jueves, 25 de noviembre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXIII)

Los cascos de los caballos negros aplastaron y moldearon el barro con pesadez. Dos jinetes encapuchados de negro salían cabizbajos de un campamento sombrío en medio de ninguna parte. La lluvia caía fina y gélida sobre ellos, pero la ignoraban junto con el vaivén que les daba sus monturas. El día apenas lo era, el cielo era un manto de algodón gris que se deshacía lentamente en hilos de agua, mientras que el sol se escondía detrás.
Solo les quedaba un obstáculo para salir, la puerta de la empalizada. La pareja de jinetes se miraron desde la oscuridad de sus capuchas y uno de ellos asintió con la cabeza. Uno de ellos desmontó y con agilidad, el jinete oscuro trepó por la empalizada y se acercó al guardia que vigilaba la puerta. Fue rápido. Se abalanzó por detrás del guardia y con los brazos le presionó el cuello hasta cortarle la circulación. En unos segundos el centinela estaba en el suelo, dormido. En cuestión de minutos estaría en pie de nuevo, así que los jinetes se dieron prisa. El que esperaba abajo abrió la puerta en cuanto se libraron del guardia. El otro saltó al vacío desde la empalizada y cayó sobre su caballo con gracia. No dieron tiempo a mirar atrás. Salieron trotando hacia la inmensa estepa que se presentaba ante ellos.

-Esto es una deserción, ¿lo sabes?- le dijo uno al otro.
-Lo sé.-respondió el aludido con una voz femenina.
-¿Seguro?
-Seguro. Sé que no hay vuelta atrás. Y no me arrepiento, quiero hacerlo...
-Por él.- continuó su compañero.
-Por él. Por nuestro hermano.- sonrió entre las sombras de su capucha.
-No dejaremos que incumpla nuestra promesa.
-Ni en sueños.- agregó con una risa el jinete de voz femenina.- No se lo dejaremos nada fácil librarse de nosotros.
-Aunque es una pena que seamos solo dos. No creo que les haga gracia que nos vayamos de esta manera.
-No nos seguirían de todas maneras. Esto casi es un suicidio. Nadie acudirá.

Su cabalgata en solitario no duró mucho más. Del otro lado del camino apareció otro jinete, que se les acercaba, sin saber qué intenciones tenía. Los dos jinetes, Duncant y Amelia, se miraron con un interrogante en sus miradas. Se les arrimó el jinete oscuro recién llegado y trotó junto a ellos, que se descubrió durante la marcha.
-Bonjoir, mis queridos compañeros. ¿Íbais a alguna parte?
-¡Jacqueline!
-¡¿Qué hace aquí?!- gritó de sorpresa Amelia a Duncant.
-Qui cesse d'être ami ne l'a jamais été-dijo con complicidad sonriendo ante la cara de sorpresa de sus compañeros.- Es un viejo dicho: quien deja de ser amigo no lo había sido nunca. Os seguiré hasta el final.
De repente eran tres en el camino. Otro jinete oscuro, rapado y corpulento se les acercó por el camino a toda velocidad ahorcajadas, siendo ahora cuatro.
-¡Jacob!-gritaron ahora los tres por la sorpresa.
El aludido inclinó la cabeza en señal de respeto y poniendo un puño en el pecho en señal de amistad y fuerza. Pero las sorpresas para Duncant y Amelia no acababan ahí. Otro jinete cabalgaba delante, esperando a ser alcanzado por el grupo. Su pelo rizado y su cálida mirada hizo incuestionable su identidad. Alejo se había unido a la marcha.
-¡¿Pero qué demonios estáis haciendo?!- le cuestionó Duncant a todos sus compañeros y a Alejo, el recién jinete incorporado.- ¡Os ahorcarán a todos si nos seguís!
-¿Y crees que no lo sabemos? Los verdaderos amigos se reconocen en los momentos de necesidad...y creo que éste es el momento perfecto para fortalecer los lazos.

Alejo abrió la boca para seguir, pero otro jinete encapuchado salido de la nada le pegó una colleja. Descubrió su rostro y un enorme océano de pelo rojizo salió salvaje pero elegantemente.

-Exacto. Y aparte de todo eso. ¡Necesitaréis a Ilse en vuestro viaje!- dijo esplendorosa.

Duncant y Amelia cabalgaban con la boca abierta, pero todos estaban igual. Otro jinete los adelantó.

-Esto si que no me lo esperaba.- dijo Ilse mirando al recién llegado, en cuyas alforjas había libros y más libros, su jinete apena podía ver con las greñas que se cernían sobre su rostro.- Johann, el más erudito y conservador de todos, lo deja todo atrás para acompañarnos.
-¿Y dejarte sola, mi dama de cabellos de fuego? Nunca, me echarías de menos, Ilse.- dijo él arqueando una ceja y esgrimiendo una media sonrisa.
-Puag- fué lo único que pudo articular ella.- Ni lo sueñes.- y animó a su caballo a trotar más rápido.

Los seis reencontrados jinetes oscuros trotaron juntos... y de repente, Duncant y Amelia tenían esperanzas. Hasta que se dieron cuenta de que otro jinete encapuchado les esperaba cortándoles el paso.

-¡Alto! ¡Estáis rodeados por ballesteros de la Iglesia! ¡Templarios Negros, estáis saliendo de vuestro cuartel sin permiso! ¡¿Qué significa esto?! ¿Es una deserción, quizás? Os estaréis ganando a pulso la muerte si es así. ¡Explicáos!

Duncant miró a sus compañeros de lado, y tras notar los leves asentimientos de sus compañeros, adelantó el caballo y se encaró con el encapuchado.

-Así es señor. Salimos de las caballerizas del Negro Temple sin órdenes ni permiso.

-¿Por qué motivo?

-Nos falta uno de los nuestros.

-Já. Los hermanos de armas matan y mueren todos los días, por eso os llaman Caballeros de la Muerte. Los Templarios Negros portáis el color del luto porque el día en que os investisteis asumísteis vuestra muerte y la de vuestros hermanos. ¿Acaso renuncias a tu voto?

-No me entendéis. Nos falta uno de nuestros hermanos...y está vivo.

Duncant no lo sabía, pero había algo que se lo decía.

-¿Buscáis a un desertor?

-No señor. Ya se lo he dicho, buscámos a uno de nuestros hermanos. Nos falta... Lo necesitamos para que nuestra Compañía esté completa. Está vivo y sigue sirviendo a la Iglesia...obligado por ella, quisiera decir, a marchar hasta hacia más allá del Este.

-¡Tonterías! No hay cruzadas en estos momentos.

-Quizás no para nosotros, pero la Iglesia sí se la dió a él. Y por ello queremos cabalgar con él hasta el Fin del Mundo. Si la Iglesia le impone ese destino, yo cargaré también con él.

-¿Entonces desertáis de la Orden para buscar a un sucio soldado?

-Es más que eso. Me atrevería a decir que sería capaz de plantarse ante las mismísimas puertas del Infierno para salvar a alguno de los suyos. O incluso más allá.

-El Negro Temple no os lo permite. ¡Ballesteros, apuntad!-hizo una pausa y carraspeó.- ¿Dejaréis a su suerte a ese hombre, sea quien sea? Sí o no.

Duncant miró atrás. Amelia, Ilse, Jacob, Alejo y Jacqueline negaron con la cabeza a la vez. Duncant puso los brazos en cruz.

-No lo haremos.

El jinete encapuchado se acercó a ellos riendo suavemente con complicidad. Se apartó la capucha y dejó mostrar un cráneo rapado de mirada sabia y oscuras ojeras. Un mostacho presidía por encima de sus labios.

-En ese caso...creo que me uniré con orgullo a vuestra marcha.

-¡Gorke!- gritaron todos.

-Hubo un día en el que me prometí que ninguno de los míos se iba a quedar atrás.- jugueteó con los colgantes de sus soldados.- ¡Y por todos los diablos, hoy no voy a romperlo! Ese muchacho no se va a quedar a atrás. Volveremos con Isaac.

Hubo gritos de júbilo y, con furia guerrera, los ocho jinetes oscuros cabalgaron juntos hacia el Fin del Mundo, en busca de su noveno hermano.

Juntos...no podía ser de otra manera.

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En el Salón de la Guerra del Negro Temple, el Decani Luois de Lyon estaba reunido con el Gran Maestre de la Orden, (Pedro de Umbría, cosa excepcional) y con algunos Magistrados y Armaturas de alta estima. El Decani estaba rojo de ira. Acababa de ser informado (delante de su superior) de que su 6ª Compañía de Templarios Negros: las Espadas del Armatura Gorke, habían desobedecido órdenes y habían desertado delante de sus narices, incluido el superior.

-¡¿Qué significa todo esto?! ¡Buscadlos y traedlos para que sean sometidos a un Juicio y torturados por su insolencia!
-Tranquilícese Decani.-dijo con calma el Gran Maestre, que parecía el menos alterado, ignorando la vergüenza de su subordinado.- Estoy seguro de que sus razones tendrán.
-¡Cobardes, eso es lo que son! ¡Después del desastre de la anterior compañía que lideró ese maldito de Gorke no debería haber confiando más en él! Un castigo ejemplar de la mano de la Inquisición no le vendrá mal. ¿Qué le ha pasado esa compañía ultimamente para irse de esa manera?
-No hay nada registrado de esa Compañía desde después de su participación en la Consagración de los Engels de este año, señor.-frunció el ceño el secretario del Negro Temple, apoyando su mirada en un pie de página.- Espere...sí, hay algo más, pero nada relevante. Uno de ellos salió de la unidad para marchar como cruzado a Jerusalem. Según fuentes de la Inquisición, tenía una deuda importante que saldar con ellos, obligándolo a combatir a los Engendros en la muralla del Este para perdonar los terribles pecados que había cometido contra la Iglesia.
-¡Por todos los rayos! ¡La Inquisición siempre está abusando de los arrepentimientos de mis hombres para quitarme soldados de mi terreno! Eso no explica nada.
-O quizás lo explique todo.- dijo el Gran Maestre.
-¿Cómo dice, mi señor?- dudó el Decani.
-Lo que oye. ¿Y si le dijera que esa Compañía marchó en busca de su compañero?
-Sería un motivo estúpido para desertar.
-Al contrario. Siempre quise y trabajé para que mis Templarios Negros tuvieran lazos fuertes. El trabajo en equipo y el sacrificio siempre fue características de mis Caballeros...¿O acaso lo ha olvidado, señor Luois?
-No es por contrariarle mi señor. Pero estoy convencido de que ese tal Gorke conspira contra mí. ¡No hace más que mandar a la ruina a todos los soldados que les dejo a su cargo! ¡Ya fue informado de lo que ocurrió en Bruselas! ¡Ese hombre es un desastre! Por no hablar de la bruja con la que mantenía relaciones impuras.
-No nos interesas la vida privada de su Armatura, señor Decani.- aseguró el Gran Maestre.- Si tan interesado está de ponerle las manos encima, tráigalo aquí y yo mismo lo someteré a un Consejo de Guerra.-se levantó, junto con el resto de la sala.- En cuanto a los planes de maniobras de este año, no tengo nada más que añadir. Partiré de inmediato, la Guerra del Este me espera.
-Por supuesto...mi señor.- dijo Louis de Lyon.

Los Magistrados y Armaturas se fueron después. El Decani se quedó a solas con su leal secretario. Luois meditó sobre Gorke, pero no podía evitar pensar en él sin encolerizarse, le sacaba de sus casillas. Había un odio hacia él más personal que profesional...algo que venía de atrás. Ignoró las palabras del Gran Maestre. Si sometían a Gorke a juicio, no iba a ser ejecutado, ni mucho menos. Incluso sospechaba que el Gran Maestre sentía simpatía hacia él por haber seguido a sus caballeros hacia la deserción.

"El Gran Maestre es débil...solo piensa en la unión de sus hombres. No tiene la mano dura que les debe dar un General. Sólo debo adelantarme a sus órdenes. Gorke..."

-Secretario.
-¿Sí señor?
-Sobre los desertores...
-Ya he enviado la orden de captura y tortura para ellos, señor
-Sí, pero sobre su líder...
-¿El Armatura Gorke?
Al Decani se le crispó el rostro.
-Sí, el Armatura.
-Vos diréis.- dijo el secretario tomando la pluma.
-Quiero a ese hombre muerto.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXII)

Algo vivía allí. Algo tiene que haber. ¿Qué misterios podían ocultar la destrucción del Firmamento Samaelita? Sin duda...algo oscuro.

John y yo corríamos entre los arbustos de los bosques, siguiendo el rastro de Lidia. Estábamos subiendo por un acantilado, internándonos en el bosque. La humedad era asfixiante y se sentía una claustrofobia extraña al aire libre. No existía horizonte para el paisaje de Córcega, solo una gran muralla de humo que sitiaba a la isla. De repente escuchamos un ruido detrás. Era Juan.
-¡Juan! ¡Te dijimos que esperaras atrás! ¿Quién se encarga de los galeotes?- dijo John.
-¡Nadie! ¡Pero allí me siento inutil! Además, se organizan bien y no me hacen ni caso.
-¿Y para qué demonios te traes el tambor de la galera?-observó el marino.-Esto no es un maldito paseo por el campo.
-¡Y yo que sé! Lo llevo siempre colgando del cinturón. ¡Además nos puede servir por si tenemos que llamá la atención!
-Esa forma de correr no es normal.- dije jadeando haciendo observación de la persecución de Lidia. Me apoyé en una enorme encina y los tres acabamos cansados. En la encina parecía que alguien había hecho una marca rudimentaria con una navaja.

-No estamos en forma. Pero yo tengo excusa, hace unos días estaba en una celda y condenado a muerte- aclaró John.

-Pues yo no he salio de una prisión y también estoy matao.- apostó Juan con la lengua fuera.

John sonrió.
-Bueno, eso es porque la diferencia entre tú y yo...-un chasquido se escuchó desde la arboleda circundante. Dimos un respingo y un proyectil se clavó en la encina, tenía una flecha justo a unos centímetros de mi cara.


-¡Emboscada!- grité instintivamente.

Un grito salió de los árboles de los alrededores. De entre la vegetación salían unos veinte guerreros con armaduras de huesos, emplumados y tatuados, blandiendo arcos y lanzas. Batiendo sus lenguas con un grito en los labios, dispararon su segunda flecha.

-¡La Virgen!- fue lo que gritó Juan esquivando el proyectil.

John y yo ya habíamos echado a correr.

-¡Esperarme cabrones!

Juan nos alcanzó en seguida, y seguimos corriendo destrozando los arbustos del bosque. A unos escasos centímetros atrás caían flechas y lanzas de los guerreros salvajes, pero eso nos motivaba más para correr. Corrimos al interior de la isla.

-¡Templario! ¿Por qué no te enfrentas a ellos? ¿No tienes una preciosísima espada?-preguntó John a la carrera.
-¡Son veinte contra uno!

-¿Acaso eso te impone? ¡Creía que eras un Templario de verdad!
-¡¿Qué tiene que ver eso con ser un suicida?!
-¡No tengo ni idea! ¡Será mejor que nos separemos!- aconsejó John entre jadeos.
-¡De acuerdo!- no vi la rama, estaba demasiado concentrado en correr, me hice un corte en la cara.-¡Mierda! ¡Nos vemos en la playa!

Yo corrí al norte, John al sur.
-¡No me dejéis solo!- Juan corrió detrás de John, que se movía con gracia entre la vegetación.


Fue lo último que escuché de ellos antes de separarnos. Corrí y corrí, sobre todo subí montaña. Los salvajes se dividieron. Aquello estaba lleno de montañas y de bosques, pero estaba llegando a algún sitio...porque el verde comenzaba a escasear. De repente, entré en un desfiladero, probablemente provocado por alguna catástrofe del Segundo Diluvio. Mis perseguidores se quedaron a la puerta del desfiladero, aullando de terror. No comprendía por qué dejaron de perseguirme, me miraban con pánico. De repente uno de ellos llegó corriendo del bosque, gritando triunfalmente, y el grupo le coreó. Era como...si hubiesen cazado a alguien.

"¿Habrán cazado a Juan y a John?"

En otra parte de la arrasada isla, Juan y John estaban atados a un palo, y eran llevados como animales al campamento de los indígenas. Atados de pies y manos y llevados sobre un palo horizontalmente boca arriba.

-Mardita sea...se me va subí toa la sangre a la cabeza. Esto me pasa por seguí al inglés y no al Templario. ¿Qué van a hacer con nosotros, míster?
-¿A mí que cuentas? ¡Yo solo soy un navegante! Supongo que nos cocinarán o algo.
-¡¿Cómo?!
-¿Por qué otra razón nos iban a mantener con vida?
-¡Eh! ¡Eh! ¡Oiga, señó guerrero! ¡Usté! ¡Por favor, no me cocinen! Si mi sabó está mu malo. Poco salao. Mire mire- Juan se mordió un brazo y puso cara de asco.-¿Ven?

Los indígenas no hicieron ningún gesto. Siguieron batiendo la lengua gritando triunfalmente.

-¡Pues si me vais a comer, os voy a provocar el peor ardor de estómago de vuestra vida, ea! ¡Que os zurzan!

Llegaron a campamento de tiendas de campañas, que bullía de actividad. Los nativos, la única población (anteriormente igual de avanzada que el resto de toda Europa) que había sobrevivido al ataque de un Inferno y de sus engendros tenebrosos allá un siglo, corrían y danzaban alrededor de una gran hoguera. Se podía ver a los lejos una enorme torre oscura que se alzaba al cielo. Al otro lado de ella, había un trono rudimentario, donde había sentado un gran guerrero coronado de plumas y se las habían ingeniado para que el trono pareciera que tuviera dos poderosas alas. Dos alas de Engel amputadas. Tenía los tatuajes que recordaban a los de los Engels. Los guerreros emplumados hablaron en su lengua rudimentaria, posiblemente heredera de la lengua que anteriormente se hablara allí, antes del Segundo Diluvio. Pasó como una media hora hasta que un jolgorio corrió entre los indígenas al escuchar las órdenes de su líder, y se apostaron por encima de la gran hoguera un puente de madera, o más bien una enorme tabla. Juan y John fueron liberados. Le dieron dos lanzas, y los subieron a la tabla, entre gritos de guerra. Los dos acabaron caminando por encima de la hoguera. El fuego fue avivado por los salvajes. Su chamán profirió un grito triunfal que venía a significar algo así como: "Que empiece el juego".

-¿Pero qué demonios hacen?- gritó Juan al inglés haciendo equilibrio en la tabla.- ¡Si me caigo de aquí me achicharraré! ¡Esa hoguera es enorme! ¡La Virgen que caló!
-Esa es la idea.- respondió su amigo, manteniendo el equilibrio con la lanza.- Supongo que querrán que nos matemos con las lanzas.
-¡¿Cómo?! ¿Qué dice usté, mister? ¡Debe estar de broma!
-Quieren un combate a muerte entre nosotros, diría yo. La tabla sobre 5 metros y la hoguera debajo es solo una dificultad añadida, bastante dura, por cierto.

Juan miró a los alrededores de la hoguera. Estaba repleta de esqueletos. Antiguos náufragos que se mataron entre ellos para poder sobrevivir, justo en el mismo sitio donde ahora estaban John y Juan.

-Así que morirá uno...¿y que harán con el otro?
-No tengo ni idea.

Los guerreros de armaduras óseas les gritaron, empujándolos con ramas a que comenzaran el combate. No tuvieron más remedio que acercarse el uno al otro si no querían caer. Ahora estaban los dos en una tabla de madera, abajo una enorme hoguera, los dos sudando por la calor, lanzas en mano, prestos a luchar por sus vidas. La multitud coreó pidiendo sangre en su extraño idioma.

-¿Esperan que nos matemos, no? Pues démoles un combate.- le dijo a Juan por encima del estruendo.
-¡Yo no quiero morí, mister!
-¡No idiota! ¡Hagamos como que luchamos!
-¡Ah, claro! ¡Una pantomima! ¡Eso me gusta más!

Y así el granaino y el londinense acabaron haciendo la muestra de lucha más aburrida y lamentable que los guerreros salvajes y cualquier persona viese jamás. La multitud enfureció. Querían ver a los dos guerreros que venían de "fuera del humo" luchando con fervor por sus vidas, y sin embargo, tenían a dos idiotas haciendo como que peleaban.
Juan perdió el equilibrio, y casi cayó de la tabla. Su contrincante falso le ayudó a no caer. Juan se abrazó a el inglés desesperadamente y soltó la lanza, que cayó al fuego.

-No se lo creen ¿verdad, míster?
-No, para nada. Y ya están muy cabreados. Pronto nos mataran a los dos, así que saltemos y...¡salvese quien pueda!

Juan dió un enorme salto desde la altura de la tabla. Casí cayó en el fuego, pero su suerte se lo pagó con un tobillo doblado. Pronto estaba rodeado de un círculo de lanzas y una multitud enfurecida. Juan se defendió con todo. Incluso con el tambor de la galera. Le dió a un indígena en la cabeza. Hizo un potente y grave ruido que la tribu no supo identificar. De repente, estaban todos asustados.

-¡Juan! ¡El tambor! ¡Aporréalo!

El tambor sonó con fuerza en manos del granaino. La multitud miraba a todas partes y chillaban. No comprendían por qué de esa caja sonaban truenos espantosos y tan fuertes. Algunos se arrodillaron sumisos. La mayoría salieron corriendo como si aquel ruido que hacía Juan fuese un mal presagio.
-¡Já...esto es la leche!- gritó aporreando el tambor con un gusto que no tenía cuando lo hacía en la galera.-¡Corred, malnacios!
-¡Juan! ¿Qué demonios haces? ¡Corre!- le gritó el inglés echando por patas.
-¡Ah, sí! Se me olvidaba...¡salvar el pellejo! Adió señore, fué un placer.- se despidió de los indígenas y salió corriendo detrás- ¡Espérame hombre! ¡Joder, como corren los ingleses!-suspiró.- Espero a que el señó Templario le haya ido mejor que a nosotros.

En otra parte de la isla, mis perseguidores se quedaron a la entrada del desfiladero, temiendo entrar, supersticiosos. Como si nunca entrara nadie allí. No me quedó mas remedio que seguir avanzando por el camino o enfrentarme a ellos. Aquel lugar me ponía los pelos de punta, en la grieta apenas llegaba el sol y crecía contínuamente una niebla inexplicable. Humo...otra vez humo en esa isla. Caminé solo en la oscuridad, temeroso de que algo descansase arropado entre las tinieblas. Entonces vi una figura esperanzadora. Vi la silueta de un cuerpo al fondo, un cuerpo con las alas desplegadas.

-¡Un ángel! ¡Gracias al cielo!- me santigué y me acerqué- Estamos salvados. Ya había perdido la esperanza de que nos ayudaran...¡Por todos los diablos!

La figura dejó de ser silueta y se mostró como tal y como era. El esqueleto de un ángel crucificado entre estacas y lanzas, con las alas extendidas en descomposición. El viento comenzó a susurrar historias.
-Nos internamos en el humo para salvar a la humanidad.- dijo una voz angelical por el final del desfiladero.

-Fuimos traicionados por aquél quien amábamos...- dijo otra, lamentándose.

-Y aunque lo hizo por amor...- empezó otra voz arrastrada por el viento.

-Nosotros le condenamos.- completó otra.
"No me extraña que los humanos de esta isla se volvieran salvajes. Y no me extraña que no pasen por aquí". Estaba aterrorizado. Las manos me temblaban y estaba helado. La cabeza me dolía, pero no podía huír...otra vez. Siempre me obligaban a seguir adelante, con el Leviatán, y ahora esto...

"Dios no me deja huir."
Seguí arrastrando los pies, escuchando las voces del viento con la piel de gallina. Pasé de largo por al lado del ángel crucificado. Para seguir caminando por un desfiladero infestado de ángeles empalados y atravesados por lanzas. Algunos murieron clavando la mirada al cielo, como tumbados en el aire, atravesados por una estaca. Otros, empalados de pie. Me eché a llorar...y más que nunca admiré a los ángeles, y recé porque sus almas volvieran a Dios.




"¿Por qué le hicieron esto a seres tan benévolos, Dios?"
¿Benévolos? ¡Já! Cosas de la vida. Mis ideas cambiarían drásticamente con el paso del tiempo, os iréis dando cuenta.

-Hace casi un siglo que el "veneno de Dios" reina aquí...-siguieron las voces de los ángeles muertos.

-Y su prole desapareció con su reinado.

-No eres el primero en venir...

-Pero quizás seas el primero que salga de aquí.

-Todos se quedan...porque le escuchan a él.

-¡Callaos! ¡Callaos, callaos, callaos, maldita sea!- grité al borde de un ataque.

Alguien gritó al final del desfiladero. No era otra voz espectral, sino masculina, y estremecedoramente familiar.

-¿¡Isaac!? ¿Dónde estás?

-¡¿Duncant?!

-¡Allí está!- gritó otra voz femenina.

-¡Amelia!

"Es imposible, por no decir surrealista...¿cómo sabían que estaba aquí? "
Los tres nos abrazamos entre aquel mar de muerte.
-¿Cómo demonios me habéis encontrado?- pregunté al borde de la euforia.

-Es una larga historia- dijo Duncant restando importancia.- Ahora lo importante es salir de aquí. ¡Vamos!

-Te echamos de menos.- dijo Amelia.

-Y yo a vosotros.

Salimos corriendo entre los ángeles empalados, que, curiosamente, se callaron sus fantasmas. No podía creer la suerte que había tenido ¡ahora sí que tenía esperanzas! Salíamos de la grieta, ahora entrábamos en una zona verde, no era bosque sino...

"¿Un jardín?"

-¡Por aquí!- dijo Duncant.

Un enorme rosal rojo, descuidado y salvaje. Como una selva que llegaba hasta los hombros y lleno de mortíferas espinas. Estatuas blancas se asomaban sobre ellas. Un ángel claramente femenino, siempre la misma mujer alada. Todas iguales, pero en diferentes posturas, siempre bella, siempre llorando sangre las estatuas, derramándola sobre las rosas sobre las que reinaba. Rosas rojas. Rojo sangre. Detrás de todo, un firmamento. Un Firmamento que no era blanco...sino negro. Una torre oscura presidía Córcega.

Nos abrimos paso a través de la rosaleda salvaje y las ruinas. Cientos de arañazos cubrieron mi cuerpo fatalmente vestido con la ropa de galeote. Nunca había desesado tanto un baño. Pasamos por al lado de una pared, que aún se mantenía en pie entre las rosas y las estatuas. Allí estaba el mosaico que describía en imágenes la historia del Firmamento...la Crónica. Esa pared tuvo que pertenecer a algún monasterio. Las miré de una en una, como las viñetas de una historia.

"La fundación de la Orden Samaelita. Su prosperidad. Sus Engels. Sus batallas. Un Inferno aparece cerca. Un milagro...después de cientos de años se vuelve a ver un Arcángel en la Tierra. Es Samael, recibida por la Ab de Orden. Samael ordena a su orden que se internaran en el humo del Inferno, como sacrificio heróico. La orden obecede. No hay más mosaicos...eso es todo. ¿Un Arcángel ha bajado a la Tierra? Y si vino a ayudar a su Orden...¿por qué todos están muertos?"

Alguien cantaba entre las rosas, una voz dulce y templada, y de entre las flores apareció una mujer etérea, alada. Un fantasma que pasea entre rosales de sangre. Rostro juvenil, cabellos rubios, pero no rubios dorados, sino llegando al platino, un color luminoso, quemado y cegador.

-¿Qué buscas aquí, mortal? Estas lejos de tu hogar.- preguntó con las manos extendidas, sus muñecas estaban presionadas por unas argollas sin cadenas.

-¿Y-yo? ¡N-nada! Qui-qui-quisiera salir de aquí sin perturbar su...descanso.

-Hace años que se me negó el descanso.- dijo sonriendo con añoranza, sentándose en la hierba.- Ten cuidado. Aquí te encontrarás con alguien a quien no desearías conocer. Y te lo aseguro, se te tentará. Aunque...percibo...sí, estoy segura, no eres como los demás mortales. Tendrás que seguir solo tu camino.

"¿Solo? Si voy con Amelia y Duncant...¿o es que acaso solo me ve a mi?"

Mis amigos no hicieron ningún comentario al respecto. Se miraban entre ellos. Lidia andaba entre las rosas, hablando sola, sonriendo, casi bailando.

-¿Qué le pasa?- le pregunté a la fantasma alada.

-Es cosa de este lugar. Pasé casi toda la vida en viviendo en este Firmamento, pero ahora ya casi ni lo reconozco. Apenas yo puedo soportar los horrores que alberga su interior.-suspiró.- Todo fué por mi culpa. Dios nos ha castigado a todos y no supimos afrentar su ira. Acabamos por arruinar la Orden y la isla. Siéntate. - golpeó delicadamente la hierba, ofreciéndome un sitio, me senté, esperando a que Duncant y Amelia hicieran lo mismo, me miraban extrañados.- Ignoralos, es lo mejor que puedes hacer.

-¿Acaso no te pueden ver?

-Sí...podría decirse así.

Miré a Lidia, ahora reía de corazón delante de una rosa, aunque sus manos sangraban debido a las espinas de estas.

-¿Qué puedo hacer para sacar a la chica de este jardín?

-Isaac, no es a tí al que le corresponde decididir eso. Ella es la que tiene que elegir.

-¿Elegir? ¿Qué tiene que elegir? ¿Qué le pasa? ¿Y por qué habla sola?

-Para explicarte todo esto tendría que remontarme a hablarte de...del Verdugo. Pero a la vez...me siento tan sola en este lugar que no me importaría hablarte de él. Llevo un siglo en este estado y todos los mortales con los que me he encontrado han huído o han caído en manos de las tentaciones de ese demonio que reina en la torre.-suspiró.- Sé que estás aterrorizado, aunque muestres una aparente y frágil calma. Te diré que, aunque condenada, he aprendido de mis pecados, no te haré daño. Yo fuí en vida Neriel, la última Ab de Orden del Firmamento Samaelita.

-¡¿Fuíste Ab de Orden Samaelita?!- me levanté instintivamente con los ojos desorbitados, clavé mi espada en la hierba y me arrodillé- ¡No para nosotros, sino para la Gloria de Tu Nombre!

La fantasma rió dulcemente divertida. Me puso una mano en los cabellos, pero solo sentí frío en su contacto.

-Vaya, un Templario, qué irónico.- hizo un gesto con la mano restándole importancia.-No hace falta que me muestres tus respetos...ya no estoy en este mundo, solo me quedan las cadenas. Pero es curioso, que esta larga muerte me ha enseñado muchas más cosas que la vida.
Me volví a sentar desequilibrado y confuso...tenía sueño, tenía hambre, nunca había tenido tantas ganas de volver a lo más parecido que tenía a un hogar, el Temple.

-Hace un siglo dirigí a mi Orden, y fuí elegida como Ab por una razón tan de peso que nadie se pudo oponer a mi subida al poder del Firmamento. Era la única a la que se le mostraba el Arcángel de mi Orden...

-Samael. ¿No?- completé frotándome la cabeza, debido a la migraña.

La fantasma se tapó los oídos y gritó con un ensordecedor alarido de dolor.

-¡No pronuncies ese nombre! Él...maldito sea, qué más da pronunciar ya su nombre, ya todo da igual. Se me aparecía en sueños cuando era una Engel más y me sentí agraciada por ello. Era como si Dios me hubiese señalado. Pero...Samael iba por cuenta diferente a los dictámenes de Dios. Su interés por mi era más...mundano. Eran visiones, sus apariciones eran extrañas, me hablaba, me cantaba, me agasajaba, conversaba conmigo, sobre todo escuchaba... y todo lo que me decía era cierto, por eso ascendí en mi Orden al rango de Ab y fuí envidiada en secreto por mis semejantes. Él me mostraba una especial atención y ternura que nunca comprendí, juro que lo que leía en sus ojos era sincero. Era bello y hermoso, con doce alas blancas, con un tono rojizo que se hacían de tonalidades anaranjadas cuando eran arañados por los rayos del astro rey. Me prometía siempre que algún día caería del Cielo, como cuando bajó a participar en la Gran Batalla que libraron los Arcángeles para salvaros de la condenación total. Siempre venía por las noches en mis sueños, y me acariciaba los cabellos hasta que mi respiración se hacía tranquila. Y aunque eso solo ocurriese en mi alma, era todo tan...¿real?. También me hacía regalos con los pocos secretos que él conocía de Dios y me hizo prometer que los guardaría en silencio. Pero fuí débil y traicioné su confianza, los usé para que mi Orden prosperase, algo que nunca me perdonaré. Samael...se sintió profundamente dolido, me había confiado secretos sobre la Palabra y yo se los desvelé a quienes debían descubrirlo por ellos mismos. Durante ese tiempo mi Orden prosperó como ninguna la había hecho jamás, los Guardianes del Valor nos hicimos tan poderosos que ya casi podíamos rozar el aliento de Dios, hasta comenzamos a mantenernos recelosos con nuestras órdenes hermanas, y ni qué decir con los mortales. El Señor, que todo lo ve, nos descubrió y vió que nuestra arrogancia y soberbia era desmesurada. La osadía de obtener siquiera algún conocimiento de su Palabra, por leve que fuera, le enfurecía. Pero ante todo, lo que más le dolía al Señor, es que hubiéramos pecado de arrogancia por culpa de uno de sus arcángeles...aunque supiera que Samael estaba enamorado, o por mucho que añorase la mitad de su alma cuando Dios decidió dividirla en dos...

El mar de espinas del jardín se abrió como si se tratara de las aguas de Moisés. Un hombre, de largos cabellos rojizos y trajeado de negro, salió de entre las rosas silvestres, y gritó, continuando la narración de la fantasma Neriel.

- ¡Tanta arrogancia, soberbia y altivez por parte de Neriel y de su Orden, provocó la aparición de un nuevo Inferno sobre la Tierra, y sitió con Engendros, Fuego y Humo el Cielo de los Samaelitas y la Isla de la Belleza! Y aún no conforme, Dios dictó también un castigo a Samael, por confiar alguno de los secretos de su Proyecto Tierra. ¡Dios, abusando de la fidelidad de Samael, su Verdugo, le ordenó que corrigiese su pecado y que ajusticiase al ser al que más amaba, a Neriel! Y el Arcángel, sintiéndose traicionado por su amada, sin dudarlo, cogió su Hoz y como le hubiera prometido a su amada en sus frías y solitarias noches, bajó a la Tierra una vez más... El encuentro entre Samael y su amada Neriel fue tan intenso, que provocó una tormenta de sentimientos oscuros en el Verdugo. Pero ella lo contrarrestó con su arrepentimiento. Y cuando dictó el veredicto de Dios se dispuso a bajar la Hoz sobre la cabeza de la pecadora y purgar tanto pecado producido por la ruptura de una palabra...¡Pero no pude! ¡Amaba, y aún amo a esta mujer! Era el Verdugo de Dios y por primera vez me veía incapaz de llevar a cabo su Sentencia. Aunque me sentí traicionado, sabía que ella lo había hecho para ayudar y hacer prosperar a los suyos y a mi Orden. ¿Acaso tenía eso algo de malo? ¿Acaso no nos enseña Él a perdonar? Sentí los ojos de Dios en mi nuca y el peso fue horrible. Entonces, con odio por obligarme a matar a mi amada, quise traicionarle. Rogué desesperadamente ayuda al Traidor de Traidores y él siempre acude, a diferencia de Dios. Lucifer salió de entre los humos del Infierno que asediaban mi Cielo y entre Cielo e Infierno pacté mi traición. Yo sacrificaba a todos mis ángeles y mi Cielo y él retiraba su Infierno y me dejaba a Neriel...pero no conté con ese dolor agónico que atormentó mi alma cuando apreté la mano de Lucifer. Mis alas se volvieron de color sangre oscuro, mi pelo rojizo, mis ojos demoníacos. Siempre había escuchado historias sobre la Caída, pero nunca imaginé que sería doloroso. Los Samaelias, mis huestes, se internaron en el humo...para "salvar a la humanidad", como les había prometido y así es lo que dice la Iglesia. El Inferno se desvió y mi Orden dejó de existir. ¡Y me dió igual! Ahora era uno de los Grandes Demonios y había corrompido mi Firmamento. Y por fin podía odiar a los humanos abiertamente sin temer a Dios, por ser los favoritos de Él cuando en realidad sois el pecado y la debilidad. Tomé a los humanos de esta isla, los hice retrogados, hice que se volvieran salvajes, indígenas de esta isla y confundí su lenguaje. Hice como lo que son, bestias caníbales, unos monos pelados. Y lo mejor, es que me temen. Cuando viene alguien de fuera del Humo, hacen que se maten entre ellos y el que sobrevive, me lo traen como sacrificio. ¿No es increible? ¡Me traen sacrificios como si fuera el mismísimo Dios!

-No todo fue victoria para ti, asesino.- dijo la fantasma Neriel, comprensiva.

-Lo sé, amor...No tuve en cuenta ninguno de tus sentimientos, y por ello, te quitaste la vida al verte responsable de tanto sufrimiento.- dijo el Arcángel de forma tierna.- Pero...como fuiste una suicida, ahora perteneces al Infierno y a sus Demonios. Es decir, a mí.

-Yo no pertenezco a nadie, solo a Dios.

-¿A Dios? ¡No me hagas reír! ¡Ese maldito tirano!

-Samael...tú en el fondo, aún lo añoras.

-¡Calla! ¡Eso es mentira! ¿Acaso no has pecado lo suficiente?- gritó él con rabia contenida y se fijó en mi.-¿Y quién es este mono pelado? ¿Qué hace aquí? ¡Arrodillaos ante vuestro Dios! Estáis en mis dominios.

Amelia y Duncant se arrodillaron...yo dudé.

-Sí, Arcángel Samael.-respondió Amelia.

-Te adoramos, Señor.- dijo Duncant.

"¿Por todos los diablos, Amelia no ha llamado pollo a un ángel y Duncant se arrodilla así por que sí?" De repente sentí una ira que no comprendí, hasta que estallé.

-¡¡Estos no son mis amigos!!

"No me puedo creer que haya usado un truco tan malo como este."

Amelia y Duncant se desvanecieron como humo. El hombre de negro, Samael, aplaudió con desdén y aburrimiento. Hasta él sabía que la ilusión que había producido no iba a funcionar...porque así lo quería.

-La próxima vez que vayas a intentar comprarme con visiones de mis amigos...cúrratelo un poco más, Demonio.

-Vaya...así que te doy a tus amigos, y tú los rechazas. Bien, conque te hayan hecho venir hasta aquí como hice con la muchacha me vale. Siéntete afortunado, esto ni siquiera ha sido cruel para mi. Muchos Demonios te harían más dificil salir de este tipo de ilusiones y vidas perfectas paralelas. Bien, mortal. Es hora de morir.

-¿Vas a matarlo?- dijo Neriel con una sonrisa aún sentada en el jardín.- Me sorprendes, Samael. ¿Acaso no has mirado el alma de este mortal?

-¿Qué quieres decir?- dijo él, confuso. De repente arqueó las cejas y dió un paso atrás.- ¡Tú! No puede ser...tú eres... ¿Cómo es posible que estés aquí? ¿Acaso es el destino?

Estaba al borde del pánico, quería huir, pero sus ojos me mantuvieron clavado. Samael se rió de forma escalofriante.

-¿No reconoces a un hermano cuando lo ves?- intentó acercarse, pero disminuyó sus pasos hasta detenerse con una mueca de asco.- No...aún queda mucha humanidad en tu alma, casi toda. Pero eso se puede arreglar.

-¡¿De qué demonios estás hablando?!

-Seguro que recuerdas cierta noche...en la que casi te ajustician. Eras un niño. Solo eras un maldito crío que fue un medio para conseguir un poder mayor. Isaac...yo fuí quien evitó que te mataran aquél día. Yo fuí el que aconsejé al Señor de las Moscas de mantenerte con vida aún. Nos eres más preciado así de momento, serás más poderoso de lo que puedas imaginar. ¿No lo piensas así también?- volvió a reirse.



-No entiendo nada...el que me salvó fue la mano compasiva del pater Brahms ¡No un demonio!

-Bueno...eso es una media verdad...hermano.

-¡No me llames así! No entiendo nada...solo quiero salir de aquí.- se me saltaron las lágrimas.

-Por supesto, saldrás de aquí. Me interesas más vivo que muerto, no te quepa duda...Isaac. Es más, te dejo que te marches con tu amiguita.

Samael chasqueó con una mano y Lidia quedó liberada de su embrujo inmediatamente. Débil, cayó al suelo de forma pesada. La cogí en brazos y me fuí sin mirar atrás. Los salvajes ya no estaban, pero toda la isla estaba llena de engendros, de demonios y diablos... sin embargo, no me atacaron. Se mantuvieron alejados y contenidos. Solo podía ver sus ojos demoníacos entre los árboles.
Samael y Neriel observaron desde el balcón del Firmamento Oscuro cómo la marea desencallaba nuestra galera y cómo partíamos de la isla. Samael se retorcía las manos.

-Tu plan puede escapársete de las manos, lo sabes, ¿Samael? Quizás deberías haberle hecho caso al plan inicial de Lucifer.

Él no dijo nada. Aferró su mano y la apretó entre los suyos.

- Pero el poder que podemos conseguir de ese muchacho si lo dejamos vivir será increíblemente poderoso. Lucifer no ha pensado en alimentar la ira de su alma, Lucifer quería un trabajo rápido e inmediato y no quiere arriesgar más. Pero si me hacen caso, cuando llegue el día, él retornará y nos aterrorizaremos como nunca lo hicimos de su poder. Me da igual si sale mal, me da igual, seguiré siendo uno de los Grandes Demonios.- le sonrió y un halo de oscuridad se hizo a su alrededor. De repente desapareción en una pequeña vorágine de oscuridad y cuando volvió a aparecer, mostraba su verdadera forma, la de un Arcángel de 12 alas...ahora negras. Miró su mano junto a la de ella.- En realidad me da igual todo, te amo.

-Entonces, libérame. Deja que mi alma descanse en paz, Samael. Quítame las argollas que me atan a este lugar maldito- le rogó ella con paciencia.

-No me pidas eso...no voy a hacerlo. Este es el destino de los suicidas, tu cuerpo astral no es fruto de mi pacto con Lucifer. Esto te lo hiciste tú.¡, y lo sabes. Yo solo te mantengo a salvo conmigo en este lugar. Nuestro lugar.

-Este lugar no me ha traído más que sufrimiento...por no haber guardado nuestro secreto. Por eso quiero ir al Círculo del Infierno que me corresponda, para pagar por mis pecados y poder sentirme libre.

-No dejaré que los demonios que se encargan de los suicidas te pongan las manos encima. Ni Aloqua ni Ananel te van a tocar. No mientras yo sea uno de los Grandes Caídos.

-¿Cuándo lo vas a entender, Samael?-suspiró amargamente y comprensiva a su eterno y paciente amante.-A veces pienso que nunca hubo tal castigo por parte de Dios. Todo era una prueba de fe a su Creación. Creo que cuando Dios pidió que me ejecutaras...solo quería considerar tu fidelidad para perdonarte. Como Dios le pidió a Abraham que sacrificase a su hijo Isaac, y luego mandó en el último momento a Gabriel para detenerle.

-Gabriel...- murmuró él con añozanza, pues Gabriel era la mitad de su alma.

-Tú me diste tu confianza...y te fallé. Y por ello Dios puso tu fe a prueba y le fallaste. Fallamos los dos.- la mujer astral le abrazó y él la envolvió entre sus alas negras.- Solo nos ponía a prueba...-sollozó.

-Él no habría detenido tu ejecución como hiciera con Abraham, habría dejado que me manchara con tu sangre, porque...Él siempre puso por encima de nosotros a la Humanidad- murmuró con odio al mencionar a los humanos. -Y por eso tenemos que ganar La Eterna Guerra. Fui un necio al no seguir a Lucifer desde el principio, desde la Primera Gran Guerra en el Cielo.-volvió a mirar la galera, donde estaba yo con mis compañeros.- Ese joven puede ser una de las claves para ganar la Última Gran Guerra.

De un grito, Samael hizo acudir a un lacayo del Infierno.

-¿Sí, Demonio Samael?

-Soltad al Leviatán. Quiero que esa galera naufrague.

-¿Capturar o matar, oh, Veneno del Infierno?- preguntó el lacayo jorobado con una voz estridente y lastimosa.

-Ninguna de las dos. Su alma es más fuerte de lo que creíamos.-añadió receloso.- Tenemos que alimentar su ira y su odio. Ese hombre...ese hombre tiene que sufrir...

El lacayo se fue presto a soltar a la gran bestia marina. Neriel nos miraba a nosotros, a mi encontrándome con John y Juan, que contaban su aventura. Celebrando que Marcos seguía vivo y que Lidia estaba bien. La colocamos sobre la galera para largarnos de allí cuanto antes y nuestras esperanzas subieron como la espuma. Samael tampoco nos quitaba ojo, con un brillo ansioso en los ojos. Neriel se percató de ello.

-Dices que los odias, Samael, pero en realidad, tú admiras a los humanos. Y ahora más que nunca. Cuando te has tropezado con ese joven, Isaac. Pensabas que a estas alturas le habría consumido la vida y las injusticias, junto con sus pecados. Pensabas que el humano era débil. Si bien has descubierto indecisión y miedo en su cuerpo, has encontrado una gran fuerza en su alma.-hizo una larga pausa, para reflexionar.- Samael, aunque sea parte de vuestro plan, aún es dueño de su destino.

-No envidio a los humanos, Neriel. Esto no tiene nada que ver con la humanidad.-alegó el con desprecio.

-Ah, ¿no?- dijo ella con tono sarcástico.- Entonces...¿por qué te has mostrado ante él con una figura humana?

Él no contestó. Apretó los puños hasta que se le quedaron blancos. Pensó en lo que había visto en mi alma.

"Porque en realidad...les tengo miedo."

viernes, 5 de noviembre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXI)

El corazón se me iba a salir por la boca. Las pulsaciones me hacían sufrir y me bombeaban las sienes con violencia. Nos reunimos alrededor del insecto gigante y decidimos tirarlo por la borda. El mar embravecido se había calmado ligeramente y se notaba. Nos aseguramos de quienes habían muerto y también los arrojamos al mar. Ya olían mal estando vivos, asi que no queríamos hacerlo cuando empezaran a descomponerse. Lúan había muerto. Lo arrojamos el último y nos dimos cuenta de que habíamos salido del humo. Las aguas sobre la que navegábamos a la deriva era roja, ni rastro de los cuerpos.



-El Leviatán, si es que es eso, se está dando un festín con los muertos que estamos arrojando. -dijo John.



-Esta lluvia no para...-Juan miraba al cielo.-¿Es que no hay calma en este mar dejado de la mano de Dios?



Seguimos mirando el agua sangrienta y sin previo aviso, salió el "Rey sobre todos los soberbios" y juro que nunca olvidaré su majestuosidad y violencia. Una enorme serpiente gargantuesca aulló rodeado de olas y todas sus escamas vibraron, así como nuestras almas. Nos quedamos paralizados, sus ojos amarillos incandescentes siempre estaban alerta, siempre observando, carentes de párpados. Se le veía negro como la noche entre brumas, su cabeza era un cascarón de armadura indestructible y poseía en su columna unas enormes aletas que se asemejaban más a un par de alas deshilachadas. De un liviano movimiento empezó a enroscarse sobre la galera, sin violencia, como si se arrascara contra el casco las escamas. Se enroscaba en la embarcación como una serpiente sobre una rama.



-¿Qué demonios está haciendo?- pregunté.

-Tranquilo, lo hace con muchos barcos, parece inofensivo ahora, pero quiere hundirnos todo de golpe.



"¿Se suponía que eso me tenía que tranquilizar?" pensé aferrando la espada.



Preparé la hoja para cuando pasara por nuestro lado. El momento se hizo largo, una gran escama de la bestia se vió entre las tablas que daban a la superficie. Era el momento. Asesté una estocada que penetró entre dos enormes escamas...fue tan buen golpe que me impresioné hasta yo mismo. La bestia embraveció, los mares temblaron y hubo tormenta en todos los mares de la Tierra por un eterno instante. Y tal rugido arrancó la bestia, que fue gracias a Dios que no hubiera habido una onda expansiva de tsunamis. Todos los seres marinos, ya fueran depredadores o inofensivos, se escondieron en arrecifes, corales y en la mismísima Grieta del mar asustados por su eterno rey. Aquello debía haber llegado a los cuatro rincones del mundo. Nos tapamos los oídos ante la impotencia de poder aguantar semejante rugido, por no hablar del miedo tembló en nuestra alma.



"Me alegro de que Amelia y Duncant no estén aquí...pero a la vez me entristece. Seguro juntos podríamos vencer a todo el que se enfrentara a nosotros, incluso al mismísimo Leviatán."



-¡Por el amor de Dios, me van a estallar los oídos!-grité tapandome los oídos.

-¡Y eso solo ha sido un arañazo para él!- gritó John por encima del estruendo.



El Leviatán salió mucho más del agua, mostrando mucho más cuerpo serpenteante. Miró la embarcación con determinación, si es que se podía decir que esos ojos de fuego expresaran algo. Su boca se abrió hasta límites insospechados y una bola de fuego se formó en su garganta y el aire dejó de soplar.



-Por el amor de Dios...-no podía creerlo, las escrituras por una vez se mostraron fieles a algo que veía.

-Aliento ígneo...solo él puede hacer fuego sobre las aguas.-John se sentó, esperando que fueramos abrasados, el resto de la chusma suplicaban al cielo y algunos otros inclusos a Lucifer, para que los sacaran de esa embarcación antes de que estallaran en llamas. Saltar al mar no era una buena opción, al menos no cuando la tormenta seguía.



El Leviatán se atragantó con su aliento de fuego. Un cuerno grave y poderoso había sonado entre la niebla y, con sumisión, respondió al cuerno dando un salto para perderse en las profundidades del mar.



-!¿Se va?¡- dije aliviado y a la vez preocupado mientras sacaba la cabeza por la borda, lo había perdido de vista.

-No tengo ni idea. Esto nunca había pasado.

-¡Tierra!-gritó Timmy a lo lejos, y de repente, como si Dios nos hubiese encontrado entre tanta oscuridad, salió el sol, el aguacero menguó, el mar se volvió manso y los galeotes gastaron sus pocas fuerzas para proferir un grito de alegría colectivo.

La galera encalló en una playa limpia y fina. Cuando la marea bajó la galera quedó sobre la arena, sin posibilidad de sacarla de allí, al menos no con los medios de los que disponíamos. Los galeotes empezaron a salir en tropel, saltando a la arena, celebrando su libertad con gritos, carcajadas irresistibles y abrazos espontáneos. John y yo sacamos a Marcos, aún herido. Me preguntaba cuanto tiempo más podría durar con esa herida tan grave, pero ya había superado mis esperanzas. Lidia se echó al agua y gritó al sentir la sal contra las heridas del azote. Juan no sabía que hacer, miraba a los galeotes sin comprender a qué venía tanta felicidad...Me acerqué a él.

-¿Acaso no saben...?- comencé a formular.

-Eso parece.- dijo él meditabundo.- Tendrá que decirselo.

-¿Yo? ¿Por qué yo?

-Bueno, de todos los que estamos aquí, usté es el que parece que maneja mejó la situación. ¿No querrá acaso que se lo diga yo no? Podrían comerme que arguno ya me tenía gana.

-¿Y qué hay de John?

-En tierra digo, señó Templario. Ademá, usté tiene la espada, por si tiene que controlá la situación, usté ya me entiende.



Carraspeé y ahondé una maldición. La fina ropa que me quedaba seguía mugrienta y, si no fuera por mi forma de ser, casi que preferiría ir desnudo. Los prisioneros supervivientes dejaron sus celebraciones al verme llegar y vieron en mi rostro malas noticias. Carraspeé de nuevo.



"Necesito alcohol." pensé antes de suspirar.



-Esto...es una isla. Seguimos atrapados. No podemos volver a casa. No estamos en una costa europea...esto es Córcega.



La cara de los presentes cambió drásticamente y parecía que iban a estallar de ira...habían pasado de estar en una costa segura a una isla que era marcada en los mapas con símbolos de fuego y destrucción. El pánico estaba a punto de estallar, éramos náufragos y nadie nos echaba en falta.



"Yo echo de menos a mis amigos...¿Me echarán en falta ellos?"



-Eso es todo.- John llegó apresurado, salvando la situación- Id a la galera y sacad los sacos de comida que haya, la racionaremos por si acaso. Haremos turnos para vigilar y para trabajar, buscar leña. No nos hará falta comida de la isla, saldremos a la mar al día siguiente como mínimo, solo necesitamos que la marea suba lo suficiente para desencallar la galera. Nos iremos remando junto a la costa, visto que el mal tiempo que hemos visto antes no era natural. Mientras más alejado estemos del Inferno y de sus insectos errantes, mejor.



Los galeotes, deseosos de salir de allí y con las esperanzas sólidas que les había dado John, corrieron a prepararlo todo. Miré a John perplejo, me había quitado un peso de encima y había salvado la situación. Nos quedamos solos y miramos a los prisioneros trabajar.



-¿Quién demonios eres, John?

-Un diabólico inglés.

-¿Cómo dices?

-¿No es así como nos llaman en la Iglesia a los ingleses?

-Déjate de tonterías. Esto es serio. ¿Quién eres?

-Pues soy quien soy, John Brooks.

-¿Por qué te encerraron?

-¿Esto es un interrogatorio? Creía que eras un Templario, no un Inquisidor.

-Maldita sea, John, has mantenido una cabeza fría y un liderazgo entre tanto caos y desesperación que solo he podido ver en Armaturas de la Iglesia.



"Como Gorke. ¿Qué estará haciendo ahora?"

-El destino da muchas vueltas, Templario. Un día estás luchando por lo que crees con fervor y después descubres que te has pasado toda la vida en el bando equivocado. Un día estás a punto de morir y el otro tienes la ansiada libertad; otro estás en lo más alto y al día siguiente estás por debajo del fango...-suspiró y nos sentamos en la arena mirando al mar.- Bien, te contaré. Yo fuí almirante de la flota inglesa hace muchísimos años. En mi juventud, estuve luchando durante muchos años contra el bloqueo naval que mantenía la Iglesia a mi pueblo. Mis soldados me lo dijeron, que no asaltara esa fragata cristiana yo en persona, pero tenía que hacerlo o nos hundíamos con el nuestro ya agujereado. Allí me hicieron prisionero y me llevaron por todas las cárceles que íbamos encontrando de camino a Roma. No me ahorcaron porque creyeron que aún se me podía usar. Allí en Roma pasé un tiempo en las celdas del Palacio de Justicia. Luego me asignaron un Miguelita, que con el tiempo fui comprendiendo que leía mi mente y me hacía obedecer sus órdenes.
-¿Que te hacía obedecerle?
-Sí...es uno de sus poderes. Las huestes del Arcángel Miguel hacen que obedezcas sus órdenes y que te parezcan totalmente razonables y así no las cuestionas. Así, seguido de cerca de un Miguelita se me asignó un puesto de capitán de fragata al servicio de la Iglesia para aprovisionar las Marcas Orientales y combatir a los piratas africanos y algunos europeos.

"Curioso gusto el de la Iglesia por tener tanta determinación en reciclar a sus enemigos."


- He de decir que lo hice bastante bien.-prosiguió su historia-Todos los días librábamos batalla en el mar y mi fragata destacó siempre. Estar junto al Miguelita Saiel me hizo pensar en él como amigo y él lo aceptó. Yo, amigo de un engel, después de tanto tiempo combatiendolos ¡Increible! Comencé a creer en Dios y relativamente en la Iglesia, liberábamos exclavos de los bandidos de los mares y evitábamos que robaran a las gentes honradas. Hasta liberamos a un importante conde alemán de un puñado de piratas que, agradecido eternamente con la Iglesia, dió todo su apoyo a la empresa de esta. Esto fue decisivo para mantener el orden en aquella zona germánica. Saiel habló bien de mi al Ab de su Orden e incluso llegó a convencerle de que había visto la luz, ya no usaba sus poderes conmigo y creía en Dios y su Iglesia...y juro que era verdad, creí en Dios y en su Iglesia después de tanto tiempo de luchar contra ella. Se me bautizó y se me liberó. Ahora era un capitán de fragata de la Iglesia y mi destino era aprovisionar las Marcas Orientales. Aquí empezó a ir todo mal...de repente, me di cuenta de que todo cambió. Ya no salvávamos prisioneros de piratas, sino que los llevaba a combatir a la fuerza a Oriente; tampoco protegíamos las pertenencias de otras personas, sino que se las robaba a los pueblos que destruíamos y los llevábamos a las arcas de la Iglesia. En definitiva, llevaba exclavos y volvía con oro. Saiel siguió trabajando conmigo y el Ab de su Orden, conociendo nuestra camadería, se lo permitió. Pero cuando él murió, rompí mi juramento de servir a la Iglesia. Nadie se molestó en ayudarle, solo querían salir del combate para escapar con el oro y hacer engordar a Obispos y Cardenales. Así que empecé el motín y pronto, me hice a la mar con una fragata de la Iglesia como pirata. Comencé a robarle a la Iglesia esos enormes barcos cargados de riquezas que venían de los pueblos que atacaban en las costas africanas y orientales, y les di un buen uso. Me convertí en todo un incordio para la riqueza y avaricia de la Iglesia, así que los piratas de todo el Mar Mediterráneo se unieron en torno a mí y yo los organicé. Éramos rápidos y no matábamos prácticamente a nadie que no se enfrentara a nosotros. Luché contra esa horrible desilusión que me había traído servir a la Iglesia y los piratas, unidos como nunca antes y dejando sus rivalidades, me nombraron su Señor de los Mares.

-¡Tú!...¿¡tú eres John el Barón de los ladrones?!

-¿Así me llaman ahora en la Iglesia? Bueno, ese me gusta mas que el anterior.

-¡Tu cabeza vale miles de euros!

-Ya lo creo, por algo soy el mejor marinero que ha visto este mar jamás.

"Modesto el tipo." Hubo un silencio incómodo, era evidente que la historia no acababa ahí. Él se quedó mirando el mar.

-Allí fui libre de verdad. Navegué a donde quise y nadie me lo impidió, ni ángeles, ni demonios. Me topé muchas veces con el Leviatán y siempre vivía para contarlo. Pero me hizo naufragar, con la mala suerte de caer en manos de la Iglesia, en Barcelona. En seguida se me reconoció y se me condenó a muerte.

-Así que eso es el tatuaje que llevas a la espalda, en el hombro.

-Sí...una flor de lis. Estoy marcado con la muerte, Templario, pero en el mar yo soy más rápido que ella. Alguien de arriba pidió explícitamente que se me torturase y ejecutara en público, después de una humillante descomulgación ante el mismísimo Pontífice. Cuando vuestra galera llegó a Barcelona, tenía que dejarme en Roma antes de que vosotros fuérais a vuestro destino. Pero fíjate, justo antes de llegar...¡naufragamos!

-Marcado con la muerte...-dije yo.

¿Debía cumplir con el objetivo de la Iglesia y matarlo? ¿O apresarlo y llevarlo a Roma?

"No...este hombre me ha mostrado su alma, y aunque no sepa verla grandeza de la Iglesia, no es algo indigno lo que ha hecho. Solo está en el bando equivocado."

Mas bien lo estaba yo.

Juan vino corriendo, con la lengua fuera.

-¡Señó Templario! ¡La muchacha se ha escapado!

John y yo dejamos de estar sentados frente al mar y nos alzamos a la vez.

-¡¿Qué?! ¿Lidia?

-Sí...no sé. Fue como poseía por algo, se les puso los ojo blanco. Se internó como loca y ansiosa en la selva gritando un nombre. Un tal Victor ,me parece.

-¿Qué significa eso?- dijo John.

-Ni idea...pero en esta isla hay algo que no me gusta. Es como si Dios no estuviese aquí.-dije con un escalofrío.

"Los Samaelitas se internaron en el humo como sacrificio...para luchar contra el Inferno que los encarceló en su isla...y nunca más se supo nada, ni siquiera de los humanos que vivían aquí.¿Dónde estarán las ruinas del firmamento Samaleita?"

-Pues claro que hay algo que no gusta...-dijo John.- El Leviatán nos ha dejado llegar hasta aquí por algo. Se suponía que no iba a haber incidentes.- dijo resoplando despectivamente ante mi comentario hacia la ausencia de Dios.

-Voy a buscarla.-aferré la espada.

-Te acompaño. Juan, encargate de los galeotes.

-¡¿Qué?! ¡Pero si a mi se me sublevaban hasta los cochinillos en la feria!

-¡Tú hazlo!

Mientras me internaba en la selva sentí algo...natural, primitivo, salvaje, lleno de emociones intensas. Juraría que podía escuchar las lamentaciones de cientos de almas en el viento.

"No estamos solos en esta isla. Aquí vive algo oscuro y estremecedor..."