viernes, 6 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XVIII)

Y menudas fiestas montábamos los Templarios Negros cuando se trataba de escarmentar herejes, éramos tan superiores a los pequeños grupos herejes dentro de la Iglesia que nos permitíamos un lujoso humor de batalla. Al menos, en el primer año de servicio, después, todo se torció.
Nuestro vínculo era tan fuerte, después de todo lo que habíamos pasado juntos en el Negro Temple, que nos movíamos y actuábamos como uno solo.
Juntos éramos casi invencibles.
Casi...

Si lo fuéramos, esto no habría acabado así.
El aceite del quinqué se ha consumido, pero he conseguido que me dieran un gran cirio ramielita,
con un alfa en la parte de arriba de la enorme vela, y un omega en la base...una llama derritiendo la cera hasta llegar a su omega, a su final...que propio. No podía haber pedido una vela mejor. Ya está empezando a consumirse el alfa, tendré que seguir escribiendo.
Amelia y yo conseguimos entrar en la fiesta del supuesto chatarrero y diádoco Leonardo Marini en Florencia. Al entrar nos dieron una especies de yelmos que solo cubrían el rostro. Máscaras lo llamaban. Cuando llegamos al gran salón nos sentimos extasiados por tanto lujo y espacio. El salón estaba lleno de mueres y hombres anónimos ocultos tras sus máscaras y trajes y vestidos extravagantes y recargados. Enmascarados quizás, por ser un baile, o quizás para ocultar su identidad a la hora de delinquir ante las propias narices de la Madre Iglesia.
Esa gente parecía sacada de una época dorada, de tiempos mejores, si es que eso había existido alguna vez en nuestro caótico mundo. Cientos de velas alumbraban en arañas de oro colgadas en el techo, imágenes y pinturas de paisajes lejanos y retratos hermosos se exponían en las barrocas paredes. Esculturas de blanco mármol mostraban su desnudez y belleza sin ningún tipo de pudor. Alfombras cargadas de adornos reconfortaban el baile de los invitados bajo un techo sostenido por columnas immaculadas.

Resumiendo: un lujo innecesario que insultaba a Dios y a todos los que se morían de hambre.
-¿Y ahora qué?-interrogué a mi binomi, que tampoco sabía cómo moverse o qué hacer ante tal insólito lugar.

Ella estaba extasiada mirando el ambiente del gran baile. Había una gran orquesta tocando desde un gran balcón que daba al interior del salón donde los invitados daban vueltas en parejas a bajo del dominio del compás ternario de algo llamado vals. Música instrumental...otra herejía.
Yo tenía miedo de la redada que pudieramos hacer allí. Amelia no parecía preocuparse nada, le brillaban los ojos y una sonrisa eterna se había apoderado de su rostro. Parecía una niña.
-¿Qué hacemos ahora?-volví a repetirle suavemente, esta vez en el oído.

Ella me tomó de la mano y tiró de mí hasta donde se encontraban los bailarines. Intenté resistirme, se supone que debíamos pasar desapercibido.
-¿Qué haces Amelia? Se supone que debemos infiltrarnos sin que sospechen- le susurré asperamente mientras me dejaba tirar por ella.
-Y eso es lo que hacemos idiota, la mayoría de la gente está bailando, y además, mientras damos vueltas no nos escuchará nadie ¿Sabes bailar?
-¡Claro que no!
-Entonces dejate llevar, yo te llevo.
-Ni de coña. Prefiero intentarlo yo.

Empezamos a movernos torpemente, pero conforme pasaban los compases íbamos cogiendole el tranquillo a los balanceos y vueltas del baile. En cuestión de tiempo, ya íbamos dando vueltas por el salón, y sobre nosotros mismos. Era el momento de hablar sobre el siguiente paso:
-¿Y ahora qué? Ya estamos más que integrados.
-Ahora toca esperar.
-¿Esperar a qué?
-Se supone que esta fiesta es una tapadera. Aquí se va a vender tecnología prohibida, así que algunos de los invitados tendrán que ausentarse, tenemos que vigilar el movimiento de todos. Además, el anfitrión ni siquiera ha aparecido.
-El anfitrión...Leonardo. Entonces daremos la señal de entrada.
-Si.-asintió con la cabeza y después fruncio el ceño.-Como vuelvas a pisarme, te machaco.

Seguimos dando vueltas hasta que pareció que el que bailaba era el salón y no nosotros. Los invitados aplaudieron a una figura que había entrado, totalmente enmascarado.
-Saludos mis huéspedes, espero que todo esté a vuestro gusto y comodidad. Disfrutad de mis estancias y contemplad todo lo que pude rescatar de un mundo antiguo y próspero. He recogido, recuperado y reconstruido las mayores obras de arte y modo de vida de la península Itálica de un período desconocido llamado Renacimiento y mundo moderno, surgido aquí. He protegido esto, de manos de la ignorante Iglesia, que quería quemar todo estos grandes descubrimientos de un tiempo en el que no la necesitábamos y éramos felices. Disfrutad y comed. Dejáos llevar por vuestros instintos. Hoy Dios no está aquí.

Después de todo esto llegó otra vez la normalidad de la fiesta. Bueno..."normalidad". Amelia y yo nos reúnimos en una estatua...¿de hielo? Aquel lugar me ponía los pelos de punta. Nos fijamos en que algunas parejas se marchaban discretamente por donde se había ido el anfitrión. Decidimos seguirlos y espiar su conversación, pero se encerraron en un despacho. Se abrió la puerta y salieron, un sirviente nos miraba.
-Pasen por favor.
-¿Nosotros?

El sirviente arqueó una ceja.
-¿Acaso no quieren el fuego que les ofrece el gran Prometeo?
Nos miramos. Nuestas caras eran un auténtico poema.
-Esto...Si, claro.-dije.

Entramos en el despacho, allí estaba el supuesto Leonardo Marini, aún enmascarado, mirando un enorme mapa de Europa colgado al fondo de la sala. Estaba marcando zonas concretas en el continente. Estaban marcadas Florencia, Zurich, algún reino de Iberia, y finalmente zonas circundantes a Praga. Ahora estaba marcando Córdoba. Sin girarse preguntó.
-¿Quiénes sois?
-Isa...¡Aich!-comencé, pero me detuvo un pellizco en el brazo.
-Danilo y Genoveva.-alzó la voz Amelia.

Leonardo se giró, ceño fruncido.
-¿Qué sector?
Vuelta a mirarnos. ¿Qué demonios pasaba allí?
-Venimos de...-comencé a decir recordando a la par nuestras identidades falsas.-Lisboa.
Ahora sí que estaba impresionado. Aplaudió pausadamente con sus manos enguantadas.
-La verdad es que no sé de qué me sorprendo. Lisboa fue totalmente arrasada por la Iglesia cuando se declaró ciudad libre como Gran Bretaña. La Iglesia se sintió tan ofendida la arrasó con un fuego purificador, dijeron, pero la verdad es que sospecho que utilizaron tecnología. Es normal que queráis más armas y seáis los primeros en realizar la gran revolución atea en Europa, vuestra sed de venganza debe ser...insaciable. La verdad es que tengo muchas esperanzas en Iberia de que la Revolución salga bien. Tenemos el apoyo de la Liga Humanitas, el NAM de las islas británicas y la gran chatarrería de Córdoba, sin embargo, esa maldita Orden, los que se hacen llamar Petirrojos, dicen que no actuarán contra la Iglesia, dicen que la humanidad tiene enemigos más importantes...malditos bastardos. Aun así, prácticamente creo que tenemos casi asegurada la parte occidental del continente.

Maldita sea, era cierto, Lisboa preparaba vengarse de la Iglesia Angélica y tenía ya escondido un gran arsenal. Para colmo se estaban comunicando una Revolución antiangélica por todo el continente sin que nadie se enterara ¿Cómo lo hacían?¿Cuál sería la fecha clave?

-Entonces...¿Qué deseáis? He de decir que tengo una superproducción de subfusiles cordobeses.
¿Qué demonios era eso?
-Leonardo...-comencé a decir.
-¿Leonardo?-dijo él entre asustado y nervioso.-¡Espias de la Iglesia!¡Guardias!

Después de esa misión nos explicaron que ningún invitado sabía la verdadera identidad del anfitrión, sólo el arzobispo Faustino conocía la fiesta y quién la organizaba. Leonardo era conocido por sus socios y colaboradores como Prometeo, un antiguo dios pagano que según me dijeron robó el fuego prohibido y se lo dió a los mortales. Una blasfemia, por supuesto. Al decir su verdadero nombre me había delatado.
Dos armarios con patas entraron en ese momento. Amelia noqueó a uno con una patada en sus partes nobles. Yo simplemente me limité a esquivarlo. Corrimos por el pasillo por el que habíamos venido. Corrimos más rapido cuando escuchamos una pequeña explosión y un jarrón que había a nuestro lado explotó en mil pedazos inexplicablemente.
-¡Mierda!-gritó mi binomio-¡Qué coño ha sido eso!
-¡Corre!- le apremié entre jadeos.


Corrimos como si nos persiguiera el mismísimo Señor de las Moscas. Llegamos al gran salón y corrimos entre los bailarines, la música seguía.

Otra explosión. Esta vez algo pasó silbando por mi lado.
-¡Detrás de las estatuas!
Nos ocultamos detrás de la base de una enorme estatua de mármol. La música cesó y la gente huía. La sala de baile era un auténtico caos, una marea humana.
-¿Con qué mierda nos están disparando?-dije histérico, parapetado en la base de la estatua, que se estaba cayendo a cachos debido a los proyectiles. Nos llovía encima las piezas amputadas. Amelia se asomó entre las piernas de la estatua, que representaba un tipo desnudo.
-Ha dejado de disparar, pero aquí vienen esos armarios que tienen por guardias. Vienen armados con tubos de metal que dispara fuego o Dios sabe qué coño son esas cosas.

Ella me abrazó, y por primera vez no me importó. Íbamos a morir.

-Siento haber sido el causante de tu muerte. Eres una de las únicas personas a las que quiero en este mundo, te tengo un cariño horrible-le dije a modo de disculpa.-Ni siquiera vamos a sobrevivir a la primera misión.
-Si vamos a morir...Isaac, quiero que sepas que te...-una sombra apareció entre nosotros y la interrumpió.

Apareció el tipejo al que esquivé en el despacho gruñendo. No duró ni un segundo en pie. Amelia ya le había metido una ostia que lo dejó seco nada más asomarse.
-¡¡¿Cómo cojones se te ocurre interrumpirme en este momento?!!-le gritó al guardia noqueado, a la par que le pegaba unos leves puntapies al cuerpo inerte.
No los vi llegar, de repente nos rodearon y nos encañonaron con esos cilindros de metal que escupían truenos y te mataban. Nos hicieron arodillar. El salón de baile estaba abandonado a causa de los disparos y el silencio lo inundaba todo, excepto el crujir de las armas. Los guardia nos encañonaban en silencio. Se escuchaba el inconfundible sonido de una batalla en el exterior. Leonardo se acercó a Amelia y a mí hecho una furia.
-¡Hay más con ellos! ¿Qué demonios? ¡¿Cómo demonios han entrado y atravesado mis fuerzas armadas?!-dicho esto me agarro violentamente del cabello y alzó mi rostro-¿Qué sois?¿Templarios?¿Cuántos sois?
-Nueve...-contesté con un hilo de voz. Él me abofeteó.
-¡Y una mierda! Nueve sucios Templarios no podrían haber atravesado mis defensas a pesar de haber mareado a mis guardias aquí dentro.
-No...quizás nueve Templarios normales no. Pero quizá sí Templarios Negros.

Un caballo embistió por la entrada, machacando la madera y sacando las hojas del quicio. Tres caballos con sus respectivos jinetes gritaron al gran salón en plena carga espadas-lanzas en ristre.

-¡¡Por la Madre Iglesia!!

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