miércoles, 28 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XV)

Todo a su tiempo. Todo a su tiempo. Todas las preguntas acabarán con respuestas. Algunas esperanzarodas y otras, terribles. No tengáis prisas por contestar todo tan rapido, asimilad lo que ya sabeis antes de dar el siguiente paso.
Los tarados que están encerrados conmigo se están cansando de mí, se quejan sobre todo del ruido de la pluma al escribir y del quinqué encendido. Casi intentan llegar a las manos conmigo, dicen que no pueden dormir...bah, como si se pudiera dormir aquí en este frío suelo de piedra. No me he andado con ninguna diplomacia ni dialogo con ellos como hubiera hecho hace muchos años cuando era un jóven estúpido, sino que rápidamente le he partido la nariz al más grande de ellos yéndose así el resto a dormir, susurrando sobre quién es el chalado que se las da de listo solo porque sabe escribir y no deja dormir a nadie. No tienen ni idea de con quién se estan metiendo. Todos se las dan de macho por sus crímenes y herejías contra la Iglesia, pero para mí eso se traducía en ser cobardes. Porque no es facil enfrentarse a la Iglesia, no...pero si de verdad fueran tan valientes como se creen habrían ido a combatir al Señor de las Moscas, a sus enjambres demoníacos, a las Tierras Marcadas a luchar por un mundo que se debate entre la vida y la muerte, ir a ayudar a inocentes en una tierra de pesadillas. No...ellos eligieron el camino fácil, y se las dan de valientes. Y es cierto que soy un hereje como ellos, pero a mi entender, yo soy más un hereje para la Iglesia Angélica que para el mismísimo Dios.
Además, no es mi culpa que quiera aprovechar mi tiempo antes de morir. Allá ellos.

Yo...continúo escribiendo.

Aquel día nos fuimos a dormir temprano, pues pronto se decía que se nos iba a encomendar la primera tarea, y no podíamos estar más nerviosos.
Me desperté de inmediato justo antes de la hora en la que debíamos presentarnos para la primera misión. Parecía que mi cuerpo estaba programado para saber cuando debía despertarme. En mi celda hacía un viento gélido horroroso así que me vestí rápidamente, cogí mi espada y la armadura aún nueva de la Orden, y salí a la calle corriendo para entrar en calor. Entre las tiendas de campaña pude ver a Duncant y a Amelia dirigirse juntos al punto de encuentro. Me fijé en que iban vestidos un poco frescos para el frío que hacía, sin embargo, hablaban animadamente y riendo. Me uní a ellos.
-Buenos días.
-Ya veremos si son buenos-dijo Duncant riendo.
-¿Acaso no tenéis frío?-le dije un poco pasmado, llevarían unas camisas finas o dos encima sin mangas.
-No-respondió Duncant., y con un tono intencionado dijo-¿Y tú, Amelia?
Se le podía ver que contenía sus temblores.
-Ni pizca-contestó ella.
-Bien, voy a recoger mi espada, la dejé en el afilador. Ahora vuelvo.
Cuando se alejó, Amelia me abrazó con tantas ganas, que me hizo daño, y gritó en voz baja.
-¡Qué frío ostias!
-¿Por qué no os habéis puesto más ropa?
-Es una apuesta entre Duncant y yo. Y Dios sabe que no se lo voy a poner fácil-dijo agitando el puño-No lo entenderías, tú eres un blandengue.
- ¿Qué sois niños pequeños? A veces me pregunto si Duncant y tú no sois más que niños recuperando el tiempo perdido.
Ella comenzó a tiritar y a temblar como una loca.
-Alguna vez tienes que reconocer que has perdido-terminé diciendo.
Ella me miró como preguntándose si lo que yo había dicho era una broma. Finalmente se dio cuenta de Duncant volvía, así que me empujó con fuerza apartándose de mí dejando de temblar y vistiéndose con una sonrisa.
-¿Nos vamos?-dijo ella ocultando sus temblores.
-Vamos-replicó el observando su recién afilada espada.

Ya estábamos en el punto de encuentro. Estábamos en fila todos. Ilse, Alejo, Jacob, Jacqueline, Johan, Amelia, Duncant y yo. Faltaba el noveno, Gorke. Llegó a nosotros a horcajadas de un fantástico caballo de guerra. Detrás de él traía otros ochos caballos atados. Comenzó a darnos a cada uno las riendas de los caballos.

-Alejo, para ti Santo, Jacqueline, éste es Fraternidad. Jacob tuyo es Templanza. Ilse, para ti Castidad. Johan, Mansedumbre. Isaac, para ti Humildad. Duncant, Generosidad, y para Amelia Diligencia. Yo llevo a Espíritu.

Montamos y Gorke empezó a trotar haciendo revista de nuestra pequeña compañía montada.

-¡Compañía! Se nos ha encomendado una misión muy importante desde Roma Aeterna.

Desplegó un gran pergamino con un retrato de un hombre. Jacob se movió incómodo al ver el retrato. Gorke continuó.
-Éste es Leonardo Marini. Un noble muy conocido en Roma por su fama de intermediario entre los nobles y la Iglesia, que ahora vive en su palacio de Florencia. Este noble es un gran mercader que en los últimos años se ha hecho muy rico con unos negocios desconocidos. Casualmente se incrementaron en los últimos años los disturbios con armas de fuego. Creemos que vende en mercado negro tecnología prohibida, pero no está asegurado. Tenemos orden de desmantelar el chiringuito, pero antes tenemos que asegurarnos que eso es verdad. Si no, ya se habrían encargado de eso la Inquisición. Si se confirman nuestras sospechas, puede que haya un combate movido. Muy bien. Poneos estas capas, hará frío por el camino ¡En marcha compañía! ¡Largo camino nos queda!
Nos pusimos las pesadas capas negras, con una gran cruz templaria blanca plasmada, y nos pusimos las capuchas. Los nueve jinetes negros salimos trotando hacia Florencia. Nos abrieron la puerta de la empalizada y Gorke desenfundó la espada, gritando al cielo mientras encabezaba la Compañía, cuyos miembros cabalgaban flameando sus capas con furia.

No recuerdo exactamente cuánto cabalgamos, pero si sé que después de aquello prefería estar de pie. Nunca había imaginado lo fatigoso que podía ser ir a caballo. Trotábamos por una parda estepa mientras el sol se ponía en el horizonte, cuando Gorke dio la señal de hacer un alto para descansar.
-Aquí descansaremos muchachos. Os aconsejo que deis un paseo para estirar las piernas, os sentiréis mejor.
Ese consejo resultó ser milagroso. Creía que tumbándome se me pasaría el entumecimiento de las piernas, sin embargo fue andar lo que me hizo sentir mejor. Duncant cuidaba de Generosidad, su caballo, que bufaba de cansancio. Le daba palmadas de ánimo y le limpiaba con un poco de agua. Generosidad…el nombre del caballo describía perfectamente a su jinete. Me preguntaba si lo habían hecho intencionadamente. Me dí cuenta de que mi caballo, Humildad, estaba más o menos en el mismo estado que el de Duncant, así que fui a alimentarlo y cepillarle la crin, si no… ¿Quién lo haría? Parecía que los demás no se habían percatado de que nadie iba a cuidar de sus caballos. Humildemente yo tampoco, hasta ahora. Gorke había llevado a Espíritu a algún riachuelo y Amelia había ido a cazar algo de comer para que no tuviéramos que echar mano de las provisiones tan pronto. Empecé a buscar leña mientras los demás montaban un pequeño campamento, y seguí pensando en los caballos. Me habían impresionado estas bestias tan nobles. Espíritu, Santo, Templanza, Mansedumbre, Castidad, Generosidad, Humildad, Diligencia y Fraternidad. ¡Raros nombres para unos caballos! Me pregunté si el nombre de cada caballo describía tan bien a su jinete como pasaba con Duncant.
Llegué al campamento cargado de ramas secas. Los demás me esperaban, pues comenzaba a hacer otra vez frío. Recordé que la primavera se aproximaba. Cuando solté las ramitas el grupo estaba hablando, creo que de ángeles. Por supuesto no era la primera vez que oía hablar de estos seres divinos y de mucha gente que los habían visto, tantas personas hablan de ellos, que deben de existir de verdad. Sin embargo, nunca había visto un ángel durante mi corta vida. “Ya habrá tiempo” pensé, olvidando el tema. Seguidamente comenzamos a hacer un fuego. Me eché mi manta sobre mis hombros y descubrí que no abrigaba demasiado. O hacía mucho frío, o yo era demasiado sensible a las temperaturas. Pareció ser que fue lo primero. Me obligué a distraerme y comencé a observar a Humildad. Johan cerró su Biblia Angélica con fuerza delante de mis narices para sacarme de mis pensamientos.
-Bonitos caballos ¿eh? Los mejores de la Orden. Las 7 virtudes y el Espíritu Santo.
-¿Las 7 virtudes?-le pregunté haciendome el tonto. Claro que sabía lo que era, me lo enseñó el Pater Brahms, pero no tenía ganas de hablar.
-Claro-respondió Johan-Las 7 virtudes que contrarrestan los 7 pecados.

Una vez más Johan me demostró que a pesar de su pinta andrajosa y su leve locura, era algo cuerdo. Depués de pensarlo un rato le pregunté:

-¿Crees que el nombre de los caballos describe a su jinete?
Johan cerró los ojos y abrió la boca para contestar pero Ilse paso por nuestro lado contestando con una sonorosa carcajada contagiosa e ininterrumpible.
-Pobre Isaac, créeme que no. Mi caballo se llama Castidad,y te digo yo que no describe en nada a su jinete.
Dicho esto se desnudó y se fue al pequeño río que había próximo al campamento. Yo me tapé los ojos alarmado y casi hiperventilando por la situación.
Al fin prendimos la hoguera y nos acercamos a ella. Fue una sensación muy reconfortante, sin embargo soplaba el viento frío del noroeste y eso nos seguía fastidiando. Todos nos pegábamos al fuego mientras comíamos algo. Después de eso nos cubrimos con las mantas e intentamos que la comida no nos sentara mal. Alejo e Ilse aguantaban el frío con las mantas. Jacob estaba de pie un poco alejado del campamento y miraba al cielo. Solo llevaba unos finos pantalones y pesadas botas, nada más, y no parecía importarle el frío. Sin embargo Jacqueline, a pesar de llevar su manta temblaba desmesuradamente, no podía verle la cara debido a que estaba cabizbaja y su pelo caía en cascada sobre su rostro. Sólo Amelia temblaba más que la muchacha francesa.
-Amelia, ¿es posible que tengas frío? ¿Tú, Amelia la Imbatible?-le dije con sorpresa sarcástica.
-¡Isaac eres idiota! ¡No encuentro mi manta! O se me ha olvidado o la he perdido por el camino. Aparta, échate a un lado y déjame un poco de de la tuya.
La manta era bastante grande para los dos, así que no hubo problemas, eso sí, estábamos demasiado pegados, y eso me ponía de los nervios, sin embargo…fue algo agradable, no sé si por que se me pasó el frío, o por estar a su lado. En este tipo de situaciones me quedaba mudo, y esta vez no iba a ser una excepción.
Amelia cabeceaba ya del sueño cuando Duncant se acercó a la hoguera. Nos miraba con aire ausente y parecía que lo que veía le entristecía. Siguió observando el campamento y, cuando se percató de los temblores de Jacqueline, le colocó su manta sobre los hombros con cuidado. Ella dejó de temblar y miró cómo Duncant se alejaba lentamente. Pude ver como le brillaban los ojos a ella detrás de su pelo. Duncant se tumbó sin manta y cerró los ojos. Después comenzó a tantear a su lado con una mano como por instinto, como buscando un cuerpo a su lado, el cuerpo del ser amado que no tuvo más remedio que dejar atrás. Pude escuchar como Jacqueline le decía a la creciente oscuridad débilmente.
-Merci.


Él nunca podría corresponderla. Su verdadero amor había muerto en aquél patio de arena.

1 comentario:

  1. Tengo curiosidad, desde donde se supone que escribes, Isaac?

    Genial, como siempre.
    Pobre Duncant, angelico

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