viernes, 5 de junio de 2009

El código.

Avanzamos hacia el altar, hacia el profeta Jesucristo crucificado del altar que nos miraba a todos como si supiera el destino de cada uno de nosotros. Fuéramos a donde fuéramos, nos seguía con la mirada. Una mirada triste…como nuestros destinos. Muy importante debía ser ese profeta para estar en todas las iglesias de la antigua Europa prediluviana.
Desenvainé la espada, en la que se reflejaba la luz que atravesaba las vidrieras de la
Iglesia-fortaleza, y clavé su punta en el suelo. Hinqué la rodilla derecha en el suelo y agaché la cabeza de forma sumisa besando la empuñadura de mi espada, ante el Gran Maestre (Decani). Alzó los brazos, levantó su rasurada cabeza y la luz de la luna que atravesaba el tragaluz del techo de la Iglesia le bañó. De repente gritó hasta quedarse sin aire:

-¡Las empuñaduras de vuestras espada serán vuestra cruz! ¡Las hojas de vuestras espadas serán vuestra fe! ¡La danza de vuestras espadas serán vuestras oraciones!

Todos los presentes arrodillados besando las empuñaduras de sus espadas respondieron en coro cada uno para sí mismos.

-La empuñadura de mi espada es mi cruz. La hoja de mi espada es mi fe. La danza de mi espada es mi oración.

El Gran Maestre volvió a alzar la voz tan fuerte que las vidrieras resonaron como si fueran a estallar.

-¡Vuestras espadas purificarán al impuro!¡Vuestras espadas liberarán al pecador!

Respondimos igual, en murmullos crecientes interiores.

-Mi espada purificará al impuro. Mi espada liberará al pecador.

El Gran Maestre respiró profundamente y soltó aire con otro alzamiento de voz.

-¡La sangre vertida de nuestros enemigos es el castigo de los pecados!¡La sangre vertida de vuestras carnes es el perdón de vuestros pecados!

Contestamos.

-La sangre vertida de mis enemigos es el castigo de los pecados. La sangre vertida de mis carnes es el perdón de mis pecados.

Silencio. El Maestre sudaba y tenía una sonrisa extraña en la cara.

-¡Cuando cumplais en la obra de Dios, Él os liberará!¡Los caminos del Señor son inescrutables!

Respondimos sumisos, mirando siempre al suelo.

-Cuando cumpla en la obra de Dios, Él me liberará. Los caminos del Señor son inescrutables.

Contenimos el aliento esperando las palabras del líder.

El Maestre nos tocó con su espléndida espada en los hombros, como ceremonia de investidura. Cuando terminó dijo:

-Levantaos...Templarios Negros.

¡Por fin! Nada más decir eso nos levantamos gritando como un solo hombre como si quisieramos que nos escucharan en el Reino de los Cielos.

-¡¡¡No para nosotros, sino para la gloria de Tu Nombre!!!

1 comentario: