jueves, 15 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (III)

Adiós, madre.

Aún me tiembla el pulso, pero debo continuar si quiero acabar a tiempo. Está amaneciendo en Roma Aeterna. Prosigo.

Desde aquel día quedé a manos del padre Bramhs, y estuve aprendiendo su oficio durante 5 años. Lo que más recuerdo era que me confesaba los domingos temprano, antes de la misa. Me sorprendió que las lecciones que recibía eran bastantes especiales: no veía en ellas fanatismo, no era castigado, y tenía un sentido del humor con su fe bastante peculiar, algo que acabó marcando mi forma de ser, incluso me permitía mi propia interpretación de la Biblia.
Un domingo cualquiera, rutinario, yo me disponía a confesarme. Como siempre, estaba nervioso y memorizaba de carrerilla todo lo que iba a confesar. Decidí no esperar y confesarme cuanto antes:
-Dios, escucha mi perdón y acepta mi alma-dije, esperando automáticamente la respuesta del padre Bramhs.
Pero…no hubo respuesta.
-Dios, escucha mi perdón y acepta mi alma- estaba empezando a angustiarme.
Silencio…
De pronto alguien gritó:
-¡Tú! ¿Qué haces ahí? –un monaguillo de la iglesia que estaba preparando la misa se acercaba a mí.
-Me dispongo a confesar mis pecados-estaba confundido, estaba demasiado acostumbrado a la rutina de la iglesia.
-No digas que te lo he dicho yo.-bajó la voz y se puso en actitud confidencial- El padre Bramhs no esta aquí.
-¿Donde está?-procuré no alzar la voz.
-Se lo han llevado
-¿Quién?-mi voz estaba empezando a tomar un matiz histérico.
-Ya te dije demasiado así que…-se dio media vuelta.
-¡No, tú sabes algo más! ¿Quién se lo ha llevado?- comencé a presionarle la garganta, haciéndole retroceder hasta el altar, hasta que chocó su espalda contra el gran crucifijo tirando el cáliz provocando un ensordecedor eco en la sala.
Finalmente dijo lo que yo más temía.
-La Inquisición-suspiró con un hilo de voz.
-¡Eso es imposible! ¿Por qué?- aflojé su cuello para poder escucharle
-Está acusado de corromper a las juventudes con sus enseñanzas.-acto seguido sus ojos se tornaron blancos y cayó. Estaba asustado, no me podía mover. Finalmente me acerqué a él, y con un gran alivió descubrí que aún respiraba.
No podía ser verdad…la Inquisición volvía a llevarse a un ser querido. A lo mejor eran demasiado buenos para este mundo. ¿Quizás se iban con Dios, y yo me quedaba en el infierno? Hice un hueco en mi corazón y en mi alma para el pater Brahms, un lugar que debía compartir con mi madre.

Siempre recordaré el día en que llegó el nuevo párroco. Un viejo francés temeroso de Dios, y con mano dura, seguidor de la expresión “la letra, con sangre entra”.
El padre Lacroix fue de lo peor que podía esperar como tutor.
Si el padre Brahms me enseñó ser más desenfadado, el padre Lacroix me enseñaría a callar. Dos cosas que marcaron mi forma de ser.
El método de confesión fue sustituido por la flagelación. Recuerdo que sólo era en el brazo izquierdo, el brazo del diablo en palabras del padre Lacroix. El brazo del demonio...el brazo que todo lo hace mal. Marcado por innumerables cicatrices. Desollado contínuamente.
Un día me rebelé contra él, me apoderé de su instrumento de tortura y le hice pagar todo lo que me había hecho. Le hice sentirse como me había sentido yo durante toda mi vida, indefenso e impotente.
-¿Crees que puedes torturarme porque soy débil?¿Porque soy un niño?¿Te crees con autoridad para maltratarme?¿Te crees mejor que yo porque crees que estas más cerca de Dios que yo?De lo único de lo que estás cerca ¡Es del infierno!
El único resultado de todo aquello fue una tortura brutal, siempre en el brazo del demonio, mientras el padre Lacroix me gritaba:
-Isaac eres un inútil, y siempre lo serás. Con esa actitud no conseguirás nada. Defiendes bien tus ideales rebeldes, pero recuerda que ello siempre te puede llegar a costar la muerte. Ni podrás defender a los que amas. Mereces un castigo. Acabas de demostrar que no podrás promulgar la palabra del Señor mediante la palabra, no tienes la paciencia necesaria, así que lo harás mediante la espada, un camino más corto pero más peligroso. Servirás a la orden de los Templarios Negros, que es casi lo mismo que una condena de muerte, pero una muerte justa por la causa de Dios. La Inquisición hizo bien en ejecutar al padre Brahms, él te ha corrompido con sus enseñanzas. Lo único para lo que le puedes servir a la causa de Dios es para morir en Su nombre.
Nunca pude olvidar esta etapa de mi vida. No tenía más que ver mi brazo izquierdo plagado de inmundas cicatrices por cada milímetro de mi brazo.


Y así, fui enviado a la orden de los Templarios Negros.

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