lunes, 19 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (IX)

Preguntas y más preguntas. Nunca respuestas. Siempre ha sido así, y siempre lo será. La humedad está estropeando el papel, pero aún me queda tinta de sobra. El escribir se ha convertido en algo automático. Los pobres hombres con los que estoy en este agujero me miran asombrados y otros recelosos escribir. Viva la Iglesia y su analfabetismo generalizado ¿no? Continúo escribiendo.




Finalmente nos reunimos al cabo de un par de horas frente al “Capa y espada”. Duncant había insistido en que debía una explicación a la familia de Kiara.
-Te esperamos fuera- le dije antes de que Duncant soltara un suspiro y entrase.
Amelia ya estaba sentada en un enorme barril al lado de la puerta de la posada jugando con su navaja ausentemente. La miré ausente. Finalmente apoyé mi mano en su hombro para que saliera de su ensimismamiento.
-Hey ¿estás bien?-le susurré.
Ella me miró como si no supiera quien era, finalmente me obsequió con una sonrisa fatigada, pero una sonrisa al fin y al cabo.
-Si, gracias.
Me senté a su lado en el enorme barril vacío pegando un salto.
-Venga, no te vengas abajo tú también. Si no, seré el más fuerte de los tres.
Ella ahora sonrió con ganas.
-Más quisieras tarugo-dicho esto me lanzó un puñetazo, por decirlo de alguna manera, cariñoso, que me hizo perder mi plaza en el barril, quedándome sentado en el suelo, para después ofrecerme su ayuda para levantarme, tal y como el día en que la conocí.
-Pero tú tranquilo-prosiguió-que no te haré daño.

Se abrió la puerta de la posada, saliendo una mujer y Duncant. Por lo que se parecía esa mujer a Kiara debía ser su madre. Supongo que habrían salido porque el bullicio de la posada no les permitía hablar en condiciones. Nosotros continuamos sentados en el barril bajo las sombras. Fue la mujer la que comenzó a hablar con voz temblorosa a causa del dolor y la emoción:
-Escucha Duncant, cuando Kiara decidió alistarse en los Templarios Negros sabíamos que esto, si no sucedía ahora, ocurriría más tarde. Aquí, o en las lejanas Tierras Marcadas. Claro que me duele perder a mi querida hija, pero más que tú me pidas perdón, yo te doy las gracias por haber hecho sonreír a mi niña como nunca antes lo había hecho. Somos una familia cristiana devota, y sabemos que ella lo querría así si ese era el destino que le impuso Dios, alabado sea Su nombre.
El razonamiento de la madre de Kiara hizo que Duncant pudiera liberarse en gran parte de sus remordimientos.
La madre de Kiara comenzó a llorar abrazando a Duncant.
Después de aquello entramos a la posada para pasar la noche. No teníamos ganas de hablar, pero tampoco queríamos estar solos. Que raro se nos hizo que viniera la madre de Kiara a traernos las cervezas, en vez de su alegre hija. El ambiente estaba cargado de nostalgia. A mi no me trajo cerveza, pues sabía que yo no bebía. Se cuentan con los dedos de una mano las personas que van a tabernas y no beben ni un agota de alcohol.
Aquel día decidí hacer una excepción. No quería quedarme a solas con mis pensamientos. Así que me acerqué a la barra, al lado de un tipo que se me antojaba familiar.
-Una jarra de cerveza fría.
El tipo de mi lado me miró, descubriendo su pelo canoso, una barba descuidada y unos ojos hundidos. Comenzó a reírse por lo bajo.
-Te dije que acabarías bebiendo muchacho. Ahora sí que creo que eres un Templario.
Yo le miré acordándome de él finalmente por la manera descontrolada en la que bebía.
-Ya, sabe demasiado- le dije enojado.
-Es la experiencia muchacho. Hazle caso a un superior, muchacho. Volveremos a vernos, de eso no me cabe duda.
Todo aquello sí que me dejó intrigado.
Empecé a beber, ya bajo la compañía de mis amigos. Dispuesto a acabar con aquella jarra y con las que fueran.
Sería mi primera cerveza. Pero no la última.

1 comentario:

  1. Y nunca lo fue. Quien sabe con quien chocarás la última jarra de cerveza?

    ResponderEliminar