viernes, 25 de junio de 2010

Memorias de un Templario (XXVII)

Salí de la posada, de la "Villa della Fonte" dando traspiés y jadeando amargamente. Eran altas horas de la madrugada , estaba lloviendo fríamente sobre la ciudad. Iba totalmente borracho tropezándome por los callejones más oscuros y marginados de Roma, llorando amargamente, tropezando contínuamente, cayendo con los desperdicios que había dejado la fiesta religiosa. La gloría de la consagración no había más que dejado deshechos, suciedad, miseria y una efímera esperanza. Tropecé con un escalón y caí de boca en unas rejas del alcantarillado de la ciudad. Me quedé quieto, lamentándome amargamente mientras el agua sucia que corría por el suelo me limpiara la boca llena de sangre. Al menos el alcohol había anestesiado mi cuerpo. No me moví, hasta el llorar me atormentaba el cuerpo. Había una paloma muerta a mi lado, probablemente la habían matado la marabunta de gente de la fiesta. La paloma había sido blanca, pero ahora no era más que una rata alada gris aplastada en el asfalto.
"¿Qué hiciste para que nos odiaran de esta manera, mamá? O...¿qué hicimos? ¿Hay algo que no sepa...hay algo que desconozca sobre nosotros? De paloma blanca has pasado a ser un recuerdo que se pudre aplastado sobre la creación retorcida del hombre"

Roma ya no me parecía la ciudad de la salvación, la ciudad blanca era gris, la que me señalaba como una oveja descarriada de la Iglesia.
"¿Por qué el demonio me persigue? La Iglesia me salva una y otra vez. Me bautizaron para que pudiera estar ante tus ojos, Dios. Me castigaron de buena manera para que dejara de utilizar el brazo del demonio y así no estropear Tu obra. Y para pagar mis pecados, me dejaron poder hacer la Prueba de los Templarios Negros. He salvado mi alma...pero después de todo lo que he vivido, aún no salvé la de mi madre. Ella mató, mintió, escupió a tus siervos, renegó de tu Iglesia, incluso impidió que ocupara el puesto que Tú me habías designado, aunque yo no sé cuál era ni es. Ahora yo hago lo contrario ella para compensar el Destino, amo a Tí, mi Dios, sirvo a tu Iglesia ciegamente y aún así...No lo entiendo, ella manchó su alma por amor a su hijo, por mí. ¿Acaso eso no la perdona, Dios? ¿Qué ocurre cuando es el amor el que te obliga a cometer actos contra Tu Iglesia? ¿Acaso la Iglesia entiende tanto de divinidad que ya no sabe lo que es sentir como un humano? Pero es cierto, me siento orgulloso de servirte, me alegra luchar y actuar en tu nombre. Maté a un hombre para entrar en la Orden, para salvar mi alma, ahora salvada, tengo que pagar el pecado. Mi madre, dice el Inquisidor, sigue en el infierno. Entonces...solo queda una cosa. Que Tú me indiques el camino para salvar nuestras almas. Las dos, sin condición. Si no la salvas a ella con mi sacrificio, que se condene mi alma también"

Me levanté totalmente empapado del agua sucia que corría por el callejón. Me apoyé contra las pared de las casas destartaladas y arrastrando los pies prácticamente fuí andando sin rumbo. Acabé saliendo de los callejones para dejarme agobiar por los amplios espacios de las avenidas de Roma.

"Ahora lo tengo claro, tengo que hacer algo para salvar nuestras almas ¿pero qué? ¿qué quieres de mí, Dios?"

Una iglesia...había una iglesia muy modesta para ser de Roma. Sus puertas estaban abiertas. La cosa estaba muy clara. Dios te perdonaba si te arrepentías. Solo debía confesarme. Entré en la iglesia, la única iluminación que había procedían de los candelabros colocados en los laterales de la sala. Los bancos, de madera oscura, estaban vacíos a excepción de tres personas mayores muy separadas entre sí, arrodilladas, orando en silencio. Un monaguillo iba encendiendo los candelabros que se apagaban. Las sombras que propagaban las velas, eran fantasmagóricas, las sombras de los allí presentes aparecían desformadas, como si fueran nuestros propios demonios, siempre pegada a nosotros y tomando formas de pesadillas. Me senté en el confesionario.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Pater, quiero confesar un pecado que me lleva atormentando durante un periodo que se me ha hecho eterno.
-Tranquilo, hijo mío. La mancha de tu pecado seguirá ahí ensuciando tu alma. Aún se puede expulsar si estás arrepentido.
-Lo estoy.-se me notaba un poco borracho aún.
-Dime ¿cuál es el pecado que te aflige, hijo mío?
-Pater, he matado a un hombre. En nombre de la Iglesia.
-Si fué en nombre de la Iglesia, Él te lo perdona.
-Si, pero pater, él también luchaba en nombre de la Iglesia.
Se hizo el silencio. Los monaguillos empezaron a entonar un salmo mientras cerraban las cristaleras para que no entrara la lluvia.
-En ese caso, hijo mío, no puedo perdonar tu alma.
-Pero pater, ¡fué un accidente!-le dije perdiendo la esperanza de poder ser salvado allí mismo.
-Dios no puede perdonar que mates a una oveja de su rebaño y menos aún cuando es otra de las suyas. Da gracias de que sigas bajo su pastoreo.
-Solo quiero salvar nuestras almas, padre. Perdóneme.
-Lo siento. No puedo perdonar el asesinato de un hombre fiel a Dios.
-Pero entonces seguiré teniendo pesadillas...pater.-dije con un hilo de voz de dolor.- La arena, la sangre...cruces por todas partes.
-¿Has pensado que esas pesadillas más que atormentarte recordandote tu pecado te digan como expiarlo?
-¿Cómo? ¿Y qué significa?
-Eso debes averiguarlo tú, hijo mío.

Se levantó y se marchó. Me mató que no dijera "puedes ir en paz". No había paz para mí. Volví a la posada, sin lágrimas. Me tropecé con una famila, que huyó de mi camino, debían haber visto la maldad de mi alma. Una maldad que yo no sentía. Me encontré con unos guardias con ganas de diversión, empezaron a burlarse de mí, confundiendome con un mendigo. Me caí de la borrachera y empezaron a propinarme patadas mientras se reían y disfrutaban. Una patada certera en la cara me había dejado un moratón. Me consideraban un desperdicio humano...y lo que estaban pateando era a un Caballero Templario de la Iglesia Angélica. El título no me hacía un hombre.

Llegué trastabllando a la posada, la fiesta ya había menguado, quedaban pocos en pie y la mayoría de los campesinos, peregrinos, templarios y demás estaban tirados por los suelos o mesas. Alejo seguía durmiendo bajo la mesa, y Johann bebía degustando una pinta. Me saludó levantando su jarra, no hizo preguntas sobre mi aspecto lamentable, empapado y lleno de heridas. La boca me sangraba y el ojo me escocía de la patada. Me miró extrañado, para volver a posar su mirada en la mesa, había conseguido en el mercado de Roma un enorme mapa de Europa con sus Infernos y su Marca. Pensó que con la borrachera que tenía, me metí en problemas.
-Isaac, nunca me habría imaginado que te metieras en problemas por el alcohol.
"El alcohol no me hizo esto, me lo hizo la fe"
-Amelia salió a buscarte- añadió.-Los demás están durmiendo.
-Johann, cierra la boca y escúchame. Tú eres el erudito del grupo en cuanto a simbología y leyes de la Iglesia y demás...
-Vaya, se me reconoce por fin como alguien útil.
-¡Calla y escuchame! Esto es importante...
-¿Que te ha pasado, Isaac? Esta manera de comportarse no es propia a la tuya.
-¡Que cierres la boca! Dime que significa la arena...
-¿La arena? Estás muy borracho Isaac vete a descansar...
Le estampé un puñetazo. Él me miró con ojos totalmente sorprendidos, una acción impropia de mí. Pero estaba asustado, debía entenderlo. Para mi sorpresa me miró con ojos comprensivos mientras se tocaba la mandíbula. No sangraba, no había tenido la suficiente fuerza, pero le había transmitido lo desesperado que estaba.
-¡La arena! ¡Mi mano cogiendo y dejando escapar arena empapada de sangre!
-Problemas...sentimiento de culpa.
-¡El sol abrasador!
-Dios, que todo lo ve, te agobia, te acosa. Te culpa de algo.
-¡Una montaña coronada de nieve a lo lejos!
-Una prueba, superación lejana. Encontrar ese frío que enfriará tus dudas y el miedo abrasador. Indica un lugar.
-Una cruz enorme, y otras pequeñas por doquier.
-¿Cómo...? Eso no lo sé. No entiendo nada de lo que me estás diciendo...
-Una cruz como esta.- saqué mi identifación pero no estaba en plenas facultades se me cayó sobre la mesa. Cayó en el mapa. Cayó justo sobre...Tierra Santa. No le di importancia al detalle. Él miró como la cruz con mi nombre caía en el mapa y miraba la región sobre la que había caido.

- Espera-dijo como si hubiera recordado algo-Una cruz grande con cuatro cruces a su alrededor es el símbolo de Jerusalen.
-¿Jerusalen?
-Tierra Santa, una tierra arenosa, cruel y desértica. Su sol castiga a los que se atrevan a marchar hacia allí. Lugar de eterno conflicto, lugar donde se promulgó la prueba y el derecho de salvación por combatir allí en nombre de Dios. Lugar donde se disculpa la gente en el muro de las lamentaciones. No entiendo de qué va todo esto. ¿Qué te ha pasado, Isaac? ¿Por esto tenías tanta ilusión de venir a Roma Aeterna? ¿Para comportarte como un alcohólico?
-Tierra Santa... -dije para mí mismo ignorando sus preguntas.


"¿Acaso ese es mi destino? Parece que Dios me ha indicado lo que quiere que haga"

Miré a mi alrededor, el Inquisidor no estaba por allí. Me puse la cadena que me había dado. Una cadena con un cuadro amarillo, marcado con una cruz roja. Era un San Benito discreto, el Inquisidor había venido en mi busca para traérmelo, para que supiera que tenía una deuda con la Iglesia. Una marca de la Inquisición para saber que esa persona era apestada, pero la mía significaba que buscaba la redención de su alma. Me levanté tirando la silla recogiendo mi cruz de identificación.
-¿Adónde vas?
-Tengo que irme.-dije apurado.
-¿Qué le digo a Amelia? Te estará buscando.
-Dile a todos que volveré pronto.

"Aunque no tan pronto como ellos creen, si vuelvo, claro"

Salí a la calle, me dejé empapar por la lluvia, miré al cielo recibiendo los innumerables besos del agua del cielo.

-Acepto la prueba, Dios, marcharé a Tierra Santa. Mamá, salvaré nuestras almas.

martes, 8 de junio de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXVI)

¿Y qué es lo que significaba una festividad religiosa? Pues por aquél entonces sentir como Dios removía mi espíritu y fortalecía mi fe. Y mi fe se endureció con el mensaje de esperanza que dejaban los ángeles a lo largo de su vuelo sobre Roma Aeterna. No sé si mis hermanos de armas: Alejo, Ilse, Jacob, Johann, Jacqueline, Duncant y Amelia, sentían lo mismo que yo cuando veía a los ángeles volar. La multitud miraba al cielo y la Iglesia ya no necesitaban a los Templarios para contenerlos. El populacho estaba satisfecho, y con poca cosa diría yo ahora. ¿Pero acaso no es eso lo que siempre ha hecho la Iglesia? Satisfacernos con las sobras de su poder y con espectáculos religiosos insulsos pero espectaculares.
Seguí mirando al cielo, con los ojos llorosos por el sol, mirando las siluetas de los ángeles que revoloteaban como un enjambre con unas piruetas espléndidas para no chocar entre ellos. De repente me di cuenta de que mis compañeros se habían ido.
"Mierda, ahora me he perdido en Roma ¿Y ahora qué hago?"
Decidí mirar los ángeles pidiendo a Dios que me condujera hasta mis compañeros mientras me daba codazos contra la marea de gente. Sí, por aquél entonces le pedía a Dios que me rescatase de cualquier problema, por nimio que sea. Qué estupido era. Amelia volvió de entre la muchedumbre para buscarme (evidentemente no iba a venir Dios a rescatarme). Me pasó el brazo alrededor del cuello y me apresó con una fuerza innecesaria.

-Isaac, ¿qué tienen de magníficos esos pollos?-dijo mientras me llevaba siguiendo a nuestra compañía entre la muchedumbre, que andaba bastante lejos.
-Que no son pollos, son ángeles.-dije ya mosqueado de ese término, ella gesticulaba burlescamente, imitándome.- Creo que no has comprendido lo que representan para la...
-Si, si, si. Ya lo sé, la esperanza de la humanidad y todo eso ¿no? Cuando entres por primera con vez en batalla con los Templarios Negros ¿qué harás, Isaac? ¿Te sentarás y rezarás para qué venga un ángel a salvarte el culo?
- Bueno, tampoco es eso...
-¿Por qué no hacemos una cosa? ¿Por qué no confías en nosotros?-dijo apretándome y sonriendo al sol, aprovechando que la muchedumbre nos dejaba pasar por nuestro aspecto de Templarios.-Al menos confía en Duncant y en mí, que somos los que más conoces por lo menos.
-No dije que no confiara en vosotros...-dije por lo bajo. Acabábamos de alcanzar a nuestra compañía, que parecía satisfecha con el día o con lo que venía después.
-Sé lo que querías decir Isaac, pero escúchame, fíjate y valora lo que tienes junto a tí.- Amelia seguía hablando de forma desinteresada, pero con una pizca de seriedad. Duncant se giró escuchando parte de nuestra conversación.
-No sé de que habláis, par de dos. Pero Isaac, nunca sabrás cuando vas a perder lo que tienes...y entonces te darás cuenta de que no lo valoraste lo suficiente.
-En resumidas cuentas.-dijo Amelia acercando su rostro ante el mío.- ¡¡Deja de soñar sobre pollos voladores y no te quedes atrás, zopenco!!

El camino intentando salir de Roma fue silencioso, más que nada porque no se escuchaba nada entre el gentío. Ilse iba en cabeza y se movía con soltura por Roma, parecía conocerse la ciudad como la palma de su mano. Su trenza rojiza se movía con mucha energía. Estaba exultante.

-Hacía tiempo que no entraba en Roma, ¿sabéis?
-¿Eres de Roma?-le preguntó Alejo.
-Sí, aunque nunca llegué a pertenecer a la ciudad pública, por así decirlo.
-¿Qué significa eso?
-Digamos que a los eclesíasticos les asustaba el color de mi pelo.
-¿Cómo? ¿El color de tu pelo?
-Sí, mira. -dijo acelerando hacia la fuente.

Llegamos a la plaza de Roma, la gente estaba llegando hasta allí desde la Basílica, para reunirse y organizar lo que iba a ser la continuación de la festividad, aunque en realidad la continuación era más profana que religiosa. La fuente de Roma había sido invadida por los niños, que correteaban alrededor o incluso chapoteando dentro de la fuente mientras los padres desenvolvían algunos víveres que habían traído en su peregrinaje para comer después de semejante mañana, exultantes, hablando sobre lo que acababan de presenciar. Ilse avanzó hacia la fuente dispuesta a hacer una demostración de lo que acababa de decir. Se plantó delante de un novicio de la Iglesia y se deshizo la trenza de forma enérgica y empezó a agitar su larga cabellera rojiza delante de él. El novicio, asustado y asqueado, salió corriendo. Nosotros mirábamos la escena sin entender nada.

-A las mujeres pelirrojas siempre se las han considerado brujas, incluso durante la antigua Iglesia prediluviana- explicó Johann mientras mirábamos a Ilse volver.


Ella volvió muy feliz, ordenando su largo pelo, pero sin volver a recogerlo.

-Creo que me dejaré el pelo así por Roma.-dijo agitándolo desmesuradamente mientras un grupo de novicios huía en desbandada chillando como unas niña a la que le enseñaban un sapo de cerca.
-A tí no te gusta llamar la atención, ¿verdad?- le dijo con sarcasmo Alejo.
-¿Qué tiene de malo? Simplemente me tomo las libertades que nunca tuve en mi infancia.-replicó sacudiendo melena ante otros novicios, que actuaron igual que el anterior.
-Ilse...el pánico de los novicios de Roma.-concluyó Alejo echándose una palmada a la frente y la cabeza gacha, mientras huían los novicios.
-Esa soy yo. Además, sospecho que solo envidian mi preciosa cabellera. ¿Nos vamos?

Fuimos a una posada de Roma, llamada "Villa della Fonte", por lo visto, hace muchos siglos, antes de que Dios castigara a la humanidad por su arrogancia, había sido algo llamado "hotel". No le dimos mucha importancia a ese detalle que no decía nada.

-Ahora es cuando empieza la fiesta.- dijo Amelia.
-Creía que la festividad había acabado.- le dije yo.
-¿Pero qué dices? La verdadera fiesta no acaba más que comenzar, la Consagración no es más que una escusa para que podamos beber hasta quedarnos sin sentido.
-Tampoco te pases.- le pegó un codazo Duncant a Amelia.- Acuerdate de lo que pasó la otra vez.
-¿Qué pasó?-dije- No recuerdo nada.
-A eso me refería. -concluyó Duncant.

Johann, Ilse y Alejo ya estaban al otro lado de la posada, en la barra, chocando jarras.

"Son rápidos cuando se trata de beber", pensé pasmado.

La noche fue como las que nos gustaban a los Templarios Negros. Una buena posada, música, y cerveza por doquier. Nos sentamos en una buena mesa redonda y empezamos a brindar y chocar jarras con tanta emoción que nos cargamos tres. Conclusión de la noche: Gorke debía tener un aburrimiento de la ostia con los otros superiores Templarios que realizaban una misa después de la Consagración (mientras que los rasos se emborrachaban para celebrarlo por toda Roma, como nosotros); Johann comenzó a acosar a la camarera de la posada cual tipo salido (que le sirviera cerveza una muchacha romana ,en vez de la madre de Kiara en el "Capa y espada" como siempre, le emocionó mucho); Alejo no soportaba mucho la cerveza y cayó en redondo en plena madrugada, quedándose dormido, y para que no molestara, Ilse lo dejó debajo de la mesa; Jacqueline le enseñaba a Duncant un baile cortesano de Francia acompañado de los músicos de la posada; Duncant aprendía totalmente interesado de Jacqueline, ya que siempre era de los primeros en bailar en una fiesta o celebración. Ilse no tardó en remangarse la camisa y empezar a echar pulsos con Jacob, que gruñía de satisfacción, pues Ilse no era rival para el deslenguado, aun así el orgullo de Ilse era inquebrantable y siempre pedía indignada la revancha. Amelia y yo no éramos mucho de bailar, seguimos a nuestro ritmo bebiendo una jarra tras otra, intentando por activa y por pasiva no caernos de la silla, apoyándonos el uno sobre el otro totalmente borrachos, señalándonos el uno al otro, riéndonos por nada y haciendo halagos estúpidos contínuamente: Amelia y yo habíamos llegado a ese punto del emborrachamiento conocido como exaltación de la amistad, en el que nos dábamos la razón mutuamente por cualquier estupidez. Después empezaríamos a discutir por tonterías sin sentido, aunque yo más bien me mantenía pasivo mientras ella me decía una y otra vez "tarugo". Después se emocionaba y se ponía a decir todo lo que nos quedaba por vivir. A los tres. A Duncant, a ella y a mí.

-Iremos a tierras lejanas, campos, desiertos, tierras nevadas.- decía con la mandíbula atontada por el alcohol y golpeando la jarra contra la mesa.- Conoceremos mundo, veremos gente de todas partes de Europa...que coño ¡De todo el mundo! Machacaremos a todo el que intente separarnos-fue perdiendo fuerzas y fue hablando cada vez más debil-Acabaremos con injusticias allá donde vayamos...Y volveremos a casa. Algún día. Y... no sé. Después quedará envejecer, hasta morir.-terminó algo triste.

Le eché un brazo por encima contagiado de todo lo que había contado.

-¿Por qué no tener una familia? Siempre en un futuro podrás conocer a alguien para formar una familia y vivir como campesinos-lo dije sin pensar, en circunstancia normales (es decir, no borracho) no habría mencionado ningún tema de familia, además, por aquél entonces creía que el amor era un camino que no estaba hecho para mí y que me esperaba un futuro solitario. En resumidas cuentas, era un tema tabú. Ella miró un poco ida al vacío, con una sonrisa tonta.


- Vivir como campesinos. Tener mi propia familia. Cuidar de mocosos hiperactivos e insoportables, de locos bajitos...Suena bien-dijo primero indignada y luego muy débilmente- ¿Por qué no? quizás dentro de mucho, mucho, mucho tiempo.
-Pero pase lo que pase siempre estaremos juntos, ¿no?-le dije tendiendo mi jarra.
-¡Claro! Siempre seremos tres, lo he dicho siempre ¿acaso lo dudabas, cabezón?- me dijo sonriendo y chocando parcialmente (no estábamos en condiciones de acertar de pleno) nuestras jarras.



Me quedé dormido sobre la mesa, totalmente traspuesto. Y mal momento para tener una de mis pesadillas ocasionales. Esta vez caí en la oscuridad. De repente hacía mucho calor y volví al pasado. Volví a ver sangre, la sangre recorriendo fluidamente mis manos. Sangre ajena. La sangre de mi primer asesinato. La primera vez que le arrebaté la vida a alguien. Nunca podré olvidar esa mirada, esa mirada dura y fría, la mirada vidriosa de un inocente. Intento consolarme que era él o yo. Por esa muerte, hoy estoy yo aquí, en vez de esa otra persona. De alguna manera estoy viviendo también la vida que le he quitado. Estoy seguro de que él habría aprovechado la vida mejor que yo. Sí...volví a aquél patio de arena del Negro Temple, reviví la prueba sangrienta y ciega que nos convertiría en Templarios Negros. ¿Mereció la pena semejante pago? No lo sé. La culpa me carcome siempre que sueño con ese patio de arena empapado en sangre ajena, y lo digo en presente porque aún sigo soñando con ese muchacho pecoso que se ensartó en mi espada.

-¡No!¡Otra vez no!-grité despertando en sudor, descubriendo lentamente que me había quedado dormido sobre la mesa. Amelia estaba en frente, algo recuperada de la borrachera, la noche y la fiesta continuaba, pero ya había decaido bastante el ambiente.- Solo...es otra...pesadilla.- dije como disculpa levantándome torpemente para ir hacia la barra. Aún no estaba lo suficientemente anestesiado de alcohol.

"Empecé a beber desde aquello...desde la muerte de ese muchacho a mis manos. También para olvidar otras pesadillas."

Cierto, también tenía otras pesadillas. Quedé muy traumatizado de pequeño cuando me dijeron que mi madre ardía en el infierno y que estaría ardiendo y gritando de dolor por toda la eternidad. A veces sueño con su rostro marchito y su mirada orlada de lágrimas, secadas por el fuego, gritando mi nombre...mi verdadero nombre, un nombre que no recordaba.

-Dame otra jarra..-dije a la camarera tambaleándome en la barra.

- Te sientes bien matando el tiempo mientras hay gente que por tu culpa ha muerto y arde en el infierno ¿verdad, pecador? ¿Ese es el ejemplo de disciplina, sobriedad y pureza que debe dar todo Templario? ¿Así es como le pagas a Dios que te deje luchar por su noble causa, maldito deshecho humano? No te mereces que se te llame por tu nombre. ¿O sí, Isaac?-escuché detrás de mí.

Apreté con fuerza las manos, afianzándome en la barra. Un hombre, si es que aquello era un hombre, se dirigía a mí. Iba vestido completamente por una túnica negra y una capucha, ocultando debajo otros ropajes que no lograría a identificar. Medía metro noventa, una enorme capucha cubría su rostro. Tenía una voz cavernosa y parecía que estuviera ahogándose contínuamente. Respiraba con dificultad. Me pareció ver una tenue luz roja en la oscuridad de su capucha. De repente una mano enguantada de blanco me mostraba un anillo negro. Me quedé congelado, no sabía que hacer. Me quedé quieto.

-Sigues siendo un niño insolente y malcriado. Pero ya no escurridizo.-tuvo un acceso de tos ronca de repente- Besa el anillo, si no quieres acabar trabajando para la Iglesia arando campos con los dientes.

Besé el anillo.

-¿Te sientes bien celebrando aquí la muerte de ese pobre muchacho al que mataste? Se llamaba Ron, era de Austria, su familia entristeció mucho cuando supo que lo mataste a sangre fría para entrar en la orden, aunque Dios te perdona en ese aspecto.-dijo incriminatoriamente- En algún lugar del mundo saben que un tal Isaac está emborrachandose en tabernas de mala muerte en vez de haber dejado vivir a otro muchacho, que hubiera servido fielmente a la causa de la humanidad. ¿Te sientes bien, Isaac, sabiendo que si hubieras muerto tú en vez del tal Ron ahora el mundo sería un poquito mejor? ¿Y sabes por qué? porque él habría arrimado el hombro para ayudar a Dios y a su Iglesia para salvar al mundo, estoy seguro. Su fe era de hierro y era noble. Lo conozco, igual que te conozco a tí.

-¿Cómo...?-dije desorientado y dolido.

-Si, te conozco. Sé todo sobre pecadores. Sobre tí y sobre tus compañeros. ¡Oh, sí! No creas que ellos tienen las manos limpias, ninguno están libres de pecado. Pero no me extraña, los pecadores engendran pecadores. Por cierto, ¿qué tal tu madre, Isaac? ¿Dónde está esa furcia? ¡Ah, sí!-se acercó a mí- ¡¡Ardiendo en el infierno!! ¡Como va a acabar tu alma si no obedeces a la Iglesia!

Empezó a reírse cascadamente, le supuso un gran esfuerzo y acabó tosiendo pesadamente. Una lágrima surcó mi rostro sin entender a qué venía tal crueldad gratuita y sin motivo.

-Tranquilo Isaac. Dios siempre te da una oportunidad para que salves tu alma. ¿Sabes lo que tienes que hacer para que Dios te perdone? Seguir sirviéndole. Pero con más determinación.

-Mi madre...infierno. Otra vez atormentándome con eso... ¡No es justo! ¿Por qué sigue allí? Estoy sirviendo a la Iglesia, ¿por qué no la dejan marchar?¿Por qué no dejan su alma en paz?-dije entre balbuceos.

-¿Hablas de justicia a un Inquisidor? Yo conozco lo que es la justicia, Isaac. Dios hace caer en ti toda su justicia y aunque te escondas por debajo de las piedras, Él te encontrará. Sirviendo a la Iglesia salvas tu insignificante alma, ¿pero quién te ha dicho que salvas las de todos los herejes con los que te rodeaste en tu infancia? Ya sea la puta de tu madre o ese malnacido del Pater Brahms. ¿Sabes? yo era partidario de hacer que hubieras dejado de sufrir ese fatídico día en el que cazé, pero entre ellos dos lograron dejarte vivir, por culpa de ellos aún sigues sufriendo.

-¿Por qué...?-pregunté llorando aún notando el alcohol en mi cuerpo.-¿Por qué me haceis esto?

- Esto ni siquiera llega al grado de tortura para mí. Ni siquiera llega a lo que yo sé de tortura psicológica. ¿Sabes por qué te hago esto? ¡Porque tú me hiciste esto!-se apartó la capucha pudiendo ver una cara normal, surcada de algunas arrugas, al menos en su mitad derecha. La mitad izquierda había sido quemada horriblemente, con el ojo invadido de una fina película blanca que indicaba ceguera.

-¿Yo? Yo no te hice eso. ¡Ni siquiera te conozco!

-Eras un niño. ¿No lo recuerdas? Intentabas zafarte de nosotros. Intentaste escapar de nuestros brazos, todo ardía a nuestro alrededor. ¡Me confié al retener a un mocoso, y me empujaste haciéndome caer sobre las brasas de tu casa en llamas para escapar! Para escapar e irte llorar como un crío al cuerpo calcinado de tu madre!

-¡Ni siquiera recuerdo eso!

-Hay muchas cosas que no recuerdas, Isaac.-dijo acariciándome la cabeza.- Hay muchas cosas sobre tí que te son un misterio. Tardamos mucho tiempo en encontraros, necesitamos una gran labor para cazaros. Tu madre lo hizo bien, era escurridiza la pecadora, cual serpiente del infierno de lengua venenosa. Yo me encargaba de vuestro caso para la Iglesia, yo hice que tu madre pagara por los pecados que cometió contra Dios. Yo fui uno de los que lograron cazar a tu madre. Yo hice que pagara por sus pecados. Yo prendí fuego a su cuerpo para que el Señor de las Moscas procediera a quemar su alma. ¡Queríamos salvaros y ni siquiera os dejásteis confesar antes arder!

-...

-Pero no vengo a torturarte, Isaac. No he venido por mi propio pie, me manda la Iglesia. Deberías dar gracias por la compasíon de Dios, puesto que me han ordenado que te dé la oportunidad de que puedas liberar a tu madre del infierno a cambio de un gran sacrificio tuyo. ¡Y ni si te ocurra pensar que Dios es injusto contigo! Injusto es que te haya dejado vivir después de todos las afrentas que le habéis causado a Dios y a su Iglesia. Te hemos criado, alimentado, dado una formación, hemos liberado tu alma. Ahora nos debes un favor. Dios te permite pagar los pecados de tu madre.Seguramente morirás, pero podrás morir con la conciencia tranquila de que salvarás tu alma y la de aquella que te dió luz.

"¿Por qué? No entiendo nada. ¿Realmente mi madre había sido una gran enemiga de Dios, de la Iglesia y de la humanidad, o simplemente cazaba a todos por igual? Mamá...¿qué hicimos para que nos odiaran de esa manera?¿Qué hiciste antes de que yo naciera? ¿O simplemente Dios nos odia? No...Dios es misericordioso, él me mantuvo vivo...Él me ama. Siempre me han dicho eso. Me estan dando una oportunidad de salvar nuestras almas...la oportunidad que nunca creía que me fueran a dar."

-Dime qué es lo que quiere Dios de mí. Haré lo que sea por complacerle, creo en él, creo en sus ángeles y creo en su Iglesia. Solo quiero salvar nuestras almas impuras y amar a Dios...solo a Él. Dime qué es lo que quiere de mí, y yo me entregaré en alma y cuerpo a cualquier sacrificio.- le rogué cegado.

El Inquisidor ocultó su parcialmente desollado rostro, pero dejando mostrar una sonrisa depredadora desde la oscuridad de su capucha.

-Vaya...veo que, después de todo, sí que has cambiado. Puede que te haya juzgado mal y sí sirvas a Dios como un buen feligrés. Quizás puedas volver al rebaño después de todo. Quizás seas un buen servidor

-Lo soy. Ponedme a prueba y le demostraré que mi madre y yo somos dignos de entrar en Su Reino. Podré pagar los horrores que le hizo a Dios y a su Iglesia. Estoy arrepentido y me avergüenzo de ella y de sus actos. La negaré si Él me lo ordena. Haré lo que Él me pida.

-Es lo que Dios espera de ti-dijo sin poder deshacer su sonrisa de tiburón tras la oscuridad.- No le vuelvas a decepcionar.

Lo pensaba de verdad. Mi fe era verdadera, la Iglesia hizo un trabajo excelente conmigo desde que era niño. Mi fe se convirtió totalmente ciega. Creí en Dios por encima de todas las cosas, de todas, he dicho. Y la Iglesia sabe manejar a todo creyente. Ahora me tocaba el turno a mí.

Ahora sé que me chantajearon con mis recuerdos dolorosos. Que me coaccionaron con mis propios sentimientos. Hicieron que yo mismo me pusiera las vendas y la correa. Y siempre pensé que era lo correcto. Me amaestraron cual bestia o rebaño. Ahora la Iglesia volvía para saber cómo de dócil era su perro de guerra. Yo.

¿Mamá?

Realmente extraño. Por mucho que me dijeran de niño que te olvidara, que eras una asesina y una hereje, que tu único lugar es el infierno y que solo adorabas al Señor de las Moscas, nunca pude borrarte. Aunque te apartaron a una edad muy temprana para mí y te quemaron como a una bruja, te recuerdo como simplemente como una madre que protegía al fruto de su vientre. Y aunque creí todas esas cosas malas que dijeron de tí, mamá, el tiempo y la experiencia han luchado a tu favor y te recuerdo tal y como eras. Por mucho tiempo que haya pasado aún sigo descubriendo cosas que hicistes por mí. Gorke me habló de alguno de los secretos de la Iglesia, ¿sabes, mamá? Sí, esa Iglesia a la que no me querías entregar, incluso manchándote las manos de sangre para conseguirlo. ¿Sabes lo que me dijo, mamá? Habló sobre unos jinetes oscuros, los que conocemos como jinetes siniestros. Aquellos jinetes que marcaron nuestra persecución eterna, cuando llegaron a nuestro hogar e intentaron arrancarme de tus brazos. Yo pensaba que lo que querían era darme un glorioso trabajo al servicio de Dios y de su Iglesia...¿pero sabes que es lo que querían? Creo que tu siempre lo supiste, que sospechabas. Querían convertirme en lo que no era, querían divinizarme sin saber siquiera lo que significaba ser mortal, querían despojarme de mi vida terrenal. Creo que ya sabes de lo que hablo mamá...Gorke me habló sobre el Proyecto Engel. Toda mi vida engañado sobre ellos y sobre tí. Aunque esté separado en el tiempo de tí, mamá, cada día averiguo cosas que ayudan a completar este puzle de engaños y mentiras. Cada día comprendo lo mucho que me querías, que el hecho de que no siguieses a la Iglesia no te convertía en inhumana...cada día te conozco más aunque no sepa donde te encuentras, aunque antes de ser quemada me dijiste que estarías en mayor gloria siendo parte de mí, tu hijo, y de mis hechos, que en un Cielo con un Dios que solo te hizo sufrir. ¿Qué habría pasado si hubieras sido tan ciega como yo? Quizás ahora sería como ellos, tendría alas y todas las potestades que me otorgase Dios, con la que podría solucionar mi vida y tú estarías viva aunque no existirías en mi recuerdo. Pero he comprendido muchas cosas. Es cierto que los miré desde abajo, que me arrodillé ante ellos sintiéndome insignificante. Me trataron como un peón y yo avancé según sus órdenes con la cabeza gacha. Algunos me trataron símplemente de "humano" y yo me avergonzaba de serlo. Siempre he sentido la impotencia de no poder hacer tener ningún poder ante esta batalla de titanes...pero todo lo que estoy averiguando sobre tí de forma indirecta me están corrigiendo de mi error. Porque...ahora estoy orgulloso de ser humano. ¿Sabes, mamá? Estoy orgulloso de que nosotros podamos permanecer unidos más allá de nuestras diferencias, de que seamos naturales, de que los lazos que nos unen son superiores a la fe de esos semidioses, de repente ya no siento lástima de nosotros, sino que compadezco a esos ciegos ángeles que no saben ni por lo que luchan. Claro que luchan por nosotros, pero si les despojáramos de sus potestades...¿seguirían luchando por nosotros? ¿O huirían? El mortal ahora me parece digno de gloria, por su amistad, porque cuando somos leales entre amigos, no pueden con nosotros, por su capacidad de aguantar el sufrimiento diario, el esfuerzo, la lucha ciega y desesperada, porque aunque Dios no nos haya dado poderes, nos abrimos paso con nuestras propias manos, con nuestro propio fuego, porque realmente somos los que sufrimos por ser meros mortales, porque cuando marchamos a la batalla, sabemos que solo contamos con nuestro valor y nuestro miedo y no con poderes divinos. Porque cuando marchamos a batalla no esperamos que Dios nos salve. ¿Acaso el ser humano no tiene nada de divino? ¿Ni siquiera una pizca de Dios?

No me entregaron a la Iglesia, no me convirtieron en ángel, no les dejaste. Siempre me he sentido humillado de ser un simple mortal. Pero ahora comprendo que me diste un gran regalo, mamá. Perdóname que te haya comprendido tan tarde. Gracias por regalarme el don de ser como soy.

Estoy orgulloso de ser humano. Así lo sentías y así lo quisiste ¿verdad, mamá?