lunes, 19 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (VIII)

¿Cómo se puede sentir uno al acabar con la vida de un ser amado? A lo largo de mi vida siempre había pensado que nunca sería capaz de sacrificarme por alguien, que sería muy dificil. Sin embargo, cuando pasó lo que más temía...fue terriblemente fácil entregar mi vida.



Por eso estoy aquí. Escribiendo desde las sombras sin más luz que una vela.



Continúo escribiendo ¿Qué otra cosa me queda ya?



Kiara, que Dios te guarde.



Duncant no paraba de zarandear el cuerpo de Kiara desconsoladamente entre sus brazos susurrándole a alguien que no le escuchaba palabras de amor. Más tarde desistió, miró a su alrededor como si todo fuera irreal. Acto seguido se agarró la cabeza con las manos violentamente y salió corriendo del cuartel como alma lleva el Diablo. Tuve que hacer un sobreesfuerzo para levantarme y correr tras él.
Había salido y había girado hacia la izquierda, hacia el puente del río. Cosa rara porque ninguna de las veces que habíamos ido juntos habíamos tirado por ese camino, solo sé que había un puente que cruzaba el río y más abajo…el lago.
Temiéndome lo peor corrí tras él.
Fue fácil alcanzarle, Duncant andaba bastante rápido pero muy torpemente, trastrabillando, jadeando de cansancio y dolor. Y ahí lo encontré como me imaginaba, en el lago. Andando sin prisa pero sin pausa con su armadura y su yelmo hacia las profundidades del lago para llegar a formar parte de él durante toda la eternidad. Me lancé a por él quitándome el peto y el yelmo. Duncant andaba hundiéndose en el lago tan igual como una persona anda por tierra mientras un “Perdóname” desgarraba el aire. Cuando el agua le llegaba por la cintura le alcancé por la espalda, agarrándole por las axilas. Él se volvió hacia mí hecho una furia:
-¡No¡!Déjame¡!Suéltame Isaac¡
-¡No te voy a soltar Duncant, ha sido un accidente¡
Él se lamentaba dolorosamente.
-¡No lo entiendes¡!Toda mi vida he intentado hacer lo correcto y ayudar a los demás según los dictámenes de mi fe¡!Y una vez tras otra he perdido gente a la que he querido con todo mi ser y alma¡!Lo que nunca esperaba era que fuera yo el que acabase con un ser amado¡ Dime Isaac ¡¿Qué puedo esperar de mí como persona?! ¡Dejándome vivir implicaría que le volviera a hacer daño a alguien al que amo! ¡Mañana podrías ser tú¡!O Amelia¡ ¡O Dios sabe quién¡ Kiara nunca me perdonará.
-Kiara te ha perdonado, eres tú el que debes perdonarte. No eres un asesino, eres una víctima. Lo que Kiara no te perdonaría es que tras ella morir dejándote vivir, tú te quitaras la vida.
Él comenzó a sollozar mientras le sacaba suavemente del lago hasta depositarlo en la orilla, consolándole durante lo que pareció una eternidad.

Mientras Duncant se sumía en un inquieto sueño entre mis brazos, el cielo parecía que comenzaba a llorar el suceso. Contaba las gotas que caían en mis manos limpiándome la sangre seca.

Gota...gota…gota.

…gota.


…”craak”

¿Qué había sido ese ruido?

-¡Amelia! Por Dios que susto.- por mi tono de voz parecía enfadado, pero en realidad me alegraba de verla viva. Estaba pálida como una muerta y llevaba la espada desenvainada llena de sangre.
-Me dijeron que dos Templarios Negros habían huido hacia el sur, al no veros supe que erais vosotros.
Aquello parecía tener lógica.
-Pero…podríamos haber sido uno de los caídos.
El mero hecho de pensar aquello hizo que su cara mostrara una mueca de dolor.
-Nunca-dijo ausente-Nosotros estaremos juntos siempre…
Cogió una rama bastante gruesa del suelo y la partió con violencia.
-…y nadie nos va a separar.

Comenzó a andar ausentemente alrededor nuestra de una manera que me asustaba. Su mirada se perdió en su espada llena de sangre. Sin previo aviso se derrumbó aullando de angustia.
Aquello me pilló desprevenido. Deje a Duncant bajo el amparo de un árbol mientras se agitaba en sueños farfullando. Amelia se encontraba de rodillas frente al lago y bajo la lluvia, ahora lloraba amargamente.
Lentamente me fui acercando a ella, no quería asustar a una persona angustiada con una espada desenvainada. Me puse en frente de ella para que me viera acercarme. Cuando la alcancé me arrodille ante ella, para ponerme a su altura. No le dije nada, esperé a que hablase ella misma mientras le quitaba los mechones de pelo que ocultaban su rostro. Hubo un silencio bastante largo, pero el sonido de la lluvia hizo que se acortara.
-Estaba preparada para este día-balbuceó con una barbilla temblorosa-Me había preparado mental y físicamente para lo peor. Siempre había creído que era fuerte, que si quería nada podría conmigo ni con nada de lo que yo quiera y ame. Pero al ver la sangre, mi espada atravesando a alguien y los aullidos…no pude evitar recordar aquella noche…-calló de inmediato.
-¿Si?-le invité a que continuará.
-…que tuve una pesadilla muy real, cuando tenía diez años. Eso es todo-se volvió bruscamente-¿Y Duncant?
Deseé no tener que darle explicaciones sobre aquello. Por lo visto alguien escuchó mis plegarias, y lo hizo Duncant desde los sueños. Él se agitaba en un sueño inquieto mientras gritaba:
-¡No, Kiara! No…Mátame, mátame…antes…antes… de que yo vuelva a hacerlo.
Para hablar así en sueños, la pesadilla debía ser muy, pero que muy real.

Amelia no hizo más preguntas…



¿Para qué preguntar? Nos comprendíamos más con el silencio y una mirada.

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