lunes, 19 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (V)

Amelia...un ángel sin alas. Sin ninguna delicadeza ni tacto, pero mi ángel al fin y al cabo. En aquellos momentos me daba un miedo terrible y tardé demasiado en entender lo que me pasaba cuando estaba con ella. No sé si ella se daba cuenta en aquél momento, aunque ni yo me daba cuenta de lo que sentía. Que ciego estaba.

Aunque es curioso, después de todo lo que hemos pasado...aún me pongo nervioso pensando en ella. Como me diría Duncant "Isaac, el valiente en batalla, pero cobarde en el amor"

Mis compañeros en este agujero me miran nerviosos. Yo lo siento, no pude reprimir una carcajada al recordar viejos tiempos.

Pero no adelantemos acontecimientos. Prosigo con mi historia.

A partir de aquel día Amelia yo, y Duncant, que siguió visitándola por motivos que aún desconozco, nos hicimos inseparables, de tal manera que llegarían a convertirse en la familia que nunca tuve.

A partir de aquí mi vida comenzó a tener algún sentido, aunque lo único que hacíamos era superar unas pruebas detrás de otras. Pero tras superar cada prueba, teníamos un motivo de celebrar que una noche más, estábamos vivos. Y qué mejor manera para celebrar la vida, que una taberna. Una que Duncant conocía bastante bien, y estaba bastante lejos del cuartel de adiestramiento de los Templarios Negros. Me preguntaba cómo debería ser de buena aquella taberna para ir tan lejos, cuando de hecho hay tabernas más cerca. Pronto lo descubriría.
Y ahí estaba….tenía una presencia bastante agradable, y tenía un enorme cartel colgando de cadenas que rezaba “Capa y espada”.

Entramos, y el cálido ambiente del lugar nos envolvió. Era un sitio bastante alegre. Se celebraba el fin de año y se habían abierto grandes barriles de cerveza. Se habían juntado en el centro del salón varias mesas, y un grupo de borrachines cantaban reverencia por la vida alegremente removiendo por encima de sus cabezas jarras de cerveza sin preocuparse por no derramar su contenido. A su lado un grupo de músicos afinando instrumentos para la larga y apacible noche.
Duncant nos guió y nos llevó a una mesa situada junto a una ventana. Estuvimos hablando los tres animadamente mientras se llenaba hasta los topes la posada de muchachos y muchachas, viejos, vagabundos y todo tipo de personas.
La fiesta ya estaba animada y seguíamos sentados mirando a los músicos, y la muchedumbre cantando y bebiendo. De entre la gente apareció una muchacha menuda, de cabello cobrizo y ojos castaños, dirigiéndose a nosotros con una bandeja clavada en su cadera. Algo me decía que ya la había visto antes, pero antes de acordarme Amelia me dio un cómplice codazo mientras soltaba una risita:
-La novia de Duncant-me susurró sin poder soportar soltar risitas.
¿Así que por eso estaba empeñado en ir a esta taberna?
-No es su novia-le corregí acordándome ya quién era ella.
-Claro que sí, lo que pasa es que…-comenzó a replicarme pero ella ya estaba encima de nosotros.

-¿Qué deseáis?
Amelia pidió cerveza, yo la imité aunque nunca la había probado, pero no quería parecer un blandengue.
-¿Y tú? ¿Qué deseas?-dijo un poco atolondrada mirando a Duncant.
Duncant parecía pensativo. La música pareció darle un poder decisivo.
-Un baile con vos.
Los ojos de ellas se iluminaron sin poder contener una sonrisa.

Amelia no paraba de darme codazos mientras se reía como una ardillita y yo me estaba poniendo negro ya de aquello.

Duncant subió de un salto a la mesa del centro del salón. Cogió por la cintura a Kiara y la subió a la mesa. Agarró violentamente su bandeja y la tiró. Y bailaron, y para nada lo hacían mal.
La gente se animó, y estalló un espíritu folclórico verbenero.
La presencia de los dos estaba iluminada.
Cómo íbamos a imaginar que aquel era su último baile juntos.

1 comentario:

  1. ¿Cómo lo ibas a imaginar tú, Isaac? ¿Cómo ibas a saber todo lo que estaba por llegar?...

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