lunes, 21 de diciembre de 2009

Notas de hielo y cristal.

Las lágrimas del cielo se estrellaban contra el cristal, se derramaban, renegadas caían lentamente atravesadas por la luz ámbar de los luceros urbanos. El viento se ondulaba en una danza invisible bailando al mi alrededor, absorbiéndome los latidos del corazón. Pero el ritmo sigue siempre constante, mi pie marcando el tiempo sobre el pedal...el tempo, diría mi eterno amigo de madera en una de esas noches de soledad. El aire gélido baila a mi alrededor, me roza la piel en caricias muertas y me roba la vida en susurros ululantes. Comienzo a rozar las blancas teclas...suenan claras, frías, constantes y crecientes en tensión. El frío ululante e indignado pretende robarme la atención, me atraviesan como cuchillas el alma, como cientos de amores rotos. Me recorren cada y uno de mis carnes hasta salir por las yemas de mis dedos. Intento mantener el coloquio de gestos con el piano. No...no quiere hacerme daño, el aire gélido que comienza a brotar de mis dedos se congela en mis yemas, me regala un sonido que nunca jamás había salido de mí. Notas frágiles, tímidas que ganan más fuerza que la anterior y volviendo a ser recogidas tiernamente. Esas notas de hielo y cristal. La lluvia comienza a repiquetear más alegremente en la noche, ya no se siente sola en su música. La acompaño al piano en su percusión caótica. La acompaño en florituras cálidas arpegiadas. Sigue lloviendo, mis notas también llueven, hacia arriba, hacia abajo, olas de sentimiento sin destino. El agua del cielo lo purifica todo, lava el alma, enfría, cala hasta el alma y la purifica. Llueve sobre enamorados no reconocidos, sobre solitarios, alegra al precavido y fastidia al perezoso, saca lo mejor de nosotros y lo peor. Ahora también llueve mis notas no escuchadas por otra persona, aún así existen, aunque nadie me crea. Crece la tensión, es el crescendo de la lluvia. Un descenso atropellado. Silencio. Vuelta al murmurar de la música. Pregunta de las graves y oscuras, respuestas de las finas y agudas. Murmullo decreciente, se pierde en la oscuridad, solo es un susurro.

Silencio.

El frío de mis dedos se ha evaporado. Mi música se fué con él.


Mi piano, eterno cascarrabias, tenía que tener siempre la última palabra.
-La lluvia la provocaste tú.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Es fácil.

Si la suerte está de mi lado debería ser fácil. Entro con "Sako", mi mercancía, hacemos que no den un duro por Yumi, es fácil, lo único que tiene que hacer esa bruja es no hacer nada. Doy lo que tengo por ella, la rescato, vuelvo. Antes de saquen a Ayame al escenario escapará, se transformará en su forma alternativa haciendo que los grilletes se le queden grandes. Es fácil. Saliremos los tres y huiremos hasta nuestro asentamiento. El noble tendrá que cumplir su parte del trato. Ellas volverán al hogar de arriba y yo...bueno, eso no importa.

No creo que a nadie le importe. Ayame me odia y Yumi creo que no le caigo demasiado bien, para ser franco, ni lo he intentado, me dan escalofrios las brujas. Y por si quedaba alguna duda de que a Ayame me odiaba más allá de las tortas que me pega cuando la abrazo mientras duerme, he empezado a mantener las distancias con ella, mostrarme frío e incluso borde. Es fácil. Si me pegaba cuando me acercaba demasiado a ella ahora que me muestro indiferente y borde no sentirá ninguna pena si nos separamos. Hasta ahí todo claro, nadie me echará en falta. Ella está a salvo, que se lo merece porque de verdad me importa, aunque siempre la esté cagando ya que soy la torpeza viviente. Yo seguiré mi misión suicida. Es fácil.


...


Ayame...¿me acaba de abrazar?

Mierda. Se suponía que me odiaba. Se suponía que esto iba a ser fácil...

viernes, 27 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XXII)

Ser mejor que un ángel...no necesitarlos, no tener que depender de ellos, no tener que rogar que nos salven, no volvernos locos de icertidumbre por no saber si aparecerán a salvarnos o no.
No necesitar a los ángeles...pero ¿qué puedo hacer yo? Sólo soy un simple y llano mortal.
Pero a lo largo de mi vida me he demostrado que podemos hacer frente a toda pesadilla, sin necesitar ninguna intervención divina...el problema es que para eso debemos estar unidos. Toda la Humanidad unida es igual a un Humanidad libre. Ése es el problema, que no estamos unidos, por eso necesitamos que seres sobrenaturales que luchen por nosotros y nosotros muramos por ellos.
Con esto no quiero decir que no respete a los ángeles...simplemente les tengo, no respeto, como les tuve en el pasado, sino casi odio, por tener que necesitarlos y porque los he conocido tanto, que realmente son también mortales, con sus dudas y sus...miedos.
Si, los ángeles también tienen miedo y eso es lo que hace que aún los admire, aunque menos que cuando era joven.

Continúo escribiendo.

Después de la vergonzosa escaramuza en la que solo se nos ordenó "vigilar y no atacar" mientras teníamos que esperar que los ángeles hicieran algo que podíamos hacer nosotros, nos marchamos de Perugia. Una compañía de ángeles había acudido a nuestra llamada y redució casi con los ojos cerrados al demonio, algo que podríamos haber hecho nosotros, evitando el caos y el miedo de la ciudad al ver la amenaza. Ahora los ciudadanos de a pie salieron a alabar a sus salvadores, a los ángeles, a nosotros ni nos miraron y decían que no merecíamos ser Templarios. Estábamos lleno de barro, las camisas por debajo de los petos estaban empapada y el frió nos calaba hasta los huesos. Gorke, ojeras aún mas moradas y amplias por días, no dijo nada a aquellos desagradecidos, despidió al Miquelita de la compañía y nosotros nos fuimos a toda velocidad al Negro Temple.
Allí, tras nuestra primera misión, con la única baja de un caballo (toda una proeza dando por hecho de que nos enfrentábamos a chatarreros), fuimos recibidos sin pena ni gloria. Ni una triste bienvenida. Cuando llegamos fuimos directamente al patio de armas a entrenar. El entrenamiento como siempre fue simulación de combates por binomios (hay que conocer muy bien la forma de combate de tu binomio, para que puedan complementarse entre ellos): yo iba con Amelia, Duncant con Jacqueline, Johann con Ilse, y Alejo con Jacob.
Estábamos destrozados, necesitábamos descansar. Amelia no tenía ni fuerzas ni para pegarme en condiciones. Durante nuestro entrenamiento iban llegando más Compañías de Templarios Negros que venían de sus primeras misiones, destrozados y demacrados. Estaba llegando el equinoccio de primavera y el Negro Temple estaba experimentando lo que conocíamos como el bautismo de fuego de las Compañías novatas. Nosotros habíamos pasado ya por él, y la verdad no fue tan traumática porque no perdimos a nadie. Gorke inmediatamente fue a ver a sus superiores y mostrar el informe, no había dicho nada malo sobre el Obispo Faustino, pero se la tenía jurada interiormente. Tras presentar informe sobre la misió y dar constancia de que no había ya presencia de tecnología prohibida en la conglomeración de Florencia (aunque fuera mentira) volvió al patio de armas donde estábamos entrenando.
-¡Compañía!¡Formar!
Formamos filas de inmmediato, ojos entrecerrados por la falta de sueño. Gorke lo sabía y no se andó con rodeos.
-Mis superiores parecen satisfechos con el informe que he presentado sobre el desmantelamiento en Florencia. Estamos en primavera y por estas fechas se llevan a cabo las primeras misiones de los Templarios novatos. Vuestra generación de Templarios Negros ha pasado las llamas de lo que llamamos el bautismo de fuego, así que, ahora que llega el equinoccio, como recompensa se nos manda de pergrinación a Roma Aeterna prestos a participar en la Consagración de los Engel. Disfrutadlo.

Sentí un cosquilleo por mi espalda.¡Íbamos a Roma!¡Vería la ciudad eterna! Todos los creyentes angélicos deberían haber ido al menos una vez en la vida de peregrinaje a Roma y a Spira, normalmente cuando se es un crío las familias llevan a sus hijos a Roma el día de los Niños, el uno de febrero, para que sean bendecidos por el Pontifex. Ninguno habíamos estado allí, y menos aún de niños, pero las maravillas que se escuchan de la capital angélica no eran pocas. Ya era tarde para recibir la bendición del Pontifex, ya tenía 19 años.
Roma...el centro de poder de la Iglesia. Una ciudad donde decían que se veía que la mano de Dios había actuado con bondad y misericordia durante siglos y siglos. Allí donde gobierna el representante de Dios en la Tierra, el Ponfifex Maximus Petrus Secundus durante cientos de años sin haber envejecido nada, con la misma apariencia de niño y la sabiduría de millones de ancianos.
-Partiremos mañana. Tendremos un día para llegar y poder asentarnos y el otro para participar en la Consagración. Espero que disfrutéis esto, porque después estaremos en batalla día sí y día también.

Pobre idiota que era...estaba deseando ir a la Ciudad Eterna y ahora estoy deseando salir de ella.
Para mí ya no es la Ciudad Eterna, sino la de la condena eterna.

Después del entrenamiento no fuimos al "Capa y espada", no podíamos celebrar la supervivencia a la primera misión a lo bestia (como siempre) porque partíamos al amanecer, así que fuimos a los barracones de campaña. Me fuí a dormir con un cosquilleo en el estómago. No podía dormir, estaba deseando que llegara el amanecer.
-Duncant...¿Duermes?-dije.
-Bueno...ahora no. ¿Qué ocurre?
-No sé, no puedo dormir.
-¿Ganas de ver Roma?
-Eso creo.
-No es para tanto.
-¿Has estado ya en Roma?
-Claro.
Amelia se levantó de repente.
-¿Has estado en Roma?-preguntó sorprendida.
-¿Estabas escuchando?¿Es que no tienes educación? -le dije para chincharla.
-El que no tienes educación eres tú que no me dejas dormir.-me replicó para después sacarme la lengua. Se arrimó a nosotros y miramos a Duncant.-¡Vamos Duncant! Cuéntanos cómo es Roma.
-¿Es cierto que sus construcciones llegan hasta las nubes?-pregunté yo.
-No todos, pero allí se encuentra el firmamento de los Miquelitas y dicen que en lo más alto de su Cielo el Ab de la Orden se puede comunicar con el Arcángel Miguel.
-Pues a mí me han dicho que en los barrios bajos hay ratas enormes.-Amelia le quitaba todo el encanto que yo le echaba en mi imaginación a Roma, pero la verdad es que era cierto, hay ratas enormes en los suburbios.
-¿Y sus cielo está orlado de ángeles?-volví a preguntar ignorando a Amelia.
-Incluso plagados de estatuas magníficas de ellos.-dijó él bostezando, era tarde.
-Bah ¿Para que quieres ver un montón de pollos volando sobre tu cabeza Isaac?
-¿Cómo que pollos?-no podía creer lo que oía-¡Son ángeles! Los han enviado el mismísimo Señor para salvarnos en esta época oscura, probablemente la úlitma, a la que se enfrente a la Humanidad. Son seres divinos y misericor...-un ronquido me interrumpió, Amelia estaba sopa al lado mía. Lo peor es que no era una actuación burlesca, se había dormido de verdad. Duncant volvió a bostezar antes de tumbarse y despedirse hasta el día siguiente
-Es mejor que lo veas con tus propios ojos y saques tus propias conclusiones. Creo que cada uno ve Roma dependiendo de su fe. Mientras que para uno puede ser un nido de ángeles-me señaló-, para otros puede ser un nido de ratas-ahora señaló a Amelia-. Buenas noches Isaac y duerme, por el amor de Dios.-me dió un cocotazo, se tumbó y cerró los ojos.


La verdad es que me costó dormir. Esa noche soñé con ángeles.

martes, 17 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XXI)

La urielita Galadriel marchó con el correo del Obispo Faustino con gran presteza al Negro Temple, dejándonos totalmente por los suelos. Sabíamos que nos esperaba una buena bronca (eso en el mejor de los casos) por parte de los mandamáses del Temple, pero no contábamos con la extremada rapidez con las que las alas de la urielita llegaron y retornaron con el correo de respuesta por parte del Gran Maestre de la Orden. Ni siquiera llevábamos medio trayecto realizado cuando volvimos a ver al ángel.
La Compañía ya ni trotaba con la furia con la que salió de los barracones, íbamos despacio, sin prisas, desganados y desmoralizados. Para colmo, el estado de ánimo de la atmósfera era lluvia y una humedad insoportable.

El ángel retornó saliendo de la niebla que ocultaban las maravillas de la aún lejana Roma. Volaba con dificultad abriéndose paso por la cortina de fría lluvia. Cuando llegó hasta nuestra formación voló sobre nosotros, dibujando círculos, como un buitre o pájaro de mal agüero. Así se me antojaba en ese momento, pero la verdad es que era un espectáculo precioso, nos sobrevolaba un ángel de rasgos infantiles y unas hermosas alas pardas. Gorke condujo sus ojos cansados, subrayados de moradas ojeras hacia el ángel, siguiendo su vuelo con la mirada.


-Tenemos visita-murmuró cansado el Armatura, haciendo un saludo con la espada al ángel para que aterrizara sin problemas.


Y así lo hizo, el ángel planeó y acabó aterrizando verticalmente, tomando primero contacto delicadamente con el suelo con las puntas de los pies, antes de dejarse caer en brazos de la gravedad. Caminó lentamente crujiendo la húmeda hierba bajos sus pasos inciertos, cabizbaja entre la lluvia y la niebla. Gorke alzó un puño y a la misma vez desmontábamos de una vez sin intentar disimular el ruidoso traqueteo de nuestras oscuras armaduras de placas. Tocado el suelo los nueves Templarios desenvainamos y nos arrodillamos ante el ángel, y a pesar de que estábamos calados de frío hasta los huesos, la humedad casi nos asfixiaba y estábamos cansados y doloridos, nos sentimos dichosos (al menos yo sí) de estar ante la presencia de un ángel enviado por Dios. Estábamos ante la demostración de que Dios seguía con nosotros. Aunque castigó severamente a la Humanidad con el Segundo Diluvio y casi la exterminó, volvió a tender su mano en el último momento enviando a sus ángeles allá en el anno domini 2206. La Humanidad se debatía entre la vida y la muerte por su propia insolencia y se las tenía que ver solos contra el Demonio, el Caído o el Señor de las Moscas. Aún así el Señor envió a toda una legión de ángeles (nunca antes bajaron tantos ángeles a la Tierra, según la Biblia del mundo antiguo) para poder tener una última oportunidad de redimirse y luchar contra la naturaleza del Tentador.

Allí seguíamos, arrodillados y sumisos. El ángel Galadriel no parecía saber qué hacer. Parecía avergonzada, como si pensase que el respeto que le mostrábamos no se lo mereciera aún. Habló con un hilo de voz casi ahogado por la lluvia.
- Por favor no se arrodillen, ni siquiera he sido consagrada todavía.
Nos miramos de reojo, Gorke asintió con la cabeza secamente. Nos levantamos y envainamos las espadas. Galadriel se acercó y le tendió una mano al Armatura dándole un pergamino. Gorke lo desenrolló y miró el sello de la Orden. No lo leyó...no sabía, o no deberíamos saber leer, pero el sello autentificaba que era del Negro Temple.
-¿Qué pone en el correo?-dijo amargado Gorke.
Galadriel miró al suelo.
-Tendréis que dar un rodeo antes de presentaros en el cuartel de la Orden.
¿Un rodeo?¿Ése era nuestro castigo?
El correo de respuesta de la Orden había llegado. El altercado con el Obispo Faustino nos iba a crear problemas, y eso que hicimos lo que teníamos que hacer. El muy cabrón encubrió a los chatarreros en su jurisdicción para que juntaran arsenal tecnológico para después traicionarlos...y quedárselo él. El Obispo volvió al bando de la Iglesia y ahora no era mejor que un chatarrero. Nos llamó a nosotros, no porque necesitaba mejores Templarios, sino porque necesitaba otros soldados que no estuvieran bajo su servicio. Nosotros sabíamos la verdad, pero en la compleja jerarquía de la Iglesia, unos Templarios que estuvieron bajo el servicio del Obispo durante un día no podían acusarlo de herejía. No había nada que hacer, solo aceptar el puto castigo.


Un rodeo. A ver cómo es ese rodeo.
...


-¡Me cago en su madre!¡Obispo de pacotilla! He conocido engendros más simpáticos que él- gritaba Amelia mientras intentaba colocar el cañizo de tal manera que no hubiera goteras por la lluvia.
-¡Amelia!
-Déjala Isaac, esta diciendo lo que pensamos todos.-Duncant, optimista empedernido, seguía intentando hacer un fuego en la franja de tierra húmeda.
-En Francia seguro que no pasan estas cosas...-decía Jacqueline por lo bajo, ayudando a Amelia con el cañizo.
-Y una mierda, esto pasa en todas partes donde esté la Iglesia-Amelia estornuda, no tiene exito con las goteras-Los funcionarios de la Iglesia se enriquecen en sus palacios y a los de a pie nos toca sufrir todas las calamidades del mundo.
Jacob gruñía (más bien rugía furioso) dos veces, es decir, estaba de acuerdo. Cavaba con una triste pala en la tierra mojada como si le fuera la vida en ello, haciendo un poco más grande la trinchera.
-Vaya una mierda de rodeo...¿Qué cojones hacemos casi bajo tierra?-decía Johann protegiendo todos sus pergaminos y biblias.-¡Se me va a mojar mi Biblia del siglo XX!¡La humedad es malísimia para mis libros!-suspira-No creí que fuera a añorar mis tiempos de Mónaco, en un monasterio, allí, en clausura, calentito...-empezó a soñar, una sonrisa se le dibujó en la cara, aunque seguía pareciendo el mismo pirado de siempre.
Alejo, nuestro sanitario (aunque él lo negaba, pues la única cura milagrosa es la que poseen los Rafaelitas) vendaba una de las piernas de Jacob, herida en la anterior contienda por el rebote de una bala, aunque era difícil, no paraba de cavar y de moverse.
-¡Deja de moverte Jacob!¡Así no te puedo vendar la herida!- las manos de Alejo perdían el pulso. Jacob gruñó una vez, es decir, que no le iba a hacer ni puto caso. Seguía cavando casi con odio.
-¡Solo es una mierda de rasguño por todos los demonios!-Amelia estaba empapada.
-¡Amelia!-volvía a gritar yo.
-¡¿Y a tí qué te pasa?!
-No blasfemes...-repliqué cortado.
-¡A la mierda!¡Demonios demonios demonios y más demonios!-me tapé los oidos y seguí supervisando los materiales de campaña, casi estaba esperando que llegara Dios a castigarnos por tanta blasfemia. Alguién entró en la trinchera, Ilse.
-¡He traido comida!-dijo señalando un triste conejo.
-¡Una chispa!-gritó Duncant haciendo chocar las dos piedras.-¡Ya lo tengo!
Las ramitas prendieron con una tímida llama...para apagarse con una gota de lluvia bien apuntada. Empezamos a gritar disgustados. Ilse miró la hoguera fallida, y después el conejo.
-Habrá que comérselo crudo.-dijo como si no le importase con tal de tener algo en el estómago.
-¡¡No quiero ni una queja más!!¡¡Callaos joder!!-Gorke dejó el catalejo y se giró a nosotros con un odio indescriptible. Volvimos a nuestros quehaceres con esmero.

El correo nos ordenaba (nos castigaba) hacer un puesto de guardia durante una semana en las afueras de Perugia, una casi ciudad, de mala muerte. Allí se había avistado un engedro y teníamos que apostarnos en las afueras. No teníamos orden de atacar a ningún engendro a menos que se nos echara encima. Para un Templario no poder acabar con una amenaza cercana es una puta jodienda. Gorke seguía buscando con el catalejo desde la trinchera que habíamos montado. Había con nosotros tres Templarios más en "prácticas", eran de la ciudad.

-¡Lo tengo! Un caballito del diablo-gritó Gorke mirando por el catalejo, ignorando la lluvia.
-¡Al ataque!-gritó ahora Amelia desenvainando asomándose por la trinchera.
-¡Alto! Nuestra misión es vigilarlo, no podemos acabar con él.
-¿Qué?Es una amenaza suelta.-miré la ciudad, estaban dando la alarma.-Esa gente está asustada.
-Voy a por él.-dijo Duncant desenvainando, fue retenido por el Armatura.
-¡Alto!¡Nuestras órdenes son claras!
-¿Qué clase de órdenes son "estarse quieto y mirar"?-Duncant estaba enfadado.-No puedo hacer eso.
-Es nuestro castigo disfrazado de órdenes muchacho, paciencia. ¿Dónde están los novatos de la ciudad?
-Aquí, señor-dijo un muchacho, casi un niño. Los tres Templarios novatos vestidos de blanco se acercaron.
-Coged los caballos y avisad al monasterio-fortaleza más cercano, deben tener alguna compañía de ángeles.
Ensillaron los caballos y cabalgaron lejos. Nos tocaba esperar.
-Para esto no se necesitan ángeles, sino un par de cojones...-murmuró Johann.

Pasaron horas, y el engendro volaba por los alrededores. No atacó la ciudad, gracias a Dios. Si no, habría sido nuestra deshonra. Una compañía de ángeles derrotó al engendro en seguida y nosotros sólo podíamos mirar. El Miquelita del grupo se reunió con Gorke tras el combate.
-No puedo creer que nos hayáis llamado por un engendro tan normal, pero entiendo que los humanos tengáis miedo ante las criaturas del Demonio.-todos nos mordíamos la mano sin mirar al miquelita, excepto Gorke.
-Lo siento.- se disculpó.
-Para eso estamos.-dijo el ángel rubio con una sonrisa.
El ángel echó a volar con su compañía. Los ciudadanos los alababan mientras los despedían y a nosotros nos reprochaban el no haber movido ni un dedo. Incluso nos llamaron cobardes.

Creo que fue a partir de aquí cuando Gorke quería demostrar que nuestra compañía de Templarios Negros no necesitaban a los engel o incluso podíamos ser mejores que ellos.
Ser mejor que un engel...menuda blasfemia ¿no?

lunes, 16 de noviembre de 2009

A un olmo seco.

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Antonio Machado.

Daniel Robles Ramos.


Mi nombre es Daniel Robles Ramos.
No sé por qué, pero necesito escribir mi historia, tal vez para desahogarme, o quizá para reorganizar mis ideas y comprender que hago en este autobús de mala muerte. Lo triste es que tengo que escribir en mi papel de fumar.
Ahora hemos parado en Sevilla, y casi todos los viajeros han salido del vehículo, muchos están mareados por el viaje.
El paisaje es muy diferente al de Madrid, me siento perdido, pero no me arrepiento de nada, porque pienso volver a recuperar lo perdido.


Nací en 1988 en Madrid. Supongo que tuve un padre y una madre biológicos, pero ellos son un misterio para mí. Lo primero que recuerdo vagamente es mi paso por orfanatos, comedores infantiles y toda esa mierda. Hasta que llegó el milagroso día en el que todo debería cambiar para bien, pues me adoptaron, y yo estaba encantando de salir de aquella vida monótona.
Mis nuevos padres era una pareja casada que vivía en Alcobendas; y ahora que lo pienso, eran bastante jóvenes para conseguir tan rápido mi adopción. La casa era todo un lujo, era evidente que tenían mucho dinero, pero lo que no me esperaba era que el chollo se acabara tan pronto. Durante unos años fui el hijo de esa insulsa pareja, porque por lo que parece, llegué a su hogar en mal momento. No paraban de gritar y discutir, no recuerdo qué demonios le pasaban pero debían de tener un problema de cojones. Mi supuesto padre se fue un día y no volvió, y mi madre no paraba de beber y meterse de todo. Para colmo, no recibía ninguna atención; encima mis cosas desaparecían sospechosamente y mi madre volvía con un dinero que también desaparecía, aunque no hace falta ser muy listo para saber en qué se lo gastaba. Lo cierto es que no sé cómo sobreviví a ese maldito hogar.

A los 15 me fui de casa y dejé los estudios, de todas formas no iba nada bien. Con todo el dinero que reuní me fui al centro de Madrid. Evidentemente al cabo del tiempo se me acabó, así que lo mejor que se me ocurrió fue mendigar en el metro. Mi línea preferida de metro era la 10, allí era donde conseguía más dinero, pero aun así era insuficiente.

¿Qué pasó? Pues que observando a los carteristas del metro, me dí cuenta de que ganaban bastante; así que probé a ver que tal se me daba. Resultó ser condenadamente difícil. Me pillaron una y otra vez, aunque nunca fueron detrás de mí ni me denunciaron, a lo mejor pensaban que con el susto me iba a dar por vencido. Tenía tantos fracasos y me quedaba tan poco dinero que me decidí por lo más rastrero, robar a un hombre de color cojo que siempre veía por allí. Tenía pinta de vagabundo pero sospechaba que algo de dinero debía de tener. Justo cuando iba a apoderarme de su cartera, el tío sin ni siquiera mirarme me apresó la mano y me golpeó con el bastón que usaba de apoyo. Intenté escaparme pero fue inútil, el hombre me arrastró hasta la calle. Me agarró del hombro y me estampó junto a la pared de un edificio al lado de la boca del metro. Me examinó de arriba a abajo antes de hablar.

-Supongo que creías que era la persona más indefensa que podías encontrar en toda la ciudad. Pues bien chaval, la has cagado.

Lo estaba pasando tan mal que el tipo tuvo que darse cuenta. Volvió a hablar con una sonrisa puesta.

-Si lo que querías era una cartera llena de dinero, no tenías más que pedírmela-me dijo sacando tres billeteras de unos bolsillos interiores de su chaqueta roída- Elige la que quieras.

No podía creer lo que me estaba pasando. Cogí la que parecía más abultada sin pensarlo.

-Debe ser usted muy rico-le dije estúpidamente.

Él se carcajeó delante de mí.

-No, es que soy muy bueno- me dijo enseñándome un poco de dinero…que resultó ser el poco que yo tenía en mi bolsillo antes de cruzarme con él.

Me quedé totalmente atontado, el tipo volvió a dirigirse a mí.

-Soy Eleazar ¿Y tú?
-Daniel.
-Bien Daniel, escúchame atentamente. Norma número 1: nunca subestimes a la víctima ¿de acuerdo?
-Si señor- dije tragando saliva.
-Bien, mañana, la segunda lección. Y no te cortes, intenta robarme cuando quieras. Cuando lo consigas, estarás preparado.


Al día siguiente le vi en el metro, venía cojeando con ayuda de su bastón. La otra mano la tenía también ocupada, llevaba un maletín raro, tenía pinta de pesar bastante.

-Norma nº 2: cuando vayas robar a la víctima, debes parecer una de ellas-me dijo a modo de saludo- Buenos días, Dani.
Hubo un silencio y le pregunté una duda que tenía sobre él.

-Señor…
-No me llames señor, no estamos en el ejército.
-Eleazar, si es tan bueno robando ¿Qué hace aquí, todos los días en el metro?
Se echó a reír.
-Te equivocas, yo esto lo dejé hace mucho, lo de ayer fue solo un regalo para ti. ¿Has comido bien?
-Si, gracias a usted. (¡Coño! ¡Yo dando las gracias!)
-Bien.
-¿Adonde va?
-A la Gran Vía. ¿Me acompañas?
La verdad es que quería irme con él.
-Por supuesto- le dije con entusiasmo.

Allí en la Gran Vía hablamos, y él me enseñó lo que llevaba en el maletín.
-¡Ahí va! ¿Qué es eso?-le pregunté muy intrigado.
-¿No sabes lo qué es?
-No.
-Se llama saxofón.
-¿Y para qué sirve?
Se levantó, puso la maleta abierta del instrumento en el suelo para las posibles monedas, y comenzó a tocar.
-Qué música más rara- le dije cuando acabó el repertorio.
-Esa música rara, muchacho, es Jazz. La mejor de todas.


El tiempo pasó, y el viejo Eleazar se convirtió para mí en la persona más importante del mundo. La única pega era que no aprobaba mi manera de ganarme la vida. Aún así, me apoyó, y a veces, me ayudó distrayendo a los transeúntes de Madrid mientras les arrebataba las carteras, aunque eso sólo pasaba cuando no estaba en el metro. Un día me puso una condición mientras comíamos unos bocadillos en el Retiro.

-Al menos, roba a alguien que le sobre el dinero. De esas personas que derrochan el dinero en lujos. Ya sabes lo que dicen: “quien roba a un ladrón, cien años de perdón.”-estaba claro que el término ladrón no se refería a un ladrón literalmente.

Mientras hablaba le robé, para probarme a mí mismo. Y lo conseguí, ni se dio cuenta. Para mi sorpresa lo que saqué de su bolsillo era una medalla bastante rara.
-¿Qué es esto?-le pregunté pasmado
Él abrió mucho los ojos de la sorpresa, no sé si porque el alumno le había desbancado o porque había sacado la medalla.
-Eso…me lo dieron en el Ejército de Tierra español como mérito al servicio y al valor. Solo me lo dieron para que no me quejara por mi pierna.
El se limitó a palmear su pierna mala a lo que yo respondí con un asentimiento de cabeza.
-Pero recibiste una gran condecoración, es un honor recibir una medalla ¿no?-le interrogué al ver que negaba con la cabeza.
-Si te digo la verdad, prefiero mi pierna.

No solo conocí a este hombre en mi vida. También conocí a Luis. Un muchacho 4 años mayor que yo. Era despreocupado y todo un veterano del “arte” del carterismo. Lo primero que me dijo era que yo tenía estilo “mangando cosas”. No sabía a qué se refería exactamente. Finalmente nos convertimos en una especie de socios.

Pasaron 3 años así y digo así porque a partir de aquí todo cambió.
Un día, la “cosecha” había sido prácticamente escasa. Sólo un paquete de tabaco, un mechero, unos clínex y 5 €. Tras eso, decidí irme a dormir, porque no tenía un buen día, pero desgraciadamente un vagabundo me había quitado el cajero en el que dormía. No me extrañaba, eran ya las 3 y media de la madrugada. Decidí visitar a Eleazar, que supuse que estaría en el Retiro tocando su tema favorito (Round Midnight) sin más iluminación de las farolas. No escuché nada allí, pero no es que fuera raro, a veces había guardias o la gente se quejaba. Pero no era por eso. Cuando llegué a su banco, Eleazar estaba enzarzado con un grupo de tipos que daban miedo. Indudablemente eran 4 unos tíos de gimnasio y todos rapados. Uno de los cabezas rapadas le gritaba a Eleazar mientras yo me dirigía aún hacia allí a toda prisa.

-¡¿Qué te pasa negro de mierda?! ¡¿No me oyes?!-le agarró de la ropa y lo zarandeó-¡Que te vayas a tu país con los monos! A lo único que venís a nuestro país es a robar y a ensuciar España.
Le arrancó el instrumento de las manos y comenzó a pegarle una paliza brutal. Entonces algo estalló dentro de mí. Fui a por esos cabrones. Al primero le estampé un puñetazo en el ojo, y al segundo le intenté romper algún hueso de la pierna a patadas. Cuando se recuperaron de mi ataque sorpresa me tocó a mí la paliza. Dos de ellos me sujetaron mientras los otros dos me dejaban para el arrastre. Nunca había sentido tanto dolor físico en mi vida. El que parecía el líder sacó una enorme navaja y me la puso delante de los ojos.
-Así que eres un héroe ¿no? Pues mira a quién has salvado, gilipollas.
Ese cabrón apuñaló a Eleazar 13 veces delante de mí mientras los otros dos me sujetaban, aunque yo no tenía fuerzas para nada apenas sólo podía respirar. Cuando paró se acercó a mí navaja en mano. Para mi sorpresa no me hizo nada, solo limpió la empuñadura del arma y me la puso en la mano.
-A ver como convences a la pasma de que no fuiste tú, héroe.
El cabrón se creía muy listo, pero lo que no se imaginaban era que segundos después esa navaja estaba clavada en su cuello. Solo tuve fuerzas para matar a ese hijo de puta. Los otros huyeron. Me acerqué a mi mentor agonizante pero antes le pegué una patada al cadáver del facha, cuyo cuello sangraba a borbotones.
-Eleazar, no te muevas, buscaré ayuda- sabía que eso no iba a funcionar a tiempo pero tenía que intentarlo.
-Me lo merecía. Tienen razón no he hecho más que robar y estorbar a tu país- dijo el moribundo.
-¡¿Cómo demonios puedes decir eso?!¡Has servido al país más que esos gilipollas! Estuviste en el ejército, y el robar no tiene nada que ver con el país de donde vienes, sino de la pobreza que nos embarga. Yo he robado mucho más que tú y no soy extranjero…no tiene nada que ver.
-Gracias, sabía que lo entenderías Daniel. Adiós muchacho-dijo con su último suspiro.
-Adiós, viejo- no sé si me escuchó, no se me entendía mucho por el llanto.

Le cerré los ojos. Saqué el paquete de cigarrillos que robé ese día, y con manos temblorosas y ensangrentadas, me fumé uno. No sería el último. No tardaría en escuchar las sirenas de la policía.
A mis 18 años fui fichado por la policía y encarcelado por doble homicidio. Supuestamente según el fiscal yo maté a Eleazar cuando se resistió a darme su dinero, y entonces los fachas vinieron a ayudarle y durante la pelea, yo maté a uno de ellos. La verdad es que sólo maté a uno, pero no me arrepiento. Además, quién iba a creer a un delincuente como yo.
Cinco años de cárcel, y no fueron más porque las pruebas no fueron totalmente concluyentes. No contaré mi experiencia en ese agujero donde caen los fallos de la sociedad llamado cárcel.
Cuando salí a mis 23 años intenté reformarme e intentar trabajar, menudo gilipollas. ¿Quién me iba a dar empleo sin estudios, una ficha policial, y encarcelamiento por doble homicidio?
Un día me reencontré con Luis, mi colega del metro. Nos pusimos al día, y por lo visto, un mes después de mi encarcelamiento él estuvo obligado a hacer servicios en beneficio de la comunidad cuando le pillaron robando. Me sorprendió cuando me dijo que había dejado de robar, pero me di cuenta que fue para peor, ahora vendía droga, era un puto camello. No sabía que hacer, así que estuve un tiempo trapicheando, vendía piezas de coches robadas y otras cosas de mecánica y timos. Al final le pedí a Luis que me diera un poco de esa mierda que vendía para conseguir dinero y salir de aquél agujero. Vendí a todo tipo de perdedores, pero lo que no me esperaba era que mi primera clienta fuera una joven universitaria. Se llamaba Laura, y estudiaba literatura. Era lo último que podía esperar de mi primer cliente: una chica joven, guapa y que estudiaba en la universidad. Yo ni siquiera me saqué el graduado en E.S.O.


Laura era muy simpática y siempre estaba de buen humor vestida con su sonrisa. Siempre que venía le pedía que lo dejara, que yo solo vendía esa mierda a los que ya no les quedaba nada en la vida. Y ella tenía mucho ganado. Por lo visto, su adicción a la heroína venía de un exnovio capullo que la llevó por el mal camino. Siempre que venía yo nunca le vendía nada, le decía que lo que yo ofrecía no era para ella.
Yo me preocupaba mucho por ella. La verdad es que al principio me extrañaba que viniera a verme todos los días, porque siempre se iba con las manos vacías. La verdad era mucho más sencilla: yo quería verla a ella, y ella quería verme a mí. Cada vez pasábamos más tiempo junto, hablábamos mucho y nos caiamos bien. Me encantaba su sonrisa. Un día me contó su sueño de ser escritora conocer mundo. Aquello me parecía imposible.
Cada vez me daba cuenta de que estaba peor. A pesar de que yo no le daba nada, ella conseguía la droga en otra parte. Cada día tenía peor cara, y estaba demacrada. Le pedí que lo dejara, y ella con esfuerzo dijo que lo haría. Todo fue bien hasta que se hizo notar su síndrome de abstinencia. Ella me pedía que le pasara unos gramos, primero llorando, después a gritos, y al día siguiente pidiéndome perdón y minutos despues insultandome. La situación era insostenible. Un día que llovía como nunca vino empapada a pedirme otra vez que le pasara aquella maldita droga. Así que, a pesar de que la quería le dí un ultimátum allí, los dos empapados bajo la lluvia.
-Laura, aquí está lo que quieres-le dije enseñando la bolsa de plástico-Tendrás que elegir entre yo, y esta cosa que te destroza la vida.
Estuve una eternidad allí de pie sin decir nada, viendo cómo Laura se retorcía de dolor. Me arrebató la bolsa y se fue corriendo gritando.
-¡Lo siento¡ No puedo soportarlo más.

Al día siguiente estaba en coma.


Y me fui, seguí huyendo de los problemas. Vagabundeando por dondequiera que fuera...hasta que llegue a Ronda. Allí voy a purgar mi alma en perfecto silencio y sumisión. A ver que mierda me pasa. Espero que algo tranquilo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

La paciencia era lo último que me quedaba por perder.

"¿Se van a llevar el cuerpo?¿Por qué no se me ha informado?¿Va a hablar usted con los familiares de la víctima?"

¿Qué qué qué? En menuda mierda me estoy metiendo ya. ¿Qué coño le digo yo a este tio? En cualquier otra circunstancia le partia la cara, pero no creo que sea lo mejor en medio de comisaria.

Sigo sin saber que decirle, primero digo que sí, luego que no...por Dios parezco subnormal. No sé que coño como agente del CNI, lo más cerca que estuve de ser agente fue estar esposado en comisaria. ¿Por qué demonios no sé que decir?¿Por qué mierda no se me ocurre algo ingenioso?
¿Por qué cojones mi cerebro está vacío?

Gabriel sabría qué decir en este momento. Soy un cabrón, no paro de mandarle mensajes. Su movil apagado, estará hasta los cojones.

"Espere a mi superior" es lo único que digo, y la lío todavía más, el jefe de policía me echa mierda por todos lados, y yo me siento un mierda. Todas las opciones que se me ocurren no son nada burocráticas.
¿Por qué me utilizan?En serio ¿Acaso sirvo para algo?


Se me va la pinza, el tono del policía no me gusta un pelo...me recuerda al mamón ese que me esposó con tanta fuerza en el Retiro hará unos pares de años. Llevo 6 meses intentando ocultar lo gilipollas que soy ante mis compañeros de armas, apenas abro la boca, intento no meterme en sus cosas, y hago lo que se me ordena (por desgracia, solo lo que me ordenan) y es el tono de chulo del cabrón ese el que hace que se me caiga la máscara. He perdido lo único que me quedaba, la paciencia.

"¡El cuerpo no se mueve de aquí ostias!"

Por no contar el resto del griterío e insultos que propiné allí. Hacía tiempo que no gritaba en una comisaría.¡Coño! Quién me iba a decir que iba sentir nostalgia de aquello.

Tras todo este tiempo intentando ser el buen soldadito, siempre obediente, nada replicador, manteniendome quieto hasta cuando debería actuar...a tomar por culo. Me importa una mierda, he estado toda mi puta vida en un agujero, soy un tirado de la calle, no un investigador de la ostia. Si me quieren putear, que me lo hagan a mí. Si tienen algún problema conmigo...que me devuelvan a mi cajero, malditos bastardos.

Tras seis meses de silencio, he decidido ser como siempre he sido. He comprobado que todo este tiempo la he estado cagando, por mucho que callara y obedeciera. Ahora, hablaré, y voy a ser yo mismo, aunque mis compañeros no me reconozcan. Si voy a estar cagandola...voy a cagarla bien.


viernes, 13 de noviembre de 2009

Buenas noches para ti también...

"Sé que lo estás deseando" me dijo picaronamente escapándose el aliento vaporoso de sus labios. ¿Cómo lo hace?¿Cómo se mete en lo más profundo de mi corazón? Mi rostro es totalmente indescifrable, la misma cara de agotamiento. Mis palabras son escasas. Me arropo con todo tipo posturas y expresiones neutras, no digo nada, creo que mi ser interior es inexpugnable...hasta que llega ella y me desnuda el alma de un plumazo...y solo queda el temblar.

"Sé que lo estás deseando, arrójala, te he visto arrancárte la identificación".

Dudé...miré mi chapa, mi nombre, mi escuadra, mi Orden grabada en ella. Mi identidad, mi causa, mi razón de ser, todo lo que había sido. Al final sonrío, la arrojo al fuego. Nuestras identidades arden juntas, nuestro pasado se consume en el fuego y comenzamos a mirar hacia el futuro. Sentí un vacio en mi interior. He dejado la Orden, pero no sentí que todo por lo que he luchado se desvaneciera, como temía, sino que seguían ahí mis valores, mi causa, mis sueños, ellas dos, la pequeñaja y la muchacha. Ella saca una tercera identificación...yo me extraño, ella se explica.
"Es la chapa de Duncant..."
No sabía que la llevara consigo. La arrojó, ardió junto a las nuestras. Nuestras identidades ardían, para volver a renacer. Tres, siempre seremos tres.

Aunque ahora...éramos dos. Pero yo lo sentía cerca. Lo veía en cada sonrisa que me regalaba ella.
Estaba ahí, con nosotros, totalmente presente.
Y aunque seguíamos siendo dos, ahora me sentía como uno solo, ella se abrazaba a mí, y solo me queda el temblar. ¿Por qué?¿Por qué? No podemos, no debemos, la Orden no lo permite...¿La Orden?


¿La Orden que acababamos de dejar?

¡Haz algo!¡Di algo idiota!¿Por qué me bloquea de esta manera?

Miro el anillo de la Inquisición de mi mano, me lo quito discretamente y lo suelto por ahí. Me viene una idea absurda a la mente...¿o al corazón?

Un anillo...

Intento dormir.
Buenas noches para tí también...mi guerrera.

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http://historiasengris.blogspot.com/2009/11/buenas-noches.html?showComment=1258209072736#c1897537831458169048

Memorias de un Templario Negro (XX)

Como sangre cayendo sobre el pañuelo regalado por la amada cae la tinta sobre el pergamino, desangrando todo lo que he vivido, y lo que no podré vivir. Por fin han empezado a hacerme preguntas más allá de las palizas y la tortura, pero no he dicho nada, no es la primera vez que me pasa esto. Me han desencajado las extremidades; me han sumergido el rostro en agua helada intercalada con agua hirivendo, retirando mi rostro solo en el último momento antes de ahogarme; y me han marcado a fuego la piel sensible del cuello.
"¿Quienes son los herejes que se hacen llamar Petirrojos?" "¿A quién seguías?" "¿Quién ha seguido tu liderazgo y por qué?" "¿A qué demonio te has encomendado?" y otras tonterías. Mis respuestas en silencio eran replicadas por algún tipo de tortura a cuál más horrible e inhumana.

Que se olviden, no voy a decir nada, solo escribir. Y que quede claro, esto no es una confesión. Tengo muy claro para quién va esto.

Escribir...continúo.

Tras la misión nos presentamos en la Basílica de San Lorenzo, en el "salón del trono" donde se encontraba sentado (y al parecer satisfecho) el Obispo Faustino, que entrelazaba los dedos de sus manos con los codos apoyados en los posabrazos orlados de ángeles. El Obispo Faustino se levantó y se pasó una mano por la canosa cabellera. Suspiró de forma sobreactuada, sobrecogido falsamente por el informe de la misión.
-Así que el señor Leonardo Marini, con el que tanto tiempo he confraternizado y convivido pacíficamente en Florencia, me traicionaba, ¡No a mí solo, sino también a la Madre Iglesia!, reuniendo arsenal prohibido y comercializarlo por toda europa en forma de fiestas paganas...-negó con la cabeza pausadamente de forma dramática, era un pésimo actor- Tiene lo que se merece, la muerte.
Gorke carraspeó, incómodo. Nosotros seguíamos en formación de descanso, piernas separadas, en equilibrio, manos a la espalda.
-Permiso para hablar, su eminencia.-el aludido le hizo un gesto con la mano, dando permiso.-Me cuesta creer que no supiérais nada de lo que se estaba cociendo aquí.
-¿Cómo es posible?¿Me acusáis de algo?-dijo sorprendido.
-Tenéis un cuartel repleto de Templarios, servicios de la Inquisición e incluso en vuestra basílica tenéis hijos de Jeremiel. Creo que vuestros agentes de la Inquisición detuvieron a los portugueses disidentes de la Iglesia, Danilo y Genoveva, porque vos lo decidisteis. Ellos siempre habían cruzado vuestras fronteras sin problemas con vuestro permiso, si no, ellos no habrían sido tan incautos. Vos sabíais todo lo que pasaba allí, no eran meras sospechas que nosotros debíamos confirmar como nos dijisteis cuando nos convocasteis. Eráis cómplice y ayudábais a Leonardo, pero le traicionasteis.
-¿Qué estáis diciendo?¿Y por qué se supone que hice todo eso?
-Bueno, os habéis quedado todo el arsenal que el hereje había reunido en vez de hacer de su palacio la mayor hoguera del mundo. ¿Tal vez pensáis utilizar lo que habéis requisado? Os habéis aprovechado del diádoco para conseguir armas de fuego ¿Quizás para la Iglesia?¿O vais a darle algún uso personal?
-¡Calumnias!
-Pienso presentar este informe ante el mando del Negro Temple.
Por fin el Obispo dejó de sobreactuar y hacerse el ofendido y mostró su verdadero rostro: una sonrisa de tiburón.
-Es la palabra del Obispo de la conglomeración de Florencia...contra la de unos herejes.
-¿Herejes?¡No me venga con tonterías!¡Ha puesto en peligro a mis hombres solo para su estúpido plan!
-¿Ve, Armatura Gorke? Yo también sé inventarme acusaciones-dijo conteniendo una risa-Si presenta ese informe ante su Orden, será la palabra de unos sucios soldados, contra la de un Obispo respetable. No querráis saber quién va a salir ganando en esta disputa, sobre todo si su Armatura ha tenido contactos con brujas ¿De acuerdo?
Los nudillos del Armatura estaban blancos. No podíamos hacer nada...al menos, burocráticamente hablando.
-De acuerdo. Pero le advierto que volverá a encontrarse en problemas, y entonces...nosotros no acudiremos en su ayuda.
El Obispo se burló de la advertencia.
-No necesito 9 andrajosos Templarios. Tengo a todo un regimiento conmigo.
Una poderosa llamada golpeó la puerta del despacho de la Basílica de San Lorenzo. Entró un Templario.
-Su eminencia, el ángel está aquí.
-Hágale pasar.

Un ángel entró en el despacho tímidamente. Ahora tenía dudas de si los ángeles eran asexuales o no, porque parecía una niña, muy joven, por cierto. Ni siquiera llevaba los paños votivos característicos. Un ángel de rasgos afilados por el viento y pelo recogido.
-Bienvenida a mi Basílica, Galadriel, hija de Uriel.- la urielita se arrodilló y besó la mano del Obispo, el tipo me ponía enfermo.- Hace unos pocos años que llegaste a la Tierra y me han dicho que vas de camino a Roma presta a tu Consagración, lo cuál celebro, pero necesito que lleves este correo al Negro Temple.

¿ Un correo al Negro Temple?¿Qué tramaba?
Se dirigió a la urielita, pero realmente nos hablaba a nosotros.

-Iba a dar buena cuenta de la actitud de los Templarios Negros, pero he cambiado de opinión y creo que su comportamiento, sobre todo el del Armatura, deja mucho que desear. Espero que el Negro Temple les meta en cintura tras esta crítica y, además, espero que con esto se den cuenta de que contra mí,- giró la cabeza hacia nosotros, aún en posición de descanso militar- no hay nada que hacer.
La urielita seguía arrodillada ¿Es que ese cabrón la iba a dejar arrodillada toda la vida?
-En seguida, su eminencia. El correo llegará tan rápido como sean capaces mis entrenadas alas.
-Estoy seguro...pero por si acaso...
El Obispo fue hacia las ventanas que había a la espalda del trono. Las abrió de par en par.
-Partid ahora mismo. No puedo confiar en que estos andrajosos no os ataquen.
"Maldito bastardo"
Galadriel no tuvo más remedio que obedecer. Se acercó a los ventanales del despacho y nos echó una mirada triste. Tal vez no quería ser portadora de malas noticias, y menos si afectaban a otros que no eran ella. Pero era su primer encargo a manos de la Iglesia, y no se podía permitir ningún fallo...al menos no antes de su Consagración. Alzó el vuelo sin dificultad y fue rumbo a Roma Aeterna, pasando antes por el Negro Temple.

Cuando salimos de Florencia, rumbo a Roma, llovía a cántaros. Si salimos con ganas y fuerzas a Florencia, volvíamos sin ellas. Cabalgábamos con un humor de perros, Jacob encima volvía sin su caballo: Templanza, caído en combate, que fue nuestra única baja. Iba detrás de Jacqueline, cabalgando a la grupa de Fraternidad. Los largos cabellos de Jacqueline le daban en la cara a Jacob, y él tenía un cabreo impresionante. No se quejó ¿Cómo se queja alguien que no tiene lengua?
Nuestras capas ya no flameaban con la fuerza del trote, sino que estaban empapadas, pegadas y frías en nuestras espaldas. Cuando escampó, de noche, hicimos una gran hoguera, y nos dispusimos a dormir, no teníamos ni ganas de emborracharnos esa noche, con eso lo digo todo.
Los chicos se quedaron dormidos en seguida y yo, como siempre, dormí con la daga envainada bajo la almohada improvisada. Las chicas: Ilse, Jacqueline y Amelia al contrario que nosotros, no parecían tener sueño. Parecía que recobraban el ánimo y la sonrisa.

Durante la fría noche escuché un grito femenino que me puso los pelos de punta.
-¡Que no!
-¿Qué pasa?-grité casi desenvainando la daga en el aire. Otra vez, al igual que en la Basílica, era Amelia la que me despertaba de un sobresalto.
-¡NADA! ¡TÚ A CALLAR!- me gritó con una mueca de...¿odio?
-Joder... vale -si en ese momento supiera lo que era la menstruación, pensaría que le estaba haciendo una visita a Amelia en ese momento...o quizás permanentemente. Volví a echarme de costado. Lo último que escuché fue a Amelia e Ilse intercambiando unas últimas palabras antes de echarse ellas a dormir.
- Gasfmprijalfdlakdj...
-¿Qué dices Amelia? - preguntó Ilse.
-Que es idiota - se cruzó de brazos - Buenas noches - se cubrió la cara con las mantas, enfurruñada.

¿Pero qué coño había hecho yo ahora?

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Para entender lo del final xD
http://historiasengris.blogspot.com/2009/10/noche-de-chicas.html

sábado, 7 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XIX)

Y así cargaron tres Templarios Negros a pleno galope en el Salón de baile del diádoco. Con una furia guerrera y una fe ciega. No hay peor enemigo que el que está ciego de fe. Aunque hay otras cosas que también ciegan...como el amor.

Ayer escuché gritos y una refriega estruendosa y por lo visto, sangrienta...un motín, una fuga, o gente muy desesperada intentando sacar a algún ser querido encerrado en este agujero. Si es así, espero que no haya sido por mí. Espero que no haya hecho ninguna estupidez para sacarme de aquí. No me extrañaría que hubiera sido así.
No hay nada que hacer, sé que en cuanto salga de aquí, veré el rostro de Dios.

Por eso debo darme prisa en seguir escribiendo...es lo único que me mantiene cuerdo entre paliza y paliza.

Continúo...

Sentí un gran alivio cuando vi a Duncant entrar a nuestro rescate, le seguían en una pequeña formación de cuña Johann y Jacob, tambíen a pleno galope. Los cascos de los caballos tronaron en la moqueta del suelo, las lámparas de araña temblaron como si un terremoto cogiera fuerzas a cada segundo que pasa.
Los guardias que nos encañonaban, por desgracia, no eran guardias porque sí. Demostraron frialdad y reflejos, pues dejaron de apuntarnos (que estabamos arrodillados, apresados) con rapidez y dispararon hacia los jinetes. Sin embargo, si ellos estaban entrenados, nosotros más aún. Amelia y yo de repente empujamos a dos de los tres guardias armados con tecnología justo al efectuar el ataque, errando los dos disparos. El tercer guardia dio en el blanco, en Templanza, caballo de Jacob, el deslenguado. Caballo y jinete cayeron en plena carrera sobre la alfombra de baile, quedándose atrás de la formación. Templanza no se levantó, Jacob sí...se levantó con una templanza (curioso ¿eh?) y rapidez insólita, y siguió cargando, desenvainando y alzando el espadón de la espalda a plena carrera. Los guardias se miraron y sus ojos comunicaron y transmitían pánico ante una carga que no podían rechazar aún ni con la tecnología que poseían. Intentaron huir...no lo consiguieron, fueron arrollados entre los cascos de los caballos de guerra y las espadas lanzas de Duncant y Johann.
Apenas quedaban guardias. La mayoría estaban fuera y todos fueron abatidos por la sorpresa y determinación de nuestro ataque. Los que quedaban dentro, huyeron. Johann a caballo gritaba como el loco que todos creíamos que era, dando caza a los herejes entre las mesas de la sala.

-¡Para ser un soldado, no necesitas una pistolita de mierda...solo tragarte el miedo y tener cojones, y a vosotros os faltan muchos!

Jacob gritaba guturalmente y hacía danzar el espadón con tanta destreza entre los chatarreros que parecía que manejaba una pluma...gritó dos veces de forma corta y seguida. Supongo que quería decir que estaba de acuerdo con Johann. Duncant hacía virar manejando diestramente las riendas a Generosidad en círculos en medio de la batalla (o más bien persecución, pues no ofrecían apenas resistencia) buscando posibles amenaza en retaguardia. Con esos cacharros podrían atacarte desde cuaquier parte. Al final pareció ver algo interesante.
-¡Amelia, Isaac!¡Allí!- dijo señalando.
Nosotros reducíamos a un tipo armado con un estoque. Mi binomio y yo hacíamos una táctica sencilla al estar los dos desarmados: yo esquivaba como podía el estoque entreteniéndolo (no se si entretener es la palabra más idónea) mientras Amelia lo reducía de un golpe por la retaguardia. Sólo uno un golpe.

Cuando terminamos miramos a Duncant. Señalaba a alguien que huía hacia el interior del palacio. Leonardo, Mecenas del fuego prohibido.
-¡A por él!- gritó Amelia emprendiendo una frenética carrera. Yo iba detrás. Pero alguien se nos adelantó en la carrera. Gorke apareció delante nuestra siendo el primero en encabezar la persecución. Leonardo se metió por un pasillo de arquitectura recargada. Gorke entró después, luego nosotros. El tipo corría como si le persiguiera el mismísimo demonio, aunque, en este caso, a lo mejor debería decir el mismísimo Dios. Vimos algo que se asomaba del costado izquierdo del chatarrero que aún corría.
-¡Cuerpo a tierra!-ordenó más que gritó Gorke, nosotros obedecimos de inmediato...el tipo disparó sin nisiquiera girar la cabeza, concentrado en la carrera. No nos dió, nos tiramos al suelo al momento en el que nuestra armatura dió la orden.

Nos levantamos en seguida y reanudamos la persecución. Había entrado en una enorme habitación, llena de enormes espejos artesanales. ¿Qué clase de lugar era aquél? Nos veíamos reflejados en multitud de espejos, y a su vez, se veían reflejados los reflejos...se veían una multitud de Isaacs, de Amelias, de Gorkes...y de Leonardos.
El Mecenas del Fuego Prohibido se giró y empezó a disparar a bocajarro. Gorke ya le había visto las intenciones.
-¡Rompan la formación!¡Maniobra evasiva!-dijo a la vez que nos empujaba a Amelia y a mí en diferentes direcciones del almacén de espejos. Nos alejamos y corrimos tanto como pudimos entre los disparos , que eran más desesperados que calculados. Los espejos se rompían por doquier, dejando caer sus fragmentos sobre el suelo estrepitosamente. Tras realizar lo que me pareció una multitud de disparos, huyó. Subió por unas enormes escaleras adornadas de angelotes de cerámica, que iban a un balcón.
Estaba atrapado. El chatarrero estaba acorralado en el balcón.
El desenvainar de la espada de Gorke rasgó el aire.

-Entrégate, Marini.- la voz del armatura sonó dura.



El tipo, desesperado apuntó a Gorke. Aunque acorralado, nos podía freír a los tres antes de que le tocáramos. ¿Qué podíamos hacer contra eso?Las armas heréticas eran extraordinarias...eran, perfectas. O eso pensaba.
Para nuestra desesperación Gorke andó despacio hacia el hereje, de frente al cañon que le amenazaba quitarle la vida de un plumazo. A pesar de estar armado, se puso nervioso.

-¡Maldito bastardo exclavo de la Iglesia!¡No te acerques!¿Te crees que tienes alguna posibilidad con esa mierda de espada?-Gorke no vaciló ni un segundo, siguió acercándose.-¡Como des un paso más te dispararé maldito cabrón!

Gorke se puso frente al cañón del arma, Amelia y yo conteníamos la respiración y nos acercabamos cautelosamente. Leonardo gritó.

-¡Tú lo has querido!

Y disparó...pero, no pasó nada. En vez de oirse el trueno que producía al disparar, se escuchó un chasquido. Gorke ni pestañeó.
-Al menos esta mierda de espada no necesita munición.

Creíamos que estaba solucionado, que lo habíamos apresado, que es entregaría y cantaría todo lo que supiera sobre esa revolución antiangélica europea. Sin embargo corrió hacia el borde del balcón y parecía amenazar con tirarse. No estaba muy alto, pero en el caso de que se hubiera tirado, sólo se hubiera roto seguro una pierna y además, Ilse y Alejo estaban abajo, habían reducido a los guardias y estaban allí asegurando la zona. Pero no amenazaba con tirarse. Estaba buscando algo en los bolsillos de su camisa extravagante de fiesta. Gritaba a la vez como un loco.

-¡Ese bastardo de Faustino me ha traicionado!¡Es un puto demonio y se las da de Obispo!¡Es un puto Judas!¡Se quiere apropiar de mi trabajo!¡Se quedará el arsenal tecnológico que he reunido gracias a él!¡Sí, vuestro querido obispo para el que trabajáis lo sabía todo!¡Él era mi cómplice y juró apoyarme contra la Iglesia!¡Se ha vuelto a cambiar de bando el muy cerdo!-comenzó a reirse con un matiz de locura, encontró una pequeña pieza de latón y la metió en la pistola.-Pero yo no diré nada a la Iglesia, ni a la Inquisición, porque...los muertos no hablan.

Y se voló la tapa de los sesos con la última bala que le quedaba. Una bala que guardaba en su ropa, quizas para "silenciarse" en caso de desesperacion.

La misión había fracasado...al menos en parte.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XVIII)

Y menudas fiestas montábamos los Templarios Negros cuando se trataba de escarmentar herejes, éramos tan superiores a los pequeños grupos herejes dentro de la Iglesia que nos permitíamos un lujoso humor de batalla. Al menos, en el primer año de servicio, después, todo se torció.
Nuestro vínculo era tan fuerte, después de todo lo que habíamos pasado juntos en el Negro Temple, que nos movíamos y actuábamos como uno solo.
Juntos éramos casi invencibles.
Casi...

Si lo fuéramos, esto no habría acabado así.
El aceite del quinqué se ha consumido, pero he conseguido que me dieran un gran cirio ramielita,
con un alfa en la parte de arriba de la enorme vela, y un omega en la base...una llama derritiendo la cera hasta llegar a su omega, a su final...que propio. No podía haber pedido una vela mejor. Ya está empezando a consumirse el alfa, tendré que seguir escribiendo.
Amelia y yo conseguimos entrar en la fiesta del supuesto chatarrero y diádoco Leonardo Marini en Florencia. Al entrar nos dieron una especies de yelmos que solo cubrían el rostro. Máscaras lo llamaban. Cuando llegamos al gran salón nos sentimos extasiados por tanto lujo y espacio. El salón estaba lleno de mueres y hombres anónimos ocultos tras sus máscaras y trajes y vestidos extravagantes y recargados. Enmascarados quizás, por ser un baile, o quizás para ocultar su identidad a la hora de delinquir ante las propias narices de la Madre Iglesia.
Esa gente parecía sacada de una época dorada, de tiempos mejores, si es que eso había existido alguna vez en nuestro caótico mundo. Cientos de velas alumbraban en arañas de oro colgadas en el techo, imágenes y pinturas de paisajes lejanos y retratos hermosos se exponían en las barrocas paredes. Esculturas de blanco mármol mostraban su desnudez y belleza sin ningún tipo de pudor. Alfombras cargadas de adornos reconfortaban el baile de los invitados bajo un techo sostenido por columnas immaculadas.

Resumiendo: un lujo innecesario que insultaba a Dios y a todos los que se morían de hambre.
-¿Y ahora qué?-interrogué a mi binomi, que tampoco sabía cómo moverse o qué hacer ante tal insólito lugar.

Ella estaba extasiada mirando el ambiente del gran baile. Había una gran orquesta tocando desde un gran balcón que daba al interior del salón donde los invitados daban vueltas en parejas a bajo del dominio del compás ternario de algo llamado vals. Música instrumental...otra herejía.
Yo tenía miedo de la redada que pudieramos hacer allí. Amelia no parecía preocuparse nada, le brillaban los ojos y una sonrisa eterna se había apoderado de su rostro. Parecía una niña.
-¿Qué hacemos ahora?-volví a repetirle suavemente, esta vez en el oído.

Ella me tomó de la mano y tiró de mí hasta donde se encontraban los bailarines. Intenté resistirme, se supone que debíamos pasar desapercibido.
-¿Qué haces Amelia? Se supone que debemos infiltrarnos sin que sospechen- le susurré asperamente mientras me dejaba tirar por ella.
-Y eso es lo que hacemos idiota, la mayoría de la gente está bailando, y además, mientras damos vueltas no nos escuchará nadie ¿Sabes bailar?
-¡Claro que no!
-Entonces dejate llevar, yo te llevo.
-Ni de coña. Prefiero intentarlo yo.

Empezamos a movernos torpemente, pero conforme pasaban los compases íbamos cogiendole el tranquillo a los balanceos y vueltas del baile. En cuestión de tiempo, ya íbamos dando vueltas por el salón, y sobre nosotros mismos. Era el momento de hablar sobre el siguiente paso:
-¿Y ahora qué? Ya estamos más que integrados.
-Ahora toca esperar.
-¿Esperar a qué?
-Se supone que esta fiesta es una tapadera. Aquí se va a vender tecnología prohibida, así que algunos de los invitados tendrán que ausentarse, tenemos que vigilar el movimiento de todos. Además, el anfitrión ni siquiera ha aparecido.
-El anfitrión...Leonardo. Entonces daremos la señal de entrada.
-Si.-asintió con la cabeza y después fruncio el ceño.-Como vuelvas a pisarme, te machaco.

Seguimos dando vueltas hasta que pareció que el que bailaba era el salón y no nosotros. Los invitados aplaudieron a una figura que había entrado, totalmente enmascarado.
-Saludos mis huéspedes, espero que todo esté a vuestro gusto y comodidad. Disfrutad de mis estancias y contemplad todo lo que pude rescatar de un mundo antiguo y próspero. He recogido, recuperado y reconstruido las mayores obras de arte y modo de vida de la península Itálica de un período desconocido llamado Renacimiento y mundo moderno, surgido aquí. He protegido esto, de manos de la ignorante Iglesia, que quería quemar todo estos grandes descubrimientos de un tiempo en el que no la necesitábamos y éramos felices. Disfrutad y comed. Dejáos llevar por vuestros instintos. Hoy Dios no está aquí.

Después de todo esto llegó otra vez la normalidad de la fiesta. Bueno..."normalidad". Amelia y yo nos reúnimos en una estatua...¿de hielo? Aquel lugar me ponía los pelos de punta. Nos fijamos en que algunas parejas se marchaban discretamente por donde se había ido el anfitrión. Decidimos seguirlos y espiar su conversación, pero se encerraron en un despacho. Se abrió la puerta y salieron, un sirviente nos miraba.
-Pasen por favor.
-¿Nosotros?

El sirviente arqueó una ceja.
-¿Acaso no quieren el fuego que les ofrece el gran Prometeo?
Nos miramos. Nuestas caras eran un auténtico poema.
-Esto...Si, claro.-dije.

Entramos en el despacho, allí estaba el supuesto Leonardo Marini, aún enmascarado, mirando un enorme mapa de Europa colgado al fondo de la sala. Estaba marcando zonas concretas en el continente. Estaban marcadas Florencia, Zurich, algún reino de Iberia, y finalmente zonas circundantes a Praga. Ahora estaba marcando Córdoba. Sin girarse preguntó.
-¿Quiénes sois?
-Isa...¡Aich!-comencé, pero me detuvo un pellizco en el brazo.
-Danilo y Genoveva.-alzó la voz Amelia.

Leonardo se giró, ceño fruncido.
-¿Qué sector?
Vuelta a mirarnos. ¿Qué demonios pasaba allí?
-Venimos de...-comencé a decir recordando a la par nuestras identidades falsas.-Lisboa.
Ahora sí que estaba impresionado. Aplaudió pausadamente con sus manos enguantadas.
-La verdad es que no sé de qué me sorprendo. Lisboa fue totalmente arrasada por la Iglesia cuando se declaró ciudad libre como Gran Bretaña. La Iglesia se sintió tan ofendida la arrasó con un fuego purificador, dijeron, pero la verdad es que sospecho que utilizaron tecnología. Es normal que queráis más armas y seáis los primeros en realizar la gran revolución atea en Europa, vuestra sed de venganza debe ser...insaciable. La verdad es que tengo muchas esperanzas en Iberia de que la Revolución salga bien. Tenemos el apoyo de la Liga Humanitas, el NAM de las islas británicas y la gran chatarrería de Córdoba, sin embargo, esa maldita Orden, los que se hacen llamar Petirrojos, dicen que no actuarán contra la Iglesia, dicen que la humanidad tiene enemigos más importantes...malditos bastardos. Aun así, prácticamente creo que tenemos casi asegurada la parte occidental del continente.

Maldita sea, era cierto, Lisboa preparaba vengarse de la Iglesia Angélica y tenía ya escondido un gran arsenal. Para colmo se estaban comunicando una Revolución antiangélica por todo el continente sin que nadie se enterara ¿Cómo lo hacían?¿Cuál sería la fecha clave?

-Entonces...¿Qué deseáis? He de decir que tengo una superproducción de subfusiles cordobeses.
¿Qué demonios era eso?
-Leonardo...-comencé a decir.
-¿Leonardo?-dijo él entre asustado y nervioso.-¡Espias de la Iglesia!¡Guardias!

Después de esa misión nos explicaron que ningún invitado sabía la verdadera identidad del anfitrión, sólo el arzobispo Faustino conocía la fiesta y quién la organizaba. Leonardo era conocido por sus socios y colaboradores como Prometeo, un antiguo dios pagano que según me dijeron robó el fuego prohibido y se lo dió a los mortales. Una blasfemia, por supuesto. Al decir su verdadero nombre me había delatado.
Dos armarios con patas entraron en ese momento. Amelia noqueó a uno con una patada en sus partes nobles. Yo simplemente me limité a esquivarlo. Corrimos por el pasillo por el que habíamos venido. Corrimos más rapido cuando escuchamos una pequeña explosión y un jarrón que había a nuestro lado explotó en mil pedazos inexplicablemente.
-¡Mierda!-gritó mi binomio-¡Qué coño ha sido eso!
-¡Corre!- le apremié entre jadeos.


Corrimos como si nos persiguiera el mismísimo Señor de las Moscas. Llegamos al gran salón y corrimos entre los bailarines, la música seguía.

Otra explosión. Esta vez algo pasó silbando por mi lado.
-¡Detrás de las estatuas!
Nos ocultamos detrás de la base de una enorme estatua de mármol. La música cesó y la gente huía. La sala de baile era un auténtico caos, una marea humana.
-¿Con qué mierda nos están disparando?-dije histérico, parapetado en la base de la estatua, que se estaba cayendo a cachos debido a los proyectiles. Nos llovía encima las piezas amputadas. Amelia se asomó entre las piernas de la estatua, que representaba un tipo desnudo.
-Ha dejado de disparar, pero aquí vienen esos armarios que tienen por guardias. Vienen armados con tubos de metal que dispara fuego o Dios sabe qué coño son esas cosas.

Ella me abrazó, y por primera vez no me importó. Íbamos a morir.

-Siento haber sido el causante de tu muerte. Eres una de las únicas personas a las que quiero en este mundo, te tengo un cariño horrible-le dije a modo de disculpa.-Ni siquiera vamos a sobrevivir a la primera misión.
-Si vamos a morir...Isaac, quiero que sepas que te...-una sombra apareció entre nosotros y la interrumpió.

Apareció el tipejo al que esquivé en el despacho gruñendo. No duró ni un segundo en pie. Amelia ya le había metido una ostia que lo dejó seco nada más asomarse.
-¡¡¿Cómo cojones se te ocurre interrumpirme en este momento?!!-le gritó al guardia noqueado, a la par que le pegaba unos leves puntapies al cuerpo inerte.
No los vi llegar, de repente nos rodearon y nos encañonaron con esos cilindros de metal que escupían truenos y te mataban. Nos hicieron arodillar. El salón de baile estaba abandonado a causa de los disparos y el silencio lo inundaba todo, excepto el crujir de las armas. Los guardia nos encañonaban en silencio. Se escuchaba el inconfundible sonido de una batalla en el exterior. Leonardo se acercó a Amelia y a mí hecho una furia.
-¡Hay más con ellos! ¿Qué demonios? ¡¿Cómo demonios han entrado y atravesado mis fuerzas armadas?!-dicho esto me agarro violentamente del cabello y alzó mi rostro-¿Qué sois?¿Templarios?¿Cuántos sois?
-Nueve...-contesté con un hilo de voz. Él me abofeteó.
-¡Y una mierda! Nueve sucios Templarios no podrían haber atravesado mis defensas a pesar de haber mareado a mis guardias aquí dentro.
-No...quizás nueve Templarios normales no. Pero quizá sí Templarios Negros.

Un caballo embistió por la entrada, machacando la madera y sacando las hojas del quicio. Tres caballos con sus respectivos jinetes gritaron al gran salón en plena carga espadas-lanzas en ristre.

-¡¡Por la Madre Iglesia!!

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XVII)

La cabeza me da vueltas. He perdido completamente la noción del tiempo y creo que hace días que no nos dan de comer. Al no querer quedarme dormido mi cuerpo se ha rebelado y me he desmayado súbitamente, derramando parte del tintero. Por suerte, apenas ha manchado nada de las hojas, sería desagradable perder todo lo escrito hasta ahora.

Seguiré...escribiendo.


Minutos después estábamos todos en un lujoso comedor. El decani de la Basílica estaba sentado en la parte estrecha de la mesa rectangular, presidiendo la cena. Era un hombre bastante mayor, pelo y barba blanca, líneas de expresión marcadas y ojos hundidos. Comía con los cubiertos sin mirar ni siquiera lo que se metía en la boca, mirándonos inquisitivamente. El decani parecía el típico viejo amargado.
Finalmente me dí cuenta que el único armatura que había allí era el nuestro, Gorke, que estaba sentado en el extremo opuesto al decani. Parecía bastante aburrido con todo eso de la educación y el protocolo, ese rollo formal parecía que no iba con él, aun así mantenía la compostura. Ilse estaba a mi derecha y Alejo a mi izquierda, que parecía muy familiarizado con los cubiertos, tal vez por la experiencia con los instrumentos sanitarios. Al lado de éste estaba Johan, que observaba todo atentamente, y al otro lado de la mesa, en frente nuestra de derecha a izquierda estaban Duncant, Jacqueline, Jacob y Amelia. Duncant tenía una expresión neutra, Jacqueline sonreía mucho, quizá demasiado; Jacob mostraba dificultades para comer sin lengua, y Amelia ya había terminado, había tragado como una bestia, por lo que se aburría esperando al resto. El decani parecía querer decir algo, terminó de masticar lentamente, tosió violentamente y habló dirigiéndose a Gorke.
-Armatura…-dijo el viejo con una pausa para que el aludido dijera su nombre.
-Gorke- completó prestando atención.
-Por fin conozco a unos de los famosos Templarios Negros
-Si, señor. Eso somos.
-Siempre me he preguntado qué son esas cruces negras que lleváis plasmadas en las placas de armadura, y los colgantes con la misma forma de cruz que lleváis los Templarios Negros. Nunca había visto nada semejante.Los Templarios no suelen llevar cruces colgadas, sino figuras angélicas.
El Decani de la Basílica de San Lorenzo parecía que no le gustaban nada los cambios. Gorke soltó un suspiro sin disimular como pensando que aquello no era nada importante.

-A la Orden se les proporcionó una antigua y enorme iglesia cerca de Roma, un lugar donde establecer la orden, aunque la iglesia que les dejaron estaba bastante arruinada. Cuando la reformaban con sus propias manos descubrieron que la iglesia perteneció a la orden prediluviana conocida como Los Pobres Soldados De Cristo, o Templarios, como la orden actual, solo que aquellos creían en Cristo como Hijo de Dios, y no como profeta. Es más, lo adoraban como al Mismísimo. Los desastres del Segundo Diluvio les dio a conocer una biblioteca bastante oculta bajo tierra, probablemente ni siquiera la conocían los europeos de los últimos mil años. En la biblioteca oculta encontraron mosaicos de resplandecientes soldados de negro con majestuosas cruces en sus petos, enfrentándose a los Herejes. Y así, por algún tipo de recuerdo y honor, la orden emuló las vestimentas oscuras de estos antiguos guerreros y sus cruces blancas y viceversa. Los métodos de adiestramiento son como una dura guerra, los resultados son buenos. No quiero decir con esto que el fin justifica los medios.

El Decani parecía más enfadado.

-¿Templarios de antes del Segundo Diluvio? ¿Jesucristo Hijo de Dios? ¿Imitar órdenes religiosas que no son de la Iglesia Angélica? ¿Templarios que cumplen igual que Engels? ¡Todo esto son blasfemias!
Gorke se levantó. Y fue acusando de lo mismo al Decani.
-Fue la Iglesia Angélica la que se basó en estos antiguos sacerdotes guerreros. Los Templarios imitamos en todo lo que pueden a los Engel, aunque lo ocultemo, algo que no deberíamos hacer, pues podemos hacer frente a la prole del Señor de las Moscas nosotros. Y no siempre podremos confiar en que nos salvarán los Engels. Vámonos, aquí perdemos el tiempo y tenemos asuntos que zanjar para mañana.
Nos levantamos a la vez, con ganas de estirar las piernas dejando en mal lugar a nuestro anfitrión pues nadie había terminado de comer, excepto Amelia.
-Armatura Gorke, no espere ser Templario mucho tiempo con esa actitud-dijo el viejo con resentimiento.
Gorke se giró sonriendo y se empezó a tantear un bigote que crecía fuerte.
-Créame, cada vez me hago más a la idea de eso.
El viejo sonrió cruelmente.
-No lo digo por esto, lo digo por...ya sabe, sus relacion con aquella bruja, y alguna que otras tragedias de las que no sale limpio.

A Gorke se le borró la sonrisa y se puso enormemente serio, llevándose la mano a las cadenas de sus antiguos soldados de escuadra fallecidos.
-¡Compañía! ¡Marchen!-nos gritó Gorke furioso, y nosotros salimos de la Basílica a paso ligero.
Fuimos a una taberna para preparar los planes de la misión que nos esperaba, pero no me enteré de nada, me tocó montar guardia para ver si alguien escuchaba la conversación, así que los miraba desde otra mesa como cuchicheaban el plan. La noche pasó sin incidentes, hasta que se me contó el plan en el callejón de atrás de la taberna.

-¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?-no podía creer lo que me estaba contando Amelia.
-Pues eso, que tenemos que casarnos.
-Pero, pero, pero… ¿Por qué? ¡¿Qué tiene que ver eso con la misión?!-grité
-Tenemos que casarnos para entrar como pareja en la fiesta del chatarrero.
-…
Salió Duncant riéndose, asomando la cabeza por la puerta de la posada que daba al callejón.
- ¿Ya?-dijo sin contener una risita.
- Si- contestó ella muy feliz- ¡Míralo! ¡Todavía está temblando! ¡Todos los tíos son iguales! ¡Con su miedo a la responsabilidad!¡Era broma idiota! No nos casaremos, solo lo aparentaremos. Tu nombre es Danilo y el mío Genoveva, somos una pareja noble de la antigua Lisboa, nos casamos en Iberia y estamos perdidamente enamorados. Venimos en nombre de nuestros padres a la famosa fiesta del Diadoco “angélico” Leonardo Marini.

Yo seguía sudando hasta que comprendí.

-¿Así que ese es el plan para averiguar si hay tecnología prohibida en el feudo?-pregunté.
-¡Si, tarugo! ¿Qué te creías?-parecía un poco enfadada.
-Uf, casi me lo pierdo-soltó Duncant soltando un suspiro alegre.

Al día siguiente ya llegábamos al palacio del supuesto fiel Diádoco a la Iglesia. Hacía un día espléndido, y parecía que iba a hacer buen tiempo durante todo el día. Amelia y yo llegamos nerviosos al recinto del palacio, y ella me agarraba del brazo. Lo raro es que yo estaba más nervioso de estar cerca de ella que de la probable posibilidad de que la misión fracasara. La miré, y estaba totalmente metida en el papel de recién casada.
-Oye, lo haces muy bien- le solté sin aviso débilmente.
-¿El qué?-me respondió sin dejar de sonreír mirando a la lejanía.
-Tu papel de enamorada. No seas modesta- le decía mirando al frente.

No la veía pero percibí que su actitud cambió ligeramente.

-Si, es que…-comenzó lentamente y progresivamente comenzó a hablar aturullada-¡Soy muy buena actriz! ¿Nunca te lo había dicho? De pequeña me gustaba mucho imitar a los juglares.
-Ya estamos llegando a la entrada, veo al guardia, disimula- lo que escuché justo después era como ella suspiraba ásperamente mientras se pegaba un cocotazo con su mano libre en la cabeza.

El guardia que vigilaba las grandes puertas de cristal que daban al palacio nos salió al paso y yo le dí los pergaminos que nos permitían entrar, con los nombres de la identidad que acabábamos de robar. Finalmente entramos en los dominios del presunto chatarrero.

Allí ibamos a montar una verdadera fiesta al modo de los Templarios Negros.

jueves, 29 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XVI)

Aquel patio de arena. Mi infierno personal. Una llama que corroe mi alma con la culpa. Un asesinato frío e inconsciente. Y yo era el asesino.



Los siguientes días fueron iguales. Trotábamos al sol con furia, pero el telón de fondo fue reemplazado por extensos campos de arroz con multitud de campesinos trabajando. Me recordó vagamente al hogar que suponía que había tenido. Los niños ayudaban a sus mayores, mientras cantaban y segaban, dando gracias al Señor por un día más de vida en este efímero mundo.
En el horizonte fue creciendo una silueta de muchas personas corriendo, así que estuvimos atentos. Eran muchos y corrían en sentido contrario a nosotros, iban armados y vestidos de blanco y algo de armadura. Ilse, que iba muy adelantada a nosotros nos indicó que no había peligro. Las siluetas resultaron ser Templarios. Gorke levantó la espada y les hizo un saludo, al que los Templarios respondieron. Nos cruzamos y nadie miró a atrás. Apresuré a Humildad para ponerme a la altura del sargento.
-Señor-le dije para llamar su atención, pero no me escuchaba por encima del estruendo de los caballos, así que grité más.- ¡Señor!
Ahora sí me escucho, me miro e hizo un gesto con la cabeza para que procediese a hablar.
-¿Quiénes eran?-le pregunté y él no sabia a quiénes me refería. Finalmente cayó en la cuenta.
-¡Ah¡¿Esos?¿No lo sabes muchacho?-me dijo un poco atónito-Son Templarios.
-Ya…pero si no son Templarios Negros… ¿Qué son?
-No estás aquí para hacer preguntas-cuando lo iba a dejar siguió hablando-Son Templarios del Firmamento Miguelita.
-¿En serio? ¡¿Esos han estado en el Firmamento de Roma AEterna?!-dije mostrando mi envidia, sin embargo Gorke rió.
-Solo lo protegen y luchan para ellos, no creo que vivan en el Firmamento-hizo una pausa-Los Templarios son hombres que luchan por proteger a la humanidad de…bueno, tú sabes de quien. Están instalados en los Firmamentos de los Engel y en monasterios angélicos. Todo eso está muy bien pero… ¿Realmente los Engel necesitan Templarios para proteger sus fantásticos Firmamentos? Los Templarios Negros no son una orden cualquiera de Templarios, es una orden de caballería pesada y además de élite a pie, muchacho. Claro, nosotros somos tan Templarios como otro cualquiera. Sin embargo, a nosotros se nos encomiendan tareas mucho más explícitas, a parte de marchar a las Cruzadas cuando se proclamen como todo buen Templario.
Aquella explicación se me antojó un poco complicada para lo simple que era en realidad. Ilse, la exploradora, volvía a horcajadas de Castidad agitando su brazo, después de haberse adelantado hace un buen rato del grupo para avistar los terrenos.
-¡Nos acercamos a Florencia!-gritó con fuerza, aún bastante lejos de nosotros.
-¿Cuánto nos queda?-le replicó Gorke.
-¡Para el cenit del astro rey habremos llegado!-respondió Ilse.


Efectivamente, para antes de mediodía ya estábamos viendo la ciudad costera de Florencia, rodeada de una conglomeración de ciudades. El edificio central, el más imponente y majestuoso era un gran monasterio angélico, aunque más bien parecía una fortaleza. La basílica-fortaleza era constantemente acosada por el mar Mediterráneo, y por supuesto, también las aldeas y campos alrededor de la Basílica eran amenazadas Las órdenes eran presentarnos ante el Arzobispo Faustino de Umbría, que era la persona que nos reclamaba para este asunto, y luego ya se vería lo que haríamos. Entramos en el camino en dirección a las puertas de la iglesia atravesando las casas y mercados de la próspera ciudad, mientras las gentes de a pie se apartaban, quizás confundiéndonos con esos que llaman los Jinetes Siniestros. El camino, cuanto más nos aproximábamos a la Basílica, más asfaltado se hacía, y era custodiado por unas enormes estatuas de Ángeles eruditos, que eran representados leyendo libros o mostrando su contenido (un alfa en la página izquierda y un omega en la derecha) a los traunsentes. Junto a las puertas dos enormes Templarios embutidos en completas armaduras y ropones oscuros bloquearon nuestra cabalgata con sus espadas-lanzas, protegiéndose a su vez por enormes escudos cuadrados. El de la derecha se apartó su yelmo y dijo con una voz grave:
-Santo y seña.
Gorke se aproximó y dijo claramente.
-Non nobis domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam.*
Los soldados se apartaron a la vez con si fueran una misma persona.
-Sed bienvenidos a la Basílica de San Lorenzo.
La Basílica de San Lorenzo era una de las maravillas que aún se conservaban de la vieja Europa. Se ignora la existencia e historia de San Lorenzo por parte de la Iglesia Angélica, pero no se le cambió el nombre a la basílica por si acaso era un santo favorito de Dios, y más nos vale no provocar Su ira, al menos otra vez no. Cuando entramos, no pude ver mucho hasta que mis ojos se adaptaran a la poca luz que habitaba allí dentro. Entramos en la parte antigua de la basílica, una planta de cruz latina con tres naves sostenidas por pilares cuadrangulares con florados en su parte superior. La leve luz entraba por numerosos ventanales que reposaban encima de los pilares. Caminamos haciendo eco de nuestros pasos. Mientras cruzábamos la planta entre los bancos un anciano ataviado en las ropas características de un Mónaco, venía hacia nosotros bastante risueño.
-Ave Templarium, hagan el favor de seguirme, el arzobispo Faustino les espera.

¿El arzobispo en persona esperaba una compañía de nueve Templarios? Debía ser muy importante el asunto para que el dirigente del conglomerado de ciudades de Florencia nos prestase tanta atención. Seguimos al Mónaco, por una disimulada puerta de una de las capillas laterales, de ahí salimos de la verdadera iglesia y entramos en la parte de la fortaleza angélica. El ambiente era gris y sin color, bastante monótono, con paredes adornadas de mosaicos que parecían contar una historia, posiblemente la de la Basílica. Subimos unas estrechas caleras de caracol y nos topamos con una puerta de doble hoja con pesados pomos. Al atravesarla había un pasillo ancho con muchas puertas, nos dirigimos a la puerta del fondo que llevaba a un gran salón abovedado que comunicaba con otro salón gemelo que disponía de una enorme biblioteca. Había mucho movimiento allí, pero no acaba de ver que pasaba y ¡De repente vi un ángel!¡Un Engel!¡Yo!¡Un sucio y maloliente humano! Me sentía tan dichoso en aquel momento que es irónico que mucho tiempo después me acabaría incluso hartándome de verlos, de escucharles y de acompañarlos. Iba cargado de libros de un lado de la biblioteca a otro. Durante uno de sus viajes se paró, y parecía darse cuenta de que le observaba se giró y me miró. Yo giré la cabeza disimulando pero la curiosidad me pudo y miré otra vez, y descubrí que estaba sonriéndome. ¡Aquello tenían que ser 10 años de buena suerte por lo menos! Aunque no sé por qué se me antojaba que era una niña…siempre creí que los ángeles eran asexuales. Alguien me dio un codazo, y obviamente, era Amelia.
-¿Quieres prestar atención?-dijo, yluego añadio más bajo-No es más que un pollo.

El Mónaco nos estaba presentando ya al Arzobispo Faustino, desenvainamos las espadas a la vez, hincamos la rodilla derecha en la fría piedra y clavamos ligeramente las puntas de las armas en el suelo casi besando las empuñaduras de nuestras espadas y dijimos a la vez.
-Por y para la Iglesia Angélica ¡Siempre!


El arzobispo Faustino sonrió satisfecho y acarició nuestras sumisas cabezas con su mano y dijo con voz ronca:
-Eso es lo que espera Dios de todos nosotros.
El Arzobispo se apartó y se sentó en un sillón que en realidad me parecía más un trono y comenzó a tamborilear con sus dedos en los posabrazos con forma de ángeles.

-Bien, sin rodeos. Ya sabéis que os he hecho venir a desmantelar un refugio de tecnología prediluviana en un palacio cerca de aquí. El palacio pertenece a un Diadoco llamado Leonardo Marini, creo que ya os lo hice saber. Os preguntaréis que cómo es que no utilizo mis propios Templarios, la razón es bien sencilla. Este Diacono es fiel a la Iglesia, o al menos eso aparenta, y está muy en contacto con mi persona y familiarizado con mis tropas. Además, realmente no tenemos pruebas contra él, sólo rumores obtenidos por la investigación de la Inquisición.

El arzobispo comenzó a toser, hizo una leve pausa y prosiguió.

-Quiero que averigüéis que ocurre dentro del palacio, que no se sepa que os he enviado yo. Es casi seguro que hay tecnología prediluviana, que arda la chatarrería hasta los cimientos.

Gorke se movía incómodo. Finalmente, habló.
-¿Se me permite hablar, señor?
-Proceda, por favor-dijo el arzobispo Faustino con un asentimiento de cabeza.
-Somos Templarios, no espías.
-Si, si. Ya se lo que me va a decir-intervino rápidamente- Veréis, si se confirman nuestras sospechas y allí reside lo prohibido, se debe arrancar de raíz ya mismo. De un día para otro puede que ya no estén las pruebas para acusar al Diadoco. Créeme, si Leonardo no nos pagara el Diezmo, ni nos hubiera ayudado a menudo, hace tiempo que hubiéramos acabado este asunto con o sin pruebas, siendo culpable o no.
-Aún así no hemos sido entrenados para ser espías, señor.
El arzobispo rió.
-Veo que te preocupas por los tuyos, bien, bien. Veamos, pasado mañana sabemos que va a celebrar una fiesta, a la que están invitados otros diadocos de Italia, e incluso de otras partes de Europa. Hace poco arrestamos a un tal Danilo y Genoveva, una pareja noble profana que se dirigía hacia Florencia con motivo de la reunión convocada por Leonardo, debido a que no quería mostrar a los guardias sus pertenencias antes de entrar a la ciudad. Venían desde lejos, de Iberia o Portugal. El caso pasó a la Inquisición y encontraron mucho dinero entre sus posesiones. Tanto como para poder comprar un par de ciudades. Tras unos breves interrogatorios confesaron que iban a comprar armamento prohibido en la supuesta fiesta del diadoco Leonardo. Pero, en confianza, la Inquisición puede hacer confesar a alguien hasta las acusaciones más falsas. Yo os daré los pergaminos de nobleza de los dos diadocos arrestados, ahí están los sellos de familia que os deben permitir la entrada. No creo que tengáis problema, pues no creo que Leonardo haya visto en persona a esta pareja. Paseaos por el palacio y si no hay nada sospechoso bien y si lo hay…¡Estarían traficando con el fuego prohibido delante de nuestras narices!Supongo que saréis lo que hacer. Esta noche podréis dormir en la Basílica. Cenaréis temprano, en compañía del decani y algunos armaturas. Si esto sale bien, bueno…puede que haya ascensos para alguien. Podéis retiraros.

Ese alguien seguramente era él, lo veía en sus ojos.
El anciano Mónaco nos guió a las habitaciones donde pasaríamos la noche para que dejáramos los equipos. Una habitación para cada uno. Una para mí solo, aquello era para mí un lujazo. Como quedaban unas horas para la cena, me quité el peto y me tiré en la cama, estaba muy cansado. La habitación era iluminada por la luz que entraba por un ventanuco demasiado pequeño, por donde ni siquiera podría salir una persona. Me quedé dormido con los últimos escasos rayos de sol de ese día. Fue complicado hacerlo, la colcha picaba mucho.
No dormí mucho. Mientras lo hacía me sentía amenazado, observado. Me erguí de cintura para arriba de repente empuñando mi daga, la cual guardaba siempre debajo de la almohada sobre la que dormía en viajes. Detuve la trayectoria del arma justo antes de clavarla en una silueta oscura recortada por la luz lunar que entraba por la pequeña ventana. La figura se encontraba sentada en el lado izquierdo de mi cama. Respiré descompasadamente por el susto, y aunque no veía muy bien quien era, sentí su familiar presencia.
-¿Es que te has propuesto matarme a sustos Amelia? ¿Cómo has entrado?-dije echándome otra vez en la cama recuperando el ritmo respiratorio.
- Estaba abierto. El decani de la Basílica nos reclama a la mesa para la cena-dijo ausente y preocupada.
-¿Qué te ocurre? ¿Te pasa algo?
-Tu brazo…

Me levanté de un salto y busqué los paños bendecidos y escritos con oraciones para enrollar y tapar totalmente mi brazo izquierdo, como siempre hacía antes de colocarme la placa de armadura aunque nunca lo había hecho delante de alguien.

-¿Qué te pasó?-dijo algo angustiada.
-Nada, no me pasó nada, era algo que me merecía y ya está-comencé a enrollar más rápido las vendas.
-Pero…todas esas cicatrices son horribles. Parecen hechas por un intenso odio irracional-se levantó y me miró a los ojos, estaba claro que estaba triste. La luna bañaba sus castaños cabellos y vestía un traje blanco. Si no fuera por el hecho de que no tenía alas, juraría que allí mismo había un ángel. Parecía frágil y delicada, muy femenina, nunca la había visto así. Creo que fue la primera vez que pensé en ella como mujer. Sentí sus ojos clavados en mí y no lo soporté.
-Tuve una infancia difícil, como cualquier niño de este mundo.-balbuceé.

Nos quedamos en silencio, y su respuesta fue un sentido y profundo abrazo en la oscuridad.

-Te comprendo-me susurró débilmente al oído.

Y yo se lo agradecía de corazón.

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*En latín, frase inicial del salmo 115(113B), que es usado por la orden del Temple como lema y que significa “No a nosotros, sino para la gloria de Tu nombre.”