lunes, 30 de mayo de 2011

Memorias de un Templario (XXXVII)

Los cascos de los poderosos corceles oscuros del Negro Temple se abrieron paso con furia a través de las adoquinadas calles de Florencia, escoltando un dorado carruaje en el que se encontraba el Obispo de Florencia. Las casas ardían, el pueblo salía a la calle armados y con fuego en la sangre hartos de ser manipulados y usados como simples juguetes, pidiendo justicia y exigiendo los valores que se suponía que tenía el gobierno y el amparo de la Madre Iglesia. La mayoría estaban armados con sus herramientas de trabajo, hoces, guadañas, antorchas y martillos, mientras que la Guardia Obispal (de vestiduras moradas) y los Templarios mantenían a raya a la muchedumbre con escudos y espadas-lanzas, formando un cuello de botella en la Via dei Conti, justo delante del la Basílica de San Lorenzo. El Armatura Caballero Templario Negro que iba en cabeza agitó un puño al líder de la Guardia Obispal, para que le abrieran paso. Éste, al ver el carruaje dorado de su señor Obispo, ordenó que la fila de lanzas se abriera, por lo que entraron fluidamente al interior del recinto de la Basílica. El carruaje estaba hecho una pena y se tambaleaba, incluso cuando acabó su nervioso trayecto. Del carruaje bajó un anciano decrépito pero aún con las fuerzas que le daba el odio. Iba lujosamente vestido con ropas obispales y fué recibido por la retaguardia de la guardia, Templarios Ramielitas. Los Templarios Negros le seguían custodiando a caballo entre los guardias frenéticos que se preparaban para detener la revolución. El capitán de la Guardia Obispal Alexandros, investido en las ropas y armaduras moradas de cuaquier guardia del Obispo, se retiró de la fila de lanzas y se acercó, acalorado y nervioso al Obispo Faustino Paissan di Firenze. Alexandros iba acompañado por el Armatura Ramielita de la ciudad.

-¡Su ilustrísima! ¿Cómo ha llegado hasta el palacio sano y salvo? Le dábamos por muerto en las afueras, de veras que está bendecido con la gracia de Dios.

El Obispo se limitó a mirarle con asco.

-Maldita sea Alexandros, si estoy vivo es gracias a estos jinetes oscuros- dijo señalando con el mismo asco a Gorke, no porque fuera Templario Negro, sino porque le odiaba personalmente.- no a vosotros maldita sea. ¡Mi propia guardia personal me da por muerto! Más os vale compensarme parando esta revuelta del Diablo.

-¡Por supuesto su ilustrísima!

-Deje de hacerme la pelota, capitán, y digame cómo va la revuelta.


-Han tomado la Vieja Piazza della Repúbblica, donde están montando una plaza fuerte. Por lo demás resisten a base de barricadas que inutilizaría la poca caballería que tenemos. Avanzaron hacia el Palacio Cardenalicio del Duomo, pero les masacramos y no lo han tomado. Además han descubierto que el Cardenal del Consistorio y de la Marca, Frederik Sciponna, ha desaparecido del palacio...dicen que por brujería.


-¡Blasfemias!


-Es lo que creen, su Ilustrísima, y por eso se han desviado hacia aquí. La revuelta está sofocada en el oeste de la ciudad, no pueden con la fortaleza del Palazzo Strozzi. Así que la revuelta se decide aquí, por lo que ellos creen que es el punto más débil. Nos superan claramente en número y no podremos detenerlos en las calles.

-No me interesan sus quejas ni sus excusas, Alexandros, no quiero que dejéis ni uno vivo.- le escupió desagradecido apartándolo con una mano raquítica.-¡Y me quedaré aquí para ver cómo lo hacéis! No quiero a ninguno de esos muertos de hambre mancillando la Basílica. Quiero que los Engel de la Basílica salgan a masacrar al ganado contaminado.

-Señor, sabéis tanto como yo que vuestra potestad hacia los Engels de la Basílica es limitada en este tipo de casos. No podrían involucrarse si no es con un permiso del Ab de su Orden...y no creo que tengamos tiempo para burocracia.

El Obispo se dirigió hacia

-Esos Engels deben lealtad a la Iglesia y en este caso ¡a mí! Maldita sea, consigue que los Ramielitas entren en batalla.

-Pero su ilustrisima...solo son bibliotecarios del Señor.

-¡Me da igual! Haz lo que sea, mata algunos de ellos si hace falta-grito furioso el Obispo.


Todos quedaron alarmados por las blasfemias del Obispo, pero lo achacaron a lo extremo de la situación. Alexandros pidió al Armatura Ramielita que se dispusiera a la tarea encomendada de traer los Engels a la batalla. Frente a la bocacalle de la Via dei Conti se veían cientos de antorchas y una gran muchedumbre furiosa.


-¡Ya vienen!- gritó el capitán de la guardia obispal en el frente.- ¡Formación de erizo! ¡Lanzas en ristre! No cedáis ni un sólo milímetro. ¡Y si lo hacen, que el precio sea alto en sangre! ¡Por la Matter Ecclesia!


-¡Por la Matter Ecclesia!-gritó la formación apuntando las lanzas hacia los campesinos hambrientos.

Los Templarios Negros se quedaron en la retaguardia, aún a caballo, esperando las instrucciones de su Armatura. Gorke se encontraba al lado del Obispo, pero no tenía ganas de preguntarle el por qué de aquella revuelta. Los Templarios Negros, realmente, solo esperaban la oportunidad para jugársela a ese tirano y hereje de Obispo. Después de todo, se la debían desde hacía meses. El Obispo abusó de su poder para especular, asesinar, usar y traicionar a quién fuera solo para conseguir la tecnología prohibida... y Gorke sabía que engañó y usó a sus templarios para hacer el trabajo sucio y herético. El Obispo no podía haber conseguido las armas de fuego sin los Templarios Negros, y ahora abusaba de su poder más que nunca. Quizás eso había provocado la revuelta popular. Debían volver a equilibrar la balanza, pensaba el Armatura. Además...yo creo que Gorke también tenía ganas de tocarle las narices al Obispo, por los viejos tiempos y no perder las costumbres, más que nada. Tenían que hacerlo rápido, era cuestión de tiempo que el Inquisidor Dante llegara a la ciudad y diera cuenta al Obispo de que eran unos desertores del Negro Temple. ¿Qué quería el Inquisidor Dante? Se preguntaba la compañía de caballeros oscuros. Era evidente que quería encerrarlos por desacato, pero... eso era solo una fachada, se tomaba muchas molestias para que no me encontraran. ¿Por qué? ¿Acaso quería que llegara a mi destino? ¿Por qué no me trasladaron ellos mismos, si estaban tan interesados? ¿Qué me aguardaría en la Tierra Santa y por qué quería que llegara hasta allí? Por aquél entonces...ninguna respuesta. Ahora...ahora conozco toda la verdad, la mía y la de todos mis compañeros. Por eso escribo todas estas líneas.


Pero por aquél entonces, compañeros estaban en Florencia, mientras que yo estaba en la península semihundida de Grecia. Aun separados en el espacio, nuestros caminos seguían unidos.


Y a pesar de tanta penurias, muerte, cansancio y persecución, nadie cejó de buscar su destino.

Los Templarios Negros tenían que moverse cuanto antes, si querían evitar una masacre contra el populacho. Los campesinos se abalanzaron hacia los guardias, implorando comida, agua y sobre todo...justicia. Pero al única respuesta que obtuvieron fué el frío acero de la Iglesia...ni lismosnas, ni bendiciones, ni oraciones, ni perdón ni consuelo. Sólo acero. Los Templarios Negros sintieron impotencia ante la masacre. Alejo atendió al desmayado Johann, Ilse se mordía el puño de la impotencia, Jacqueline miraba al suelo, Duncant se santiguaba, Jacob se mantenía impasible y Amelia afilaba sus armas. ¿Qué podían hacer, matar a los otros Templarios? Muchos de ellos también eran inocentes. Eran desertores, pero no traidores ni asesinos.

Alexandros, capitán de la Guardia Obispal, se veía superado por la multitud enfurecida que no hacían más que gritarles:"asesinos" y "herejes". La formación se estaba rompiendo, pero Alexandro seguía combatiendo con su espada-lanza y parecía un torbellino de ropajes morados.

-¡No rompáis la formación! ¡Guardias del Obispo, no rompáis la formación!- gritaba mientras giraba la empuñadura de su espada-lanza, dibujando un arco amplio que empujaba a dos hombres y una mujer armados con hoces y guadañas. -¡Volved a la formación!

Alexandros vió cómo uno de sus hombres, en mitad del gentío, iba a atravesar a una campesina que se encontraba en el suelo. Lo detuvo antes de que la ejecutara.

-¡Soldado, matemos a los menos posibles! ¡Formad un muro de escudos y empujadlos! ¡No los matéis!

Pero ya era demasiado tarde, los soldados y el pueblo se habían mezclado rompiendo las formaciones. Las órdenes no llegaban, solo valía sobrevivir matando. La mitad de la muchedumbre yacía regando la ciudad, al igual que muchos soldados. Un hombre enorme y barbudo, armado con un mazo de guerra, presumiblemente un herrero, gritaba a los suyos a retirarse a la plaza. El pueblo empezó a huir. Alexandros empujaba a los prisioneros que habían hecho en dirección a sus casas en vez de ejecutarlos como le había ordenado el Obispo.

-Corred a vuestras casas antes de que me ordenen mataros. ¡Vamos!-gritaba el capitán de la guardia.- ¡Soldados, volved a formar!


La Guardia Obispal volvió a colocarse en posición y dieron cuenta de que la mitad de los suyos habían caído. Entonces vieron que el pueblo se replegaba y que una nueva oleada aparecía por las diferentes calles de la ciudad. Habían triplicado su número...ahora la Guardia Obispal tenía una desventaja de 4 a 1. Sin contar que estaban cansados y heridos. Alexandros volvió a la retaguardia para hablar con el Obispo, que se encontraba con Gorke, el cuál intentaba vanamente hacerle razonar que aquél derramamiento de sangre era innecesario.

-Su Ilustrísima, solicito permiso para replegarnos y fortificarnos en la Basílica a la espera de refuerzos. No podemos ganar esta batalla. Al menos no con los medios con los que disponemos.

El Obispo le pareció gracioso el comentario.

-¿Batalla? Con el ganado no se combate, Alexandros. Pero tranquilo, soy previsor y he traido esos medios que os harán un capitán victorioso en esta "batalla", como tú lo llamas.


El Obispo llamó a un siervo, que apareció en la calle y destapó la lona de una carreta que se encontraba en la calle: hileras y munición de rifles de fuego. Alexandros, como la mayoría de los allí presentes, no sabía qué eran aquellos cacharros de metal.

-Alexandros, esto serán los medios por los que ganarás la batalla y conseguirás tu ansiada paz. Dale esto a los mejores de tus hombres, diles que apunten a los campesinos y que aprieten los gatillos. Veréis cómo se irán tranquilamente a sus casas. Milagrosamente...-dijo ensoñador.


Alexandro pensaría que sería un remedio milagroso, porque no parecía entender que esa chatarra los haría huir por la masacre que desencadenaría. Repartió los rifles entre sus hombres y les dió las instrucciones básicas. Él se quedó con una pistola, aunque no sabía lo que podía hacer ese artefacto arcano. El populacho volvió a cargar desesperadamente y furioso. Alexandros apuntó con la recortada hacia ellos desde la formación. Pero no pasó nada, no se iban.

-¡Pueblo de Florencia, retiraos a vuestras casas ahora y no se tomarán represalias contra vosotros y atenderemos a vuestros ruegos!- exclamó sin dejar de apuntar a un muchacho con la pistola.
¿Por qué demonios no se íban? Quizás pensó que el artefacto no fuera tan milagroso como decía el Obispo. De repente se acordó de que tenía que apretar el gatillo para conseguir la paz. ¿Tan sencillo...? Y entonces, apretó el gatillo.
No se lo esperó, un trueno escapó del metal que empuñaba y vió a un muchacho caer con la frente perforada. Sus hombres quedaron sobrecogidos por la explosión, pero le imitaron. Decenas de truenos escapaban de los rifles y pistolas de los guardias del obispo desde detrás de la muralla de escudos. Con horror, Alexandros vió cómo la vida de decenas de hombres y mujeres se escapaban en un suspiro. Tantas vidas desperciciadas en tan poco tiempo. Todos estaban impresionados, tanto los guardias, como los rebeldes. El pueblo se quedó inmóvil por el pánico. Alexandros estaba pálido. ¿El obispo les había dado armas de fuego? ¿Aquello eran armas prohibidas? Debía parar aquella masacre.

-¡Guardias del Obispo! ¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego!

Los guardias volvieron a disparar...embriagados del poder que acababan de experimentar. Sus hombres volvían a abrir fuego fusilando a unas veintiséis personas. ¿Quién diablos había inventado semejante aberración? ¿A qué mente retorcida se le había ocurrido crear o imaginar inventos que sólo servían para matar? ¿Aquellas armas eran del antiguo mundo moderno? Ahora entendía por qué el mundo antiguo debía ser exterminado. Apenas escaparon los rebelde de vuelta a la plaza de la Repúbblica, cuando Alexandros abandonó la fila buscando furioso al Obispo.


-¡¿Qué demonios le habéis dado a mis hombres?! ¿Qué clase de honor es protegeros de una gente indefensa con armas de fuego a distancia? ¡En menos de 3 minutos habían matado a 60 personas!- su voz bajó considerablemente, abatido.- Me dijísteis que se retirarían si usábamos esta chatarra...y lo único que he visto es como un trueno atravesaba el cráneo de un muchacho...

-Y se retiraron, ¿cierto, Alexandro?- dijo el Obispo complacido.

-¡¿Pero a qué precio?!-gritó histérico y dolido por el horror que acababa de contemplar.- ¡Estas armas están prohibidas por el mismísimo Todopoderoso! Habéis cometido una falta ante Dios, y yo condenado mi alma y mis principios.- le apuntó con la pistola con manos temblorosas.

-¿Vais a matarme, Alexandros? No seríais capaz. Os conozco como si fuera vuestro padre. Si os hubiera dicho qué hacían las armas de fuego, seguramente me hubiérais traicionado. Tú eres el que ha ordenado fusilar a cientos de personas, no yo. Tú mataste a ese muchacho que se quería rebelar contra la creación de Dios. Tú... y solo tú, has decidido obedecerme. Y ahora vuelve a la fila.

-Otra vez no...-Alexandros empezó a delirar con pánico al ver cómo sus hombres comenzaban a abusar de sus armas de fuego y empezaban a disparar al aire en signo de victoria.- ¡Otra vez no! ¡Dios haz que pare!-gritó Alexandros apuntándose la sién con la pistola.- ¡Nos veremos en el Infierno!


Y así, el Capitán de la Guardia, Alexandros, se suicidó al ver el horror que había desencadenado todo en lo que había creído.


Gorke se mantuvo aparte, pero no pudo evitar que la sangre del suicida le manchara el rostro.


-Esto ha ido demasiado lejos...Obispo.- susurró el Armatura ensangrentado.- Vamos a detener esta locura ahora mismo.

Y lo hicieron.

lunes, 23 de mayo de 2011

Ostium ad Infernum (I)

Dios mío...no puedo creer que aún siga vivo.

¿Dios? ¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?

Mi nombre es Isaac, y es increíble que aún pueda (y quiera) seguir escribiendo. Si aún quedara algo de fe en mi alma le daría las gracias a Dios de seguir vivo, pero quedaría irónico teniendo en cuenta donde estoy. No voy a perder el tiempo y voy a tomar nota de las observaciones, pensamientos y vivencias que acabo de tener y seguiré teniendo a lo largo de mi viaje por este lugar por el que pocos se han aventurado: los senderos del infierno. Muchos conoceréis a muchos miembros de la Iglesia (o suicidas sin mucha esperanzas) que han dedicado sus vidas en ir recopilando vivencias junto a los Infernos o enfrentándose a prole del Señor de las Moscas; juntando información sobre sus movimientos y comportamientos así como ilustraciones adjuntadas de los Engendros Oníricos (algunas incluso llegué a estudiarlas en las bibliotecas del Negro Temple de Roma AEterna) Fueron documentos que llegué a valorar durante mi vida al servicio de la Madre Iglesia (y fuera de ella, ya que renegué). Porque en el combate, todo conocimiento sobre ti mismo y tu oponente, es fuerza y poder. Como aquellas personas que arriesgaron sus vidas a cambio de inmortalizar experiencias para advertir a los incautos yo intentaré hacer lo mismo (espero que con la misma profesionalidad) sobre algo sobre lo que se ha escrito poco: las 7 capas del Infierno.

¿Mis fuentes? Mi sangre derramada, cansancio, desesperación, sudor y lágrimas propias y las ajenas de mis compañeros. No estoy solo, sino habría enloquecido hace mucho. Nos encontramos allí mismo, en busca de un alma perdida que no debería encontrarse allí. Un buen amigo de la infancia que por circunstancias que ahora no relataré (si salgo de aquí, juro que escribiré mis memorias y adjuntaré este documento) acabó en la séptima capa del Infierno sin comerlo ni beberlo. Realmente no está muerto, pero su alma fue robada por una sierva del Tentador, Meckraelle, a la que espero encontrarme en las entrañas de su macabra mansión. Si supiera que hubiera muerto del todo, incluso su alma... quizás no me arriesgaría a bajar hasta aquí para rescatarle. De todas formas, es una promesa de amistad eterna y verdadera (forjada en una noche de cervezas en una posada, que cosa que ahora esa promesa me haya llevado al Infierno) lo que me mueve a llegar hasta aquí.

Sería extraño considerar esto un diario por los senderos del Infierno, pues aquí no hay noche y día, sino un crepúsculo permanente. No sabemos si han pasado días o solamente horas, pero desde luego, llevamos demasiado tiempo aquí.

Para empezar, la Puerta de los Infiernos son las conocidas Almenaras de Fuego que asolan la faz de la Tierra. Todo ser humano sabe de la existencia de esas torres de fuego que aparecieron en los desastres del Segundo Diluvio. Bailan sobre la Tierra y sobre la humanidad, dejando un rastro infame de tierras marcadas de muerte y pestilencia, normalmente rodeada de la prole del Señor de las Moscas. Como es lógico tuve que saber cómo entrar en los infiernos, pero tuvimos la suerte de que teníamos una gran fuente de información: el capitán y líder Petirrojo Gorke (mi ex-armatura al servicio de los Caballeros Templarios Negros). Por lo visto él ya había estado allí por un motivo similar al mío, sacar a un ser querido de sus hambrientas llamas, su esposa Casandra, cuya historia desconozco en detalles. Por lo visto tuvo un éxito parcial en su búsqueda. Gorke (amigo y siempre superior mío) nos habló de que esas torres de fuego comúnmente conocidas como Infernos eran las entradas que había en la Tierra al inframundo. El aire alrededor de esos tornados de fuego susurran los nombres de los que se acercan, a veces forman rostros cadavéricos que se alargan y deforman dando vueltas sobre sí mismos en eternos aullidos, pero cuando uno intenta atravesarlos...o es abrasado o entra impoluto. Nosotros entramos por el Inferno que danza sobre el Mediterráneo, próximo a las costas de Italia. Lo que comentan marineros que nos llevaron (y llevaron a Gorke en su momento) hasta el Inferno que baila sobre el mar Adriático, es que es el Infierno (o el propio Lucifer) el que considera si tu alma puede entrar o no. Entras o ardes, vives o mueres. Es a lo que uno se arriesga al atravesar los muros candentes.

Atravesamos sus puertas de fuego y para mi sorpresa, todos fuimos aceptados por el infierno, mis compañeros de infortunios: Amelia (ex Templaria, pero aún mi compañera de peligros) Josué, Jesús, Nicholae (los tres Petirrojos) y yo. Entré con una sensación de vértigo y vacío nevado de ceniza y de repente...despierto.

Un desierto helado, desolado e inhóspito. Lo primero que acierto a sentir es una ventisca que arrastra mi nombre.

"Isaac" dicen los vientos alargando mi nombre en un áspero susurro.

Para nada esperaba que el desierto pudiera estar helado. Cogí mis pertrechos y eché mano del abrigo. Mire a mi alrededor...mis compañeros no estaban conmigo.

­­– Maldita sea ¿y ahora qué?

Eché a andar. En el plano terreno se podían divisar estatuas. Hombres que se habían quedado congelados a plena carrera, por la postura de sus cuerpos pero, ¿de qué huían? No se les podía ver bien el rostro, pero sin duda apostaría a que sus expresiones son de agonía. Intento buscar una dirección a la que dirigirme, pero todo el terreno es muy parecido, desértico y congelado. Intento seguir el viento que arrastra mi nombre, pero de repente me doy cuenta de que el viento sopla a su capricho, desde todas direcciones. Decido andar por andar, es mejor que quedarse parado con ese frío y así es posible que me encuentre con alguno de mis compañeros.

Durante la caminata, escucho un crujido. Al principio no le di importancia, pensé que se había partido algo en el hielo. ¿Hielo? Miré al suelo rápidamente para cerciorarme de que seguía intacto. No. El suelo de hielo se estaba agrietando e iba creciendo a la par que aumentaba el crujido. No tuve más remedio que echar a correr con pánico controlado. El suelo por el que voy dejando rastro durante la carrera empieza a desmoronarse, mientras corro, veo unas horribles manos casi etéreas que salen de debajo del hielo violentamente. Intentan apresarme, y algunas las consiguen. Una mano fantasmagórica me agarra el pie, echo mano a la daga de mi bota y me deshago de ella. Sigo corriendo escupiendo vapor por la boca irrefrenablemente. Intento concentrarme en mi respiración, pero esas manos son mas rápidas y están en su terreno. Me aprisionan los brazos, me tiran hacia el suelo, me tumban entre gritos mientras que otras me agarran las piernas. Me empujan hacia el hielo y me aplastan sobre él. De pronto aparece una puerta, de la nada, solo una puerta con su marco. El marco tiene una forma puntiaguda en sus extremos superiores y unas curvas acabadas en puntas. La puerta doble se abre y salen manos etéreas empuñando agujas enormes seguidas de hilos, empiezan a coser sobre mi pecho mientras miro con impotencia como esas agujas entran y salen de mi piel. Empecé a forzar las manos que me ataban como las correas de las camillas que emplea la Inquisición. Gritos de pánico y dolor salieron de mi garganta. Logré zafarme de esas manos heladas, pero ya habían acabado conmigo. Me sangraba todo el pecho, cosida una cruz Templaria, estaba repleta de viñetas de toda una vida...la mía. Cual mosaico de una Iglesia contando su crónica. Arrastré los pies hasta la puerta dejando un rastro de sangre. Abrí la puerta. El paisaje era el mismo desierto helado, que me estaba tocando ya las narices.

- ¡Isaac!

Me giré escupiendo vaho y poniéndome el abrigo de nuevo. Me punzaba cada milímetro del pecho y derramaba cientos de hilillos de sangre. Respirar era una agonía. Josué, Nicholae, Jesús y Amelia se acercaron. Les miré con recelo. Ya habían jugado conmigo los demonios, esos podían no ser perfectamente mis verdaderos compañeros. Me levanté con esfuerzo y un murmullo de dolor, del que se cercioraron.

- ¿Qué pasa?- dijo Nicholae con expresión preocupada.

Josué, el más incauto de los tres petirrojos (los otros dos se podía decir que pensaban fríamente pero aún así eran valientes) me apartó el abrigo y el brazo con el que sujetaba la herida y se apartó como si hubiera abierto la caja de los mil males. Miró la herida con horror y curiosidad a la vez.

- Qué demonios...-maldijo mirando la cruz cosida, que estaba hecha por manos muy diestras, por manos del infierno, nada más y nada menos.

-Estoy bien.- dije poniéndome el abrigo.

-¡Joder!- maldijo, y luego dio cuenta del marco.-¿Y esa puerta?

- Ya la he examinado. No va a ninguna parte...

"Tik tik tik"

-¿Qué demonios es eso? Nunca mejor dicho.- se alarmó Jesús.

-Ese ruido no me gusta nada- aseguró Amelia.

Josué se quitó el rifle del hombro.

-¡Viene de abajo!

Miramos al suelo...se podían ver sombras al otro lado del hielo, pequeñas sombras que avanzaban bajo nuestros pies. El ruido aumentó y se multiplicó...cada vez eran más y solo podíamos mirarlas andar bajo nosotros.

- ¿Qué diantres es eso? Son muchos y caminan bajo nosotros. Apartémonos de este suelo- dije sacando el cordobés temiendo que estuvieran carcomiendo el hielo para que cayésemos.

"Crack"

La parte del hielo que acabábamos de dejar fue rajada. Estábamos en posición y armados. Yo ya apuntaba con el rifle, como mis compañeros, Amelia esperaba con las hachas. Esperábamos un engendro, insectos, bichos carnívoros...lo que fuera. Pero para nada esperábamos lo que apareció bajo ese suelo helado. Una pequeña cabeza calva de bebé, trepó hasta la superficie con la elegancia de una araña, pues tenía ocho patas articuladas afiladas como cuchillas. Nos miró con una mirada vacía y una marca en la frente. El resto de esos bichos caminaban por debajo del hielo. Y entonces...cargaron contra nosotros.

El primero de ellos profirió un chillido agónico y potente, como si de un grito de guerra espeluznante se tratara. A nuestros pies el suelo se resquebrajaba ante los demonios que avanzaban por debajo del hielo. El grupo, respondió al primer chillido y avanzaron con elegancias de unas arañas del infierno. Hicimos una formación de abanico para recibirlos, intentando evitar que nos rodearan. Espadas y rifles en mano, aguardamos a que llegaran hasta nosotros. Los cuchillos oxidados que tenían por patas las cabezas de bebés arañaban y penetraban a veces el suelo. Cuando llegaron hasta nosotros, redujeron la marcha y entonces los pude ver de cerca. Nunca había visto nada parecido: cabezas calvas de bebés que nos miraban con ojos embutidos en una asquerosa película blanca y una marca en la frente; del cuello le salían las articulaciones que se bifurcaban en patas de araña en forma de cuchillas. Un escalofrío que no tenia nada que ver con el gélido lugar me recorrió la espalda, aferré el rifle con mayor fuerza. Entonces, atacaron. Se movían rápidos y se coordinaban como si de un enjambre se tratara. Un de ellos enfiló hacia mí presto a darme muerte, pero antes de llegar al cuerpo a cuerpo abrí fuego sobre la cabeza infantil. El cráneo estalló entre vísceras y gritos eternamente agónicos y avanzaron con violencia. Di un paso atrás y apunté al siguiente, entonces pasó algo que no me esperaba. El que iba justo detrás saltó unos cuantos metros cuchillas en ristres. No lo vi venir y eso casi me cuesta la vida. Cayó desde el cielo y con fuerza (¿o más bien con facilidad?) atravesó mi carne, justo debajo del hombro izquierdo. No podría describir ese dolor, aunque pasé semanas con él. Me habían atravesado con armas durante toda mi vida militar, pero nada se asemejaba a aquello. Parecía oxidada, y así era, pero cortaba cualquier cosa como si de mantequilla se tratara, incluso el hielo por el que se movía cedía ante esa hoja. Me clavó en el suelo y estuve a escasos centímetros de ese horror de demonio. Me deshice del rifle y a duras penas contuve un grito de dolor. Tenía tan cerca a esa cosa que tuve que separarla de mi con un cabezazo. Mi contrincante reculó con gracia y no tuvo más remedio que sacar su hoja del hielo y después de mi carne. Ahí fue cuando pude darme cuenta de las marcas de sus frentes. Esas cabezas infantes estaban marcadas con el estigma de aquellos que no habían sido bautizados, de aquellos que están fuera de los ojos de Dios. Me incorporé y con ansia acabé con mi adversario a golpe de daga. Muerto mi contrincante, los cuatro nos vimos rodeados de esas cosas cuyos ojos brillaban entre sus cuencas, pero era algo a lo que uno está ya acostumbrado. El combate continuó, ya no era momento de las armas de fuego, si no de las espadas. Uno de los demonios infantiles le trepaba por el cuerpo a Nicholae, que intentaba mantener la calma (toda la calma que se puede tener en un combate así) y deshacerse de esas cuchillas. Amelia reculaba, pero solo maniobraba para que sus enemigos saltaran hacia ella y poder así hacerlos trizas con las hachas. Josué parecía que era el único que se las apañaba junto con Jesús. Ya casi los habíamos reducido y Nicholae se deshizo de la bestia que subía hasta su cabeza, que acabo uniéndose a otros tres que le flanqueaban. Nicholae maldijo para sí mismo, pero se lo puso difícil, por no decir imposible, a sus enemigos. Corrí hasta mi rifle llevándome por delante a uno de los no bautizados de un tajo. Lo recogí a la carrera y me llevé la culata al hombro.

"Mierda, mierda, mierda. Contén la respiración, alinea la culata con la mira, apunta...¡dispara!"

Nicholae se enfrentaba encarnizadamente con otro de ellos, y cuando se le iba a acercar otro por detrás para darle un golpe fatal, cayó de un balazo. Acabó con su contrincante, miró hacia mí, buscando al tirador. Hizo cuenta de la baja enemiga que casi le cuesta la vida y me obsequió con un asentimiento que todos habíamos hecho alguna vez y que decía: "gracias, te debo una"

Pero nos debíamos tanto ya los unos a los otros, que ya solo nos limitábamos a cubrirnos las espaldas.

-Se retiran.- gritó Josué jubiloso.

Era cierto, quedaban pocos y se iban alejando lentamente, sin darnos la espalda hasta introducirse por el agujero de hielo por donde habían salido. Conteníamos la respiración, hasta que se nos escapó en forma de vaho. ¿Y ahora qué? ¿Habíamos pasado alguna especie de prueba? La puerta seguía delante.

-Creo que deberíamos descansar mientras la examinamos.- aconsejó Nicholae mientras se vendaba una herida y me señalaba.-Tú, ven aquí. Te vendaré esa herida.

Sumiso, me acerqué y me senté en el hielo. Mientras me vendaba miraba con ojos ausentes la puerta, mientras tiritaba y la barba se me acumulaba de gotas de nieve.

-El pecho también te lo tengo que vendar, deja de esconderlo.

Me resistí a que me quitaran el abrigo. Allí hacía un frío infernal. Pero acabé accediendo cuando notaba que perdía más sangre de la que me podía permitir.

-Vaya...es como si fuera el mosaico de la vida de alguien en una cruz templaria. Como si contara... ¿tu vida?- comentó más para sí mismo que para mí.

Mi respuesta fue un espasmo de frío. De repente sentía tener un protagonismo que no quería. Me levanté con la manta por encima y arrastré los pies hasta la puerta.

-Descansad y comer.- dije antes de levantarme.

Los petirrojos comieron con disgusto al descubrir que el primer bocado iba a ser más pescado. Masticaron el atún y charlaron entre ellos, parecían más animados que yo, sobre todo Josué.

"Ese muchacho...parece que busca el momento perfecto para demostrar su valía. Es imprudente. Es...¿joven? ¿Acaso yo ya no soy joven? Mierda, estoy sintiendo ya el peso de los años"

Amelia estaba al otro lado de la puerta. Yo abría desde el otro lado, con los ojos entornados por el cansancio y ese estado de...pasividad amargada que a veces me caracterizaba. No pensaba ni en lo que hacía, aquella puerta se abría y me desquiciaba ver el mismo paisaje helado. Probaba desde el otro lado y nada, el mismo panorama.

-A ver, esto tiene que tener alguna solución.- aseguró Amelia sin sentir el mismo frío que a mí me carcomía. Intentaba consolarme por no poder solucionar yo mismo el rompecabezas que se planteaba ante mi...si es que tenía alguna lógica. Me aparté y desenrosqué el tapón de la petaca a escondidas. Ella se acercó y me dio un apretón comprensivo (y doloroso ¡auh!) en el brazo.

-Deberías comer algo.

Sonreí, pero con desgana. Apenas la veía, tenía las pestañas cubierta de nieve.

-Estoy bien.- y le eché un trago a la petaca.

Ella me echó esa mirada de "no me toques las narices que la tenemos".

-Comeré cuando hayamos solucionado lo de la puerta.- respondí salvando la situación.

Arrastré los pies hasta la puerta y volví a abrirla. Nada...lo mismo. Ella se acercó, mirando el marco de la puerta, intentando leer algo. La vi al otro lado de la puerta, ahí en medio de la nada. Y la vi abrirla desde el otro lado. Sus cejas se arquearon.

-¡Hey! ¡Mirad esto!

Di la vuelta al marco en mitad de ese paraje helado y miré al interior de la puerta desde donde ella miraba. Mostraba un paisaje desértico...una ciudad moderna en ruinas, enormes escombros a un lado y un enorme tornado que lo presidía.

-Creo que esta era la solución. Había que abrir la puerta desde los dos lados.

-He aquí la segunda capa del Infierno.- murmuré para mi mismo sombrío.

Josué se acercó ya con todo el equipo.

-¿Y a qué esperamos? - y entró por la puerta.

-Este muchacho...- negó con la cabeza Jesús, Nicholae no dijo nada.

Entramos en la segunda capa. Segunda prueba.

Espero poder acabar este diario, espero porder volver algún día a la superficie... y espero volver a ver a mi hija algún día. Ojalá me perdone por haberla abandonado, aunque sé que está en buenas manos. Pero esto es algo que tengo que hacer...

Mañana seguiré escribiendo...mañana será otro día en el Infierno.

viernes, 6 de mayo de 2011

¿Hasta cuándo piensas aguantar...?

Dios...¿Es que nunca encontraremos el descanso? ¿Es que nuestra aparente victoria solo es un punto y aparte en mi vida?

Pensaba que tras nuestra vuelta de los infiernos, que tras sobrevivir a los delirios de Lucifer ya no volvería a tener nunca pesadillas con el castigo eterno. Pero no parece que haya cambiado mucho...

Mis pesadillas sí han cambiado...pero siguen sin ser tranquilizadoras.

Los lagos de azufre se abrieron ante mis pies, los niños sin bautizar se retiraron entre agonías y movimientos macabros; los coléricos se calmaron para darme paso, los traidores se apartaron sin apuñalarme al pasar por sus lados; la gula apaciguó su ansia y cerró los colmillos babeantes sin querer devorarme; los lujuriosos cesaron su macabra orgía eterna; mis amigos y mis padres no gritaban mi nombre con odio mientras eran desollados por los sádicos verdugos del infierno, ni me culpaban de su sufrimiento...

De repente, mis pesadillas eran diferentes. Me convertí parte de ella. Todos ellos, demonios, condenados, cadenas y fuego abrasador, se abrieron como un mar rojo de sangre mostrándome el camino yermo y poblado de crucificados que ansiaban la bendición de una muerte que nunca llegaba. Ese camino conducía al interior de mi alma.

Allí, en el centro de todo y de nada, me hallaba solo en un espacio vacío. Desnudo, insignificante, con la cruz de mi antigua orden cosida al pecho, desangrando mis vivencias por las costuras y derramadas sobre la piel. En esa negrura me veía encadenado. Encadenado por las dudas, el miedo, la confusión, la pérdida, la muerte y el dolor. Eran cadenas que ya conocía, pero había otras dos cadenas que me apresaban dolorosamente las muñecas. Eran dos brazos enormes, caóticos, aparentemente piedra y uñas oxidadas, tan viejo como la tierra y tan astuto como un demonio. Su rostro sádico sonreía detrás de mi y me apresaba dolorosamente. Él había despertado hace poco, pero lo confiné en el fondo de mi alma...de momento. ¿Cuánto iba a poder durar aquello?
A mis espaldas, Azael seguía apresándome con agonía y ansia. Su rostro parecía disfrutar de todo, incluso de lo malo. Atravesó el espacio de mi alma, el alma que quería conquistar para sí...¿nuestra alma? Me susurraba siseante, como una serpiente tentadora.

-Es cuestión de tiempo que reclame tu alma, pequeño mortal- comenzó a decir el demonio conteniendo un gorgoteo gutural que se suponía que era una risa cavernosa- Pero tu carcasa mortal puede comérsela Cerberus...para otra cosa no sirve- concluyó divertido por su idea.


-Te mantuve a raya una vez, puedo volver a hacerlo- contestaba yo impasible y cabizbajo, dejándome sujetar por sus cadenas débilmente


-Oh, cierto. Una vez fuiste un estúpido por salvarle la vida a un ser que entregó a tu hija a tus enemigos. Una vez, fuiste un estúpido al perdonar a los seres que te trataron con asco y desdén por simplemente ser mortal. Una vez, fuiste un estúpido por no odiarlos y matarlos cuando sus cuellos estuvieron bajo tu espada. Una vez fuiste estúpido...y por eso sigues siendo un mortal.


-Sea fe o estupidez, te mantuve a raya.


-¿Fe o estupidez?- rió oscuramente Azael a mis espaldas, notando su aliento de azufre en mis oídos, yo seguía colgando de sus cadenas penosamente-¿En qué se diferencian?


-No conseguirás nada por ese camino, demonio.


-He vuelto a la vida muchas veces de esta manera, ¿qué te hace pensar que tú eres especial? Además, ya volví a la vida una vez tras tu muerte, por eso estoy aquí. Dime, Isaac ¿piensas vivir eternamente?- preguntó divertido y curioso.


La cadena de la duda me apretó en el cuello. Azael prosiguió.

-Cuando tú mueras, yo volveré a caminar sobre la tierra otra vez. Cuando tú mueras, reclamaré mi trono de cráneos y lideraré a la tercera legión del abismo sobre vuestro mundo. Cuando tus hijos nazcan mi esencia estará en ellos. Hagas lo que hagas, yo siempre estaré contigo, sintiendo lo que sientes, viendo lo que ves, esperando eternamente a un flaqueo tuyo para resquebrajar tu voluntad y arrebatártelo todo. Todo.


-¡Basta!

-Pero puedo ofrecerte mi poder voluntariamente...solo tienes que dejarte llevar por tu rencor más oscuro.


-¡Cállate!- le pedí alzando el rostro, pero no podía verle, seguía sujetándome las muñecas con cadenas, detrás de mí.


-Yo puedo salvar a tu hija de una muerte segura y brutal. Con mi poder podrías ayudar a los oprimidos y a aliviar su sufrimiento. Podríamos vengarnos de los ángeles, esos seres celosos de la humanidad porque creen que ellos son los verdaderos hijos de Dios. Alzaríamos de nuevo a la humanidad que tú tanto admiras. Haría que Duncant no te odiara por mancillar a su hermana mientras él se pudría en el infierno. Haría que tus padres se sintieran orgullosos de ti y no pensar que su hijo es solo un proscrito bandido. Puedo hacer que Amelia no te abandone tras no poder impedir tú la muerte de tu hija...


-¡Olvídame!- comenzaba a tirar de las cadenas, implorando que se callara.


-Has visto que desde que estoy en tu alma despierto, el infierno te obedece, te respeta...y sobre todo, te teme. Si me dejas volver a la vida voluntariamente, si me liberas de tu maldita prisión, podría darte todo ese poder y más.

-Mientes...

-No me costaría nada, mortal. Y tengo mucho que ganar. Y tú nada que perder.

-Puedo perderlo absolutamente todo.

-Lo que tú posees es algo insignificante comparado al poder de un demonio. Todo es más grande de lo que crees. ¿No sientes miedo al saber que para el universo no eres más que una diminuta partícula de un ácaro? Incluso podemos llegar a creer que a aquél a quién llamamos Dios no es más que una fuerza inferior a otra mayor...que ni soñaríamos a imaginar. Tan presente y tan oculta a la vez. Alguien que decide por todos nosotros.

-Yo puedo elegir.

-Claro que puedes elegir...ese fue el maldito regalo que os dio Dios. El libre albedrío. Pero Isaac, piensa en lo que te ofrezco. Te ofrezco poder y la solución a todos tus problemas de forma voluntaria. No deberías pensar en mí como tu enemigo, sino en alguien que fue un incomprendido como tú hace miles de años y que quiere cambiar las cosas.

-Los demonios traicionasteis una vez...los traidores vuelven a caer en su pecado siempre.

-¿Y acaso tú no traicionaste a tu Orden? ¿No eras acaso un Templario antes, y por no compartir las maneras e ideas desertaste para cambiar el mundo? Isaac, conocer las cosas tal y como son y cambiar de opinión no es traicionar ¡Es abrir los ojos a la verdad! No somos tan diferentes tú y yo, Isaac. ¿Cómo crees que se forman los grandes demonios? ¿Cómo crees que se llega a ser dios? Cualquiera puede llegar a serlo si sabe jugar sus cartas, ¿crees que Dios siempre fue Todopoderoso? Él empezó desde abajo y con sus intrigas se hizo con el cosmos. Tú has dado los primeros pasos y puedes continuarlos hasta el final...o querer seguir siendo un estúpido mortal por estúpida ignorancia.

-Yo...yo...-dudé, aquello fue tentador, lo que se me ofrecía era la posibilidad de cambiar el mundo a mejor...¿pero acaso no todos los que caen lo hacen por eso, y al final lo que hacen es más daño?- Aparta este cáliz de corrupción de mí, demonio.

Sus dientes, que eran todo colmillos se afilaron y abrió la boca como un tiburón.

-¡Maldito mortal, te estoy ofreciendo la posibilidad de poder convertirte en el mismo Dios!

-Uno no entiende lo que es eso si no se ha sacrificado, si no ha luchado por los demás, si no ha renunciado a su pan de cada día para dar de comer a los hambrientos. No has comprendido nada, Azael...el infierno me demostró que la divinidad no son las potestades que poseéis, sino tener el valor de saber perdonar y de sacrificarte por los demás. Tú buscaste el camino fácil, el de la traición, y simplemente creaste más dolor.

-¿El camino fácil, mortal?- contestó furioso- ¡¿Crees que fue fácil que Aza y yo discutiéramos con 
Dios en el principio de vuestros tiempos?! ¡¿Crees que fue fácil nuestra caída y encierro en las Montañas de la Oscuridad?! ¡¿Fue fácil acaso estar encadenado todo este tiempo, intentando volver a ser libre del todo una y otra vez?! ¿Es ese el maldito perdón que promueves? Pues que sepas que Dios no está dispuesto a perdonar como tú. Estoy harto de ser libre de forma parcial. Durante mis pequeñas libertades enseñé a las mujeres maquillarse, a ocultar su naturalidad, hasta me reproduje con tu especie con la esperanza de dejar una pizca de mi esencia. Quiero sacar todo mi poder, como antaño, bajo el mando supremo de aquél que nos hizo abrir los ojos, de Lucifer, iluminado por la naturaleza del Adversario. Quiero volver a ver la luz y gobernar lo que nos pertenece por derecho...¿o acaso Terra no era un regalo de Dios? Quiero dejar de estar encadenado sobre mi trono puntiagudo, en ese desierto oscuro esperando el Juicio Final.-acercó su rostro a mi oído y siseó espeluznante-. Tú eres el último obstáculo que me queda para unirme al Gran Juicio Final.

-Entonces seré el obstáculo más difícil que tengas- le aseguré al contemplar levemente sus verdaderas intenciones.

Azael, furioso, alzó su mano para golpearme con sus garras de piedra...pero se contuvo. Aunque él me encadenara a mi, el alma me seguía perteneciendo. Lo único que podía hacer allí era tentarme. 

Nada más.

-Como desees, mortal. Pero acuérdate de mí cuando llegue todas las cosas malas que te he vaticinado. Y entonces te arrepentirás y desearás morir...y ten por seguro que yo estaré allí.

¿Acaso ese es el sentido de mi vida? ¿Acaso mi vida solo iba a servir para volver a revivir a un gran demonio?

En cualquier caso, pienso ser el guardián que impida su vuelta al mundo. Pero...¿qué más puede un hombre hacer?


Malditas pesadillas...


"¿Hasta cuándo piensas aguantar...¿Isaac?"