sábado, 31 de diciembre de 2011
¿Cobarde?
Carta a un Engel
Bueno, Galadriel, aquí parece que se separan nuestros caminos.
Si te ha llegado esta carta, es que ya ha pasado el tiempo suficiente como para que te hayas dado cuenta de que Amelia y yo ya no nos encontramos entre vosotros. Hemos decidido partir juntos en busca de algo que perdimos hace tiempo y que nos es muy preciado. El motivo que me inspira esta carta no es burlarme por haberte mentido, porque me imagino que estarás indignada de que no hayamos confiado en ti…nuestra marcha estaba premeditada y, de hecho, casi nos descubres. ¿Entonces, qué es lo que me ha impulsado a no confiar en ti? Lo que me impulsa no es la desconfianza, sino la amistad. Es la amistad lo que me impulsó el no querer contar contigo en nuestra “misión”, es la amistad lo que me obligó a mentirte, a engañarte, a ocultarte nuestra marcha; es la amistad lo que me motiva ahora a no alentarte a volver a vernos, porque ni siquiera sabemos qué es lo que nos depara nuestro destino. Sí, puedes verlo como desconfianza por mi parte, pero realmente yo veo todo lo contrario: confiamos en que pienses en los tuyos y te aferres a la felicidad que se te brinda ahora junto a Noxel, ¿Acaso no debes pensar también en su felicidad? Si marchas a buscarnos, él irá detrás aunque le implique la misma muerte contra la que se enfrenta todos los días. No sé si estarás enfadada con nosotros o si estarás maldiciendo mi nombre durante el fin de los tiempos, pero lo cierto, es que mi confianza es tal, que te entrego una de las cosas que más amo en esta vida: a mi hija Lois.
¿Sabes?, aún recuerdo cuando nos la encontramos en ese mercado de esclavos de uno de los muchos pueblos de paso por los que cruzamos en nuestras primeras misiones. La niña se escapó de la fila de niños famélicos y sucios y se acercó a Miguel para tocar una de sus alas. Con esa carita tan graciosa que tiene de no haber roto nunca un plato intentó conseguir una de sus plumas, por aquél entonces blancas. Lo hacía, simplemente, porque creía que se le iba a conceder un deseo. Miguel se mostró bastante arisco con la niña y la apartó con una palabra y yo, en un ataque de dolor ante lo que mi Iglesia permitía a ese pueblo, gasté gran parte de mi sueldo para que la liberaran. Recuerdo las miles de advertencias que me diste mientras el sucio señor de los esclavos la liberaba: “No podemos hacernos cargo de una niña”, “La niña sufrirá con nosotros”, “Tendrás que hacerte cargo de ella” "No debería estar aquí". Incluso Kanpekiel te apoyaba, y yo no quería escucharos. Me convencí de que esa niña no iba a tener una infancia como la mía.
Es cierto que todo lo que me advertisteis pasó, pero lo más cierto es que ahora a ti se te cae la baba cada vez que ella se te acerca y te da uno de sus inocentes abrazos.
Cuando pienses que estás sola, que te sientes inútil o incluso que te la he jugado: piensa que te he mandado una de las misiones más importante y difíciles: cuidar de Lois…pues menudo trasto es, se meterá en líos continuamente. Si de verdad quieres ayudarme a cumplir mi destino, sea el que sea…haz que Lois crezca sana, feliz, que llegue a ser una gran mujer. Confío en ti.
Si por alguna razón no vuelvo a veros, quiero que seáis felices, todos. No quiero que me hagáis ni siquiera una ceremonia fúnebre en mi nombre. Si por cualquier motivo encontráis mi cuerpo, sólo el mío, no quiero dejar rastro en este mundo, quiero ser incinerado y que mis restos sean esparcidos donde quiera Lois. Y si Dios nos depara la muerte a Amelia y a mi, quiero que me entierren junto a ella, tomándola de la mano si es posible, allá es donde se encuentra mi cielo. Quiero que consueles a nuestra hija, que le digas todas las noches antes de dormir que la queremos, y ante todo…que no la hemos abandonado. Dile, si no volvemos, que su papá y su mamá no están ni en cielo ni en infierno, sino que viviremos en todos sus gestos, abrazos, besos, hechos… vivimos en ella.
Si alguna vez, cuando crezca…se pregunta quiénes fueron sus padres, cuéntales todo por cuanto luchamos y cuanto sufrimos. Y si no le es suficiente, dale las siguientes notas y garabatos que te voy a adjuntar con esta carta: son trozos de papeles, pergaminos desgastados y algún papiro roto: en ellos están garabateados mis pensamientos, memorias y alguna que otra oración. Por si alguna vez, ella quiere volver a descubrir quiénes fuimos y por quienes morimos.
Sé que harás honor a nuestra amistad. Dale las gracias a Gorke de mi parte, pues si tenemos alguna posibilidad de volver, será gracias a él.
Que los restos de mi fe en Dios te bendigan, Galadriel. A ti también, Lois, sé que harás que me sienta orgulloso de ti.
Isaac
viernes, 23 de diciembre de 2011
Una prisión formada por uno mismo, la prisión perfecta. Formada por unos grilletes que no aprisionan las muñecas.
Más quisiera... al menos sabría cómo me oprimen.
Su espantoso sabor cobrizo atraviesa mis venas hasta el corazón. Robando momentos por latidos que nunca volveré a recuperar.
Grilletes, cadenas y candados forjados por mis cuatro males. Apatía, cansancio, desánimo y desengaño.
La prisión de sentirse vacío. La espantosa libertad de flotar en la nada. Sentirse un cadáver aún sin descomponer.
Qué ésta jodida sensación se vaya...por favor.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Introitus
No hay perdón para nosotros. No hay perdón para mí. Nunca lo hubo.
Tantos años buscando el perdón. Tantos años buscando la redención.
Tantos años desangrados... para descubrir que el único que tenía que perdonarme era yo mismo. Todo este tiempo flagelándome con mis creencias impuestas, con mi idea suicida de salvar a todo el mundo...para llegar hasta aquí. Pero ahora tengo la vista clara, serena...y vieja.
Por mi mirada han pasado muchas cosas terroríficas y otras esperanzadoras. He visto a las gentes ir y venir en caravanas de dolor. He visto los más crueles demonios resurgir de sus tronos de espinas y a los ángeles más decididos caer ante el Tentador. He comprendido la miseria de las gentes y sufrido el poder de la Iglesia Angélica ejercía contra su rebaño. He visto la hipocresía del Póntifex, las miradas huecas de los cardenales, la poca fe de los obispos y las negligencias de los adeptos. He leído biblias santas y escrito versos herejes. He visto la herencia catastrófica del mundo antiguo y el futuro más negro de la humanidad.He visto caminos de todo el mundo conocido he visto gentes de todas partes: de la herética Britannia, de la pura Roma o de la destrozada y enfermiza Jerusalem. Por todos los rincones del mundo he visto iluminados y he visto escépticos; agnósticos; sabios herejes; estúpidos poderosos. He visto caer bajo mi espada tanto amigos como engendros del infierno, tanto inocentes como culpables. He visto nacer niños en mitad de la desesperanza. He visto nacer criaturas que asustarían a la misma Creación. He odiado ángeles y respetado a seres de poca reputación. He escuchado a Lucifer y le he hablado a Dios. He sido soldado de Señor, cruzado de los ángeles, esclavo de la Iglesia, portador de las llamas del infierno, hereje, fugitivo, he sido demonio y humano caído... He sentido el infierno y soñado con el cielo.
Sobre todo, he errado más de lo que ningún humano pudiera hacerlo. Pero también perdoné cuando ni la naturaleza humana me lo permitía. Pero el perdón es lo que a los humanos nos hace divinos.
Dicen que errar es humano y perdonar, divino. La divino y la Iglesia no podían ser cosas más dispares y diferentes. Como última voluntad, como último grito a la vida y a la humanidad, comienzo a escribir. Baño la punta de la pluma de un ángel en tinta. Probablemente a la humanidad le queda un suspiro... éste es mi último intento de conseguir cambiar nuestro fatal destino. Éste es mi último intento de conseguir con la palabra escrita todo aquello que no se podrá con conseguir con la espada.
Gracias a Dios nunca estuve solo. Ellas siempre estuvieron conmigo. Mis dos ángeles...qué quebraderos de cabezas me dieron, y qué esperanzas me dan.
Derramaré mi sangre sobre el papel, desangraré toda mi historia en tinta. Mi esfuerzo no será vano si al menos conmuevo a un alma que intenta buscar el bien más allá de la verdad. Con uno solo que haya leído esto, me bastará. Sé que mi esfuerzo puede ser inútil, puede que estas páginas sean desintegradas en llamas, en el fuego del fanatismo, calificada de herejía, y mi nombre ridiculizado. O puede que mi papel esté vagando por una tierra yerma y gris sobre la que cabalgan los demonios. Pero he cambiado mucho, y Dios sabe que tengo que intentarlo antes de caer en el pozo del olvido. No sé si iré al cielo, o siquiera si hay una vida más allá de la muerte, pero sí sé que ganaré la immortalidad a través de la palabra escrita. Unas palabras atrapadas en papel, que recordarán a quién las escribió.
Mi fe en la Iglesia Angélica ha sido a lo largo de mi vida una auténtica cruz para mi alma.
Este es el tiempo que me ha tocado vivir. Nadie puede elegir su época, pero cada uno cumple con su momento como el libre albedrío le susurra al oído. Yo lo he cumplido intentando salvar a la humanidad de su estigma, de su condenación.
De su muerte total...
Así es la Europa del siglo XXVII: moribunda, superviviente, llena de desesperación con un pequeño brillo de esperanza que nos traen los niños que nacen en esta época oscura. Una época difícil para un Templario de espada y corazón.
Mi nombre es Isaac. Y ésta, es mi historia.
sábado, 24 de septiembre de 2011
Vuelvo con Memorias de un Templario Negro.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Retomando un poco blogger...
lunes, 8 de agosto de 2011
8 de Agosto
lunes, 25 de julio de 2011
Un cuento de terror
No sólo concurrían a la misma escuela sino que —también— se encontraban fuera de los horarios de las clases. Unas veces, para preparar tareas escolares y otras, simplemente para estar juntas.
De otoño a primavera, las tres solían pasar algunos fines de semana en la casa de campo que la familia de Martina tenía en las afueras de la ciudad.
¡Cómo se divertían entonces! Tantos juegos al aire libre, paseos en bicicleta, cabalgatas, fogones al anochecer...
Aquel sábado de pleno invierno —por ejemplo—lo habían disfrutado por completo, y la alegría de las tres nenas se prolongaba —aún— durante la cena en el comedor de la casa de campo porque la abuela Odila les reservaba una sorpresa: antes de ir a dormir les iba a enseñar unos pasos de zapateo americano, al compás de viejos discos que había traído especialmente para esa ocasión.
Adorable la abuela de Martina. No aparentaba la edad que tenía. Siempre dinámica, coqueta, de buen humor, conversadora. Había sido una excelente bailarina de "tap" Las chicas lo sabían y por eso le habían insistido para que bailara con ellas.
—¿Por qué no lo dejan para mañana a la tardecita, ¿eh? Ya es hora de ir a descansar. Además, la abuela no paró un minuto en todo el día. Debe de estar agotada.
La mamá de Martina trató —en vano— de convencerlas para que se fueran a dormir a las cuatro y no sólo a las niñas, porque la abuela tampoco estaba dispuesta a concluir aquella jornada sin la anunciada sesión de baile. Así fue como —al rato y mientras los padres, los perros y la gata se ubica¬ban en la sala de estar a manera de público— la abuela y las tres nenas se preparaban para la función casera de zapateo americano.
Afuera, el viento parecía querer sumarse con su propia melodía: silbaba con intensidad entre los árboles.
Arriba —bien arriba— el cielo, con las estrellas escondidas tras espesos nubarrones.
La improvisada clase de baile se prolongó cerca de una hora. El tiempo suficiente como para que Martina, Camila y Oriana aprendieran —entre risas— algunos pasos de "tap" y la abuela se quedara exhausta y muy acalorada.
Pronto, todos se retiraron a sus cuartos.
Alrededor de la casa, la noche, tan negra como el sombrero de copa que habían usado para la función.
Las tres nenas ya se habían acostado. Ocupaban el cuarto de huéspedes, como en cada oportunidad que pasaban en esa casa.
Era un dormitorio amplio, ubicado en el primer piso. Tenía ventanas que se abrían sobre el parque trasero del edificio y a través de las cuales solía filtrarse el resplandor de la luna (aunque no en noches como aquella, claro, en la que la oscuridad era un enorme poncho cubriéndolo todo).
En el cuarto había tres camas de una plaza, colocadas en forma paralela, en hilera y separadas por sólidas mesas de luz.
En la cama de la izquierda, Martina, porque prefería el lugar junto a la puerta. En la cama de la derecha, Camila, porque le gustaba el sitio al lado de la ventana.
En la cama del medio, Oriana, porque era miedosa y decía que así se sentía protegida por sus amigas.
Las chicas acababan de dormirse cuando las despertó —de repente— la voz del padre. Terminaba de vestirse —nuevamente y de prisa— a la par que les decía:
—La abuela se descompuso. Nada grave —creemos—, pero vamos a llevarla hasta el hospital del pueblo para que la revisen, así nos quedamos tranquilos. Enseguida volvemos. Ah, dice mamá que no vayan a levantarse, que traten de dormir hasta que regresemos. Hasta luego.
¿Dormir? ¿Quién podía dormir después de esa mala noticia? Las chicas no, al menos, preocupadas como se quedaban por la salud de la querida abuela. Y menos pudieron dormir minutos después de que oyeron el ruido del auto del padre, saliendo de la casa, ya que a la angustia de la espera se agregó el miedo por los tremendos ruidos de la tormenta que —finalmente— había decidido desmelenarse sobre la noche.
Truenos y rayos que conmovían el corazón.
Relámpagos, como gigantescas y electrizadas luciérnagas.
El viento, volcándose como pocas veces antes.
—¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo! —gritó Oriana, de repente.
Las otras dos también lo tenían pero permanecían calladas, tragándose la inquietud.
Martina trató de calmar a su amiguita (y de calmarse, por qué negarlo) encendiendo su velador. Camila hizo lo mismo.
La cama de Oriana fue —entonces— la más ilumi¬nada de las tres ya que —al estar en el medio de las otras— recibía la luz directa de dos veladores.
—No pasa nada. La tormenta empeora la situación, eso es todo —decía Martina, dándose ánimo ella también con sus propios argumentos.
—Enseguida van a volver con la abuela. Seguro —opinaba Camila.
Y así —entre las lamentaciones de Oriana y las palabras de consuelo de las amigas más corajudas— transcurrió alrededor de un cuarto de hora en todos los relojes.
Cuando el de la sala —grande y de péndulo— marcó las doce con sus ahuecados talanes, las jovencitas ya habían logrado tranquilizarse bastante, a pesar de que la tormenta amenazaba con tornarse inacabable.
Las luces se apagaron de golpe.
—¡No me hagan bromas pesadas! —chilló Oriana—¡Enciendan los veladores otra vez, malditas! —y asustada, ella misma tanteó sobre las mesitas para encontrar las perillas.
Sólo encontró las manos de sus amigas, hacien¬do lo propio.
—¡Yo no apagué nada, boba! —protestó Camila.
—¡Se habrá cortado la luz! —supuso Martina.
Y así era nomás. Demasiada electricidad haciendo travesuras en el cielo y nada allí —en la casa— donde tanto se la necesitaba en esos momentos...
Oriana se echó a llorar, desconsolada.
—¡Tengo miedo! ¡Hay que ir a buscar las velas a la cocina! ¡Hay que bajar a buscar fósforos y velas! ¡O una linterna!
—"¡Hay que!" "¡Hay que!" ¡Qué viva la señorita! ¿Y quién baja, ¿eh? ¿Quién?—se enojó Camila—. Yo, ¡ni loca!
—¡Yo tampoco! —agregó Martina—. Esta Oriana se cree que soy la Superniña, pero no. Yo también tengo miedo, ¡qué tanto! Además, mi mamá nos recomendó que no nos levantáramos, ¿recuerdan?
Oriana lloraba con la cabeza oculta debajo de la almohada.
—Buaaaah... ¿Qué hacemos entonces? ¡Me muero de miedo! Por favor, bajen a buscar velas... Sean buenitas... Buaaah...
Martina sintió pena por su amiga. Si bien eran de la misma edad, Oriana parecía más chiquita y se comportaba como tal. Se compadeció y actuó —entonces— cual si fuera una heramana mayor.
—Bueno, bueno; no llores más, Ori. Tranquila... Se me ocurrió una idea. Vamos a hacer una cosa para no tener más miedo, ¿sí?
—¿Q--ué..? —balbuceó Oriana.
—¿Qué cosa? —Camila también se mostró interesada, lógico (aunque seguía sin quejarse, el temor la hacía temblar). Martina continuó con su explicación:
—Nos tapamos bien —cada una en su cama— y estiramos los brazos, bien estirados hacia afuera, hasta darnos las manos.
Enseguida, lo hicieron.
Obviamente, Oriana fue la que se sintió más amparada: al estar en el medio de sus dos amigas y abrir los brazos en cruz, pudo sentir un apretoncito en ambas manos.
—¡Qué suertuda Ori!, ¿eh? —bromeó Camila.
—Desde tu cama se recibe compañía de los dos lados...
—En cambio, nosotras... —completó Martina— sólo con una mano...
Y así —de manos fuertemente entrelazadas— las tres niñas lograron vencer buena parte de sus miedos.
Al rato, todas dormían.
Afuera, la tormenta empezaba a despedirse.
Gracias a Dios, la abuela ya se siente bien —les contó la madre al amanecer del día siguiente, en cuanto retornaron a la casa con su marido y su suegra y dispararon al primer piso para ver cómo estaban las chicas—. Fue sólo un susto. Como —a su regreso— las niñas dormían plácidamente, la abuela misma había sido la encargada de despertarlas para avisarles que todo estaba en orden. ¡Qué alegría!
—Así me gusta. ¡Son muy valientes! Las felicito —y la abuela las besó y les prometió servirles el desayuno en la cama, para mimarlas un poco, des¬pués de la noche de nervios que habían pasado.
—No tan valientes, señora... Al menos, yo no... —susurró Oriana, algo avergonzada por su comportamiento de la víspera—. Fue su nieta la que consiguió que nos calmáramos...
Tras esta confesión de la nena, padres y abuela quisieron saber qué habían hecho para no asustarse demasiado.
Entonces, las tres amiguitas les contaron:
—Nos tapamos bien, cada una en su cama como ahora...
—Estirarnos los brazos así, como ahora...
—Nos dimos las manos con fuerza, así, como ahora...
¡Qué impresión les causó lo que comprobaron en ese instante, María Santísima! Y de la misma no se libraron ni los padres ni la abuela.
Resulta que por más que se esforzaron —estiran¬do los brazos a más no poder— sus manos infantiles no llegaban a rozarse siquiera.
¡Y había que correr las camas laterales unos diez centímetros hacia la del medio para que las chicas pudieran tocarse —apenas— las puntas de los dedos!
Sin embargo, las tres habían —realmente— sentido que sus manos les eran estrechadas por otras, no bien llevaron a la acción la propuesta de Martina.
—¿Las manos de quién??? —exclamaron entonces, mientras los adultos trataban de disimular sus propios sentimientos de horror.
—¿¿¿De quiénes??? —corrigió Oriana, con una mueca de espanto. ¡Ella había sido tomada de ambas manos!
Manos.
Cuatro manos más aparte de las seis de las niñas, moviéndose en la oscuridad de aquella noche al encuentro de otras, en busca de aferrarse entre sí.
Manos humanas.
Manos espectrales.
Acaso ——a veces, de tanto en tanto— los fantasmas también tengan miedo... y nos necesiten..."
sábado, 18 de junio de 2011
El amor puede encender las estrellas
Túmbate y despeja la mente. Olvídate un momento de lo que crees que eres o de lo que los demás quieren que creas. Estira los brazos, siente la hierba fresca y por una vez escucha lo que el viento puede susurrar. Ahora...abre los ojos.
Mira el cielo nocturno.
Pierde tu mirar en el firmamento.
Apenas quedan estrellas ya ¿verdad? Están desapareciendo de nuestro cielo con el paso del tiempo. No porque nadie se encargue de encender los faros allá arriba, sino porque nuestra propia luz nos ciega. Algo así nos pasa a las personas, que podemos a llegar a centrarnos tanto en nuestra propia luz, que no nos deja ver la de los demás.
Algo así me pasó a mí... Cuando yo estaba a oscuras, pude ver lo intensa que es tu luz.
Pero no todas las estrellas han dejado de verse en el cielo nocturno, hay algunas que aún se mantienen colgadas de la bóveda celeste, reticentes a seguir a las demás. Esas pocas estrellas que se pueden ver en la ciudad.
Tú eres como una de esas estrellas que aún se pueden ver. Eres como una de esas velas que mantienen a ralla la oscuridad: pequeña, luminosa, natural, graciosa, misteriosa.
Pequeña, porque las cosas buenas son escondidas para que solo las encuentre quien lo merezca.
Luminosa, porque tu sonrisa puede iluminar hasta las estrellas.
Natural, porque a pesar de estar rodeada de océanos de oscuridad, sigues brillando con tu luz.
Graciosa, porque titilas al contrario que las demás.
Misteriosa, porque nadie sabe para quién brillas...
Eres igual que esa estrella que desafía al resto por querer seguir siendo ella misma y seguir donde quiere estar. Debe darte igual cómo brilles o de qué color sea tu luz. Simplemente, debes tener luz propia.
Y la tienes... esa estrella y tú sois iguales: irradiais vuestra propia luz. Y como ella, sólo se puede contemplar tu verdadera luz y grandeza si estás cerca. Sólo así uno puede contemplarte de verdad.
Es cierto que acercarse a una estrella puede ser peligroso porque siempre puedes ser dañado, incluso que puedes acabar quemado...
A mí no me importaría quemarme.
Sigue adelante, no te rindas, eso es lo que realmente marca la diferencia. Tienes todo el tiempo del mundo y lo mejor es que ya has despertado. Eres infinítamente más de lo que yo fuí hace poco. Te he visto como niña y te he visto como mujer. Y ya quisieran personas "adultas" la madurez que has llegado a tener en las ocasiones debidas. Y a pesar de ser ya todo eso...tienes aún todo el camino por delante.
Y aún así, piensas que no eres gran cosa.
Y aún así...
Me has hecho reír como un niño.
Me has hecho actuar como un adolescente.
Me has hecho pensar como un adulto.
Me has hecho arder como nunca podía haberlo hecho.
Me has hecho llorar ¿acaso no lo creíamos imposible?
Me has hecho amar...eso es algo que no ocurre todos los días.
Y aún así...no te crees especial.
Pero para mí sigues siendo esa estrella que brilla en medio de la oscuridad.
Y brillarás más, porque el amor puede llegar a encender las estrellas.
Ya lo verás...es una promesa.
lunes, 30 de mayo de 2011
Memorias de un Templario (XXXVII)
-¡Su ilustrísima! ¿Cómo ha llegado hasta el palacio sano y salvo? Le dábamos por muerto en las afueras, de veras que está bendecido con la gracia de Dios.
-Maldita sea Alexandros, si estoy vivo es gracias a estos jinetes oscuros- dijo señalando con el mismo asco a Gorke, no porque fuera Templario Negro, sino porque le odiaba personalmente.- no a vosotros maldita sea. ¡Mi propia guardia personal me da por muerto! Más os vale compensarme parando esta revuelta del Diablo.
-Señor, sabéis tanto como yo que vuestra potestad hacia los Engels de la Basílica es limitada en este tipo de casos. No podrían involucrarse si no es con un permiso del Ab de su Orden...y no creo que tengamos tiempo para burocracia.
El Obispo se dirigió hacia
-Esos Engels deben lealtad a la Iglesia y en este caso ¡a mí! Maldita sea, consigue que los Ramielitas entren en batalla.
-Pero su ilustrisima...solo son bibliotecarios del Señor.
-¡Me da igual! Haz lo que sea, mata algunos de ellos si hace falta-grito furioso el Obispo.
Los Templarios Negros tenían que moverse cuanto antes, si querían evitar una masacre contra el populacho. Los campesinos se abalanzaron hacia los guardias, implorando comida, agua y sobre todo...justicia. Pero al única respuesta que obtuvieron fué el frío acero de la Iglesia...ni lismosnas, ni bendiciones, ni oraciones, ni perdón ni consuelo. Sólo acero. Los Templarios Negros sintieron impotencia ante la masacre. Alejo atendió al desmayado Johann, Ilse se mordía el puño de la impotencia, Jacqueline miraba al suelo, Duncant se santiguaba, Jacob se mantenía impasible y Amelia afilaba sus armas. ¿Qué podían hacer, matar a los otros Templarios? Muchos de ellos también eran inocentes. Eran desertores, pero no traidores ni asesinos.
Alexandros, capitán de la Guardia Obispal, se veía superado por la multitud enfurecida que no hacían más que gritarles:"asesinos" y "herejes". La formación se estaba rompiendo, pero Alexandro seguía combatiendo con su espada-lanza y parecía un torbellino de ropajes morados.
-¡Soldado, matemos a los menos posibles! ¡Formad un muro de escudos y empujadlos! ¡No los matéis!
La Guardia Obispal volvió a colocarse en posición y dieron cuenta de que la mitad de los suyos habían caído. Entonces vieron que el pueblo se replegaba y que una nueva oleada aparecía por las diferentes calles de la ciudad. Habían triplicado su número...ahora la Guardia Obispal tenía una desventaja de 4 a 1. Sin contar que estaban cansados y heridos. Alexandros volvió a la retaguardia para hablar con el Obispo, que se encontraba con Gorke, el cuál intentaba vanamente hacerle razonar que aquél derramamiento de sangre era innecesario.
El Obispo le pareció gracioso el comentario.
-¡Pueblo de Florencia, retiraos a vuestras casas ahora y no se tomarán represalias contra vosotros y atenderemos a vuestros ruegos!- exclamó sin dejar de apuntar a un muchacho con la pistola.
¿Por qué demonios no se íban? Quizás pensó que el artefacto no fuera tan milagroso como decía el Obispo. De repente se acordó de que tenía que apretar el gatillo para conseguir la paz. ¿Tan sencillo...? Y entonces, apretó el gatillo.
No se lo esperó, un trueno escapó del metal que empuñaba y vió a un muchacho caer con la frente perforada. Sus hombres quedaron sobrecogidos por la explosión, pero le imitaron. Decenas de truenos escapaban de los rifles y pistolas de los guardias del obispo desde detrás de la muralla de escudos. Con horror, Alexandros vió cómo la vida de decenas de hombres y mujeres se escapaban en un suspiro. Tantas vidas desperciciadas en tan poco tiempo. Todos estaban impresionados, tanto los guardias, como los rebeldes. El pueblo se quedó inmóvil por el pánico. Alexandros estaba pálido. ¿El obispo les había dado armas de fuego? ¿Aquello eran armas prohibidas? Debía parar aquella masacre.
-¡Guardias del Obispo! ¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego!
Los guardias volvieron a disparar...embriagados del poder que acababan de experimentar. Sus hombres volvían a abrir fuego fusilando a unas veintiséis personas. ¿Quién diablos había inventado semejante aberración? ¿A qué mente retorcida se le había ocurrido crear o imaginar inventos que sólo servían para matar? ¿Aquellas armas eran del antiguo mundo moderno? Ahora entendía por qué el mundo antiguo debía ser exterminado. Apenas escaparon los rebelde de vuelta a la plaza de la Repúbblica, cuando Alexandros abandonó la fila buscando furioso al Obispo.
-Otra vez no...-Alexandros empezó a delirar con pánico al ver cómo sus hombres comenzaban a abusar de sus armas de fuego y empezaban a disparar al aire en signo de victoria.- ¡Otra vez no! ¡Dios haz que pare!-gritó Alexandros apuntándose la sién con la pistola.- ¡Nos veremos en el Infierno!
Y así, el Capitán de la Guardia, Alexandros, se suicidó al ver el horror que había desencadenado todo en lo que había creído.
Gorke se mantuvo aparte, pero no pudo evitar que la sangre del suicida le manchara el rostro.
-Esto ha ido demasiado lejos...Obispo.- susurró el Armatura ensangrentado.- Vamos a detener esta locura ahora mismo.
Y lo hicieron.
lunes, 23 de mayo de 2011
Ostium ad Infernum (I)
Dios mío...no puedo creer que aún siga vivo.
¿Dios? ¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?
Mi nombre es Isaac, y es increíble que aún pueda (y quiera) seguir escribiendo. Si aún quedara algo de fe en mi alma le daría las gracias a Dios de seguir vivo, pero quedaría irónico teniendo en cuenta donde estoy. No voy a perder el tiempo y voy a tomar nota de las observaciones, pensamientos y vivencias que acabo de tener y seguiré teniendo a lo largo de mi viaje por este lugar por el que pocos se han aventurado: los senderos del infierno. Muchos conoceréis a muchos miembros de la Iglesia (o suicidas sin mucha esperanzas) que han dedicado sus vidas en ir recopilando vivencias junto a los Infernos o enfrentándose a prole del Señor de las Moscas; juntando información sobre sus movimientos y comportamientos así como ilustraciones adjuntadas de los Engendros Oníricos (algunas incluso llegué a estudiarlas en las bibliotecas del Negro Temple de Roma AEterna) Fueron documentos que llegué a valorar durante mi vida al servicio de la Madre Iglesia (y fuera de ella, ya que renegué). Porque en el combate, todo conocimiento sobre ti mismo y tu oponente, es fuerza y poder. Como aquellas personas que arriesgaron sus vidas a cambio de inmortalizar experiencias para advertir a los incautos yo intentaré hacer lo mismo (espero que con la misma profesionalidad) sobre algo sobre lo que se ha escrito poco: las 7 capas del Infierno.
¿Mis fuentes? Mi sangre derramada, cansancio, desesperación, sudor y lágrimas propias y las ajenas de mis compañeros. No estoy solo, sino habría enloquecido hace mucho. Nos encontramos allí mismo, en busca de un alma perdida que no debería encontrarse allí. Un buen amigo de la infancia que por circunstancias que ahora no relataré (si salgo de aquí, juro que escribiré mis memorias y adjuntaré este documento) acabó en la séptima capa del Infierno sin comerlo ni beberlo. Realmente no está muerto, pero su alma fue robada por una sierva del Tentador, Meckraelle, a la que espero encontrarme en las entrañas de su macabra mansión. Si supiera que hubiera muerto del todo, incluso su alma... quizás no me arriesgaría a bajar hasta aquí para rescatarle. De todas formas, es una promesa de amistad eterna y verdadera (forjada en una noche de cervezas en una posada, que cosa que ahora esa promesa me haya llevado al Infierno) lo que me mueve a llegar hasta aquí.
Sería extraño considerar esto un diario por los senderos del Infierno, pues aquí no hay noche y día, sino un crepúsculo permanente. No sabemos si han pasado días o solamente horas, pero desde luego, llevamos demasiado tiempo aquí.
Para empezar, la Puerta de los Infiernos son las conocidas Almenaras de Fuego que asolan la faz de la Tierra. Todo ser humano sabe de la existencia de esas torres de fuego que aparecieron en los desastres del Segundo Diluvio. Bailan sobre la Tierra y sobre la humanidad, dejando un rastro infame de tierras marcadas de muerte y pestilencia, normalmente rodeada de la prole del Señor de las Moscas. Como es lógico tuve que saber cómo entrar en los infiernos, pero tuvimos la suerte de que teníamos una gran fuente de información: el capitán y líder Petirrojo Gorke (mi ex-armatura al servicio de los Caballeros Templarios Negros). Por lo visto él ya había estado allí por un motivo similar al mío, sacar a un ser querido de sus hambrientas llamas, su esposa Casandra, cuya historia desconozco en detalles. Por lo visto tuvo un éxito parcial en su búsqueda. Gorke (amigo y siempre superior mío) nos habló de que esas torres de fuego comúnmente conocidas como Infernos eran las entradas que había en la Tierra al inframundo. El aire alrededor de esos tornados de fuego susurran los nombres de los que se acercan, a veces forman rostros cadavéricos que se alargan y deforman dando vueltas sobre sí mismos en eternos aullidos, pero cuando uno intenta atravesarlos...o es abrasado o entra impoluto. Nosotros entramos por el Inferno que danza sobre el Mediterráneo, próximo a las costas de Italia. Lo que comentan marineros que nos llevaron (y llevaron a Gorke en su momento) hasta el Inferno que baila sobre el mar Adriático, es que es el Infierno (o el propio Lucifer) el que considera si tu alma puede entrar o no. Entras o ardes, vives o mueres. Es a lo que uno se arriesga al atravesar los muros candentes.
Atravesamos sus puertas de fuego y para mi sorpresa, todos fuimos aceptados por el infierno, mis compañeros de infortunios: Amelia (ex Templaria, pero aún mi compañera de peligros) Josué, Jesús, Nicholae (los tres Petirrojos) y yo. Entré con una sensación de vértigo y vacío nevado de ceniza y de repente...despierto.
Un desierto helado, desolado e inhóspito. Lo primero que acierto a sentir es una ventisca que arrastra mi nombre.
"Isaac" dicen los vientos alargando mi nombre en un áspero susurro.
Para nada esperaba que el desierto pudiera estar helado. Cogí mis pertrechos y eché mano del abrigo. Mire a mi alrededor...mis compañeros no estaban conmigo.
– Maldita sea ¿y ahora qué?
Eché a andar. En el plano terreno se podían divisar estatuas. Hombres que se habían quedado congelados a plena carrera, por la postura de sus cuerpos pero, ¿de qué huían? No se les podía ver bien el rostro, pero sin duda apostaría a que sus expresiones son de agonía. Intento buscar una dirección a la que dirigirme, pero todo el terreno es muy parecido, desértico y congelado. Intento seguir el viento que arrastra mi nombre, pero de repente me doy cuenta de que el viento sopla a su capricho, desde todas direcciones. Decido andar por andar, es mejor que quedarse parado con ese frío y así es posible que me encuentre con alguno de mis compañeros.
Durante la caminata, escucho un crujido. Al principio no le di importancia, pensé que se había partido algo en el hielo. ¿Hielo? Miré al suelo rápidamente para cerciorarme de que seguía intacto. No. El suelo de hielo se estaba agrietando e iba creciendo a la par que aumentaba el crujido. No tuve más remedio que echar a correr con pánico controlado. El suelo por el que voy dejando rastro durante la carrera empieza a desmoronarse, mientras corro, veo unas horribles manos casi etéreas que salen de debajo del hielo violentamente. Intentan apresarme, y algunas las consiguen. Una mano fantasmagórica me agarra el pie, echo mano a la daga de mi bota y me deshago de ella. Sigo corriendo escupiendo vapor por la boca irrefrenablemente. Intento concentrarme en mi respiración, pero esas manos son mas rápidas y están en su terreno. Me aprisionan los brazos, me tiran hacia el suelo, me tumban entre gritos mientras que otras me agarran las piernas. Me empujan hacia el hielo y me aplastan sobre él. De pronto aparece una puerta, de la nada, solo una puerta con su marco. El marco tiene una forma puntiaguda en sus extremos superiores y unas curvas acabadas en puntas. La puerta doble se abre y salen manos etéreas empuñando agujas enormes seguidas de hilos, empiezan a coser sobre mi pecho mientras miro con impotencia como esas agujas entran y salen de mi piel. Empecé a forzar las manos que me ataban como las correas de las camillas que emplea la Inquisición. Gritos de pánico y dolor salieron de mi garganta. Logré zafarme de esas manos heladas, pero ya habían acabado conmigo. Me sangraba todo el pecho, cosida una cruz Templaria, estaba repleta de viñetas de toda una vida...la mía. Cual mosaico de una Iglesia contando su crónica. Arrastré los pies hasta la puerta dejando un rastro de sangre. Abrí la puerta. El paisaje era el mismo desierto helado, que me estaba tocando ya las narices.
- ¡Isaac!
Me giré escupiendo vaho y poniéndome el abrigo de nuevo. Me punzaba cada milímetro del pecho y derramaba cientos de hilillos de sangre. Respirar era una agonía. Josué, Nicholae, Jesús y Amelia se acercaron. Les miré con recelo. Ya habían jugado conmigo los demonios, esos podían no ser perfectamente mis verdaderos compañeros. Me levanté con esfuerzo y un murmullo de dolor, del que se cercioraron.
- ¿Qué pasa?- dijo Nicholae con expresión preocupada.
Josué, el más incauto de los tres petirrojos (los otros dos se podía decir que pensaban fríamente pero aún así eran valientes) me apartó el abrigo y el brazo con el que sujetaba la herida y se apartó como si hubiera abierto la caja de los mil males. Miró la herida con horror y curiosidad a la vez.
- Qué demonios...-maldijo mirando la cruz cosida, que estaba hecha por manos muy diestras, por manos del infierno, nada más y nada menos.
-Estoy bien.- dije poniéndome el abrigo.
-¡Joder!- maldijo, y luego dio cuenta del marco.-¿Y esa puerta?
- Ya la he examinado. No va a ninguna parte...
"Tik tik tik"
-¿Qué demonios es eso? Nunca mejor dicho.- se alarmó Jesús.
-Ese ruido no me gusta nada- aseguró Amelia.
Josué se quitó el rifle del hombro.
-¡Viene de abajo!
Miramos al suelo...se podían ver sombras al otro lado del hielo, pequeñas sombras que avanzaban bajo nuestros pies. El ruido aumentó y se multiplicó...cada vez eran más y solo podíamos mirarlas andar bajo nosotros.
- ¿Qué diantres es eso? Son muchos y caminan bajo nosotros. Apartémonos de este suelo- dije sacando el cordobés temiendo que estuvieran carcomiendo el hielo para que cayésemos.
"Crack"
La parte del hielo que acabábamos de dejar fue rajada. Estábamos en posición y armados. Yo ya apuntaba con el rifle, como mis compañeros, Amelia esperaba con las hachas. Esperábamos un engendro, insectos, bichos carnívoros...lo que fuera. Pero para nada esperábamos lo que apareció bajo ese suelo helado. Una pequeña cabeza calva de bebé, trepó hasta la superficie con la elegancia de una araña, pues tenía ocho patas articuladas afiladas como cuchillas. Nos miró con una mirada vacía y una marca en la frente. El resto de esos bichos caminaban por debajo del hielo. Y entonces...cargaron contra nosotros.
El primero de ellos profirió un chillido agónico y potente, como si de un grito de guerra espeluznante se tratara. A nuestros pies el suelo se resquebrajaba ante los demonios que avanzaban por debajo del hielo. El grupo, respondió al primer chillido y avanzaron con elegancias de unas arañas del infierno. Hicimos una formación de abanico para recibirlos, intentando evitar que nos rodearan. Espadas y rifles en mano, aguardamos a que llegaran hasta nosotros. Los cuchillos oxidados que tenían por patas las cabezas de bebés arañaban y penetraban a veces el suelo. Cuando llegaron hasta nosotros, redujeron la marcha y entonces los pude ver de cerca. Nunca había visto nada parecido: cabezas calvas de bebés que nos miraban con ojos embutidos en una asquerosa película blanca y una marca en la frente; del cuello le salían las articulaciones que se bifurcaban en patas de araña en forma de cuchillas. Un escalofrío que no tenia nada que ver con el gélido lugar me recorrió la espalda, aferré el rifle con mayor fuerza. Entonces, atacaron. Se movían rápidos y se coordinaban como si de un enjambre se tratara. Un de ellos enfiló hacia mí presto a darme muerte, pero antes de llegar al cuerpo a cuerpo abrí fuego sobre la cabeza infantil. El cráneo estalló entre vísceras y gritos eternamente agónicos y avanzaron con violencia. Di un paso atrás y apunté al siguiente, entonces pasó algo que no me esperaba. El que iba justo detrás saltó unos cuantos metros cuchillas en ristres. No lo vi venir y eso casi me cuesta la vida. Cayó desde el cielo y con fuerza (¿o más bien con facilidad?) atravesó mi carne, justo debajo del hombro izquierdo. No podría describir ese dolor, aunque pasé semanas con él. Me habían atravesado con armas durante toda mi vida militar, pero nada se asemejaba a aquello. Parecía oxidada, y así era, pero cortaba cualquier cosa como si de mantequilla se tratara, incluso el hielo por el que se movía cedía ante esa hoja. Me clavó en el suelo y estuve a escasos centímetros de ese horror de demonio. Me deshice del rifle y a duras penas contuve un grito de dolor. Tenía tan cerca a esa cosa que tuve que separarla de mi con un cabezazo. Mi contrincante reculó con gracia y no tuvo más remedio que sacar su hoja del hielo y después de mi carne. Ahí fue cuando pude darme cuenta de las marcas de sus frentes. Esas cabezas infantes estaban marcadas con el estigma de aquellos que no habían sido bautizados, de aquellos que están fuera de los ojos de Dios. Me incorporé y con ansia acabé con mi adversario a golpe de daga. Muerto mi contrincante, los cuatro nos vimos rodeados de esas cosas cuyos ojos brillaban entre sus cuencas, pero era algo a lo que uno está ya acostumbrado. El combate continuó, ya no era momento de las armas de fuego, si no de las espadas. Uno de los demonios infantiles le trepaba por el cuerpo a Nicholae, que intentaba mantener la calma (toda la calma que se puede tener en un combate así) y deshacerse de esas cuchillas. Amelia reculaba, pero solo maniobraba para que sus enemigos saltaran hacia ella y poder así hacerlos trizas con las hachas. Josué parecía que era el único que se las apañaba junto con Jesús. Ya casi los habíamos reducido y Nicholae se deshizo de la bestia que subía hasta su cabeza, que acabo uniéndose a otros tres que le flanqueaban. Nicholae maldijo para sí mismo, pero se lo puso difícil, por no decir imposible, a sus enemigos. Corrí hasta mi rifle llevándome por delante a uno de los no bautizados de un tajo. Lo recogí a la carrera y me llevé la culata al hombro.
"Mierda, mierda, mierda. Contén la respiración, alinea la culata con la mira, apunta...¡dispara!"
Nicholae se enfrentaba encarnizadamente con otro de ellos, y cuando se le iba a acercar otro por detrás para darle un golpe fatal, cayó de un balazo. Acabó con su contrincante, miró hacia mí, buscando al tirador. Hizo cuenta de la baja enemiga que casi le cuesta la vida y me obsequió con un asentimiento que todos habíamos hecho alguna vez y que decía: "gracias, te debo una"
Pero nos debíamos tanto ya los unos a los otros, que ya solo nos limitábamos a cubrirnos las espaldas.
-Se retiran.- gritó Josué jubiloso.
Era cierto, quedaban pocos y se iban alejando lentamente, sin darnos la espalda hasta introducirse por el agujero de hielo por donde habían salido. Conteníamos la respiración, hasta que se nos escapó en forma de vaho. ¿Y ahora qué? ¿Habíamos pasado alguna especie de prueba? La puerta seguía delante.
-Creo que deberíamos descansar mientras la examinamos.- aconsejó Nicholae mientras se vendaba una herida y me señalaba.-Tú, ven aquí. Te vendaré esa herida.
Sumiso, me acerqué y me senté en el hielo. Mientras me vendaba miraba con ojos ausentes la puerta, mientras tiritaba y la barba se me acumulaba de gotas de nieve.
-El pecho también te lo tengo que vendar, deja de esconderlo.
Me resistí a que me quitaran el abrigo. Allí hacía un frío infernal. Pero acabé accediendo cuando notaba que perdía más sangre de la que me podía permitir.
-Vaya...es como si fuera el mosaico de la vida de alguien en una cruz templaria. Como si contara... ¿tu vida?- comentó más para sí mismo que para mí.
Mi respuesta fue un espasmo de frío. De repente sentía tener un protagonismo que no quería. Me levanté con la manta por encima y arrastré los pies hasta la puerta.
-Descansad y comer.- dije antes de levantarme.
Los petirrojos comieron con disgusto al descubrir que el primer bocado iba a ser más pescado. Masticaron el atún y charlaron entre ellos, parecían más animados que yo, sobre todo Josué.
"Ese muchacho...parece que busca el momento perfecto para demostrar su valía. Es imprudente. Es...¿joven? ¿Acaso yo ya no soy joven? Mierda, estoy sintiendo ya el peso de los años"
Amelia estaba al otro lado de la puerta. Yo abría desde el otro lado, con los ojos entornados por el cansancio y ese estado de...pasividad amargada que a veces me caracterizaba. No pensaba ni en lo que hacía, aquella puerta se abría y me desquiciaba ver el mismo paisaje helado. Probaba desde el otro lado y nada, el mismo panorama.
-A ver, esto tiene que tener alguna solución.- aseguró Amelia sin sentir el mismo frío que a mí me carcomía. Intentaba consolarme por no poder solucionar yo mismo el rompecabezas que se planteaba ante mi...si es que tenía alguna lógica. Me aparté y desenrosqué el tapón de la petaca a escondidas. Ella se acercó y me dio un apretón comprensivo (y doloroso ¡auh!) en el brazo.
-Deberías comer algo.
Sonreí, pero con desgana. Apenas la veía, tenía las pestañas cubierta de nieve.
-Estoy bien.- y le eché un trago a la petaca.
Ella me echó esa mirada de "no me toques las narices que la tenemos".
-Comeré cuando hayamos solucionado lo de la puerta.- respondí salvando la situación.
Arrastré los pies hasta la puerta y volví a abrirla. Nada...lo mismo. Ella se acercó, mirando el marco de la puerta, intentando leer algo. La vi al otro lado de la puerta, ahí en medio de la nada. Y la vi abrirla desde el otro lado. Sus cejas se arquearon.
-¡Hey! ¡Mirad esto!
Di la vuelta al marco en mitad de ese paraje helado y miré al interior de la puerta desde donde ella miraba. Mostraba un paisaje desértico...una ciudad moderna en ruinas, enormes escombros a un lado y un enorme tornado que lo presidía.
-Creo que esta era la solución. Había que abrir la puerta desde los dos lados.
-He aquí la segunda capa del Infierno.- murmuré para mi mismo sombrío.
Josué se acercó ya con todo el equipo.
-¿Y a qué esperamos? - y entró por la puerta.
-Este muchacho...- negó con la cabeza Jesús, Nicholae no dijo nada.
Entramos en la segunda capa. Segunda prueba.
Espero poder acabar este diario, espero porder volver algún día a la superficie... y espero volver a ver a mi hija algún día. Ojalá me perdone por haberla abandonado, aunque sé que está en buenas manos. Pero esto es algo que tengo que hacer...
Mañana seguiré escribiendo...mañana será otro día en el Infierno.
viernes, 6 de mayo de 2011
¿Hasta cuándo piensas aguantar...?
Pensaba que tras nuestra vuelta de los infiernos, que tras sobrevivir a los delirios de Lucifer ya no volvería a tener nunca pesadillas con el castigo eterno. Pero no parece que haya cambiado mucho...
Mis pesadillas sí han cambiado...pero siguen sin ser tranquilizadoras.
Los lagos de azufre se abrieron ante mis pies, los niños sin bautizar se retiraron entre agonías y movimientos macabros; los coléricos se calmaron para darme paso, los traidores se apartaron sin apuñalarme al pasar por sus lados; la gula apaciguó su ansia y cerró los colmillos babeantes sin querer devorarme; los lujuriosos cesaron su macabra orgía eterna; mis amigos y mis padres no gritaban mi nombre con odio mientras eran desollados por los sádicos verdugos del infierno, ni me culpaban de su sufrimiento...
De repente, mis pesadillas eran diferentes. Me convertí parte de ella. Todos ellos, demonios, condenados, cadenas y fuego abrasador, se abrieron como un mar rojo de sangre mostrándome el camino yermo y poblado de crucificados que ansiaban la bendición de una muerte que nunca llegaba. Ese camino conducía al interior de mi alma.
Allí, en el centro de todo y de nada, me hallaba solo en un espacio vacío. Desnudo, insignificante, con la cruz de mi antigua orden cosida al pecho, desangrando mis vivencias por las costuras y derramadas sobre la piel. En esa negrura me veía encadenado. Encadenado por las dudas, el miedo, la confusión, la pérdida, la muerte y el dolor. Eran cadenas que ya conocía, pero había otras dos cadenas que me apresaban dolorosamente las muñecas. Eran dos brazos enormes, caóticos, aparentemente piedra y uñas oxidadas, tan viejo como la tierra y tan astuto como un demonio. Su rostro sádico sonreía detrás de mi y me apresaba dolorosamente. Él había despertado hace poco, pero lo confiné en el fondo de mi alma...de momento. ¿Cuánto iba a poder durar aquello?
A mis espaldas, Azael seguía apresándome con agonía y ansia. Su rostro parecía disfrutar de todo, incluso de lo malo. Atravesó el espacio de mi alma, el alma que quería conquistar para sí...¿nuestra alma? Me susurraba siseante, como una serpiente tentadora.
-Es cuestión de tiempo que reclame tu alma, pequeño mortal- comenzó a decir el demonio conteniendo un gorgoteo gutural que se suponía que era una risa cavernosa- Pero tu carcasa mortal puede comérsela Cerberus...para otra cosa no sirve- concluyó divertido por su idea.
-Te mantuve a raya una vez, puedo volver a hacerlo- contestaba yo impasible y cabizbajo, dejándome sujetar por sus cadenas débilmente
-Oh, cierto. Una vez fuiste un estúpido por salvarle la vida a un ser que entregó a tu hija a tus enemigos. Una vez, fuiste un estúpido al perdonar a los seres que te trataron con asco y desdén por simplemente ser mortal. Una vez, fuiste un estúpido por no odiarlos y matarlos cuando sus cuellos estuvieron bajo tu espada. Una vez fuiste estúpido...y por eso sigues siendo un mortal.
-Sea fe o estupidez, te mantuve a raya.
-¿Fe o estupidez?- rió oscuramente Azael a mis espaldas, notando su aliento de azufre en mis oídos, yo seguía colgando de sus cadenas penosamente-¿En qué se diferencian?
-No conseguirás nada por ese camino, demonio.
-He vuelto a la vida muchas veces de esta manera, ¿qué te hace pensar que tú eres especial? Además, ya volví a la vida una vez tras tu muerte, por eso estoy aquí. Dime, Isaac ¿piensas vivir eternamente?- preguntó divertido y curioso.
La cadena de la duda me apretó en el cuello. Azael prosiguió.
-Cuando tú mueras, yo volveré a caminar sobre la tierra otra vez. Cuando tú mueras, reclamaré mi trono de cráneos y lideraré a la tercera legión del abismo sobre vuestro mundo. Cuando tus hijos nazcan mi esencia estará en ellos. Hagas lo que hagas, yo siempre estaré contigo, sintiendo lo que sientes, viendo lo que ves, esperando eternamente a un flaqueo tuyo para resquebrajar tu voluntad y arrebatártelo todo. Todo.
-¡Basta!
-Pero puedo ofrecerte mi poder voluntariamente...solo tienes que dejarte llevar por tu rencor más oscuro.
-¡Cállate!- le pedí alzando el rostro, pero no podía verle, seguía sujetándome las muñecas con cadenas, detrás de mí.
-Yo puedo salvar a tu hija de una muerte segura y brutal. Con mi poder podrías ayudar a los oprimidos y a aliviar su sufrimiento. Podríamos vengarnos de los ángeles, esos seres celosos de la humanidad porque creen que ellos son los verdaderos hijos de Dios. Alzaríamos de nuevo a la humanidad que tú tanto admiras. Haría que Duncant no te odiara por mancillar a su hermana mientras él se pudría en el infierno. Haría que tus padres se sintieran orgullosos de ti y no pensar que su hijo es solo un proscrito bandido. Puedo hacer que Amelia no te abandone tras no poder impedir tú la muerte de tu hija...
-¡Olvídame!- comenzaba a tirar de las cadenas, implorando que se callara.
-Has visto que desde que estoy en tu alma despierto, el infierno te obedece, te respeta...y sobre todo, te teme. Si me dejas volver a la vida voluntariamente, si me liberas de tu maldita prisión, podría darte todo ese poder y más.
-Mientes...
-No me costaría nada, mortal. Y tengo mucho que ganar. Y tú nada que perder.
-Puedo perderlo absolutamente todo.
-Lo que tú posees es algo insignificante comparado al poder de un demonio. Todo es más grande de lo que crees. ¿No sientes miedo al saber que para el universo no eres más que una diminuta partícula de un ácaro? Incluso podemos llegar a creer que a aquél a quién llamamos Dios no es más que una fuerza inferior a otra mayor...que ni soñaríamos a imaginar. Tan presente y tan oculta a la vez. Alguien que decide por todos nosotros.
-Yo puedo elegir.
-Claro que puedes elegir...ese fue el maldito regalo que os dio Dios. El libre albedrío. Pero Isaac, piensa en lo que te ofrezco. Te ofrezco poder y la solución a todos tus problemas de forma voluntaria. No deberías pensar en mí como tu enemigo, sino en alguien que fue un incomprendido como tú hace miles de años y que quiere cambiar las cosas.
-Los demonios traicionasteis una vez...los traidores vuelven a caer en su pecado siempre.
-¿Y acaso tú no traicionaste a tu Orden? ¿No eras acaso un Templario antes, y por no compartir las maneras e ideas desertaste para cambiar el mundo? Isaac, conocer las cosas tal y como son y cambiar de opinión no es traicionar ¡Es abrir los ojos a la verdad! No somos tan diferentes tú y yo, Isaac. ¿Cómo crees que se forman los grandes demonios? ¿Cómo crees que se llega a ser dios? Cualquiera puede llegar a serlo si sabe jugar sus cartas, ¿crees que Dios siempre fue Todopoderoso? Él empezó desde abajo y con sus intrigas se hizo con el cosmos. Tú has dado los primeros pasos y puedes continuarlos hasta el final...o querer seguir siendo un estúpido mortal por estúpida ignorancia.
-Yo...yo...-dudé, aquello fue tentador, lo que se me ofrecía era la posibilidad de cambiar el mundo a mejor...¿pero acaso no todos los que caen lo hacen por eso, y al final lo que hacen es más daño?- Aparta este cáliz de corrupción de mí, demonio.
Sus dientes, que eran todo colmillos se afilaron y abrió la boca como un tiburón.
-¡Maldito mortal, te estoy ofreciendo la posibilidad de poder convertirte en el mismo Dios!
-Uno no entiende lo que es eso si no se ha sacrificado, si no ha luchado por los demás, si no ha renunciado a su pan de cada día para dar de comer a los hambrientos. No has comprendido nada, Azael...el infierno me demostró que la divinidad no son las potestades que poseéis, sino tener el valor de saber perdonar y de sacrificarte por los demás. Tú buscaste el camino fácil, el de la traición, y simplemente creaste más dolor.
-¿El camino fácil, mortal?- contestó furioso- ¡¿Crees que fue fácil que Aza y yo discutiéramos con
Dios en el principio de vuestros tiempos?! ¡¿Crees que fue fácil nuestra caída y encierro en las Montañas de la Oscuridad?! ¡¿Fue fácil acaso estar encadenado todo este tiempo, intentando volver a ser libre del todo una y otra vez?! ¿Es ese el maldito perdón que promueves? Pues que sepas que Dios no está dispuesto a perdonar como tú. Estoy harto de ser libre de forma parcial. Durante mis pequeñas libertades enseñé a las mujeres maquillarse, a ocultar su naturalidad, hasta me reproduje con tu especie con la esperanza de dejar una pizca de mi esencia. Quiero sacar todo mi poder, como antaño, bajo el mando supremo de aquél que nos hizo abrir los ojos, de Lucifer, iluminado por la naturaleza del Adversario. Quiero volver a ver la luz y gobernar lo que nos pertenece por derecho...¿o acaso Terra no era un regalo de Dios? Quiero dejar de estar encadenado sobre mi trono puntiagudo, en ese desierto oscuro esperando el Juicio Final.-acercó su rostro a mi oído y siseó espeluznante-. Tú eres el último obstáculo que me queda para unirme al Gran Juicio Final.
-Entonces seré el obstáculo más difícil que tengas- le aseguré al contemplar levemente sus verdaderas intenciones.
Azael, furioso, alzó su mano para golpearme con sus garras de piedra...pero se contuvo. Aunque él me encadenara a mi, el alma me seguía perteneciendo. Lo único que podía hacer allí era tentarme.
Nada más.
-Como desees, mortal. Pero acuérdate de mí cuando llegue todas las cosas malas que te he vaticinado. Y entonces te arrepentirás y desearás morir...y ten por seguro que yo estaré allí.
¿Acaso ese es el sentido de mi vida? ¿Acaso mi vida solo iba a servir para volver a revivir a un gran demonio?
En cualquier caso, pienso ser el guardián que impida su vuelta al mundo. Pero...¿qué más puede un hombre hacer?
Malditas pesadillas...
"¿Hasta cuándo piensas aguantar...¿Isaac?"
viernes, 1 de abril de 2011
Memorias de un Templario Negro (XXXVI)
-Él es como un hermano mayor...-sollozó limpiándose los ojos con la manga de la sucia camisa-. Un escaqueado, un bruto y un vago...pero un hermano mayor al fin y al cabo. Me salvó la vida cuando naufragamos- hizo una pausa para respirar hondo-. Quedé atrapado cuando se partió la embarcación y se quedó conmigo, me subió hasta el puente de la galera a cuestas...
-Mierda...-dije al ver cómo el cuerpo inmóvil de Olivera se empezaba a contorsionar en espasmos, Timmy se tapó los ojos.
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Lejos de allí, en Italia, el sol se ponía también en el Palacio Apostólico en Roma AEterna. La sala blanca del Palacio poseía barrocos adornos dorados, con un enorme ventanal situado al fondo del despacho, custodiado por fantasmales cortinas rojas. Un niño descalzo vestido con una sencilla y humilde túnica blanca miraba por la enorme ventana blindada que daba a la plaza de San Pedro. La plaza estaba siempre abrazada por los imponentes pilares impolutos que formaban una especie de omega Desde esa ventana todos los domingos el niño salía para orar el Angelus, pero ese día las gentes estaban ausentes y los pocos que paseaban por aquellos patios eran Cardenales del Consistorio. Mientras miraba por la ventana como un prisionero (pues así se sentía), apoyaba una mano sobre el cristal. El niño tenía la mirada blanca y apagada, vieja y sabia, su piel sin embargo, era una piel joven y tierna. Muy joven y tierna incluso para un niño...quien iba a decir que aquél chico había vivido más de 300 años. El Pontifex Máximus Petrus Secundus respiró con añoranza y empañó el cristal por unos segundos. Habían caído gotas en el cristal...estaba empezando a llover sobre Roma. La lluvia le traía malos recuerdos, pero no era eso lo que le preocupaba, le preocupaba su mano, la mano acariciaba el cristal de la ventana. Estaba rugosa y las venas marcaban dándole un relieve espeluznante a sus infantiles manos.
Después de tantos siglos, el Pontifex Máximus Petrus Secundus, presentaba síntomas de vejez.
Cerró los ojos y volvió a suspirar amargamente...y en su aliento descargó todas aquellas imágenes que había visto hacía siglos. Hacía tantos siglo de aquello, pero él no había cambiado un ápice.
Sin embargo, por primera vez, su inmortalidad estaba empezando a ceder. Aquél pacto hace siglos con aquella voz que consideraba Dios se estaba cerrando, pero sabía como renovarlo.
"¿Los sacarías tú adelante?" Le preguntó Él sin voz alguna. "¿Le harás ver la luz de nuevo? ¿Les darás esperanza a la Humanidad? ¿Dejarán de destruir mi regalo si tú les guías? ¿Podrá tu espalda con mi carga? ¿Querrás vivir tanto tiempo? ¿Querrás seguir sufriendo por la vida? Habéis debilitado el alma del mundo, despreciado mi regalo. Vuestra misión está al borde del fracaso. El enigma que os planteé está aún sin resolver. Habéis debilitado la carcel de la Bestia, su fiebre y vuestro mundo se está confundiendo. Los contínuos delirios, locuras y pesadillas de Lucifer están apareciendo en vuestros hogares, infestando vuestra tierra: insectos, engendros oníricos, demonios, pecadores, catástrofes, caos. Si los guías por los siglos de los siglos, nunca se romperá el séptimo sello, pero sabed que os abandonaré y tú serás su pastor. Estaréis solos...Solo si tu respuesta es
"Pero, Padre Celestial" le rogó el niño, azotado por el viento y la lluvia ácida, solitario en lo alto de los montes de Spira; los mares comenzaron a retirarse a su lugar y los rayos del sol volvieron a abrazar al mundo después de mucho tiempo, "no podré llevar tu carga tanto tiempo...no viviré tanto"
"He aquí el sacrificio que debes llevar a cabo si quieres sacrificarte, Pedro" le susurró paternalmente Él.
Y Pedro de Spira lo vió...vió lo que debía hacer para poder sustituir la ausencia de Dios durante siglos. Y le pareció una aberración, una abomimación, algo horrible para un ser humano. Cientos de vidas sufrirán el precio de su inmortalidad. Y él sufriría dolor por los siglos de los siglos...
"Si es por el bien de la humanidad...que así sea. Amén"
Y años después Dios abandonó a la humanidad con la promesa de volver algún día...si el FIN llegaba. Para prorrogar el Apocalípsis, mandó a sus Arcángeles a la tierra tal y como fue recogido en el Génesis Secunda: Miguel, Gabriel, Uriel, Samael, Sariel, Raguel y Rafael. Tras cientos de batallas en los cielos de azufre, los arcángeles decidieron no marcharse con Dios (excepto Sariel) y amparar de lejos a los humanos desde los firmamentos, y raras veces intervinieron. Y aunque ya no había ángeles en la tierra, la Humanidad se las ingenió con la sangre que derramaron éstos en la Tierra. Recordó cuando ordenó manipular la sangre, para emular a los seres divinos al servicio de la Humanidad. Un pecado piadoso. Pero fue justo y necesario.
Mucho tiempo después de aquello alzó de nuevo a la Iglesia en Roma, un niño se había atrevido a alzar la civilización aunque fuera una nueva época de oscuridad parecida a la Edad Media. Levantó a la Iglesia con fe y con un uso religioso de las máquinas del pasado. La tecnología no era herejía si era santificada a un fin común a Dios. Tras la reforma del Palacio Laterano y la Basílica de San Pedro, Pedro de Spira fue elegido Papa, el más joven de la historia de la humanidad (aparentemente). A partir de ahí se le conoció como el Póntifex Máximus Petrus Secundus. Ya lo dijeron las antiguas profecías, el último Papa que tendrá la humanidad se llamará Pedro, igual que el primero. Pero el nuevo Papa no tenía intención de morir, aunque lo deseara. Pensaba ganar esta guerra al Apocalipsis y la Pesadilla del Tentador, costara lo que costara.
- En verdad os digo, que fue justo y necesario...-murmuró en un leve sollozo. Parecía que nunca acababa su sufrimiento. Pero era el pago...por seguir creyendo en la humanidad y en su capacidad de sacrificio. El infante notó la presencia de su más fiel confidente, servidor y consejero- Entrad, Sebastian.
-¿Su Santidad?- se disculpó éste.- Traigo los informes sobre las posibles facciones que se decanten en la futura guerra.
-¿Futura guerra?- preguntó irónico el Pontífice sin apartar la mirada de su mano envejecida repentinamente- Hace demasiado tiempo que empezó todo esto. Nosotros solo seremos testigos del principio del fin. Ocurrirá cuando todas sus piezas estén colocadas...y quien sabe, hasta un vulgar humano puede cambiar el transcurso de la historia.
-El Dux del Gran Ejército Angélico-Cristiano se reunirá con su Eminencia mañana.
-Bien...adelantemos materia.
-De acuerdo. -Sebastian fué hacia un enorme mapa de Europa (que mostraba también parte de Israel) que ocupaba toda la pared lateral. Frente a él, esperó a que el Pontífice se sentara en el enorme trono dorado, con sus peculiar diseño de maquinaria extraña...
Normalmente Petrus Secundus se sentía mejor cuando apoyaba sus manos entre las alas de los ángeles dorados del reposabrazo. Pero esta vez su dolor no se mitigó. Sebastian se dió cuenta, pero el Papa le apremió con un gesto de mano.
-Bien. Ésta es la situación. Los Barones de Iberia y otros núcles amantes de la tecnología están inquietos, aceptan a la Iglesia a regañadientes, pero el descontento es creciente por culpa de la Inquisición.
-Eso ya lo hablamos, la Inquisición es necesaria. Si para purgar un demonio tengo que sacrificar cien inocentes, te aseguró que será justo y necesario.
-Si, pero no es el único, unos Templarios Negros descubrieron en Florencia otra red de tráfico de armas prohibidas. La iniciativa del destape de esta red fue del Obispo Faustino Paissan, al que vuestra eminencia tenía pensado ascender a Arzobispo.
-¿Qué pasaron con las armas de Florencia?
-Desaparecieron, supongo que ardieron en alguna fogata pública, como cualquier cosa tecnológica o libros heréticos.
-No puedo mantener el mundo a base de supuestos.
-Estoy de acuerdo, señor.
-Bien, de momento tenemos núcleos rebeldes dispersos con tecnología prohibida, enamorados del pasado...chatarreros. ¿Qué dicen nuestros espías?
-Creen que pueden estar comunicándose entre ellos...sospechamos que para intercambiar tecnología.
-O para un levantamiento.
-No tendrían nada que hacer contra nuestros Engels, señor. Además tenemos al ejército permanente de los Templarios.
-Esperan su momento para actuar y acabar con todo lo que hemos reconstruido...- dijo el Papa con sudores fríos.
-También hay otra organización a la que hemos calificado de neutrales. Copian a los militares del mundo antiguo, disciplinados, entregados (son voluntarios todos) y con armas de fuego. Se hacen llamar Petirrojos.
-Herejes...
-Son legales dentro de su herejía, si me permite el comentario, señor.
-Permitido. ¿Qué más?
-Se acaban los suministros para las máquinas del Bautismo Angelical. Los Abs de Orden reclaman una solución.
-Ya...-dijo con un hilo de voz, Sebastian continuó.
-Los Engendros Oníricos pululan por el norte y se dice que han hecho una colmena en el Firmamento Raguelita, donde late una mente enjambre enorme. Pero sólo son rumores de guías de la marca locos. También fuero avistados Leviatanes, que hundieron galeras de guerra en el Mediterráneo.
El Pontífice se limitó a asentir.
-Un viejo enemigo ha vuelto de Oriente. Son peores que herejes, pues son fanáticos de una antigua religión que creíamos extinta, la musulmana. Se movilizaron en venganza de todo lo que occidente les hizo hace cientos de años. La Yihad, su guerra santa, no ha muerto para ellos.
-Estúpidos...no dejaremos de matarnos por muchos siglos que pasen. ¿Por qué tenemos tantas dificultades para perdonar y olvidar?- al niño le costaba respirar, su mente era una tormenta de información.
-Los sectarios satánicos han crecido masivamente en pequeñas comunidades...
-Por el amor de Dios...¿Es tu destino que tu mensaje caiga, Señor?- susurró agobiado en el trono, su tez era blanca.
Pegaron a la puerta. Un guardia con alabarda entregó un comunicado a Sebastian. Éste se quedó blanco. El Pontifice le apremió con gesto cansado.
-Sebastian, no tengo todo el día. ¿Qué ha ocurrido ahora?
-Florencia ha caído señor.
-¿Cómo?- dijo el Papa, que estaba extrañamente calmado.
-Por lo visto han derrocado a su Obispo, el antes mencionado Faustino Paissan. El pueblo llano se lanzó contra él, por lo visto repremía a su pueblo con el armamento herético que supuestamente había destapado y quemado...
-¿Otro Obispo corrupto? No me sorprende. ¿Cómo pudieron los campesinos vencer a las armas prohibidas de fuego?
-Eso es lo más extraño. Dicen que ocho caballeros oscuros lideraron al populacho hacia la victoria. Fuentes de la Inquisición corfiman que son los Templarios Negros del Armatura Gorke, unos desgraciados que han desertado porque la Inquisición se llevó a uno de los suyos.
El Póntifex Máximus Petrus Secundus parecía haber envejecido un año por cada mala noticia...no lo parecía, lo había hecho. Sebastian dudó.
-Su Eminencia, su pelo...¿está encaneciendo?
-Sí, Sebastian. Mi tiempo se agota, pues ya no puedo alimentarme solo de la esperanza del mundo. Tengo que prorrogar mi estancia en la Tierra de una manera más drástica. Convoca al Concilio de los Doce. Pedid a un Urielita mande el comunicado a los Caballeros del Círculo de Jerusalem. ¿Mandásteis a los niños y esclavos de la Inquisición a Tierra Santa?
-Sí, su Eminencia, todos los que debían algo a la Inquisición fueron mandados a Tierra Santa tal y como ordenásteis. - yo era uno de ellos e iba de camino mientras ellos hablaban - ¿De verdad quiere seguir pasando por esto?
-Debo...- comenzó a decir el niño, pero rectificó- Debemos hacerlo si queremos continuar. El sacrificio no es solo mío, sino de todos. Así debe ser. Además, sabes que sus almas estarán conmigo...
La tristeza infinita del niño se asomó a sus ojos.
"Si de verdad es justo y necesario...que así sea" pensó el niño envejecido antes de echarse a llorar en la sala del trono del Vaticano.