verdadera muestra de destreza y valentía. Los Herejes estaban totalmente desmoralizados y se retiraban, quizás con la esperanza de volver a contraatacar, y hasta que no se despejó aquello de maldad no, posó los pies descalzos Galadriel sobre la tierra, rodeada de niños, de rostros llorosos.



-No temáis, soy un engel del Señor, y no permitiré que sus criaturas más queridas sean tocadas por el Príncipe de las Tinieblas.

Desplegó las hermosas alas propias de un urielita, y los niños se apretujaron contra ella, y ella cerró suavemente las alas, como una madre que protege a sus crías bajo las alas de la crueldad del mundo. Aterricé frente ella.

-¡Galadriel, largémonos de aquí, esta ciudad va a arder como el mismísimo infierno, nunca mejor dicho!-grité echando una mirada al inferno, que ya se podía notar su avance.

Galadriel asintió y se giró para llevar a los niños a la ciudad, pero una niña, vestida con un vestido destrozado blanco, salió de entre sus alas. Quise irme y dejar atrás a la niña rezagada, la muerte de mi compañero gabrielita me estaba afectando más de lo que me gustaría admitir. Galadriel paró, y volvió, como una madre comprensiva, hacia la niña rezagada. Cuando se acercó a ella, se agachó para ponerse a su altura.

-Hey, vamos a casa.

La niña miraba el Inferno acercarse despacio hacia donde estaba ella, con la mirada perdida.

-¿A casa?-dijo ausente y sin fuerzas.-No. Aquí no hay hogar para nadie. El mundo no es más que un tablero de ajedrez entre Dios y el Demonio.-giró el rostro hacia Galadriel, un rostro azotado por las lágrimas y el insomnio.-Estoy cansada de huir, nunca he tenido casa ni la voy a tener ahora. Me quedo.

Sentí como Galadriel me miraba como diciendo que la llevara a la fuerza si fuera necesario, que no iba a dejar a nadie allí. Ella se dió media vuelta con el resto de los niños bajo sus alas y yo fuí a llevarme a esa niña a rastras a lugar seguro, si era necesario. Ninguno de los niños se movió esta vez.

-Nos quedamos, este es nuestro hogar.-dijo uno de ellos dando a entender el pensamiento de los niños.

Me quedé estupefacto.

-¡¿Pero cómo vais a enfrentaros a los Tentados, Engendros y...a un Inferno?!-estaba fuera de mí.

No hubo respuesta. La niña de blanco, azotada por el viento, con toda calma, cayó arrodillada, e entrelazó sus manos. Otro niño se arrodilló, después otro, después, cientos.

Cientos de niños estaban arrodillados, alzando sus más inocentes y puras oraciones a Dios, frente a un Inferno que amenazaba lentamente con borrarlos de la faz de la tierra. No tenían miedo, no necesitaba mirarlos, desprendían una calma que asustaría a cualquiera. Me acerqué a Galadriel.

-¡Galadriel, larguémonos, ya!
Si me escuchó, me ignoró totalmente. Se arrodilló, junto a los niños e intentó protegerlos del azote del vientos desplegando sus alas, antes de comenzar a rezar. Galadriel dijo algo casi imperceptible, una oración para sí misma y para Dios.
-Ahora comprendo por qué en ellos está el Reino de los Cielos. Corazones puros, que perdonan al que les hace daño, pues son eternamente comprensivos sin quererlo; corazones que no conocen la avaricia, conocedores del amor creador, inquebrantables ante la injusticia; corazones calmados cuando protegen lo que importa de verdad. Almas inocentes...hasta que se hacen mayores y este terrible mundo les moldea.

Suyos es el Reino de los Cielos...
______________________________________________

Aquel abrazo entre toda aquella locura se hizo eterno y a la vez breve.
-¡Gorke!¡Estás vivo!-grité.
-Pues claro que estoy vivo mu...Isaac. Ya habrá explicaciones, ahora tenemos que encargarnos de la limpieza.
-Si, señor.
Gorke miró enderredor, como si echara en falta a mucha gente.
-¿Y los muchachos?
-Quedamos en pie Duncant, Amelia y yo. Nos hemos quedado aislados al caer algunos de los pilares del monasterio de la entrada.
-Bien, vamos-Gorke echó a correr pero le detuve.
-¡¿Pero qué haces?!¡Los engendros pululan por toda esa zona!-me quedé tonto cuando Gorke comenzó a sonreir.
-Ya. Pero lo que ellos no esperan es que yo tenga...esto.-dijo sonriente con un cacharro de esos que disparaba fuego. Toda una herejía en sus manos.-Corre, yo te cubro.
Dicho esto, Gorke utilizó la tecnología prohibida, unos cañones giraron de ella, escupiendo proyectiles de fuego y hacían caer a los Engendros como lo que eran...insectos. Aquello era una guerra entre herejes, pero al menos, uno de los bandos, estaba de nuestra parte. Y nuestro líder de nuestra antigua compañía de Templarios Negros, estaba en ese bando, por lo que no debía ser malo.
Llegué hasta mis compañeros. Amelia había caído en combate, Duncant protegía su cuerpo hecho toda una furia.
-¡¡Atrás!!¡¡Atrás!!
El torbellino de fuego que había traído Gorke en sus manos acabó con todos aquellos monstruos. El arma de fuego hacía un ruido ensordecedor escupiendo proyectiles, aún así, le escuchamos gritar:
-¡¡Duncant, sácala de aquí!!¡¡Sácala!!
Duncant podría preguntarse cómo había llegado Gorke, alguien a quién creíamos desaparecido, o incluso muerto, hasta nosotros. Podría haberse quedado paralizado por la sorpresa y el miedo. Pero no lo hizo...
Hizo lo que tenía que hacer.

Mi herida empeoraba por segundos, mi espada estaba mellada, y no estaba en condiciones de combatir. Caí de rodillas, ojos sin lágrimas. Y...no sé por qué, pero comencé a rezar.

lunes, 6 de julio de 2009

Lo Ángeles de la Muerte (V)

No había esperanzas. Un Inferno, un tornado de fuego, una columna salida del mismísimo infierno, un pilar de las pesadillas de los hombres, se acercaba lenta y majestuosamente hacia la fortaleza que defendíamos los engels, y todo luchador por la causa de la salvación.

¿Qué íbamos a hacer? Nunca alguien había detenido un Inferno, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia, nunca se había detenido la catástrofe. Una voz por canal me sacó de mi desesperación interna; la voz en calma del miquelita Kanpekiel.
-Galadriel, avisa a la Mater Eclesia de que un inferno se dirige hacia la fortaleza. Necesitaremos mucho más que simples refuerzos. Por lo que veo, parece un inferno recién nacido, así que hay una mínima posibilidad de detenerlo.
-¡¿Un Inferno?!-fue la respuesta histérica de Galadriel- Ni siquiera la Iglesia Angélica podrá con esto.Pero tengo algo que decirte. Esto, Kanpekiel...he decidido mandarte unos refuerzos extraños.
-¿Refuerzos extraños? Explícate Galadriel.
-Creo que me lo agradecerás aunque creo que cuando los veas te enfadarás conmigo.
-Eso dalo ya por hecho, Galadriel- fue la respuesta fría del líder.

Miré al engel caído, el llamado Arceón, Maestro de los Caídos y de los Tentados. Sonreía porque estaba escuchando nuestro canal, aunque nosotros ya lo sabíamos. Arceón estuvo un tiempo pensativo, como si buscara en su memoria. Al fin habló al calmado Kanpekiel, que cerraba los ojos concentrado.
-Kanpekiel...Si, antes escuché ese nombre ¿Sabes?.

El aludido ni se inmutó. Estaba totalmente tranquilo. Una calma interior propia de un miquelita, una calma que ni siquiera el fin del mundo podría romper. Arceón continuó viendo que su contrincante ni modificó su ritmo respiratorio.
-Si. Hace tiempo conocí a un tal Kanpekiel. Era el líder de mi compañía. Es mucha casualidad que dos engels se llamen igual.

Miré a Kanpekiel preguntando con la mirada de qué iba todo esto. Agarré con fuerza la empuñadura de la espada flamígera. Un combate duro se aproximaba. El miquelita no abrió los ojos aún, pero sí que contestó con frialdad.
-Y tú mataste a Kanpekiel, tu líder ¿Verdad, Arceón?
-Eso es. Junto con toda la compañia. Todos muertos. Todos traicionados.
-Solo una cosa. ¿Por qué lo hiciste?¿Por qué la traición?
-Ellos eran el precio. Mi prueba de lealtad a la causa del Señor de la Moscas. Aún recuerdo como el miquelita maldecía mi nombre mientras su alma caía en un pozo de tinieblas. ¿Y sabes qué? Volvería a hacerlo. El Príncipe de las Tinieblas me ha otorgado todo lo que tu falso Dios no podía darnos.

¿De qué iba todo esto? Ni lo sabía ni me importaba, solo quería ver arder a aquél tipo bajo la hoja de mi espada.
-Vas a pagar por las vidas que te has cobrado, Arceón-dije interrumpiendo la conversación con un rugir en llamas de mi espada flamígera.

Arceón ni se molestó en mirarme. Era como si solo fuera un bicho molesto e irrelevante en la escena que se desarrollaba. Sin embargo me dirigió la palabra.
-Tranquilo Miguel. Usarás esa espada más pronto de lo que crees.

Acto seguido Arceón puso su mano derecha en la oreja, como queriendo escuchar algo inaudible. De repente me di cuenta de que se escuchaba el zumbido de un batir de alas de insecto. Luego, varios. Luego cientos, y segundo más tarde...miles. Un enorme enjambre parecía venir hacia nosotros con un mensaje de una muerte horrible pero no veía nada. Arceón bajó la cabeza, aún mirando a los presentes con una mirada enloquecida.

-¿Los oyes? Son los emisarios de la desesperación. Los mensajeros de la muerte. Los escribas del dolor. Lo portadores de la muerte eterna. Veamos de lo que sois capaces de hacer los engels del señor ante un enjambre de demonios sedientos de sangre y almas.

Miré a Kanpekiel con angustia ¿Acaso no iba a hacer nada el miquelita? Estaba muy tranquilo y eso me hizo odiarlo. Así que cargé contra Arceón espada flamígera en manos sin apenas tocar el suelo gracias a la agilidad de David.
-¡Voy a mandarte al infierno de donde has salido!
-¡Alto, Miguel!-gritó de repente una voz cavernosa y autoritaria, que hizo que me parase en seco a mitad de la carga.

¿Esa voz omnipotente era de Kanpekiel? Lo miré, sus ojos despedían rayos azulados, y su voz era grave y poderosa. Odio admitirlo, pero presentaba un aspecto grandioso.
-Esta...esta es mi batalla Miguel. Así que no te entrometas. Ángeles de la Muerte, detened a los Engendros Oníricos. Arceón...¡Es mío!


Y sin darme cuenta y creyendo que todo aquello era totalmente razonable, Raifel y yo, emprendimos el vuelo hacia el cielo, volando a toda velocidad para llegar a estrellarnos contra un mar de enjambre de denomios enloquecidos; Sin sospechar que en ese momento Kanpekiel había usado la Voz contra nosotros. Raifel y yo, los Ángeles de la Muerte, los engels vestidos de negro, los engels del Arcángel Gabriel. Raifel y yo gritamos como uno solo para descargar adrenalina y miedo antes de chocar en el aire contra un enemigo invencible y numeroso.
-¡Arcángel Gabriel, tus Ángeles de la Muerte caeremos en gloriosa batalla!¡Pero haremos que tus enemigos caigan primero!

Nos convertimos en un borrón oscuro que volaba a gran velocidad hacia el Inferno de donde nacían los Engendros. La agilidad de David recorria nuestros cuerpos y nos hacía ligeros como el aire.
Los demonios ni siquiera sospechaban lo que se le venía encima.

______________________________________________

Vi como se desarrollaba la escena en mitad de fuego, muerte y desesperación. Kanpekiel se dirigía hacia nosotros, después de mandar a los dos gabrielitas hacia una muerte casi segura. Parecía poseído por un espíritu de calma, andaba descalzo hacia nosotros con los extremos de los paños votivos que cubrían su cuerpo ondeando con furia. Se arrodilló junto al cuerpo de Alariel y sacó la lanza del maltrecho cuerpo del ángel muerto. Nos miró a nosotros, un grupo de tres Templarios, y no nos dirigió la palabra. Sin prisa pero sin pausa, se encaró contra el engel oscuro.

Y así empezó el duelo entre los dos engels. Un engel puro, calmado, luminoso, contra un engel vicioso, enloquecido, y oscuro. Los dos chocaron en el cielo como luz y oscuridad.

-Isaac, ayudemos a apuntalar la entrada del monasterio- me dijo Duncant interrumpiendo mis pensamientos.

-Si-le contesté ausente mirando el choque entre los dos engels. Amelia estaba buscando un arma más práctica y manejable entre los muertos de la batalla.

Siempre que podía echaba un vistazo a el duelo entre los dos engels. Los dos combatían con la furia de un fuego sobrealimentado. Ninguno recibió un golpe, cada golpe que lanzaba la espada oscura de Arceón era bloqueado por la lanza de Kanpekiel. Eso deduje, porque luchaban a tal velocidad que ni siquiera veía las armas que portaban. Miré el horizonte a través de una gran brecha de la muralla. Desde lejos, por encimas de las llamas, veía millones de manchas oscuras en el cielo, una nube de puntos negros, y dos seres alados entrando en esa nube. Era realmente un paisaje totalmente apocalíptico. Esa nube de oscuridad no tardaría en llegar hasta nosotros, y teníamos que preparanos. Por la forma de la manchas del enjambre de denomios deduje que eran libélulas contaminantes, o caballos del Diablo. Una herida suya podía portar veneno. Ya me había enfrentado a ellas, como todo Templario Negro, pero nunca a un enjambre.

-Contra esto no vamos a poder hacer mucho-dije en voz baja para que ninguno de mis compañeros y amigos me escucharan. Había que mostrarse fuerte... y eso es duro para un humano.

El miquelita comenzó a ceder terreno ante su contrincante, que atacaba sin cesar, sin mostrar cansancio, sin mostrar clemencia. Luchaban como si hubieran nacido sólo para eso. Arceón hizo una batida más de alas para coger altura, y cuando lo hizo le pegó una patada descendente a su enemigo en un hombro, dejándolo por debajo. Y entonces Arceón se lanzó a por su presa, mientras ésta recuperaba el vuelo, y de repente escuché un grito de Duncant.

-¡Los engendros ya vienen!¡Preparaos!

Nos escondimos, desde luego, no íbamos a luchar cara a cara contra un enjambre de Engendros Oníricos. Miré el duelo desde mi escondite, que estaba a punto de finalizar, justo cuando el engel oscuro iba a proclamarse victorioso, una nube de insectos enormes se interpusieron entre ellos, siguiendo su camino hacia el centro de la fortaleza. Arceón gritó rabioso. Tenía bajo su merced a su enemigo, y había desaparecido entre la marea de engendros oníricos que él mismo había traido, que pasaban a toda velocidad al su alrededor sin chocar con ellos ni entre ellos. De repente el Maestro de los Tentados miró hacia arriba furioso y rabioso, dándose cuenta de lo que ocurría una milésima de segundo antes de que su contrincante cayera encima de él desde el cielo. Arceón cayó al suelo, sobre la pequeña inundación por dónde había venido, mojándo sus alas hasta el punto de hacer que no pudiera volar en condiciones.

-¡Ja! ¿Crees que este es el final?

-No puedes volar en condiciones Arceón. ¡Ríndete!

-¿Importa mucho que no pueda volar durante un momento, estúpido crédulo?

Kanpekiel se arrodilló junto a la pequeña inundación, y con la punta del dedo índice, tocó el agua y ví un brillo azulado en la punta de su dedo.


-Mucho-fue la fría respuesta del miquelita.

De la mano del miquelita brotaron corrientes eléctricas, que se ramificaron desde su brazo hasta el engel caído, conducido por el agua. Arceón se convulsionó, su cuerpo sufría espasmos debido a la corriente eléctrica que le había alcanzado a través del agua que pisaba con los pies descalzos, dejándolo chamuscado.

-Da igual los engels con los que acabes Arceón, ellos seguirán llegando a la Tierra hasta salvar la humanidad de la locura de tu Dios.

Arceón no contestó. Y yo me alegré. Miré a Amelia y a Duncant, que estaban escondidos detrás de unas columnas, esperando a que pasaran los Engendros para atacar. En cuanto se asomó el primero gritamos atacando por sorpresa al enemigo.

-¡Por y para la Mater Ecclesia!¡Siempre!

Matamos al primer engendro, luego el segundo se echó encima mia en volandas, como intentando picarme la cabeza con sus garras venenosas, mirándome con sus ojos demoníacos de libélulas, en los que me veía reflejado. Me hizo un tajo en el pecho, donde acababa de ser curado. Fue una herida innombrable, más dolorosa de lo que esperaba. Me recompuse, y clavé mi espada en sus ojos llenos de pequeños espejos, y se alejó chillando como el demonio que era. Amelia tenía dificultades, se enfrentaba a dos de esos bichos a la vez, y Duncant pegaba tajos hacia al cielo encontrando blanco entre los insectos. Amelia se dirigió a Duncant mientras atravesaba el cuerpo verde metálico de una de los engendros con las espadas gemelas.

-¡Libélulas contaminantes Duncant!¿Sábes lo que eso significa?

-Si-contestó él agachándose justo a tiempo antes de que unas de las agiladas garras le diese- Esto solo son las hembras exploradoras.

Me acerqué a ellos aprentándome la herida del costado.

-Y...que la Reina del enjambre se acerca-concluí huyendo de dos de los engendros, que fueron emboscados por mis compañeros con éxito.

-Isaac ¡Estás herido!-dijo Duncant.

-Si, otra vez- repliqué mosqueado.

-La batalla no ha hecho más que comenzar tarugos- soltó Amelia.

-¿Por qué no ha llegado ya el verdader enjambre?-suspiré pensando que era un milagro que siguiera vivo.

-Algo los contiene-gritó Duncant por encima de la refriega-Quizá las dos figuras aladas que se dirigían al Inferno.

No escuché eso último, la vista se me nublaba. De repente atacaba sin darme cuenta. La imagen de los Engendros se retorcían de forma delirante. La herida había sido peor de lo que esperaba. Había tantos enemigos que me había quedado aislado de mis compañeros. No podía más, los engendros me hacían que me retirase, hasta que topé con un muro. Estaba literalmente, entre la espada y la pared. Las libélulas me miraban gritando chillonas ante su presa...yo.

Increiblemente, no me mataron. ¡Sino que empezaron a caer! Escuché unas pequeñas explosiones, y por cada una de esas explosiones caían cada una de las bestias, atravesadas por proyectiles invisibles.

-¿Qué demo...?-estuve a punto de blasfemar

A través de las llamas vi llegar cientos de carros. Carros que no eran tirados por animal alguno. Se movían solos, y montados en ellos iban un tipos que disparaban con armas de fuego.

-¡Tecnología prohibida! Estoy acabado.

Uno de los carros de metal derrapó junto a mí, frente al monasterio. Un hombre rapado y con un crecido mostacho se bajó con prisa, sin nisiquiera esperar que parara el vehículo herético. Y hablaba de forma hiperactiva a través de un cacharro negro, con alguien invisible.

-¡Bien, escuchadme petirrojos! ¡Quiero que hagáis barricadas en la entrada del monasterio y que la emplacéis con la mayoria de las MG-42!¡Las camionetas con las ametralladoras sacadla de la ciudad y ayudad a los rehenes y prisioneros, y a todo engel que intente detener el Inferno!¡Y a ser posible, en la boca de la muralla, emplazad los lanzallamas!Cambio y corto.

Me restregé los ojos incrédulos, al final acerté a hablar, aunque nada importante.

-¡Dios mío!

-Dios no esta aquí hoy...chico. Pero sí nosotros.

El tipo me dió un abrazo entre toda aquella locura. Ahora no tenía ninguna duda. Gorke estaba vivo.







viernes, 3 de julio de 2009

Los Ángeles de la Muerte (IV)

"¡No¡"


"¡No!"


-¡No!-al fin el grito de mi alma, afloró a mis labios al ver cómo una lanza salida a través de la nada atravesó a Alariel mientras curaba al Templario.


Odio reconocerlo, pero una lágrima se me escapó en ese momento. Alariel era la última persona que mereciera morir de manera tan cruel. Siempre sanó nuestras heridas, siempre dispuesta a escuchar la proeza que nos había causado la herida que nos curaba, proezas en las que pocas veces participaba. Sé que ella soñaba a escondidas en ser una gran luchadora, a llevar a cabo grandes hazañas. Siempre que podía se entrenaba con una espada, simulando que combatía contra fieros engendros invisibles...


Alariel, que el Señor esté contigo allá donde estés.

¿Cómo es que ninguno de nosotros se había dado cuenta de que el enemigo había vuelto?

Miré a mi alrededor lleno de ira, lo único que veía era fuego, fuego por todas partes. Zurich ardía como nunca a lo largo de su historia. No había enemigo alguno. Un grito furioso volvió a aflorar de mi alma dolida.
-¿Quién eres?¡Tentado!¡Da un paso hacia adelante y da la cara!¡Muestrate!

Entonces escuché unos pasos chapoteando agua. Vi un hombre de cabellos oscuros vestido totalmente de negro, incluso llevaba guantes. A su lado caminaba una muchacha agarrada a su brazo, medio desnuda, con andares sugerentes, cabellos claros y mirada lasciva. Venían andando hacia nosotros atravesando una pequeña inundación que se había provocado por un tanque de agua utilizado para apagar los incendios.
-Pobres aquellos que luchan contra lo inevitable. ¿No, Miguel?-dijo el hombre vestido de negro. Un hombre oscuro como una noche sin estrellas.
-¿Quién eres?- le dije por encima del rugir de las llamas que nos rodeaban.

La muchacha semidesnuda se tumbo en el suelo, haciendo formas sugerentes con su cuerpo...como si intentara provocarme. El Tentado se quedó inmóvil, con una sonrisa de tiburón.

-¿Qué importa mi nombre y de dónde venga? Lo importante es el mensaje que tengo que transmitir a la humanidad. La salvación de sus miserables vidas. La búsqueda de un nuevo poder al alcance de todos ¡Un nuevo orden sin la Madre Iglesia!

De repente escuché una voz familiar detrás de mi.
-¿Sin la Mater Eclesia?¡¿Acaso estáis loco?!- reconocí al instante la voz de Kanpekiel, que había aterrizado detrás mía. Pero su tono de voz era extraño, parecía...no estoy seguro, pero, parecía interesado en escuchar lo que tenía que decirnos el Tentado.
-Eso dije. Sin la Mater Eclesia. Un nuevo orden en el que no necesitemos a Dios. Un mundo en el que no tengamos que rogar constantemente a Dios que no nos pise como a hormigas. Una vida sin miedo. Una vida sin límites, sin bien ni mal. Sin paises, sin fronteras, sin orden ni control ¿Por qué no escuchais a Dios?¿Por qué Dios no os escucha? Pues porque os ha abandonado. Sin embargo siempre habrá alguien para escucharnos, siempre habrá alguien que comprenda vuestros deseos. Siempre habrá alguien que nos otorgará todo aquello que queramos a cambio de un simple muestra de lealtad, alguien que siempre estará con nosotros. El Dragón, el Principe de las Tinieblas, el Diablo, el Demonio...El Señor de las Moscas.


Salté gritando, rabioso.
-¡Estáis loco! Nosotros, los Engels somos la prueba viviente de que Dios no ha abandonado a los hombres. No sois más que un hombre de lengua afilada que engañáis a la gente para una causa sin buen fin.

Iba a atacarle pero alguien me sujetó por el hombro. Kanpekiel sonrió, a mi parecer interesado en parte con la idea del Tentado, pero le replicó.
-¿Acaso debo fiarme de la palabra de un traidor?
-¿Traidor?-replicó el aludido, que jugaba con los cabellos de la chica tumbada a sus pies.
-Si. ¿Acaso no érais un engel?
-¿Por qué dices eso, Kanpekiel?
-Precisamente por eso, porque sabes nuestros nombres. No sómos tan conocidos y no nos hemos labrado una reputación aún, así que no creo que supieras nuestros nombres. Deduzco que has estado espiando nuestro canal que conecta a los miembros de mi compañía.

El Tentado aplaudió pausadamente con sus guantes negros vestido con una sonrisa de tiburón.
-Bravo Kanpekiel, así que para que haya podido hacer eso, deducirás que no soy un tipo cualquiera.

Algo comenzó a moverse en su espalda, dos puntas negras a ambos lados, y de repente, de forma brutal, abrió y estiró unas enormes alas en todo su esplendor, unas alas...negras.

"No es posible"

-Un engel caído- murmuró Kanpekiel.
-¡Eso es imposible! La Madre Iglesia asegura que no hay engels caidos- le grité a Kanpekiel furioso.
-Ya. Y tu te crees todo lo que te dicen ¿Verdad? Ya que has sido tan especialista en cuestionar mis órdenes ¿Por qué nunca has sido capaz de cuestionar lo que dice la Iglesia Angélica?
-¿Qué me estás contando Kanpekiel?- ya no sabía con quién estaba enfadado.
-La verdad- añadió el engel de alas negras.
-La negación de la Iglesia de la existencia de ángeles caídos es solo basura propagandística, Miguel- continuó Kanpekiel- Afirmar la existencia de los engels oscuros sería admitir que los engels del Señor tenemos debilidades.
-¡Pero no somos débiles! ¡A lo mejor tú si!- me estaba asustando aquella nueva información, eso quería decir que la Madre Iglesia había mentido en algo, y si había mentido una vez...

Kanpekiel me lanzó una mirada de advertencia.
- Gabrielita Miguel. No somos eternos, por lo tanto, sómos débiles. Recuérdalo.



El Tentado se estaba riéndo de nuestra conversación, aunque creo que más bien se reía de mis inocentes ideas. Me encaré hacia el recién llegado y la muchacha que restregaba sus manos de forma pasional por el cuerpo del engel caído.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres?

-Mi nombre es Arceón, Maestro de los Tentados, y esta inocente muchacha es Meckraelle- según lo que veía de inocente tenía poco.
-¿Qué pretendes queriendo tomar esta ciudad, Arceón?
-¿Esta ciudad dices?-hizo una pausa para reirse de mi ignorancia-No, Miguel. Zurich no es la única que está ardiendo. Arde Madrid, arde París, arde Marsella...esta batalla, se libra en toda Europa en este momento. Pues por fin sabemos que el Oráculo ha llegado a este mundo y anda sobre él; un hecho que el Señor de las Moscas esperaba con ansia. Es evidente que no se iba a quedar de brazos cruzados cuando ha llegado a este mundo una pieza decisiva que puede hacernos ganar la Guerra. No una superflua guerra por un territorio, ni por riquezas, ni gloria, no...Algo más valioso. Una guerra por la posesión de las almas de los Hombres.

"¿El Óraculo había llegado a este mundo? ¿Y era la pieza decisiva entre la disputa entre Dios y el Señor de las Moscas?"

-¡No conseguiréis tomar ninguna de las ciudades de la Iglesia!- grité con furia guerrera.
-¿Quién habla de conquistar, Miguel? Mira a mis espaldas y te darás cuenta de que este ataque no tiene como objetivo la conquista de un territorio.

Miré hacia atrás, fuera de las murallas, en las zonas limítrofes de Zurich. Era cierto, los Tentados no querían tomar Zurich. Pues un Inferno se dirigía hacia la ciudad.



_________________________________________

Me quedé mirando el cuerpo inerte de Alariel mientras los ángeles discutían con el tipo que parecía que dirigía el asalto.

-¡Isaac!¡Estás vivo!- me gritó Amelia destrozándome con un abrazo.
-Si, si. ¡Pero aún me duele!¿Sabes?- dije intentando apartarla, muerto de vergüenza al tenerla tan cerca, pero Duncant también se unió al abrazo, acercándonos más aún.

Tras el largo abrazo entre las llamas, nos separamos con lágrimas en los ojos.

-Ha sido una lástima perder a este engel-dijo Duncant cerrándole los ojos.
-Le debo la vida que ha perdido- al decir esto en voz alta, no pude evitar sentirme culpable de su muerte.

De repente, vi una mano ofreciéndome su ayuda para levantarme. Sabía de quién era esa mano. Amelia me ayudaba a levantarme igual que cuando la conocí. Duncant me devolvió mi espada. Amelia me levantó sin esfuerzo.
-Vamos Isaac. La lucha no ha acabado.

jueves, 2 de julio de 2009

Los Ángeles de la Muerte (III)

Si había algún lugar en dónde yo, el gabrielita Miguel, me sintiera cómodo, ése lugar sería sin duda el campo de batalla. Con cada hereje que caía bajo mi hoja, sentía que purificaba mi alma, que hacía lo correcto, me hace sentir bien. La sangre de los herejes bañando mi cuerpo era una bendición, por muy mal que pueda sonar eso en boca de un engel del Señor. Di un giro de 180º mientras decapitaba a un fanático para mirar cómo estaban los Templarios. El único que parecía muerto era un muchacho de cabellos castaños y de ojos extraños. Estaba tirado boca abajo atravesado por una espada, y su sangre empapaba todo su rostro y cuerpo. Sus compañeros, también heridos, intentaban reanimarlo llamándolo por su nombre. Por un momento deseé ser un rafaelita para poder ayudarlos; pero no podía hacer nada, sólo conducir mi ira hacia las almas perdidas de los Tentados. ¿Ira? ¿Era este sentimiento la ira? Debía serlo, pero ¿los engels conocen este sentimiento? La Madre Iglesia dice que, al igual que otros muchos, éste es un sentimiento malo que lleva a la corrupción del alma...sin embargo, a mí la ira, me parecía más bien una fuente de energía que me animaba a seguir luchando, y a luchar mejor.

Sin previo aviso, los Herejes dejaron de atacarme, comenzaron a alejarse, de espaldas, mirándome, con una sonrisa que nada bueno auguraba ¿Qué demonios le pasaba a aquella gente? Un momento, los herejes, mientras se alejaban de espaldas, mientras me miraban, murmuraban algo.

-El Maestro nos reclama.



"¿Qué demonios?" pensé sin querer, y sin darme cuenta de la blasfemia que acababa de pensar.

Una voz en el interior de mi alma me sacó de mi ensimismamiento. Era Kanpekiel, que hablaba con su tono inquebrantable y sin mucha emoción desde algún lugar de la batalla.

-Victoria, hemos asegurado la ciudad. Los Tentados se retiran. Aunque...esto es muy extraño. Nos superan en número y armamento claramente ¿Realmente se rinden o...esperan a algo?



Me sentía cansado así que me apoyé en el espadón mientras pensaba dónde estaba mi compañía, buscándola entre las llamas. Escuché a los dos Templarios intentando mantener al caído consciente. Entonces me comuniqué por canal con el líder de la compañía, Kanpekiel.

-Kanpekiel, necesito a la rafaelita Alariel frente a la puerta del monasterio, es urgente.

Kanpekiel tardó un rato en responder, demasiado tiempo para mi gusto.

-De acuerdo, la ciudad está a salvo por el momento. Atenderemos a los heridos y reforzaremos la ciudad. La urielita Galadriel irá a la ciudad más cercana para buscar refuerzos que nos releven el cargo y poder asegurar la ciudad del todo. El resto nos reagruparemos frente la puerta del monasterio. Alariel va hacia allí.

"Alariel date prisa, hay una vida que te necesita" pensé mirando al Templario que se debatía entre la vida y la muerte.
___________________________

Yo, Isaac, estaba muriendo...
No podía dejar de delirar. La sangre salía a borbotones como podía de la espada hincada en mi cuerpo. Sabía que lo que veía eran alucinaciones, pero, eran tan reales... Desde que la espada atravesó mi cuerpo y caí vi nubes, nubes que viajaban a gran velocidad, escapando entre mis dedos, vi a mi madre ardiendo en la hoguera, vi al pater Lacroix flagelando mi brazo izquierdo cuando yo solo era un crío, vi hermanos de armas que se enfrentaban entre ellos con los ojos vendados sin saberlo, vi los horrores que habían pasado delante de mis ojos durante toda mi vida: guerras, hambres, fanatismo, miserias...y la única solución posible a todo aquello era la muerte. Y lloré, porque me iba de este mundo, sabiendo que me faltaban cosas por vivir, sentía mi alma incompleta, y la respuestas seguro que se encontraban en este mundo lleno de maldad.

Entonces abrí los ojos para ver por última vez a mis compañeros, a mis amigos, a Duncant y a Amelia. Sabía que me estaban hablando para mantenerme consciente. Entonces vi a un ángel, un ángel que estaba aterrizando en círculos por encima mía, y creí que venía a buscarme, para llevar mi alma al lugar al que correspondía. El ángel aterrizó a mi lado majestuosamente, con una sonrisa que solo podía significar algo bueno. Puso sus manos en mis mejillas, y el ángel me obligó a que la mirase, y yo no hice el mínimo esfuerzo en impedírselo. Cuando noté sus suaves manos en mi piel, las imágenes de mi mente cambiaron: vi el abrazo de mi madre entre los campos de arroz, vi al pater Bramhs bautizándome a pesar de mi condición de hereje, vi la mano de Amelia ofreciéndome su ayuda para levantarme cuando caí por el camino, vi la infinita comprensión de Duncant, vi ángeles volando como palomas de la paz sobre Roma AEterna...y entonces escuché la voz del ángel.

-Isaac, todo cura, todo cicatriza. Siempre hay buenos recuerdos. Siempre hay un motivo por el que luchar, y siempre puede haberlo.

Abrí otra vez los ojos y, entonces, comprendí...que estaba vivo.
Entonces comprendí...que el ángel que me dió la vida, le acababa de atravesar una lanza por la espalda. Y detrás de ella se escuchó una tenebrosa voz sacada de mis peores pesadillas.

-Será la última vida que sanes, Alariel.

miércoles, 1 de julio de 2009

Los Ángeles de la Muerte (II)

Los engels volamos hacia la ciudad fortaleza de Zurich en llamas. Las murallas externas habían caído, y la más cruda batalla se encontraba en el monasterio-castillo que dominaba la ciudad. Kanpekiel, volando con los ojos cerrados, volvió a hablar por canal; y yo, el gabrielita Miguel, tenía mis dudas antes de entrar en batalla pues era la primera vez que entraba en combate a gran escala.

-Caeremos sobre los infieles desde el cielo ¿De acuerdo?
-Si, señor-respondieron todos mis compañeros menos yo.
-¿Y qué ocurre con los humanos, con los Templarios?-repliqué.

Kanpekiel puso una cara que yo describiría como un leve desprecio.
-¿Esos humanos? Están haciendo su trabajo, y si han de morir ¿Quiénes somos nosotros para interponernos en el destino que le impuso Dios Todopoderoso?

Me detuve en pleno vuelo.
-¿Estás diciendo que nuestros destinos están predeterminados?
Kanpekiel se detuvo, pero no se giró para mirarme.
-No, quería decir no podemos dejar nuestra misión por proteger a tres humanos.
-¡Esos tres Templarios protegen la puerta del monasterio!
-Es su cometido. Y yo tengo que cumplir con el mío, que es eliminar a los enemigos de Dios. Y ahora si me disculpas, tengo una batalla que liderar.
-Pues no cuentes conmigo-dije echando el vuel hacia el monasterio.

Raifel, mi compañero gabrielita, me habló por el canal que mantenía abierto el miquelita Kanpekiel.
-Iré contigo.
-¡No! Quédate con el líder, te va a necesitar.
-Como quieras.
-Ángeles de la Muerte, hasta que la Gabriel nos señale-esa era nuestra frase.

-Ángeles de la Muerte...-contestó Raifel
Kanpekiel nos interrumpió.
- Este desacato de órdenes pueden implicar muchos muertos, ángel que dice llamarse Miguel. No lo olvides, cargarás con la culpa por no cumplir tus responsabilidades.
- ¡Mi deber es proteger a los hombres!
- ¡Tu deber es cumplir órdenes!
- ¡¿De quién?!¡¿De ti?!
- ¡Exacto!¡Tienes que cumplir mis órdenes!¡Es el mal menor, al igual que yo cumplo las órdenes que me impone la Madre Iglesia! - los cabellos de Kanpekiel le caían sobre el rostro, que con la ayuda del resplandor de las llamas de la ciudad sobre la que volaban, le daban un aspecto feroz.
-¡Pero hay que salvar a esos Templarios!
-¡Tenemos que poner a salvo la ciudad!¡Hay que eliminar enemigos, no salvar gente!
-¿Y dejarlos morir?¡Han luchado más que todos nosotros!
-Son solo tres almas Miguel. Tres almas a cambio de asegurar la de cientos, quizá miles. La conquista del enemgio de esta fortaleza puede conducir la entrada a Roma AEterna a los herejes.

No sabía que hacer. Intenté encontrar a Dios en lo más profundo de mi alma, para saber qué elegir.

____________________________

Los herejes cargaron escaleras arriba para entrar en el enorme monasterio ya casi en ruinas, donde se habían cobijado los civiles. Solo nosotros tres nos interponíamos entre las hordas de los fanáticos y la toma completa de la ciudad.

-Este es el fin del camino, chicos- dije yo, Isaac, Templario Negro- Me alegro de haberos conocido. Le habéis dado sentido a mi vida.
Amelia me pegó una solemne torta.
-¿Por qué dices eso? Le vamos a dar una buena tunda a esos herejes.
-Si, Isaac ¿Por qué rendirse? No pienso morir ahora ¿Y sabes por qué?- dijo Duncant esperando que los herejes enloquecidos llegaran hasta nosotros.
No contesté. Le miré y noté unas lágrimas en el rostro de Duncant, aún sonriente.
-Por todos los que cayeron desde que iniciamos este camino. Por Gorke, por Ilse...por Kiara- al decir éste último nombre besó un anillo que llevaba colgando del cuello- Además Alejo, Johan y Jacqueline, aunque heridos, siguen dentro del monasterio, al igual que muchos inocentes.

Miré a mis dos compañeros y les dije convencido:
-Decidido entonces. Hoy no moriremos.

Ya quedaba menos, la larga carrera de los infieles había llegado a su fin, unos cuantos metros y entraríamos en contacto. Cerré los ojos, colocamos las espadas en posición y recité.
-La empuñadura de mi espada es mi cruz.
-La hoja de mi espada es mi fe-continuó Amelia.
-La danza de mi espada es mi oración- concluyó Duncant.

Luchamos durante un largo tiempo, y caí bajo los infieles, muerto. Muerto, de no ser porque un ángel cayó del cielo.
Cayó en medio de la batalla como las estrellas que se citan en el Apocalipsis; blandía una espada enorme, que bailaba dibujando trayectorias de muerte entre los enemigos. Los enemigos dudaron al principio ante tal enemigo, pero recuperaron moral. Los infieles no se dejaban asustar por nada, pues su amo era el ser más temible de todos. Yo tenía la mejilla pegada a la tierra, estaba herido, pero me giré para mirar a nuestro ángel salvador. El engel desplegó unas enormes alas, y las batió en el aire con furia, mostrándo un espadón que ardía con una furia sacada del infierno.
-¡Temed a la llama purificadora. Seré juez y verdugo de vuestras almas!

Y uno tras otro, los herejes conocieron el fuego del infierno en vida, para toparse más tarde con él en la muerte. Es irónico que un ángel de la muerte, nos salvase la vida.
Lo peor de la batalla, aún estaría por llegar.