jueves, 29 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XVI)

Aquel patio de arena. Mi infierno personal. Una llama que corroe mi alma con la culpa. Un asesinato frío e inconsciente. Y yo era el asesino.



Los siguientes días fueron iguales. Trotábamos al sol con furia, pero el telón de fondo fue reemplazado por extensos campos de arroz con multitud de campesinos trabajando. Me recordó vagamente al hogar que suponía que había tenido. Los niños ayudaban a sus mayores, mientras cantaban y segaban, dando gracias al Señor por un día más de vida en este efímero mundo.
En el horizonte fue creciendo una silueta de muchas personas corriendo, así que estuvimos atentos. Eran muchos y corrían en sentido contrario a nosotros, iban armados y vestidos de blanco y algo de armadura. Ilse, que iba muy adelantada a nosotros nos indicó que no había peligro. Las siluetas resultaron ser Templarios. Gorke levantó la espada y les hizo un saludo, al que los Templarios respondieron. Nos cruzamos y nadie miró a atrás. Apresuré a Humildad para ponerme a la altura del sargento.
-Señor-le dije para llamar su atención, pero no me escuchaba por encima del estruendo de los caballos, así que grité más.- ¡Señor!
Ahora sí me escucho, me miro e hizo un gesto con la cabeza para que procediese a hablar.
-¿Quiénes eran?-le pregunté y él no sabia a quiénes me refería. Finalmente cayó en la cuenta.
-¡Ah¡¿Esos?¿No lo sabes muchacho?-me dijo un poco atónito-Son Templarios.
-Ya…pero si no son Templarios Negros… ¿Qué son?
-No estás aquí para hacer preguntas-cuando lo iba a dejar siguió hablando-Son Templarios del Firmamento Miguelita.
-¿En serio? ¡¿Esos han estado en el Firmamento de Roma AEterna?!-dije mostrando mi envidia, sin embargo Gorke rió.
-Solo lo protegen y luchan para ellos, no creo que vivan en el Firmamento-hizo una pausa-Los Templarios son hombres que luchan por proteger a la humanidad de…bueno, tú sabes de quien. Están instalados en los Firmamentos de los Engel y en monasterios angélicos. Todo eso está muy bien pero… ¿Realmente los Engel necesitan Templarios para proteger sus fantásticos Firmamentos? Los Templarios Negros no son una orden cualquiera de Templarios, es una orden de caballería pesada y además de élite a pie, muchacho. Claro, nosotros somos tan Templarios como otro cualquiera. Sin embargo, a nosotros se nos encomiendan tareas mucho más explícitas, a parte de marchar a las Cruzadas cuando se proclamen como todo buen Templario.
Aquella explicación se me antojó un poco complicada para lo simple que era en realidad. Ilse, la exploradora, volvía a horcajadas de Castidad agitando su brazo, después de haberse adelantado hace un buen rato del grupo para avistar los terrenos.
-¡Nos acercamos a Florencia!-gritó con fuerza, aún bastante lejos de nosotros.
-¿Cuánto nos queda?-le replicó Gorke.
-¡Para el cenit del astro rey habremos llegado!-respondió Ilse.


Efectivamente, para antes de mediodía ya estábamos viendo la ciudad costera de Florencia, rodeada de una conglomeración de ciudades. El edificio central, el más imponente y majestuoso era un gran monasterio angélico, aunque más bien parecía una fortaleza. La basílica-fortaleza era constantemente acosada por el mar Mediterráneo, y por supuesto, también las aldeas y campos alrededor de la Basílica eran amenazadas Las órdenes eran presentarnos ante el Arzobispo Faustino de Umbría, que era la persona que nos reclamaba para este asunto, y luego ya se vería lo que haríamos. Entramos en el camino en dirección a las puertas de la iglesia atravesando las casas y mercados de la próspera ciudad, mientras las gentes de a pie se apartaban, quizás confundiéndonos con esos que llaman los Jinetes Siniestros. El camino, cuanto más nos aproximábamos a la Basílica, más asfaltado se hacía, y era custodiado por unas enormes estatuas de Ángeles eruditos, que eran representados leyendo libros o mostrando su contenido (un alfa en la página izquierda y un omega en la derecha) a los traunsentes. Junto a las puertas dos enormes Templarios embutidos en completas armaduras y ropones oscuros bloquearon nuestra cabalgata con sus espadas-lanzas, protegiéndose a su vez por enormes escudos cuadrados. El de la derecha se apartó su yelmo y dijo con una voz grave:
-Santo y seña.
Gorke se aproximó y dijo claramente.
-Non nobis domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam.*
Los soldados se apartaron a la vez con si fueran una misma persona.
-Sed bienvenidos a la Basílica de San Lorenzo.
La Basílica de San Lorenzo era una de las maravillas que aún se conservaban de la vieja Europa. Se ignora la existencia e historia de San Lorenzo por parte de la Iglesia Angélica, pero no se le cambió el nombre a la basílica por si acaso era un santo favorito de Dios, y más nos vale no provocar Su ira, al menos otra vez no. Cuando entramos, no pude ver mucho hasta que mis ojos se adaptaran a la poca luz que habitaba allí dentro. Entramos en la parte antigua de la basílica, una planta de cruz latina con tres naves sostenidas por pilares cuadrangulares con florados en su parte superior. La leve luz entraba por numerosos ventanales que reposaban encima de los pilares. Caminamos haciendo eco de nuestros pasos. Mientras cruzábamos la planta entre los bancos un anciano ataviado en las ropas características de un Mónaco, venía hacia nosotros bastante risueño.
-Ave Templarium, hagan el favor de seguirme, el arzobispo Faustino les espera.

¿El arzobispo en persona esperaba una compañía de nueve Templarios? Debía ser muy importante el asunto para que el dirigente del conglomerado de ciudades de Florencia nos prestase tanta atención. Seguimos al Mónaco, por una disimulada puerta de una de las capillas laterales, de ahí salimos de la verdadera iglesia y entramos en la parte de la fortaleza angélica. El ambiente era gris y sin color, bastante monótono, con paredes adornadas de mosaicos que parecían contar una historia, posiblemente la de la Basílica. Subimos unas estrechas caleras de caracol y nos topamos con una puerta de doble hoja con pesados pomos. Al atravesarla había un pasillo ancho con muchas puertas, nos dirigimos a la puerta del fondo que llevaba a un gran salón abovedado que comunicaba con otro salón gemelo que disponía de una enorme biblioteca. Había mucho movimiento allí, pero no acaba de ver que pasaba y ¡De repente vi un ángel!¡Un Engel!¡Yo!¡Un sucio y maloliente humano! Me sentía tan dichoso en aquel momento que es irónico que mucho tiempo después me acabaría incluso hartándome de verlos, de escucharles y de acompañarlos. Iba cargado de libros de un lado de la biblioteca a otro. Durante uno de sus viajes se paró, y parecía darse cuenta de que le observaba se giró y me miró. Yo giré la cabeza disimulando pero la curiosidad me pudo y miré otra vez, y descubrí que estaba sonriéndome. ¡Aquello tenían que ser 10 años de buena suerte por lo menos! Aunque no sé por qué se me antojaba que era una niña…siempre creí que los ángeles eran asexuales. Alguien me dio un codazo, y obviamente, era Amelia.
-¿Quieres prestar atención?-dijo, yluego añadio más bajo-No es más que un pollo.

El Mónaco nos estaba presentando ya al Arzobispo Faustino, desenvainamos las espadas a la vez, hincamos la rodilla derecha en la fría piedra y clavamos ligeramente las puntas de las armas en el suelo casi besando las empuñaduras de nuestras espadas y dijimos a la vez.
-Por y para la Iglesia Angélica ¡Siempre!


El arzobispo Faustino sonrió satisfecho y acarició nuestras sumisas cabezas con su mano y dijo con voz ronca:
-Eso es lo que espera Dios de todos nosotros.
El Arzobispo se apartó y se sentó en un sillón que en realidad me parecía más un trono y comenzó a tamborilear con sus dedos en los posabrazos con forma de ángeles.

-Bien, sin rodeos. Ya sabéis que os he hecho venir a desmantelar un refugio de tecnología prediluviana en un palacio cerca de aquí. El palacio pertenece a un Diadoco llamado Leonardo Marini, creo que ya os lo hice saber. Os preguntaréis que cómo es que no utilizo mis propios Templarios, la razón es bien sencilla. Este Diacono es fiel a la Iglesia, o al menos eso aparenta, y está muy en contacto con mi persona y familiarizado con mis tropas. Además, realmente no tenemos pruebas contra él, sólo rumores obtenidos por la investigación de la Inquisición.

El arzobispo comenzó a toser, hizo una leve pausa y prosiguió.

-Quiero que averigüéis que ocurre dentro del palacio, que no se sepa que os he enviado yo. Es casi seguro que hay tecnología prediluviana, que arda la chatarrería hasta los cimientos.

Gorke se movía incómodo. Finalmente, habló.
-¿Se me permite hablar, señor?
-Proceda, por favor-dijo el arzobispo Faustino con un asentimiento de cabeza.
-Somos Templarios, no espías.
-Si, si. Ya se lo que me va a decir-intervino rápidamente- Veréis, si se confirman nuestras sospechas y allí reside lo prohibido, se debe arrancar de raíz ya mismo. De un día para otro puede que ya no estén las pruebas para acusar al Diadoco. Créeme, si Leonardo no nos pagara el Diezmo, ni nos hubiera ayudado a menudo, hace tiempo que hubiéramos acabado este asunto con o sin pruebas, siendo culpable o no.
-Aún así no hemos sido entrenados para ser espías, señor.
El arzobispo rió.
-Veo que te preocupas por los tuyos, bien, bien. Veamos, pasado mañana sabemos que va a celebrar una fiesta, a la que están invitados otros diadocos de Italia, e incluso de otras partes de Europa. Hace poco arrestamos a un tal Danilo y Genoveva, una pareja noble profana que se dirigía hacia Florencia con motivo de la reunión convocada por Leonardo, debido a que no quería mostrar a los guardias sus pertenencias antes de entrar a la ciudad. Venían desde lejos, de Iberia o Portugal. El caso pasó a la Inquisición y encontraron mucho dinero entre sus posesiones. Tanto como para poder comprar un par de ciudades. Tras unos breves interrogatorios confesaron que iban a comprar armamento prohibido en la supuesta fiesta del diadoco Leonardo. Pero, en confianza, la Inquisición puede hacer confesar a alguien hasta las acusaciones más falsas. Yo os daré los pergaminos de nobleza de los dos diadocos arrestados, ahí están los sellos de familia que os deben permitir la entrada. No creo que tengáis problema, pues no creo que Leonardo haya visto en persona a esta pareja. Paseaos por el palacio y si no hay nada sospechoso bien y si lo hay…¡Estarían traficando con el fuego prohibido delante de nuestras narices!Supongo que saréis lo que hacer. Esta noche podréis dormir en la Basílica. Cenaréis temprano, en compañía del decani y algunos armaturas. Si esto sale bien, bueno…puede que haya ascensos para alguien. Podéis retiraros.

Ese alguien seguramente era él, lo veía en sus ojos.
El anciano Mónaco nos guió a las habitaciones donde pasaríamos la noche para que dejáramos los equipos. Una habitación para cada uno. Una para mí solo, aquello era para mí un lujazo. Como quedaban unas horas para la cena, me quité el peto y me tiré en la cama, estaba muy cansado. La habitación era iluminada por la luz que entraba por un ventanuco demasiado pequeño, por donde ni siquiera podría salir una persona. Me quedé dormido con los últimos escasos rayos de sol de ese día. Fue complicado hacerlo, la colcha picaba mucho.
No dormí mucho. Mientras lo hacía me sentía amenazado, observado. Me erguí de cintura para arriba de repente empuñando mi daga, la cual guardaba siempre debajo de la almohada sobre la que dormía en viajes. Detuve la trayectoria del arma justo antes de clavarla en una silueta oscura recortada por la luz lunar que entraba por la pequeña ventana. La figura se encontraba sentada en el lado izquierdo de mi cama. Respiré descompasadamente por el susto, y aunque no veía muy bien quien era, sentí su familiar presencia.
-¿Es que te has propuesto matarme a sustos Amelia? ¿Cómo has entrado?-dije echándome otra vez en la cama recuperando el ritmo respiratorio.
- Estaba abierto. El decani de la Basílica nos reclama a la mesa para la cena-dijo ausente y preocupada.
-¿Qué te ocurre? ¿Te pasa algo?
-Tu brazo…

Me levanté de un salto y busqué los paños bendecidos y escritos con oraciones para enrollar y tapar totalmente mi brazo izquierdo, como siempre hacía antes de colocarme la placa de armadura aunque nunca lo había hecho delante de alguien.

-¿Qué te pasó?-dijo algo angustiada.
-Nada, no me pasó nada, era algo que me merecía y ya está-comencé a enrollar más rápido las vendas.
-Pero…todas esas cicatrices son horribles. Parecen hechas por un intenso odio irracional-se levantó y me miró a los ojos, estaba claro que estaba triste. La luna bañaba sus castaños cabellos y vestía un traje blanco. Si no fuera por el hecho de que no tenía alas, juraría que allí mismo había un ángel. Parecía frágil y delicada, muy femenina, nunca la había visto así. Creo que fue la primera vez que pensé en ella como mujer. Sentí sus ojos clavados en mí y no lo soporté.
-Tuve una infancia difícil, como cualquier niño de este mundo.-balbuceé.

Nos quedamos en silencio, y su respuesta fue un sentido y profundo abrazo en la oscuridad.

-Te comprendo-me susurró débilmente al oído.

Y yo se lo agradecía de corazón.

__________________________________________________________
*En latín, frase inicial del salmo 115(113B), que es usado por la orden del Temple como lema y que significa “No a nosotros, sino para la gloria de Tu nombre.”

miércoles, 28 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XV)

Todo a su tiempo. Todo a su tiempo. Todas las preguntas acabarán con respuestas. Algunas esperanzarodas y otras, terribles. No tengáis prisas por contestar todo tan rapido, asimilad lo que ya sabeis antes de dar el siguiente paso.
Los tarados que están encerrados conmigo se están cansando de mí, se quejan sobre todo del ruido de la pluma al escribir y del quinqué encendido. Casi intentan llegar a las manos conmigo, dicen que no pueden dormir...bah, como si se pudiera dormir aquí en este frío suelo de piedra. No me he andado con ninguna diplomacia ni dialogo con ellos como hubiera hecho hace muchos años cuando era un jóven estúpido, sino que rápidamente le he partido la nariz al más grande de ellos yéndose así el resto a dormir, susurrando sobre quién es el chalado que se las da de listo solo porque sabe escribir y no deja dormir a nadie. No tienen ni idea de con quién se estan metiendo. Todos se las dan de macho por sus crímenes y herejías contra la Iglesia, pero para mí eso se traducía en ser cobardes. Porque no es facil enfrentarse a la Iglesia, no...pero si de verdad fueran tan valientes como se creen habrían ido a combatir al Señor de las Moscas, a sus enjambres demoníacos, a las Tierras Marcadas a luchar por un mundo que se debate entre la vida y la muerte, ir a ayudar a inocentes en una tierra de pesadillas. No...ellos eligieron el camino fácil, y se las dan de valientes. Y es cierto que soy un hereje como ellos, pero a mi entender, yo soy más un hereje para la Iglesia Angélica que para el mismísimo Dios.
Además, no es mi culpa que quiera aprovechar mi tiempo antes de morir. Allá ellos.

Yo...continúo escribiendo.

Aquel día nos fuimos a dormir temprano, pues pronto se decía que se nos iba a encomendar la primera tarea, y no podíamos estar más nerviosos.
Me desperté de inmediato justo antes de la hora en la que debíamos presentarnos para la primera misión. Parecía que mi cuerpo estaba programado para saber cuando debía despertarme. En mi celda hacía un viento gélido horroroso así que me vestí rápidamente, cogí mi espada y la armadura aún nueva de la Orden, y salí a la calle corriendo para entrar en calor. Entre las tiendas de campaña pude ver a Duncant y a Amelia dirigirse juntos al punto de encuentro. Me fijé en que iban vestidos un poco frescos para el frío que hacía, sin embargo, hablaban animadamente y riendo. Me uní a ellos.
-Buenos días.
-Ya veremos si son buenos-dijo Duncant riendo.
-¿Acaso no tenéis frío?-le dije un poco pasmado, llevarían unas camisas finas o dos encima sin mangas.
-No-respondió Duncant., y con un tono intencionado dijo-¿Y tú, Amelia?
Se le podía ver que contenía sus temblores.
-Ni pizca-contestó ella.
-Bien, voy a recoger mi espada, la dejé en el afilador. Ahora vuelvo.
Cuando se alejó, Amelia me abrazó con tantas ganas, que me hizo daño, y gritó en voz baja.
-¡Qué frío ostias!
-¿Por qué no os habéis puesto más ropa?
-Es una apuesta entre Duncant y yo. Y Dios sabe que no se lo voy a poner fácil-dijo agitando el puño-No lo entenderías, tú eres un blandengue.
- ¿Qué sois niños pequeños? A veces me pregunto si Duncant y tú no sois más que niños recuperando el tiempo perdido.
Ella comenzó a tiritar y a temblar como una loca.
-Alguna vez tienes que reconocer que has perdido-terminé diciendo.
Ella me miró como preguntándose si lo que yo había dicho era una broma. Finalmente se dio cuenta de Duncant volvía, así que me empujó con fuerza apartándose de mí dejando de temblar y vistiéndose con una sonrisa.
-¿Nos vamos?-dijo ella ocultando sus temblores.
-Vamos-replicó el observando su recién afilada espada.

Ya estábamos en el punto de encuentro. Estábamos en fila todos. Ilse, Alejo, Jacob, Jacqueline, Johan, Amelia, Duncant y yo. Faltaba el noveno, Gorke. Llegó a nosotros a horcajadas de un fantástico caballo de guerra. Detrás de él traía otros ochos caballos atados. Comenzó a darnos a cada uno las riendas de los caballos.

-Alejo, para ti Santo, Jacqueline, éste es Fraternidad. Jacob tuyo es Templanza. Ilse, para ti Castidad. Johan, Mansedumbre. Isaac, para ti Humildad. Duncant, Generosidad, y para Amelia Diligencia. Yo llevo a Espíritu.

Montamos y Gorke empezó a trotar haciendo revista de nuestra pequeña compañía montada.

-¡Compañía! Se nos ha encomendado una misión muy importante desde Roma Aeterna.

Desplegó un gran pergamino con un retrato de un hombre. Jacob se movió incómodo al ver el retrato. Gorke continuó.
-Éste es Leonardo Marini. Un noble muy conocido en Roma por su fama de intermediario entre los nobles y la Iglesia, que ahora vive en su palacio de Florencia. Este noble es un gran mercader que en los últimos años se ha hecho muy rico con unos negocios desconocidos. Casualmente se incrementaron en los últimos años los disturbios con armas de fuego. Creemos que vende en mercado negro tecnología prohibida, pero no está asegurado. Tenemos orden de desmantelar el chiringuito, pero antes tenemos que asegurarnos que eso es verdad. Si no, ya se habrían encargado de eso la Inquisición. Si se confirman nuestras sospechas, puede que haya un combate movido. Muy bien. Poneos estas capas, hará frío por el camino ¡En marcha compañía! ¡Largo camino nos queda!
Nos pusimos las pesadas capas negras, con una gran cruz templaria blanca plasmada, y nos pusimos las capuchas. Los nueve jinetes negros salimos trotando hacia Florencia. Nos abrieron la puerta de la empalizada y Gorke desenfundó la espada, gritando al cielo mientras encabezaba la Compañía, cuyos miembros cabalgaban flameando sus capas con furia.

No recuerdo exactamente cuánto cabalgamos, pero si sé que después de aquello prefería estar de pie. Nunca había imaginado lo fatigoso que podía ser ir a caballo. Trotábamos por una parda estepa mientras el sol se ponía en el horizonte, cuando Gorke dio la señal de hacer un alto para descansar.
-Aquí descansaremos muchachos. Os aconsejo que deis un paseo para estirar las piernas, os sentiréis mejor.
Ese consejo resultó ser milagroso. Creía que tumbándome se me pasaría el entumecimiento de las piernas, sin embargo fue andar lo que me hizo sentir mejor. Duncant cuidaba de Generosidad, su caballo, que bufaba de cansancio. Le daba palmadas de ánimo y le limpiaba con un poco de agua. Generosidad…el nombre del caballo describía perfectamente a su jinete. Me preguntaba si lo habían hecho intencionadamente. Me dí cuenta de que mi caballo, Humildad, estaba más o menos en el mismo estado que el de Duncant, así que fui a alimentarlo y cepillarle la crin, si no… ¿Quién lo haría? Parecía que los demás no se habían percatado de que nadie iba a cuidar de sus caballos. Humildemente yo tampoco, hasta ahora. Gorke había llevado a Espíritu a algún riachuelo y Amelia había ido a cazar algo de comer para que no tuviéramos que echar mano de las provisiones tan pronto. Empecé a buscar leña mientras los demás montaban un pequeño campamento, y seguí pensando en los caballos. Me habían impresionado estas bestias tan nobles. Espíritu, Santo, Templanza, Mansedumbre, Castidad, Generosidad, Humildad, Diligencia y Fraternidad. ¡Raros nombres para unos caballos! Me pregunté si el nombre de cada caballo describía tan bien a su jinete como pasaba con Duncant.
Llegué al campamento cargado de ramas secas. Los demás me esperaban, pues comenzaba a hacer otra vez frío. Recordé que la primavera se aproximaba. Cuando solté las ramitas el grupo estaba hablando, creo que de ángeles. Por supuesto no era la primera vez que oía hablar de estos seres divinos y de mucha gente que los habían visto, tantas personas hablan de ellos, que deben de existir de verdad. Sin embargo, nunca había visto un ángel durante mi corta vida. “Ya habrá tiempo” pensé, olvidando el tema. Seguidamente comenzamos a hacer un fuego. Me eché mi manta sobre mis hombros y descubrí que no abrigaba demasiado. O hacía mucho frío, o yo era demasiado sensible a las temperaturas. Pareció ser que fue lo primero. Me obligué a distraerme y comencé a observar a Humildad. Johan cerró su Biblia Angélica con fuerza delante de mis narices para sacarme de mis pensamientos.
-Bonitos caballos ¿eh? Los mejores de la Orden. Las 7 virtudes y el Espíritu Santo.
-¿Las 7 virtudes?-le pregunté haciendome el tonto. Claro que sabía lo que era, me lo enseñó el Pater Brahms, pero no tenía ganas de hablar.
-Claro-respondió Johan-Las 7 virtudes que contrarrestan los 7 pecados.

Una vez más Johan me demostró que a pesar de su pinta andrajosa y su leve locura, era algo cuerdo. Depués de pensarlo un rato le pregunté:

-¿Crees que el nombre de los caballos describe a su jinete?
Johan cerró los ojos y abrió la boca para contestar pero Ilse paso por nuestro lado contestando con una sonorosa carcajada contagiosa e ininterrumpible.
-Pobre Isaac, créeme que no. Mi caballo se llama Castidad,y te digo yo que no describe en nada a su jinete.
Dicho esto se desnudó y se fue al pequeño río que había próximo al campamento. Yo me tapé los ojos alarmado y casi hiperventilando por la situación.
Al fin prendimos la hoguera y nos acercamos a ella. Fue una sensación muy reconfortante, sin embargo soplaba el viento frío del noroeste y eso nos seguía fastidiando. Todos nos pegábamos al fuego mientras comíamos algo. Después de eso nos cubrimos con las mantas e intentamos que la comida no nos sentara mal. Alejo e Ilse aguantaban el frío con las mantas. Jacob estaba de pie un poco alejado del campamento y miraba al cielo. Solo llevaba unos finos pantalones y pesadas botas, nada más, y no parecía importarle el frío. Sin embargo Jacqueline, a pesar de llevar su manta temblaba desmesuradamente, no podía verle la cara debido a que estaba cabizbaja y su pelo caía en cascada sobre su rostro. Sólo Amelia temblaba más que la muchacha francesa.
-Amelia, ¿es posible que tengas frío? ¿Tú, Amelia la Imbatible?-le dije con sorpresa sarcástica.
-¡Isaac eres idiota! ¡No encuentro mi manta! O se me ha olvidado o la he perdido por el camino. Aparta, échate a un lado y déjame un poco de de la tuya.
La manta era bastante grande para los dos, así que no hubo problemas, eso sí, estábamos demasiado pegados, y eso me ponía de los nervios, sin embargo…fue algo agradable, no sé si por que se me pasó el frío, o por estar a su lado. En este tipo de situaciones me quedaba mudo, y esta vez no iba a ser una excepción.
Amelia cabeceaba ya del sueño cuando Duncant se acercó a la hoguera. Nos miraba con aire ausente y parecía que lo que veía le entristecía. Siguió observando el campamento y, cuando se percató de los temblores de Jacqueline, le colocó su manta sobre los hombros con cuidado. Ella dejó de temblar y miró cómo Duncant se alejaba lentamente. Pude ver como le brillaban los ojos a ella detrás de su pelo. Duncant se tumbó sin manta y cerró los ojos. Después comenzó a tantear a su lado con una mano como por instinto, como buscando un cuerpo a su lado, el cuerpo del ser amado que no tuvo más remedio que dejar atrás. Pude escuchar como Jacqueline le decía a la creciente oscuridad débilmente.
-Merci.


Él nunca podría corresponderla. Su verdadero amor había muerto en aquél patio de arena.

martes, 27 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XIV)

¿Realmente no me daba cuenta?¿O inconcientemente no me quería enterar?
Sospecho que no me cabía en la cabeza el pensar que una muchacha podría interesarse por mí y menos aún amarme.
¿Por qué iba alguien a interesarse por mí?¿Qué es lo que podía tener de especial y atrayente?
Nada.

Continúo escribiendo.


Pasó una semana desde que llegamos a los barracones del cuartel, y se nos obligó ya a presentarnos ante nuestro armatura y formar filas. Dejamos nuestras cosas en nuestras celdas y volvimos al campamento a nuestra zona de despliegue. Fuimos tan rápido que debíamos llegar los primeros. Sin embargo, llegábamos los últimos. Había una muchacha esperando, sentada en una enorme roca, el perfil de su cara estaba oculto con una cortina de largo pelo, negro como una noche sin estrellas, pero iluminada por la blanca nieve. Parecía triste, de sus caderas colgaba dos espadas cortas gemelas. A su lado llegaba Johan ¿Estaba leyendo una Biblia? (Johan antes de entrar en los Templarios Negros había sido un erudito Mónaco, y aún lo seguía siendo, fuera de su tierra) ¿Acaso no se le ocurría hacer otra cosa ahora? Seguido llegaba un hombre totalmente rapado y musculoso, tatuado hasta el cráneo. No llevaba nada encima de cintura para arriba y arrastraba por la nieve la punta de un enorme espadón. Sentado en el suelo había un chico pecoso y pelirrojo, que guardaba algunos instrumentos de primeros auxilios. De un árbol próximo colgaban dos finas piernas, de una chica embutida en una armadura de cuero, que recogía su pelo en una larga trenza, mientras vigilaba que no cayera su espada de la rama en la que estaba subida. Allí esperamos en silencio al armatura.

Pasaron minutos, y nadie parecía que fuera a venir por nosotros. De repente vi una cara conocida y me alegré de poder acabar con ese incómodo silencio que se estaba produciendo entre los que esperábamos. Era el hombre que conocí en el “Capa y espada” cuando aún era un aspirante a entrar en la Orden, el que bebía como un cosaco. La noche en que le conocí estaba bastante hecho polvo. Le veía mucha mejor cara que aquella noche, la verdad es que bebía mucho. Jamás pensé que le volvería a ver. Aunque...él me dijo que nos volveríamos a ver. Me adelanté a él.
-Hola-me di cuenta de que nunca me había dicho cómo se llamaba-Hoy tienes mucho mejor aspecto, la verdad es que estabas hecho una pena el otro día, supongo que después de todo no eres un deshecho humano. Hasta veo que te has afeitado-y empecé a reírme esperando que estuviera de buen humor.
Él abrió mucho los ojos por el reencuentro, o por la sorpresa no se, o por...¿indignación?
-Muchacho, voy a ignorar esto porque me caes bien ¡Templarios! ¡Formen filas! ¡Recuento de tropas!
Deseé meter la cabeza en la tierra. ¿Aquel borracho era nuestro armatura? Todos formamos filas. Ahora que me daba cuenta, nuestro compañía era demasiado pequeña ¡Solo éramos 8 Templarios!
-Muy bien-Carraspeó, parecía que interpretaba un papel de tío duro que en realidad no era-Soy Gorke, vuestro armatura. Os preguntaréis por qué habéis caído en una compañía en vez de engrosar las filas del ejército de infantería. Es porque la Iglesia Angélica, espera lo mejor de nuestra Orden. Porque la Orden del Negro Temple quiere demostrar, que la humanidad puede luchar por la causa de Dios tan bien y con tanta fe como sus ángeles. Que podemos luchar con ellos codo con codo y a la vez sin ellos. Que la humanidad no está realmente acabada y desamparada.¿Está la humanidad realmente acabada?
-¡No!-gritamos a la vez.
-¿Necesitamos que los ángeles velen por nosotros?
-¡No!
-¿Necesitamos misericordia aunque sea del mismísimo Dios?
-¡No¡

El tal Gorke sonrió satisfecho.
-Entonces seremos los mejores. Nos veremos aquí mañana a la misma hora, descansad lo que podáis ¡Rompan filas!

Nos fuimos y nos separamos de los demás. La muchacha de pelo oscuro se fue con el hombre tatuado mientras que el resto se dispersaba. Amelia, Duncant y yo nos fuimos juntos, pero a cada paso que íbamos nos dábamos cuenta de que no sabíamos a donde ir. Duncant me pegó un codazo.
-Mira-dijo señalando con el dedo.
Seguí la trayectoria del dedo y vi a la chica de pelo oscuro. Finalmente se iban todos juntos. Ella nos miraba y nos hacía gestos para que nos uniésemos a ellos. Por supuesto, eso hicimos.
Al final, en vez de dispersarnos, nos fuimos todos juntos. El hombre tatuado (un auténtico armario) iba en cabeza y nos guió al campamento. Se acercó a un puesto de madera donde hervían muchos cazos y ollas repletas de comida. Al llegar el hombre que removía los cazos de comida se dirigió al hombre tatuado.
-Hombre Jacob. ¿Cómo tú por aquí? Pensaba que ya habías diñado.
El aludido gruñó. Y el cocinero volvió a hablar.
-Debería dejar de apostar a ver cuando vas a palmar. Siempre pierdo. Eres un hueso duro de roer.
Él volvió a gruñir. Esta vez dos veces.
-Eso está bien-respondió el otro-Ahora os pongo algo de comer.
Nos sentamos en círculo alrededor del fuego. Y comenzamos a comer distraídos. Fue la chica de pelo castaño cobrizo, que jugando con su larga trenza castaña comenzó a hablar.
-Nos presentaremos. Soy Ilse. Y fui nombrada Templario Negro el año pasado y soy de Roma. Vivía como vagabunda en la Ciudad del Vaticano, así que ingresé por mi propia cuenta en la Orden, el poder comer a cambio de arriesgar mi vida en batalla, me pareció justo. Este último año me adiestraron para ser la exploradora de una de las escuadras. Dicen que tengo una vista muy aguda, pero qué sabrán ellos. No pueden ver lo mismo que yo.

Ilse calló y pasó un palo al compañero de su derecha, el muchacho pelirrojo.

-Te toca Alejo.
Él muchacho cogió el palo y habló.
-Bueno. A mí me abandonaron en la puerta del Negro Temple, y por eso estoy aquí. Soy el sanitario, médico o cirujano. Me da igual cómo lo llaméis. Puedo curaros sin demasiada tecnología y lo justo para manteneros vivos hasta la llegada de un Rafaelita. Por eso me llaman Alejo, significa “el que repele el mal”.

Muchas veces me pregunté como se ponían los nombres aquellos que habían sido abandonados en el Temple nada más nacer. Al final resultó que se lo ponían ellos mismo o entre ellos y no la Orden. Fue una suerte de que yo tuviera conciencia de saber mi nombre (al menos uno de ellos) cuando entré en los Templarios Negros. Aunque en realidad…es el único nombre del que me acuerdo.
Alejo pasó el palo al compañero de su derecha tal y como había hecho Ilse. Le tocaba a el hombre que tenía tatuado el torso y el cráneo rapado. Parecía no tener frío a pesar de la nieve. Él, en vez de hablar, gruñó como ya había hecho. La chica de pelo oscuro, que miraba hacia el suelo, habló con un acento que delataba su procedencia francesa.
-Él es Jacob. Él…bueno, no puede hablar. La Inquisición le arrancó la lengua debido a un asunto...algo que nunca debió ver. También se demostró pertenecía a la organización de los Petirrojos, aun así se le perdonó la vida, pero cumple condena sirviendo a los Templarios Negros con su enorme espada bastarda. Muy útil.
El tal Jacob gruñó dos veces clavando el enorme espadón en el suelo.
-Dos veces significa “sí” o que está de acuerdo.
Jacob pasó el palo a la muchacha francesa.
-Y-yo me llamo Jacqueline. Soy hija de un noble con tierras en Francia. Estoy aquí por una tradición familiar. El primogénito hereda para gobernar el reino por Dios. El resto se hacen clérigos para hablar por Dios. Y el hijo menor es enviado a luchar por Dios, para limpiar los pecados de la sangre de mi familia y así prosperar. Yo soy la menor. Destaco por poder interpretar las sutilezas del comportamiento humano y en combate por poder complementar a Jacob en la agilidad y corto alcance que no posee.
Amelia habló rompiendo el protocolo del grupo.
-¿Qué hacemos nosotros?
-Oh, vosotros sois lo más importante. Sois la unión, la verdadera fuerza, el número y la mente. Por así decirlo sois la verdadera compañía. Nosotros somos el grupo de apoyo. ¿Cómo os llamáis?
Ahora habló Duncant.
-Él es Johan, él Isaac, ella Amelia y yo Duncant.
No pude evitar darme cuenta de que Jacqueline no dejaba de mirar a Duncant, aunque intentaba disimularlo con su pelo. Además, caí en la cuenta de que algo no cuadraba ¿Qué coño eran los Petirrojos?

jueves, 22 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XIII)

No juguéiz, si no queréis ser juzgados. O al menos eso dicen los antiguos textos bíblicos.
Me temo que en ese momento juzgamos mal a nuestro futuro armatura. Ni siquiera le conocíamos en ese momento.




Depués de aquella noche, abandonamos los campos de entrenamiento (¿o debería decir adiestramiento de ganado?), que la verdad, no me dio ninguna lástima, ni los recordé en algún momento de mi vida con nostalgia. No hace falta que explique el por qué. Formamos una caravana con nuestras escasas posesiones y los recién nombrados Templarios Negros nos mudamos, por así decirlo, al cuartel que hay al lado del gran templo perteneciente a la Orden, en Roma. Íbamos justo en el centro de la caravana, y hacía un frío de mil demonios. Lo peor es que más tarde comenzaría a nevar, lo que hizo que acelerásemos la marcha. Miré hacia atrás y sentí algo extraño, reconocía a mis hermanos de armas, pero no parecían los de siempre. Todos estábamos fatigados, pero manteníamos el ritmo. Al volver la vista al frente vi a Johan lejos sacando a escondidas una petaca, bebiendo de ella a ratos. Él era uno de los desgraciados que habíamos caído en la 6ª compañía. ¿Quiénes serían los demás?

Al fin se veía en el horizonte una gran empalizada, por fin llegamos al cuartel. Escuché los gritos de hombres y gruñidos en el interior de la empalizada, anunciando nuestra llegada y abriendo las puertas. Nada más entrar había montado todo un campamento que, si tenía un orden, no lo aparentaba en absoluto. Las tiendas estaban totalmente desorganizadas, pero había un ambiente más agradable y lleno vida que me sorprendió. Supongo que la gente cuando arriesga su vida continuamente vive cada día como el último, pues aquel campamento que se desplegaba ante mis ojos era un caldero hirviente de vida. Los Templarios Negros comían y bebían, jugaban a los dados, se escuchaban instrumentos y canciones (todo esto se podía calificar de pequeñas herejías) y había hombres y mujeres con una actitud algo romántica, aunque lo intentaban disimular (los Templarios Negros no pueden tener ningún tipo de relación entre ellos, ni física ni sentimental, ya que eso los desconcetraría y no les haría imparciales y objetivos, ante todo, estabamos al servicio de Dios) . Pero claro, como en todos los ejércitos, hay indeseables. Se podía percibir en el ambiente constantes peleas. Cuando pasábamos entre los veteranos nos miraban como un trozo de carne nueva, sangre fresca para la Orden. Comenzamos a buscar nuestras celdas, o mejor dicho, el sucio lugar donde íbamos a pasar las noches que no estuvieramos de campaña.

-Aquí es. Ésta es la nuestra-dije después de atravesar casi todo el barracón. Amelia dudó y arqueó una ceja.

-¿Cómo coño sabes que es aquí?

Mierda...en aquél momento creía que me matarían. Duncant sonrió y habló dando golpecitos sobre una placa colgada en la pared de las celdas mientras yo me retorcía en mi inquietud

-Porque lo pone ahí. Por lo visto Isaac sabe leer y supongo que escribir.

-¿Pero qué demonios?-dijo encarándose hacia mí- Pero eso está prohibido ¿No?. Solo el clero sabe leer-juro que creía que Amelia me iba a matar allí mismo. Duncant salió al rescate, como siempre.

-Bueno, de hecho, yo también sé leer.- dijo en un leve susurro audible solo para nosotros.

Ahora estaba más aún enfadada.

-Malditos tarados ¡Estáis locos! ¡¿Es que queréis que nos persigan como herejes?!¡No tenemos derecho a eso!¡No quiero saber nada!-comenzó a decir gritando suavemente, lo cual yo agradecía, Amelia tenía buenos pulmones para gritar y siempre parecía hacerlo cerca de mi oído. Al final suspiró girándose y nos miró con los ojos entrecerrados.-Yo también quiero ¿Me enseñaríais?

Me sacaba de quicio...al igual que yo a ella.

Duncant respondió rápidamente.

-¡Claro que sí! Te enseñará Isaac.-dicho esto me golpeó la espalda dándome ánimos, aunque no sabía para qué, y se metió en la camareta con una carcajada.

Nos quedamos solos ella y yo.

-¿Me enseñarás a leer y escribir?

-Claro, si quieres...pero ¿Dónde?

-Tendrás que enseñarme a escondidas.-escupió con un bufido, como si no le agradara nada la idea.-Tenemos una semana antes de presentarnos ante la compañía y al armatura.

Así comenzamos una rutina unos pares de horas diarias. Nos encontrábamos a escondidas en la orilla del río Tíber cerca de los barracones. Allí cogíamos una rama o algún palo errante y escribíamos en la tierra o en la arena preferiblemente. Si alguien preguntaba, estábamos entrenando, o simplemente no preguntaban y sacaban conclusiones precipitadas de lo que hacíamos allí nosotros dos solos. Pero la verdad, es que solo aprendíamos a leer y a escribir, nada más.
Lo cierto es que Amelia le puso ganas y aprendía rápido. Empezamos con la escritura inglesa, idioma que sabe hablar todo europeo por estas fechas, desde que se convirtió en la lengua común, pero el escribirlo es un privilegio que está reservado para la Iglesia. Después le enseñé un poco de latín, el lenguaje del clero.

-Los siete pecados serían: luxuria, gula, avaritia, acidia, ira, invidia et superbia. Escríbelos.

-¡Ya sé escribir los siete pecados capitales!-se cruzó de hombros disgustada-¿Y si me enseñas a escribir algo importante?

-¿Algo importante?¿Te parece poco importante saber los pecados y virtudes en latín? Aparecen en multitud de textos...

Me callé, me estaba ignorando completamente, incluso hacía una imitación burlesca de mí mientras hablaba.

-¡Bien! Pues entonces dime qué demonios es más importante que saber escribir las normas y mandamientos en latín y en inglés.

-Pues saber expresar...te quiero, por ejemplo.

-¡No te vas a encontrar eso en ningún texto ni cartel de la Iglesia!

-¡A la mierda la Iglesia!

Suspiré, la verdad es que podía saber escribir y entender cualquier cosa referente a la Iglesia Angélica (castigos, penas de muerte, mandamientos, normas...), pero nunca me enseñaron a escribir "te quiero". ¿Para qué me iban a enseñar algo así? A la Iglesia no le servía de nada enseñar a escribir o leer eso.

Tras meditarlo un rato, le expliqué como se escribía, y ella escribió en la arena, delante de mis pies, en latín, en vez de en inglés.

"Vos amo"

-Es correcto.- dije finalmente tras echar un vistazo.

Amelia suspiró amargamente, como maldiciendo en su interior. Pobre Amelia, en aquél momento yo era insultantemente ingénuo.

Y yo me digo ahora lo que ella siempre me ha dicho.

Isaac...eres idiota.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XII)

En ese momento nos creíamos por encima de todas las adversidades, incluso por encima de seres divinos y demoníacos. Juntos, los tres, nos creíamos invencibles, atados con fuertes lazos de amistad que nos protegían los unos a los otros. Seríamos hasta capaces de cambiar el mundo. Juntos no conociamos el sentido de la palabra "imposible".

Pero Amelia no sabía lo que iba a pasar cuando dijo eso. Yo tampoco.

Sigo escribiendo, estábamos en el "Capa y Espada" ¿no?

De entre la jovial y alegre multitud de la taberna se fue aproximando Johan. Éste hombre, recién nombrado Templario Negro, al igual que todos nosotros, era realmente conocido por sus hermanos de armas, y por supuesto, eso nos incluía a nosotros. Pero no destacaba por ser un gran soldado o nada por el estilo, sino más bien porque…estaba majara. Pero Johan era tan extraño que mostraba una sorprendente lucidez en asuntos de religión y fe. Su aspecto, como siempre, dejaba mucho que desear. Era bajo, no tenía un cuerpo atlético, pero se mostraba jovial y fuerte si la situación lo requería. Su pelo era más o menos rizado, de un oscuro intenso que brillaba de lo grasiento que estaba. Realmente no puede decirse que su pelo fuera rizado. Tenía unas cejas espesas y una barba de tres días, y su piel era morena, signo de los trabajadores. Había algo que le caracterizaba, y eso es que sonreía ¡Siempre! Pero no era una sonrisa fraternal como la de Duncant, sino más bien nerviosa. Reía a carcajadas y parecía feliz con cualquier cosa. La verdad es que su aspecto me daba miedo.
Iba saludando a todos y todos le saludaban. Finalmente con tres jarras de cerveza llenas se acabó sentando en el sitio libre que había en nuestra mesa.
-¡Saludos hijos del Señor alabado sea Su nombre y bienaventurados hermanos míos!-le hubiera quedado bien el saludo si no fuera porque sus ojos parecían que iban a salir de sus órbitas y porque se había quedado sin aliento de lo rápido que lo había dicho. Además lo dijo con un tono que no me acababa de convencer de este saludo.
-Saludos Johan, te pediría que te sentaras con nosotros, pero veo que te has adelantado a mis ruegos-saludó Duncant con una sonrisa.
Johan le dio un fuerte golpe en la espalda que me dolió hasta a mí.
-¡Dios ha escuchado tus ruegos, pequeño!
-¿Qué te trae hasta aquí?-le pregunté
-¡Oh! Nada mi querido Isaac. Solo busco a mis compañeros de escuadra. ¿No os habrá tocado la 6ª compañía de Templarios Negros no?
-Pues…si
-¡Alabado sea el Señor!¡He aquí a mis compañeros¡-gritó mientras recogía nuestras cabezas y las juntaba para comenzar a besar nuestros cueros cabelludos-¡Habéis tenido suerte!¡Dios me ha enviado para protegeros y evitar vuestros males en la batalla!¡Seremos la mejor escuadra de Templarios Negros!
Parpadeé incrédulo.
-¿Dios te ha enviado a protegernos y salvarnos de nuestros males?- le cuestioné a Johan intentando buscar su rostro, debido a que tenía la cabeza aprisionada por sus brazos.
-Si. Creo que Dios está un poco chalado.- contestó muy serio.
Al decir esto último liberó nuestras cabezas y empezó a beber sus jarras de cerveza una detrás de otra. Luego continuó hablando:
-¡Y más nos vale ser buenos soldados, nos ha tocado ni más ni menos un armatura de dudosa reputación! Dicen que perdió todo un regimiento de Templarios Negros en una simple misión. ¡El mejor de toda la orden!
Amelia intervino esta vez.
-¿Quién es? ¿Cómo se llama ese armatura?
Johan pareció dudar.
-Gurk, no, Guork…No, espera ¿Gor? No, joder así no era. Esperad.

Más allá de toda lógica Johan se puso a rezar. Había cerrado los ojos y gesticulaba la boca, tal vez pidiendo a Dios ayuda para recordar el nombre del maldito armatura. La verdad preferiría que Johan se quedara rezando toda la noche. Cuando no rezaba era realmente una persona hiperactiva, tenía los ojos abiertos como un búho, y los movía continuamente. Además su sonrisa se graduaba irregularmente, a veces mostraba todos sus dientes malsanos, a veces no.
-¡Ya lo recuerdo! ¿Vas a beberte eso? ¿No, verdad?-Inmediatamente se apoderó de mi jarra, la más llena de la mesa, mientras yo me quedaba atónito pues creía que iba a escupir el maldito nombre.
Una vez acabada la jarra nos miró como si no nos conociera. Amelia volvió a preguntar.
-¿Y bien? ¿Recuerdas el nombre del armatura?
-¿Qué armatura?-juro que lo dijo totalmente perplejo.
-¡El de nuestra compañía garrulo!- Amelia expresaba toda mi impaciencia por algo que ya no sabía por qué era importante, después de todo, no era más que un nombre.
-Te lo diré…si me concedes este baile- Johan intentaba realizar un guiño, pero no conseguía hacerlo y cerraba los dos ojos a la vez.
Amelia arqueó una ceja.
-¿Qué tal mi cerveza?
-¡Te quieeeeero!-dijo agarrando la jarra de Amelia con ansia-¿Habéis oído los rumores de guerra? Dicen que Lisboa piensa volver a negarse a la Igle... ¡Gorke! Si…Gorke se llama el armatura.
Miró al cielo y le agradeció al Todopoderoso el poder recordar el nombre. Después miró a Duncant.
-Duncant ¿Me das tu cerveza?
-Creo que has bebido suficiente.
Johan le volvió a machacar la espalda a Duncant con un tortazo de compañero mientras se levantaba.
-¡Nunca es suficiente para mí! Me voy. Lo siento Amelia, otro día bailaré contigo. Sé que lo deseabas, de veras-ahora hacía morritos con la boca llena de espuma de cerveza.
-Ya…anda lárgate tarugo- Amelia, como todos nosotros, estaba deseando que se largara ya, aunque en realidad, Johan no era tan mal tipo.

Cuando se alejó nos volvimos hacia el fondo de nuestras jarras, callados. Un pesado silencio se abrió entre nosotros a pesar de la fiesta que se desencadenaba a nuestro alrededor. Nuestro final se aproximaba a pasos agigantados. Íbamos a ser enviados a la escuadra que realizaba las misiones más peligrosas y, francamente, la total aniquilación de la anterior promoción no nos acababa de alegrar el día. Era como si esperáramos nuestra muerte, una muerte próxima y cercana.
Al fin abrí la boca para acabar con el incómodo silencio.
-Bueno, entonces, por lo que he entendido de todo esto es que nos ha tocado el peor sargento de toda la Orden. Gorke. Perdió a toda su compañía en una simple misión. Y no una escuadra cualquiera, la 6ª compañía, la mejor de la orden. A la que vamos a ir a parar nosotros. ¿Qué opináis?
Nadie dijo nada durante unos largos segundos. Amelia clavó su daga en la mesa con fuerza.
-¡Ni hablar! Aunque ese tal Gorke mande a la ruina nuestra escuadra, si estamos juntos, superaremos cualquier estupidez suya.
-Entonces no nos queda otra-dijo Duncant.-Estaremos más unidos que nunca. ¿Estáis conmigo?
-¡Si!-dijimos al unísono.


Hicimos mal al en juzgar a quién todavía no conocíamos...

lunes, 19 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XI)

“La empuñadura de mi espada es mi cruz
La hoja de mi espada es mi fe
La danza de mi espada es mi oración

Mi espada purificará al impuro
Mi espada liberará al pecador

La sangre vertida de mis enemigos es el castigo de los pecados
La sangre vertida de mis carnes es el perdón de mis pecados

Cuando cumpla en la obra de Dios, Él me liberará
Los caminos del Señor son inescrutables”



Bonitas palabras. Bonita mentira.
Y pensar que esas palabras me animaron a luchar y a seguir adelante. Ahora no son más que palabras vacías. Menos importantes que el grito que escuchamos tras ser investidos como Templarios Negros.


-¡Cerveza para todos!
Este grito anónimo, que cruzó el ambiente del “Capa y espada”, fue vitoreado por la muchedumbre. La posada estaba llena de recién nombrados Templarios Negros. Recuerdo que casi no conseguimos la mesa de siempre, la de al lado de la ventana. Noté muchas ausencias, y deseé que esas ausencias estuvieran en el seno de Dios. Nosotros, los de siempre, los tres, los inseparables, nos miramos con el mismo deseo en la mirada. Pusimos a la vez los colgantes crucifijos templarios en la mesa. Yo di la señal:
-Uno…dos… ¡tres!
A la de tres le dimos la vuelta a nuestras cruces de identificación. Mostré la mía en el centro de la mesa, y en ella estaba grabada:
Isaac
6ª Compañía de Templarios.
TEMPLARIO NEGRO

Después Duncant mostró la suya:
Duncant
6ª Compañía de Templarios.
TEMPLARIO NEGRO


Conteníamos la respiración, faltaba Amelia. Ella hizo prolongar el misterio no mostrando la otra cara de la cruz, pensando que era gracioso mientras imitaba el redoble de un tambor. Finalmente le dio la vuelta.

Amelia
6ª Compañía de Templarios
TEMPLARIO NEGRO


Finalmente, parecía que el Señor no quería separarnos. Tendría algo para nosotros. Así, nos colgamos nuestros colgantes en el cuello.



- Entonces... si estamos los tres en el mismo grupo, quiere decir que no nos separaremos nunca, ¿no? - pregunté
Por aquel entonces yo tenía dieciocho años, igual que Duncant e Isaac. Parecía que los tres habíamos ido a parar a la misma orden y a la misma compañía.
- Pues parece que sí – Duncant sonreía, siempre lo hacía.

Aun recuerdo el día en que juramos los votos para entrar en los Templarios Negros. Éramos un grupo de cincuenta jóvenes, todos colocados en línea recta y erguidos, esperando una orden que acatar. Yo estaba muy nerviosa, empezaban las pruebas: resistencia en carrera, resistencia en combate (que consistía en aguantar cuantos más golpes mejor)... y otra serie de cosas que cabría enumerar.
De esos cincuenta, pasamos medianamente vivos unos veinte, eso sí, no recuerdo cuanto tiempo estuvimos en la enfermería...


- Hagamos un juramento... - dijo Duncant una noche entre cervezas. Teníamos dieciséis años – Prometamos que, más allá de la Iglesia, más allá de cualquier orden... incluso más allá de Dios, nuestra amistad, nuestra alianza... jamás y pase lo que pase... se romperá..
-Digo más... ¡¡Machacaremos a todo aquel que trate de separarnos!! - respondí
- La empuñadura de mi espada es mi cruz... - comenzó a recitar Isaac levantando la jarra de cerveza.
- La hoja de mi espada es mi fe, la danza de mi espada es mi oración – concluimos los tres al unísono para después chocar las cervezas y apurarlas.

Desde aquella noche, nada logró separarnos, y sobre ángeles y demonios, sobre la propia Iglesia juro que nada lo hará.

...

¿Seguro...Amelia?

Memorias de un Templario Negro (X)

Cerveza. Era algo más que el simple hecho de emborracharse. Era compartir y celebrar con tus amigos y compañeros que vivías un día más. Después de todo, la existencia de la humanidad depende de un hilo cerca del tercer milenio.



Continúo.



Al cabo de un par de días llegó el momento en que seríamos nombrados oficialmente Templarios Negros. Sin embargo aún faltaban unas horas y habíamos decidido reunirnos en la taberna, ya considerada nuestro refugio.
Entre en la taberna sólo, sería casi el mediodía. A esas horas estaba desierta y la familia de Kiara se dedicaba a la limpieza y disposición de las mesas. La madre de Kiara me saludó nada más entrar, y me señaló una mesa, la mesa de siempre. Allí estaba Amelia esperando mientras jugaba con su navaja con bastante buen aspecto después de los días anteriores.

-Ya era hora de que aparecieras ¿no?- me dijo mientras me sentaba, sin ni siquiera levantar la vista de la navaja.
-Lo siento, duermo mal por las noches-me disculpé.
-Ya…a mi también me pasa. A todos nos pasa.
-¿Dónde está Duncant?
Ella se limitó a encogerse de hombros. De repente unas manos ponían unas jarras en la mesa.
-Aquí tenéis, una para cada uno-no era voz de mujer- están por la mitad porque no creo que debáis llegar trompas a la ceremonia de investidura.
-¿Duncant?- pregunté
-El mismo.
-¿Qué haces sirviéndonos las cervezas? ¿Por qué no te has pedido una?
-Oh, tendréis que disculparme-dijo poniéndose una toalla en el hombro-pero aún estoy trabajando.
-¿Trabajando?-dijo Amelia levantando la vista.
-Ayudo en la taberna todo el tiempo que puedo-explicó- es lo menos que podía hacer.

Terminamos las cervezas y me di cuenta de que cada vez las soportaba mejor. Nos levantamos y nos dirigimos hacia la iglesia donde nos encofinaron cuando iniciamos el adiestramiento de los Templarios Negros. Era de noche, había luna llena y ya estaban los pocos compañeros formando filas. Había un ambiente agitado. Corrían rumores de guerra. Lisboa se había vuelto a negar a colaborar con los Engel y la Iglesia Angélica como ya había hecho hacía unos trescientos años. Se decía que posiblemente los Templarios tendrían que solucionar esta situación otra vez. Pero cuando vimos todos por el rabillo del ojo la impecable presencia del Gran Maestre en movimiento, todos, en un sonido sordo y violento nos encajamos en nuestras posiciones, rectos y firmes.
Nos condujeron por el pasadizo. Había una sala enorme repleta de verdaderas armaduras de Templarios Negros. Eran para nosotros.

Esas armaduras me resultaban realmente bellas. Totalmente oscura, con adornos de plata, orlada con una magnífica cruz blanca templaria.
Me deshice del peto de buen gusto. Me había protegido de lo físico, pero me traía a la memoria malos recuerdos. Todos estaban en movimiento. Amelia ya se había hecho con una armadura y Duncant aún buscaba. Conseguí una que parecía quedarme bien. Nos ayudamos entre nosotros a ponernos en condiciones las armaduras, había bromas y risas en el aire. Tanto tiempo con aquella panda de maloliente guerreros y guerreras nos había convertido en una piña, una gran familia. Estábamos realmente sincronizados.


Listos para, a partir de ahí, lucharíamos por lo que creíamos…o al menos los intentaríamos.
Avanzamos hacia el altar, hacia el profeta Jesucristo crucificado del altar que nos miraba a todos como si supiera el destino de cada uno de nosotros. Fuéramos a donde fuéramos, nos seguía con la mirada. Una mirada triste…como nuestros destinos. Muy importante debía ser ese profeta para estar en todas las iglesias de la antigua Europa prediluviana. Desenvainé la espada, en la que se reflejaba la luz que atravesaba las vidrieras de la Iglesia-fortaleza, y clavé su punta en el suelo. Hinqué la rodilla derecha en el suelo y agaché la cabeza de forma sumisa besando la empuñadura de mi espada, ante el Gran Maestre (Decani). Alzó los brazos, levantó su rasurada cabeza y la luz de la luna que atravesaba el tragaluz del techo de la Iglesia le bañó. De repente gritó hasta quedarse sin aire:


-¡Las empuñaduras de vuestras espada serán vuestra cruz! ¡Las hojas de vuestras espadas serán vuestra fe! ¡La danza de vuestras espadas serán vuestras oraciones!

Todos los presentes arrodillados besando las empuñaduras de sus espadas respondieron en coro cada uno para sí mismos.

-La empuñadura de mi espada es mi cruz. La hoja de mi espada es mi fe. La danza de mi espada es mi oración.El Gran Maestre volvió a alzar la voz tan fuerte que las vidrieras resonaron como si fueran a estallar.

-¡Vuestras espadas purificarán al impuro!¡Vuestras espadas liberarán al pecador!

Respondimos igual, en murmullos crecientes interiores.

-Mi espada purificará al impuro. Mi espada liberará al pecador.

El Gran Maestre respiró profundamente y soltó aire con otro alzamiento de voz.

-¡La sangre vertida de nuestros enemigos es el castigo de los pecados!¡La sangre vertida de vuestras carnes es el perdón de vuestros pecados!

Contestamos.

-La sangre vertida de mis enemigos es el castigo de los pecados. La sangre vertida de mis carnes es el perdón de mis pecados.

Silencio. El Maestre sudaba y tenía una sonrisa extraña en la cara.

-¡Cuando cumplais en la obra de Dios, Él os liberará!¡Los caminos del Señor son inescrutables!Respondimos sumisos, mirando siempre al suelo.

-Cuando cumpla en la obra de Dios, Él me liberará. Los caminos del Señor son inescrutables.

Contenimos el aliento esperando las palabras del líder.El Maestre nos tocó con su espléndida espada en los hombros, como ceremonia de investidura. Cuando terminó dijo:

-Levantaos...Templarios Negros.

¡Por fin! Nada más decir eso nos levantamos gritando como un solo hombre como si quisieramos que nos escucharan en el Reino de los Cielos.

-¡¡¡No para nosotros, sino para la gloria de Tu Nombre!!!





Ingénuos...

Memorias de un Templario Negro (IX)

Preguntas y más preguntas. Nunca respuestas. Siempre ha sido así, y siempre lo será. La humedad está estropeando el papel, pero aún me queda tinta de sobra. El escribir se ha convertido en algo automático. Los pobres hombres con los que estoy en este agujero me miran asombrados y otros recelosos escribir. Viva la Iglesia y su analfabetismo generalizado ¿no? Continúo escribiendo.




Finalmente nos reunimos al cabo de un par de horas frente al “Capa y espada”. Duncant había insistido en que debía una explicación a la familia de Kiara.
-Te esperamos fuera- le dije antes de que Duncant soltara un suspiro y entrase.
Amelia ya estaba sentada en un enorme barril al lado de la puerta de la posada jugando con su navaja ausentemente. La miré ausente. Finalmente apoyé mi mano en su hombro para que saliera de su ensimismamiento.
-Hey ¿estás bien?-le susurré.
Ella me miró como si no supiera quien era, finalmente me obsequió con una sonrisa fatigada, pero una sonrisa al fin y al cabo.
-Si, gracias.
Me senté a su lado en el enorme barril vacío pegando un salto.
-Venga, no te vengas abajo tú también. Si no, seré el más fuerte de los tres.
Ella ahora sonrió con ganas.
-Más quisieras tarugo-dicho esto me lanzó un puñetazo, por decirlo de alguna manera, cariñoso, que me hizo perder mi plaza en el barril, quedándome sentado en el suelo, para después ofrecerme su ayuda para levantarme, tal y como el día en que la conocí.
-Pero tú tranquilo-prosiguió-que no te haré daño.

Se abrió la puerta de la posada, saliendo una mujer y Duncant. Por lo que se parecía esa mujer a Kiara debía ser su madre. Supongo que habrían salido porque el bullicio de la posada no les permitía hablar en condiciones. Nosotros continuamos sentados en el barril bajo las sombras. Fue la mujer la que comenzó a hablar con voz temblorosa a causa del dolor y la emoción:
-Escucha Duncant, cuando Kiara decidió alistarse en los Templarios Negros sabíamos que esto, si no sucedía ahora, ocurriría más tarde. Aquí, o en las lejanas Tierras Marcadas. Claro que me duele perder a mi querida hija, pero más que tú me pidas perdón, yo te doy las gracias por haber hecho sonreír a mi niña como nunca antes lo había hecho. Somos una familia cristiana devota, y sabemos que ella lo querría así si ese era el destino que le impuso Dios, alabado sea Su nombre.
El razonamiento de la madre de Kiara hizo que Duncant pudiera liberarse en gran parte de sus remordimientos.
La madre de Kiara comenzó a llorar abrazando a Duncant.
Después de aquello entramos a la posada para pasar la noche. No teníamos ganas de hablar, pero tampoco queríamos estar solos. Que raro se nos hizo que viniera la madre de Kiara a traernos las cervezas, en vez de su alegre hija. El ambiente estaba cargado de nostalgia. A mi no me trajo cerveza, pues sabía que yo no bebía. Se cuentan con los dedos de una mano las personas que van a tabernas y no beben ni un agota de alcohol.
Aquel día decidí hacer una excepción. No quería quedarme a solas con mis pensamientos. Así que me acerqué a la barra, al lado de un tipo que se me antojaba familiar.
-Una jarra de cerveza fría.
El tipo de mi lado me miró, descubriendo su pelo canoso, una barba descuidada y unos ojos hundidos. Comenzó a reírse por lo bajo.
-Te dije que acabarías bebiendo muchacho. Ahora sí que creo que eres un Templario.
Yo le miré acordándome de él finalmente por la manera descontrolada en la que bebía.
-Ya, sabe demasiado- le dije enojado.
-Es la experiencia muchacho. Hazle caso a un superior, muchacho. Volveremos a vernos, de eso no me cabe duda.
Todo aquello sí que me dejó intrigado.
Empecé a beber, ya bajo la compañía de mis amigos. Dispuesto a acabar con aquella jarra y con las que fueran.
Sería mi primera cerveza. Pero no la última.

Memorias de un Templario Negro (VIII)

¿Cómo se puede sentir uno al acabar con la vida de un ser amado? A lo largo de mi vida siempre había pensado que nunca sería capaz de sacrificarme por alguien, que sería muy dificil. Sin embargo, cuando pasó lo que más temía...fue terriblemente fácil entregar mi vida.



Por eso estoy aquí. Escribiendo desde las sombras sin más luz que una vela.



Continúo escribiendo ¿Qué otra cosa me queda ya?



Kiara, que Dios te guarde.



Duncant no paraba de zarandear el cuerpo de Kiara desconsoladamente entre sus brazos susurrándole a alguien que no le escuchaba palabras de amor. Más tarde desistió, miró a su alrededor como si todo fuera irreal. Acto seguido se agarró la cabeza con las manos violentamente y salió corriendo del cuartel como alma lleva el Diablo. Tuve que hacer un sobreesfuerzo para levantarme y correr tras él.
Había salido y había girado hacia la izquierda, hacia el puente del río. Cosa rara porque ninguna de las veces que habíamos ido juntos habíamos tirado por ese camino, solo sé que había un puente que cruzaba el río y más abajo…el lago.
Temiéndome lo peor corrí tras él.
Fue fácil alcanzarle, Duncant andaba bastante rápido pero muy torpemente, trastrabillando, jadeando de cansancio y dolor. Y ahí lo encontré como me imaginaba, en el lago. Andando sin prisa pero sin pausa con su armadura y su yelmo hacia las profundidades del lago para llegar a formar parte de él durante toda la eternidad. Me lancé a por él quitándome el peto y el yelmo. Duncant andaba hundiéndose en el lago tan igual como una persona anda por tierra mientras un “Perdóname” desgarraba el aire. Cuando el agua le llegaba por la cintura le alcancé por la espalda, agarrándole por las axilas. Él se volvió hacia mí hecho una furia:
-¡No¡!Déjame¡!Suéltame Isaac¡
-¡No te voy a soltar Duncant, ha sido un accidente¡
Él se lamentaba dolorosamente.
-¡No lo entiendes¡!Toda mi vida he intentado hacer lo correcto y ayudar a los demás según los dictámenes de mi fe¡!Y una vez tras otra he perdido gente a la que he querido con todo mi ser y alma¡!Lo que nunca esperaba era que fuera yo el que acabase con un ser amado¡ Dime Isaac ¡¿Qué puedo esperar de mí como persona?! ¡Dejándome vivir implicaría que le volviera a hacer daño a alguien al que amo! ¡Mañana podrías ser tú¡!O Amelia¡ ¡O Dios sabe quién¡ Kiara nunca me perdonará.
-Kiara te ha perdonado, eres tú el que debes perdonarte. No eres un asesino, eres una víctima. Lo que Kiara no te perdonaría es que tras ella morir dejándote vivir, tú te quitaras la vida.
Él comenzó a sollozar mientras le sacaba suavemente del lago hasta depositarlo en la orilla, consolándole durante lo que pareció una eternidad.

Mientras Duncant se sumía en un inquieto sueño entre mis brazos, el cielo parecía que comenzaba a llorar el suceso. Contaba las gotas que caían en mis manos limpiándome la sangre seca.

Gota...gota…gota.

…gota.


…”craak”

¿Qué había sido ese ruido?

-¡Amelia! Por Dios que susto.- por mi tono de voz parecía enfadado, pero en realidad me alegraba de verla viva. Estaba pálida como una muerta y llevaba la espada desenvainada llena de sangre.
-Me dijeron que dos Templarios Negros habían huido hacia el sur, al no veros supe que erais vosotros.
Aquello parecía tener lógica.
-Pero…podríamos haber sido uno de los caídos.
El mero hecho de pensar aquello hizo que su cara mostrara una mueca de dolor.
-Nunca-dijo ausente-Nosotros estaremos juntos siempre…
Cogió una rama bastante gruesa del suelo y la partió con violencia.
-…y nadie nos va a separar.

Comenzó a andar ausentemente alrededor nuestra de una manera que me asustaba. Su mirada se perdió en su espada llena de sangre. Sin previo aviso se derrumbó aullando de angustia.
Aquello me pilló desprevenido. Deje a Duncant bajo el amparo de un árbol mientras se agitaba en sueños farfullando. Amelia se encontraba de rodillas frente al lago y bajo la lluvia, ahora lloraba amargamente.
Lentamente me fui acercando a ella, no quería asustar a una persona angustiada con una espada desenvainada. Me puse en frente de ella para que me viera acercarme. Cuando la alcancé me arrodille ante ella, para ponerme a su altura. No le dije nada, esperé a que hablase ella misma mientras le quitaba los mechones de pelo que ocultaban su rostro. Hubo un silencio bastante largo, pero el sonido de la lluvia hizo que se acortara.
-Estaba preparada para este día-balbuceó con una barbilla temblorosa-Me había preparado mental y físicamente para lo peor. Siempre había creído que era fuerte, que si quería nada podría conmigo ni con nada de lo que yo quiera y ame. Pero al ver la sangre, mi espada atravesando a alguien y los aullidos…no pude evitar recordar aquella noche…-calló de inmediato.
-¿Si?-le invité a que continuará.
-…que tuve una pesadilla muy real, cuando tenía diez años. Eso es todo-se volvió bruscamente-¿Y Duncant?
Deseé no tener que darle explicaciones sobre aquello. Por lo visto alguien escuchó mis plegarias, y lo hizo Duncant desde los sueños. Él se agitaba en un sueño inquieto mientras gritaba:
-¡No, Kiara! No…Mátame, mátame…antes…antes… de que yo vuelva a hacerlo.
Para hablar así en sueños, la pesadilla debía ser muy, pero que muy real.

Amelia no hizo más preguntas…



¿Para qué preguntar? Nos comprendíamos más con el silencio y una mirada.

Memorias de un Templario Negro (VII)

Me vence el sueño...no puedo más. Pero voy a continuar escribiendo, cuando esto acabe tendré tiempo para dormir...eternamente.


Y por fin había llegado.


Había llegado el día…
El día en que nos convertiríamos en verdaderos Templarios Negros.
El día en que nos convertiríamos en verdaderos soldados por la causa de Dios.
¿Por la causa de Dios o la de la Iglesia? Es una duda que llevaría conmigo durante mucho tiempo.
Allí estábamos los tres, delante del cuartel, equipados y dispuestos a llegar hasta el final. Nos miramos en silencio mientras el sol se desperezaba. Tras escuchar el lejano canto matinal de un gallo, asentimos con la cabeza entre nosotros y comenzamos a dirigirnos con paso firme hacia el patio de arena.
Nos pusimos firmes en línea todos los aspirantes. Nos vendaron los ojos, y unas manos invisibles me guiaron hasta un lugar totalmente aleatorio del patio de arena. Cuando todo quedó en silencio y organizado se escuchó la potente y firme voz del Gran Maestre de los Templarios Negros:
-¡Si queréis ser verdaderos Templarios Negros debéis tener una fe ciega en vuestros superiores y en Dios, anteponer el deber a la conciencia y los sentimientos y enfrentaros a lo desconocido que se interponga en el camino de Dios. Sea humano, engendro o hermano! ¡¿Queréis ser Templarios Negros?!
-¡Si¡-respondimos al unísono.
-¡¿Queréis servir a Dios, alabado sea su Nombre?¡
-¡Si¡-rugimos como un solo hombre.
-¡¿Queréis combatir al Señor de las Tinieblas, morir gloriosamente y ganaros el honor de estar en el Reino de los Cielos?¡
-¡Si!-enloquecimos.
-Entonces ¡Matar o morir! ¡Ataque al frente!
¿Ataque al frente? ¿A que nos enfrentábamos?
Inconscientemente puse la espada en posición de defensa pero aquello era inútil, no podía ver a qué me enfrentaba. Así que puse la espada en ristre por si algo me atacaba. Escuché un grito de batalla enfrente de mí y cada vez se escuchaba más y más próxima. Pero aquello era absurdo, no era posible que nos enfrentáramos contra personas con estas espadas tan afiladas, podríamos matar a alguno de nuestros compañeros inconscientemente.
El grito de batalla que se oía enfrente mía cesó violentamente notando una fuerte presión en mi espada en ristre. El grito de batalla ahora era de dolor angustioso. No pude remediar quitarme la venda de los ojos. ¿Qué se había clavado en mi espada?
O…
¿Quién?
No podía ser…un muchacho pecoso con los ojos vendados estaba atravesado por mi espada. ¡Pero si yo no había hecho nada! Seguramente el desgraciado muchacho cargó contra mí atravesándose irremediablemente en mi espada.
La situación era surrealista, no solo nos habían hecho luchar a ciegas, sino que además nos pusieron de contrincantes a nuestros hermanos de armas. Todo para comprobar la fe ciega que poseíamos y de lo que éramos capaces en las peores situaciones.
Caí de rodillas en la arena, viendo retorcerse de dolor a mi contrincante. Me arrastré hasta él suplicándole perdón, gritándole indulgencia. Él solo se limitaba a mirarme acusadoramente sin pestañear. Horriblemente descubrí que esos ojos ya no veían. Le bajé los párpados para que dejara de mirarme de esa manera. La barbilla comenzó a temblarme, no era consciente de la caótica batalla que se desenvolvía a mí alrededor. Una batalla en la que no luchaban soldados ni guerreros ni enemigos, sino amigos, compañeros, hermanos, amantes…

Mis manos estaban llenas de sangre y ahí fue cuando realmente me di cuenta de que le había arrebatado la vida a alguien.
Grité histéricamente durante el resto de la prueba arrodillado frente a mi víctima, cogiendo fuertemente puñados de arena con sangre, dejando que resbalase entre mis dedos.


Pero eso no fue lo peor, lo mío no fue nada comparado con lo de Duncant. Él mismo fue el escriba de su pesadilla.


"No alcanzaba a comprender lo que pretendían. ¿Fe a ciegas? Lo único que tenía claro es que Amelia no tendría problemas en pasar la prueba, y si me echaba atrás perdería todo por lo que había luchado. Ignoro cuantas veces recé antes de desenfundar mi arma, cuyo sonido metálico sesgó el silencio a mí alrededor.
La arena parecía sujetar mis pies dándome equilibrio y mientras continuaba mis rezos me puse en guardia. Escuché algo avanzar por mi izquierda y mi primer movimiento fue de esquive. Por muy poco, fuera quien fuese... era rápido, muy rápido.
Lancé mi primer fondo y me pivoteó por un lateral.
Las vendas de los ojos estaban prietas pero de repente se oscureció la claridad que penetraba a través de ellas y supe que tenía a mi enemigo demasiado cerca, así que lancé otro ataque más corto, impactando de lleno.
Sentí la sangre cubriéndome las manos y salpicándome la cara a la vez que un leve quejido llegaba a mis oídos. Me quité las vendas y deseé morir.
Kiara... se encontraba entre mis brazos con mi acero atravesando su pecho.
- No... no... ¿por qué? - le acaricié el rostro temeroso y aparte las vendas de su rostro
- Duncant – ella me sonrió, una sonrisa dulce cargada de perdón que me arrebató el alma.
- Yo... lo siento, Kiara... - las palabras no querían aflorar, igual que el llanto
- Te quiero
- Y yo a ti, más que a mi alma... mi princesa de ojos dulces... - salió de mis labios como un leve susurro tras el cual su cuerpo se destensó - ¿Por qué a ella?... ¡¿Por qué a ella?! - finalmente grité. No podía comprenderlo. ¿Por qué razón tenía que llevársela? ¿No tenía suficiente con mi madre y mi hermano? Me quedé ahí, inmóvil, abrazándola como si nunca lo hubiera hecho y susurrándole que la amaba repetidas veces, hasta que una mano se posó sobre mi hombro.
- Enhorabuena, Duncant, eres un Templario Negro – era la voz del Maestre
- ¡¿Enhorabuena?! ¿Es así como Dios prueba nuestra fe, arrebatándonos lo que más queremos? ¿Es así? - la ira con la que me había levantado para hablarle se desvaneció devolviéndome debilidad y volví a caer de rodillas, para apartar unos mechones de su cabello y besarla en la frente.
- Así lo ha elegido el Señor."


Deseé tener la fuerza suficiente para poder arrancarme los ojos de la cara después de ver el accidente de Duncant, porque a aquello no se le puede llamar asesinato. Asesinos y asesinados éramos víctimas. El Gran Maestre se dirigía ahora hacia mí. Cuando me alcanzó, yo ya no tenía fuerzas suficientes para gritar. El Gran Maestre puso una mano en mi hombro, al igual que hizo con Duncant.
-Enhorabuena, Isaac. Eres un Templario Negro.
Sólo me limité a mirarle atónito. Al ver que no decía nada se fue al siguiente desgraciado que mató a uno de sus compañeros para darle la enhorabuena.


¿De verdad queréis servir a la Iglesia?

Memorias de un Templario Negro (VI)

Esa noche no acababa ahí. Aún quedaba. Nada relevante ni interesante, pero aún así lo escribiré, pues conforme escribo me sumerjo en mi memoria y encuentro cosas que olvidé y que no debería, pues esos recuerdos y experiencias me han hecho tal y como soy ahora.



Como ya dije, esa noche no acababa ahí.



Amelia no aguantaba mucho la cerveza, así que no pudo con ella y a los pocos minutos empezó a farfullar borracha rodeándome con su brazo.
-Isaac, cuando te conocí, creía que eras otro de esos memos fanáticos de la Iglesia. Ah, y también un soso. Y un poco idiota. Y…
-Ya vale ¿no?-Amelia, aún no queriendo, me sacaba de mis casillas. Pero al menos ya no me pegaba codazos.
-Shhh…calla, que todavía no he acabado-me dijo tapándome la boca, mientras ella cabeceaba debido al efecto del alcohol- Quería decir, que, finalmente, eres un tío de puta madre.
Tras decir esto, su cabeza acabó encontrando mi hombro profiriendo sonorosos ronquidos.
-Que profundo-acerté a decir apartando mi jarra de cerveza intacta después de ver lo que le había hecho a mi binomio.
Estuve disfrutando de la música, del baile de los muchachos mientras la respiración de Amelia se hacía cada vez más profunda. Se escucharon aplausos, la canción había finalizado y Duncant se acercaba la mesa con una jarra de cerveza y una sonrisa de oreja a oreja. Cuando nos vio, parecía de piedra, acto seguido comenzó a negar con la cabeza soltando una carcajada al ver nuestra pose en la mesa.
-¿Qué ocurre?- le dije imaginando lo que se le pasaba por la cabeza.
-Naaada.
-La cerveza pudo con ella.
-Claaaro- dijo estirándose.

Silencio.

La mirada de Duncant acabó perdiéndose en mi jarra de cerveza intacta.
-¿No bebes?
-¿Para qué? ¿Para acabar como ésta?-agité el hombro en el que estaba apoyada Amelia, y ésta empezó a decir cosas indescifrables, agarrando mi brazo y restregando su cara contra mi hombro, tal vez creyendo que era su almohada.
Duncant se partía. Esa noche estaba radiante.
-Pero vamos hombre, es una fiesta.
-¿Por eso bebes?
-Claro, no hay nada mejor para celebrar algo que una buena jarra de cerveza fría.
-Pero si está malísima-protesté levantándome y dejando a Amelia en las manos de la gravedad dándose así un buen coscorrón. Acto seguido fui a la barra a por otra cosa que beber.
Esperé en la barra al lado de un tipo bastante melancólico y taciturno, contrastando bastante con el ambiente de la fiesta. El tipo debía llevar unas 4 jarras de cervezas bebidas pero se mostraba bastante sobrio. Aquello me sorprendió mucho ya que Amelia no pudo ni con una entera, y eso que era muy cabezota. Además él no parecía beber para celebrar algo.
-¿Por qué bebes?-le solté fijándome en su escaso pelo, casi rapado y su descuidada barba. Debía tener unos 30 años.
Él se giró lentamente, me miró y me sorprendió con unos oscuros hundidos ojos oscuros profundos, que me decían que había llorado desconsoladamente. Al fin, cuando comprendió que me dirigía a él, me respondió:
-Para olvidar-me soltó malhumorado.
Aquella respuesta me desconcertó.
-Yo creía que la gente solo bebía cuando era feliz. Al menos eso me han dicho.-repliqué
-Supongo que cualquier excusa es buena para beber-dijo volviéndose a la barra dejando al descubierto un emblema en sus ropas que conocía bastante bien.
-¡Eres un Templario Negro!-dije sin poder contener mi sorpresa-Yo también.
Él volvió la cabeza.
-¿Tú? Si no debes tener ni 14 primaveras.
-Bueno…no exactamente-respondí algo avergonzado- pero ya solo me queda una prueba y entonces lo seré.
Él parecía no escucharme. Jugueteaba con unos colgantes de crucifijos templarios. Me acerqué y pude ver que tenían nombres grabados en los colgantes, y también el nombre de me imagino un regimiento. Por lo visto eran chapas de identificación.
-¿Quiénes son?- le dije señalando uno de los nombres que había grabado en una de las cruces.
-Mis camaradas-dijo
-¿Y donde están?
-Muertos-estaba cansándose de mi interrogatorio.
Se produjo un denso silencio.
-¿No bebes?- me dijo.
-¿Yo? ¡Que va! No bebo ni pensaré hacerlo.
Él se permitió una sonrisa malévola.
-Se nota que no eres aún un templario negro. Tranquilo, tarde o temprano acabarás bebiendo tanto como yo.

¡Qué razón tenía!

-¡Eso nunca!- respondí ofendido.
Él giró su cabeza, dando por finalizada la conversación.
Gorke...



La fiesta, gracias a Dios, acabó sin incidentes, algo fuera de lo normal. Debíamos irnos a dormir. Mañana nos esperaba la gran prueba que nos convertiría en verdaderos Templarios Negros. Aunque por desgracia, algunos no lo conseguirían…

Memorias de un Templario Negro (V)

Amelia...un ángel sin alas. Sin ninguna delicadeza ni tacto, pero mi ángel al fin y al cabo. En aquellos momentos me daba un miedo terrible y tardé demasiado en entender lo que me pasaba cuando estaba con ella. No sé si ella se daba cuenta en aquél momento, aunque ni yo me daba cuenta de lo que sentía. Que ciego estaba.

Aunque es curioso, después de todo lo que hemos pasado...aún me pongo nervioso pensando en ella. Como me diría Duncant "Isaac, el valiente en batalla, pero cobarde en el amor"

Mis compañeros en este agujero me miran nerviosos. Yo lo siento, no pude reprimir una carcajada al recordar viejos tiempos.

Pero no adelantemos acontecimientos. Prosigo con mi historia.

A partir de aquel día Amelia yo, y Duncant, que siguió visitándola por motivos que aún desconozco, nos hicimos inseparables, de tal manera que llegarían a convertirse en la familia que nunca tuve.

A partir de aquí mi vida comenzó a tener algún sentido, aunque lo único que hacíamos era superar unas pruebas detrás de otras. Pero tras superar cada prueba, teníamos un motivo de celebrar que una noche más, estábamos vivos. Y qué mejor manera para celebrar la vida, que una taberna. Una que Duncant conocía bastante bien, y estaba bastante lejos del cuartel de adiestramiento de los Templarios Negros. Me preguntaba cómo debería ser de buena aquella taberna para ir tan lejos, cuando de hecho hay tabernas más cerca. Pronto lo descubriría.
Y ahí estaba….tenía una presencia bastante agradable, y tenía un enorme cartel colgando de cadenas que rezaba “Capa y espada”.

Entramos, y el cálido ambiente del lugar nos envolvió. Era un sitio bastante alegre. Se celebraba el fin de año y se habían abierto grandes barriles de cerveza. Se habían juntado en el centro del salón varias mesas, y un grupo de borrachines cantaban reverencia por la vida alegremente removiendo por encima de sus cabezas jarras de cerveza sin preocuparse por no derramar su contenido. A su lado un grupo de músicos afinando instrumentos para la larga y apacible noche.
Duncant nos guió y nos llevó a una mesa situada junto a una ventana. Estuvimos hablando los tres animadamente mientras se llenaba hasta los topes la posada de muchachos y muchachas, viejos, vagabundos y todo tipo de personas.
La fiesta ya estaba animada y seguíamos sentados mirando a los músicos, y la muchedumbre cantando y bebiendo. De entre la gente apareció una muchacha menuda, de cabello cobrizo y ojos castaños, dirigiéndose a nosotros con una bandeja clavada en su cadera. Algo me decía que ya la había visto antes, pero antes de acordarme Amelia me dio un cómplice codazo mientras soltaba una risita:
-La novia de Duncant-me susurró sin poder soportar soltar risitas.
¿Así que por eso estaba empeñado en ir a esta taberna?
-No es su novia-le corregí acordándome ya quién era ella.
-Claro que sí, lo que pasa es que…-comenzó a replicarme pero ella ya estaba encima de nosotros.

-¿Qué deseáis?
Amelia pidió cerveza, yo la imité aunque nunca la había probado, pero no quería parecer un blandengue.
-¿Y tú? ¿Qué deseas?-dijo un poco atolondrada mirando a Duncant.
Duncant parecía pensativo. La música pareció darle un poder decisivo.
-Un baile con vos.
Los ojos de ellas se iluminaron sin poder contener una sonrisa.

Amelia no paraba de darme codazos mientras se reía como una ardillita y yo me estaba poniendo negro ya de aquello.

Duncant subió de un salto a la mesa del centro del salón. Cogió por la cintura a Kiara y la subió a la mesa. Agarró violentamente su bandeja y la tiró. Y bailaron, y para nada lo hacían mal.
La gente se animó, y estalló un espíritu folclórico verbenero.
La presencia de los dos estaba iluminada.
Cómo íbamos a imaginar que aquel era su último baile juntos.

Memorias de un Templario Negro (IV)

La Orden de los Templarios Negros..
Los jinetes de Dios sobre la Tierra. Fieros caballeros al servicio de la Matter Eclesia.
Oscuros guerreros de Dios, fuertes de cuerpo y fuertes de espíritu. De fe inquebrantable e inflexible contra los enemigos de Dios.
Yo nunca llegué a ser así. Supongo que eso explicaría el por qué de este final.

Fuí enviado al Temple de los Templarios Negros. Los jinetes siniestros me arrastraron hasta allí como si fuera una bolsa mas de viaje. Y me soltaron allí como tal. Me dejaron en algún punto en las afueras de Roma Aeterna.
Estaba asustado, había mucha gente a mí alrededor. Estaba acostumbrado a la soledad de la iglesia.
Casi todos eran chicos de mi edad. Todos estábamos asustados. Recuerdo la enorme pared de una gran iglesia, todos en fila delante del muro, dispuestos a ser carne de cañón. Ni un adulto, supongo que la mayoría eran huérfanos o habían sido abandonados. Pasé todo el día de pie esperando que hicieran conmigo lo que tuvieran que hacer.
Al fin aparecieron hombres encapuchados con guantes blancos tocando campanillas haciendo revista de la desorganizada fila de niños sucios. Nos condujeron al interior de la iglesia por una pequeña puerta lateral, detrás de nosotros la puerta se cerró y se pudo escuchar claramente como funcionaba el mecanismo de la puerta, encerrándonos.
No recuerdo cuántos días estuve encerrado orando en el interior de la iglesia, pero fueron los suficientes como para que muchos de nosotros se desvaneciesen desnutridos o sedientos y no volver a levantarse jamás.
Finalmente se abrió la puerta, apareciendo un hombre curtido vestido con armadura negra de adornos dorados y capa blanca con una cruz templaria negra en ella. Se dirigía majestuosamente al altar pisando fuerte y decididamente haciendo resonar sus pasos por toda la iglesia. Cuanto más se aproximaba más cicatrices podía notar en su rostro. Así pasó por mi lado y llegó al altar apoyando sus poderosos puños en la mesa de la eucaristía.
-Sentíos bienaventurados hermanos, pues habéis sido designados por el Señor para luchar por su noble causa. Habéis demostrado que vuestros corazones son puros y vuestra fe incuestionable. Ya superada la prueba del espíritu, es hora de la prueba de la carne. No intentéis ayudaros los unos a los otros, eso solo os hará débiles. Con esto no quiero decir que no trabajéis en equipo. Los que se quedan atrás, atrás se deben quedar.

Dicho estro el Gran Maestre de la orden se fue como había llegado.
La última frase se me quedó grabada a fuego en la mente, e intentaba rechazarlo.
No recuerdo mucho más, solo que después de la primera y más dura prueba devoramos con ansia los panes duros que nos daban.
A partir de aquel día, comenzó las pruebas de la carne. Una prueba macabra detrás de otra, pero no lo suficiente como para que algunos pudiésemos sobrevivir. Aún es un misterio para mí cómo superé todo aquello. Pensé que Dios tenía planes para mí, pero poco a poco eso me sonaba cada vez más ridículo y acabé desechando esa idea.
Pocas pruebas recuerdo, la mayoría eran resistencias de todo tipo, desde resistencia en carrera hasta en combate. Aunque si recuerdo las peores pruebas con bastante nitidez.
Una de ellas recuerdo que tenía casi doce años.
Consistía en subir corriendo en grupo, unos atados a otros por la cintura un escarpado risco de piedras afiladas descalzos en pleno cenit de un caluroso día de verano. Me llamó mucho la atención que en el grupo hubiera una chica, delante mía. Parecía bastante dura, y estaba dispuesta a llegar a la cima del risco costara lo que costara y parecía que nada en el mundo le iba a quitar esa idea de la cabeza. Parecía muy cabezota.
Yo caí, y el grupo me llevó tirando de sus cuerdas, arrastrándome por todo el risco arañándome y cortándome con los filos de las piedras. Alcé la cabeza para levantarme, pero fue en vano. De pronto una silueta oscura recortada por el sol, me ofrecía su ayuda deteniendo a todo el grupo. Todo el grupo rechistaba y la silueta se encaramaba hacia todos ellos, haciéndoles frente.
-Dejadle en paz, si no queréis una ración de ostias, y no de las precisamente religiosas.

Acepté su ayuda y me levantó con una fuerza sorprendente para una chica de su edad y en aquel estado. Cuando le iba a dar las gracias ella fue golpeada por un miembro del grupo y cayó. Después todo era negro.
Por fin desperté, como siempre miré hacia mis lados para ver a los pobres desgraciados que estaban a mis lados recuperándose en la enfermería. A mi derecha estaba un pobre chico con un brazo amputado. A mi izquierda estaba ella.
Ese día la enfermería estaba repleta, por lo que estábamos unos muy juntos con otros Recuerdo que estuve muy impresionado de estar tan cerca de una chica. Había sido educado para mantener el celibato en el santo oficio. Se podría decir que les tenía pánico irracional a las muchachas y a los coqueteos. Se me secaba la garganta y se me trababa la lengua ante ellas.
Me quedé como una eternidad mirándola. Estaba sucia, tenía muchas heridas, y descubrí en ella un aire muy triste…comprendiendo que acababa de encontrar a alguien que había sufrido tanto o incluso mucho más que yo.
Me di cuenta de que había un muchacho al lado de su cama sentado, que tenía un aspecto bastante sano como para estar allí. Después descubrí que cuidaba de ella. Estuvo cuidándola todo el tiempo que pudo, mientras que a mí me cuidaban lo mínimo posible, así que deduje que ese muchacho lo hacía voluntariamente.
Él siempre sonreía. Su sonrisa no era malévola, sino tierna y fraternal.
Ella por fin despertó. No pareció sorprenderse de estar en la enfermería así que supuse que estaba tan acostumbrada como yo a despertarse allí. El muchacho que la estuvo cuidando seguía allí vestido con su sonrisa imborrable.
-Vaya, ya era hora de despertar marmota-dijo él.
-¿Qué hora es?-preguntó ella estirándose y haciendo una mueca desagradable al descubrir algunos moratones en su cuerpo.
-Es mediodía. ¿Cómo te encuentras?
-Bueno, he estado en pruebas peores, así que para desgracia de la orden, creo que sobreviviré. Pobres, parecen tan empeñados en que algunos no lleguemos a ser Templarios Negros-dijo sonriendo
-Si, entiendo a que te refieres-dijo él dejando escapar una risita.
Siguieron hablando un par de minutos más hasta que él se despidió con un “hasta pronto” y entonces ella se percataba del silencioso espectador que había a su derecha. Me miraba con los ojos entreabiertos como preguntándose de qué le sonaba mi cara. Al final pareció acordarse. Se tumbó, miro al techo, y al cabo de un rato me soltó:
-Oye, ¿Quién era ese tío?
Aquello me dejó sin habla. No esperaba que me hablase.
-¿Có…Cómo? Cre…cre…creía que le conocías.-balbuceé.
-No ¿Por qué iba a conocerle?
-Pues porque lle…lleva cui…cuidándote durante todo el tiempo que estabas inconsciente en enfermería.
Aquello pareció sorprenderla, giró la cabeza para mirarme:
-¿En serio?
-S…si.
-Sería un auxiliar.
-No creo, solo cuidaba de ti.-conseguí decir del tirón.
Aquello la dejó de piedra.
-Vaya…
De nuevo hubo silencio entre los dos y conseguí relajarme. Hasta que se volvió hacia mí, mirándome fijamente a los ojos de una manera que ni siquiera pude sostenerle la mirada.
-¿Cuántos días llevo durmiendo?
-Pues…creo que 2 días completos.
-OK.
Dicho esto sacó una pequeña navaja, retiró la almohada y empezó a rajar la pared de madera, haciendo líneas verticales junto a otras que ya estaban allí. Cada grupo de cinco líneas marcadas en la pared a punta de navaja estaban cruzadas perpendicularmente por una línea horizontal. Ella empezó a contar las nuevas líneas con las ya marcadas anteriormente con los dedos, hasta que dedujo que había estado en enfermería un total de 24 días. Resopló y dijo:
-Ay que ver que soso eres. ¿Por qué no dices nada?
-Yo…bueno, no se qué decir.
Sin motivo alguno empezó a levantarme la camisa que llevaba de la enfermería. Abrí los ojos horrorizado.
-¿Qué estas haciendo?-dije casi horrorizado.
Ella soltó una dulce carcajada.
-Tranquilo casanova no te voy a desnudar, solo quiero ver tus heridas-examinó mis heridas y puso cara de gravedad.-Bueno parece que vamos a estar en la enfermería bastante tiempo tú y yo así que deberíamos presentarnos. Soy Amelia.-hubo un breve silencio- ¿Qué pasa? ¿No recuerdas tu nombre?
-¡Ah! perdón-salí de mis pensamientos-.Yo soy Isaac.
-Bien Isaac, tú y yo vamos a pasar muucho tiempo juntos-dijo tumbándose.

Y así fue.

jueves, 15 de octubre de 2009

Memorias de un Templario Negro (III)

Adiós, madre.

Aún me tiembla el pulso, pero debo continuar si quiero acabar a tiempo. Está amaneciendo en Roma Aeterna. Prosigo.

Desde aquel día quedé a manos del padre Bramhs, y estuve aprendiendo su oficio durante 5 años. Lo que más recuerdo era que me confesaba los domingos temprano, antes de la misa. Me sorprendió que las lecciones que recibía eran bastantes especiales: no veía en ellas fanatismo, no era castigado, y tenía un sentido del humor con su fe bastante peculiar, algo que acabó marcando mi forma de ser, incluso me permitía mi propia interpretación de la Biblia.
Un domingo cualquiera, rutinario, yo me disponía a confesarme. Como siempre, estaba nervioso y memorizaba de carrerilla todo lo que iba a confesar. Decidí no esperar y confesarme cuanto antes:
-Dios, escucha mi perdón y acepta mi alma-dije, esperando automáticamente la respuesta del padre Bramhs.
Pero…no hubo respuesta.
-Dios, escucha mi perdón y acepta mi alma- estaba empezando a angustiarme.
Silencio…
De pronto alguien gritó:
-¡Tú! ¿Qué haces ahí? –un monaguillo de la iglesia que estaba preparando la misa se acercaba a mí.
-Me dispongo a confesar mis pecados-estaba confundido, estaba demasiado acostumbrado a la rutina de la iglesia.
-No digas que te lo he dicho yo.-bajó la voz y se puso en actitud confidencial- El padre Bramhs no esta aquí.
-¿Donde está?-procuré no alzar la voz.
-Se lo han llevado
-¿Quién?-mi voz estaba empezando a tomar un matiz histérico.
-Ya te dije demasiado así que…-se dio media vuelta.
-¡No, tú sabes algo más! ¿Quién se lo ha llevado?- comencé a presionarle la garganta, haciéndole retroceder hasta el altar, hasta que chocó su espalda contra el gran crucifijo tirando el cáliz provocando un ensordecedor eco en la sala.
Finalmente dijo lo que yo más temía.
-La Inquisición-suspiró con un hilo de voz.
-¡Eso es imposible! ¿Por qué?- aflojé su cuello para poder escucharle
-Está acusado de corromper a las juventudes con sus enseñanzas.-acto seguido sus ojos se tornaron blancos y cayó. Estaba asustado, no me podía mover. Finalmente me acerqué a él, y con un gran alivió descubrí que aún respiraba.
No podía ser verdad…la Inquisición volvía a llevarse a un ser querido. A lo mejor eran demasiado buenos para este mundo. ¿Quizás se iban con Dios, y yo me quedaba en el infierno? Hice un hueco en mi corazón y en mi alma para el pater Brahms, un lugar que debía compartir con mi madre.

Siempre recordaré el día en que llegó el nuevo párroco. Un viejo francés temeroso de Dios, y con mano dura, seguidor de la expresión “la letra, con sangre entra”.
El padre Lacroix fue de lo peor que podía esperar como tutor.
Si el padre Brahms me enseñó ser más desenfadado, el padre Lacroix me enseñaría a callar. Dos cosas que marcaron mi forma de ser.
El método de confesión fue sustituido por la flagelación. Recuerdo que sólo era en el brazo izquierdo, el brazo del diablo en palabras del padre Lacroix. El brazo del demonio...el brazo que todo lo hace mal. Marcado por innumerables cicatrices. Desollado contínuamente.
Un día me rebelé contra él, me apoderé de su instrumento de tortura y le hice pagar todo lo que me había hecho. Le hice sentirse como me había sentido yo durante toda mi vida, indefenso e impotente.
-¿Crees que puedes torturarme porque soy débil?¿Porque soy un niño?¿Te crees con autoridad para maltratarme?¿Te crees mejor que yo porque crees que estas más cerca de Dios que yo?De lo único de lo que estás cerca ¡Es del infierno!
El único resultado de todo aquello fue una tortura brutal, siempre en el brazo del demonio, mientras el padre Lacroix me gritaba:
-Isaac eres un inútil, y siempre lo serás. Con esa actitud no conseguirás nada. Defiendes bien tus ideales rebeldes, pero recuerda que ello siempre te puede llegar a costar la muerte. Ni podrás defender a los que amas. Mereces un castigo. Acabas de demostrar que no podrás promulgar la palabra del Señor mediante la palabra, no tienes la paciencia necesaria, así que lo harás mediante la espada, un camino más corto pero más peligroso. Servirás a la orden de los Templarios Negros, que es casi lo mismo que una condena de muerte, pero una muerte justa por la causa de Dios. La Inquisición hizo bien en ejecutar al padre Brahms, él te ha corrompido con sus enseñanzas. Lo único para lo que le puedes servir a la causa de Dios es para morir en Su nombre.
Nunca pude olvidar esta etapa de mi vida. No tenía más que ver mi brazo izquierdo plagado de inmundas cicatrices por cada milímetro de mi brazo.


Y así, fui enviado a la orden de los Templarios Negros.