lunes, 19 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (IV)

La Orden de los Templarios Negros..
Los jinetes de Dios sobre la Tierra. Fieros caballeros al servicio de la Matter Eclesia.
Oscuros guerreros de Dios, fuertes de cuerpo y fuertes de espíritu. De fe inquebrantable e inflexible contra los enemigos de Dios.
Yo nunca llegué a ser así. Supongo que eso explicaría el por qué de este final.

Fuí enviado al Temple de los Templarios Negros. Los jinetes siniestros me arrastraron hasta allí como si fuera una bolsa mas de viaje. Y me soltaron allí como tal. Me dejaron en algún punto en las afueras de Roma Aeterna.
Estaba asustado, había mucha gente a mí alrededor. Estaba acostumbrado a la soledad de la iglesia.
Casi todos eran chicos de mi edad. Todos estábamos asustados. Recuerdo la enorme pared de una gran iglesia, todos en fila delante del muro, dispuestos a ser carne de cañón. Ni un adulto, supongo que la mayoría eran huérfanos o habían sido abandonados. Pasé todo el día de pie esperando que hicieran conmigo lo que tuvieran que hacer.
Al fin aparecieron hombres encapuchados con guantes blancos tocando campanillas haciendo revista de la desorganizada fila de niños sucios. Nos condujeron al interior de la iglesia por una pequeña puerta lateral, detrás de nosotros la puerta se cerró y se pudo escuchar claramente como funcionaba el mecanismo de la puerta, encerrándonos.
No recuerdo cuántos días estuve encerrado orando en el interior de la iglesia, pero fueron los suficientes como para que muchos de nosotros se desvaneciesen desnutridos o sedientos y no volver a levantarse jamás.
Finalmente se abrió la puerta, apareciendo un hombre curtido vestido con armadura negra de adornos dorados y capa blanca con una cruz templaria negra en ella. Se dirigía majestuosamente al altar pisando fuerte y decididamente haciendo resonar sus pasos por toda la iglesia. Cuanto más se aproximaba más cicatrices podía notar en su rostro. Así pasó por mi lado y llegó al altar apoyando sus poderosos puños en la mesa de la eucaristía.
-Sentíos bienaventurados hermanos, pues habéis sido designados por el Señor para luchar por su noble causa. Habéis demostrado que vuestros corazones son puros y vuestra fe incuestionable. Ya superada la prueba del espíritu, es hora de la prueba de la carne. No intentéis ayudaros los unos a los otros, eso solo os hará débiles. Con esto no quiero decir que no trabajéis en equipo. Los que se quedan atrás, atrás se deben quedar.

Dicho estro el Gran Maestre de la orden se fue como había llegado.
La última frase se me quedó grabada a fuego en la mente, e intentaba rechazarlo.
No recuerdo mucho más, solo que después de la primera y más dura prueba devoramos con ansia los panes duros que nos daban.
A partir de aquel día, comenzó las pruebas de la carne. Una prueba macabra detrás de otra, pero no lo suficiente como para que algunos pudiésemos sobrevivir. Aún es un misterio para mí cómo superé todo aquello. Pensé que Dios tenía planes para mí, pero poco a poco eso me sonaba cada vez más ridículo y acabé desechando esa idea.
Pocas pruebas recuerdo, la mayoría eran resistencias de todo tipo, desde resistencia en carrera hasta en combate. Aunque si recuerdo las peores pruebas con bastante nitidez.
Una de ellas recuerdo que tenía casi doce años.
Consistía en subir corriendo en grupo, unos atados a otros por la cintura un escarpado risco de piedras afiladas descalzos en pleno cenit de un caluroso día de verano. Me llamó mucho la atención que en el grupo hubiera una chica, delante mía. Parecía bastante dura, y estaba dispuesta a llegar a la cima del risco costara lo que costara y parecía que nada en el mundo le iba a quitar esa idea de la cabeza. Parecía muy cabezota.
Yo caí, y el grupo me llevó tirando de sus cuerdas, arrastrándome por todo el risco arañándome y cortándome con los filos de las piedras. Alcé la cabeza para levantarme, pero fue en vano. De pronto una silueta oscura recortada por el sol, me ofrecía su ayuda deteniendo a todo el grupo. Todo el grupo rechistaba y la silueta se encaramaba hacia todos ellos, haciéndoles frente.
-Dejadle en paz, si no queréis una ración de ostias, y no de las precisamente religiosas.

Acepté su ayuda y me levantó con una fuerza sorprendente para una chica de su edad y en aquel estado. Cuando le iba a dar las gracias ella fue golpeada por un miembro del grupo y cayó. Después todo era negro.
Por fin desperté, como siempre miré hacia mis lados para ver a los pobres desgraciados que estaban a mis lados recuperándose en la enfermería. A mi derecha estaba un pobre chico con un brazo amputado. A mi izquierda estaba ella.
Ese día la enfermería estaba repleta, por lo que estábamos unos muy juntos con otros Recuerdo que estuve muy impresionado de estar tan cerca de una chica. Había sido educado para mantener el celibato en el santo oficio. Se podría decir que les tenía pánico irracional a las muchachas y a los coqueteos. Se me secaba la garganta y se me trababa la lengua ante ellas.
Me quedé como una eternidad mirándola. Estaba sucia, tenía muchas heridas, y descubrí en ella un aire muy triste…comprendiendo que acababa de encontrar a alguien que había sufrido tanto o incluso mucho más que yo.
Me di cuenta de que había un muchacho al lado de su cama sentado, que tenía un aspecto bastante sano como para estar allí. Después descubrí que cuidaba de ella. Estuvo cuidándola todo el tiempo que pudo, mientras que a mí me cuidaban lo mínimo posible, así que deduje que ese muchacho lo hacía voluntariamente.
Él siempre sonreía. Su sonrisa no era malévola, sino tierna y fraternal.
Ella por fin despertó. No pareció sorprenderse de estar en la enfermería así que supuse que estaba tan acostumbrada como yo a despertarse allí. El muchacho que la estuvo cuidando seguía allí vestido con su sonrisa imborrable.
-Vaya, ya era hora de despertar marmota-dijo él.
-¿Qué hora es?-preguntó ella estirándose y haciendo una mueca desagradable al descubrir algunos moratones en su cuerpo.
-Es mediodía. ¿Cómo te encuentras?
-Bueno, he estado en pruebas peores, así que para desgracia de la orden, creo que sobreviviré. Pobres, parecen tan empeñados en que algunos no lleguemos a ser Templarios Negros-dijo sonriendo
-Si, entiendo a que te refieres-dijo él dejando escapar una risita.
Siguieron hablando un par de minutos más hasta que él se despidió con un “hasta pronto” y entonces ella se percataba del silencioso espectador que había a su derecha. Me miraba con los ojos entreabiertos como preguntándose de qué le sonaba mi cara. Al final pareció acordarse. Se tumbó, miro al techo, y al cabo de un rato me soltó:
-Oye, ¿Quién era ese tío?
Aquello me dejó sin habla. No esperaba que me hablase.
-¿Có…Cómo? Cre…cre…creía que le conocías.-balbuceé.
-No ¿Por qué iba a conocerle?
-Pues porque lle…lleva cui…cuidándote durante todo el tiempo que estabas inconsciente en enfermería.
Aquello pareció sorprenderla, giró la cabeza para mirarme:
-¿En serio?
-S…si.
-Sería un auxiliar.
-No creo, solo cuidaba de ti.-conseguí decir del tirón.
Aquello la dejó de piedra.
-Vaya…
De nuevo hubo silencio entre los dos y conseguí relajarme. Hasta que se volvió hacia mí, mirándome fijamente a los ojos de una manera que ni siquiera pude sostenerle la mirada.
-¿Cuántos días llevo durmiendo?
-Pues…creo que 2 días completos.
-OK.
Dicho esto sacó una pequeña navaja, retiró la almohada y empezó a rajar la pared de madera, haciendo líneas verticales junto a otras que ya estaban allí. Cada grupo de cinco líneas marcadas en la pared a punta de navaja estaban cruzadas perpendicularmente por una línea horizontal. Ella empezó a contar las nuevas líneas con las ya marcadas anteriormente con los dedos, hasta que dedujo que había estado en enfermería un total de 24 días. Resopló y dijo:
-Ay que ver que soso eres. ¿Por qué no dices nada?
-Yo…bueno, no se qué decir.
Sin motivo alguno empezó a levantarme la camisa que llevaba de la enfermería. Abrí los ojos horrorizado.
-¿Qué estas haciendo?-dije casi horrorizado.
Ella soltó una dulce carcajada.
-Tranquilo casanova no te voy a desnudar, solo quiero ver tus heridas-examinó mis heridas y puso cara de gravedad.-Bueno parece que vamos a estar en la enfermería bastante tiempo tú y yo así que deberíamos presentarnos. Soy Amelia.-hubo un breve silencio- ¿Qué pasa? ¿No recuerdas tu nombre?
-¡Ah! perdón-salí de mis pensamientos-.Yo soy Isaac.
-Bien Isaac, tú y yo vamos a pasar muucho tiempo juntos-dijo tumbándose.

Y así fue.

1 comentario:

  1. Y así fue, y así parece que seguirá siendo, al menos hasta que la muerte los separe ^^

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