martes, 17 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XXI)

La urielita Galadriel marchó con el correo del Obispo Faustino con gran presteza al Negro Temple, dejándonos totalmente por los suelos. Sabíamos que nos esperaba una buena bronca (eso en el mejor de los casos) por parte de los mandamáses del Temple, pero no contábamos con la extremada rapidez con las que las alas de la urielita llegaron y retornaron con el correo de respuesta por parte del Gran Maestre de la Orden. Ni siquiera llevábamos medio trayecto realizado cuando volvimos a ver al ángel.
La Compañía ya ni trotaba con la furia con la que salió de los barracones, íbamos despacio, sin prisas, desganados y desmoralizados. Para colmo, el estado de ánimo de la atmósfera era lluvia y una humedad insoportable.

El ángel retornó saliendo de la niebla que ocultaban las maravillas de la aún lejana Roma. Volaba con dificultad abriéndose paso por la cortina de fría lluvia. Cuando llegó hasta nuestra formación voló sobre nosotros, dibujando círculos, como un buitre o pájaro de mal agüero. Así se me antojaba en ese momento, pero la verdad es que era un espectáculo precioso, nos sobrevolaba un ángel de rasgos infantiles y unas hermosas alas pardas. Gorke condujo sus ojos cansados, subrayados de moradas ojeras hacia el ángel, siguiendo su vuelo con la mirada.


-Tenemos visita-murmuró cansado el Armatura, haciendo un saludo con la espada al ángel para que aterrizara sin problemas.


Y así lo hizo, el ángel planeó y acabó aterrizando verticalmente, tomando primero contacto delicadamente con el suelo con las puntas de los pies, antes de dejarse caer en brazos de la gravedad. Caminó lentamente crujiendo la húmeda hierba bajos sus pasos inciertos, cabizbaja entre la lluvia y la niebla. Gorke alzó un puño y a la misma vez desmontábamos de una vez sin intentar disimular el ruidoso traqueteo de nuestras oscuras armaduras de placas. Tocado el suelo los nueves Templarios desenvainamos y nos arrodillamos ante el ángel, y a pesar de que estábamos calados de frío hasta los huesos, la humedad casi nos asfixiaba y estábamos cansados y doloridos, nos sentimos dichosos (al menos yo sí) de estar ante la presencia de un ángel enviado por Dios. Estábamos ante la demostración de que Dios seguía con nosotros. Aunque castigó severamente a la Humanidad con el Segundo Diluvio y casi la exterminó, volvió a tender su mano en el último momento enviando a sus ángeles allá en el anno domini 2206. La Humanidad se debatía entre la vida y la muerte por su propia insolencia y se las tenía que ver solos contra el Demonio, el Caído o el Señor de las Moscas. Aún así el Señor envió a toda una legión de ángeles (nunca antes bajaron tantos ángeles a la Tierra, según la Biblia del mundo antiguo) para poder tener una última oportunidad de redimirse y luchar contra la naturaleza del Tentador.

Allí seguíamos, arrodillados y sumisos. El ángel Galadriel no parecía saber qué hacer. Parecía avergonzada, como si pensase que el respeto que le mostrábamos no se lo mereciera aún. Habló con un hilo de voz casi ahogado por la lluvia.
- Por favor no se arrodillen, ni siquiera he sido consagrada todavía.
Nos miramos de reojo, Gorke asintió con la cabeza secamente. Nos levantamos y envainamos las espadas. Galadriel se acercó y le tendió una mano al Armatura dándole un pergamino. Gorke lo desenrolló y miró el sello de la Orden. No lo leyó...no sabía, o no deberíamos saber leer, pero el sello autentificaba que era del Negro Temple.
-¿Qué pone en el correo?-dijo amargado Gorke.
Galadriel miró al suelo.
-Tendréis que dar un rodeo antes de presentaros en el cuartel de la Orden.
¿Un rodeo?¿Ése era nuestro castigo?
El correo de respuesta de la Orden había llegado. El altercado con el Obispo Faustino nos iba a crear problemas, y eso que hicimos lo que teníamos que hacer. El muy cabrón encubrió a los chatarreros en su jurisdicción para que juntaran arsenal tecnológico para después traicionarlos...y quedárselo él. El Obispo volvió al bando de la Iglesia y ahora no era mejor que un chatarrero. Nos llamó a nosotros, no porque necesitaba mejores Templarios, sino porque necesitaba otros soldados que no estuvieran bajo su servicio. Nosotros sabíamos la verdad, pero en la compleja jerarquía de la Iglesia, unos Templarios que estuvieron bajo el servicio del Obispo durante un día no podían acusarlo de herejía. No había nada que hacer, solo aceptar el puto castigo.


Un rodeo. A ver cómo es ese rodeo.
...


-¡Me cago en su madre!¡Obispo de pacotilla! He conocido engendros más simpáticos que él- gritaba Amelia mientras intentaba colocar el cañizo de tal manera que no hubiera goteras por la lluvia.
-¡Amelia!
-Déjala Isaac, esta diciendo lo que pensamos todos.-Duncant, optimista empedernido, seguía intentando hacer un fuego en la franja de tierra húmeda.
-En Francia seguro que no pasan estas cosas...-decía Jacqueline por lo bajo, ayudando a Amelia con el cañizo.
-Y una mierda, esto pasa en todas partes donde esté la Iglesia-Amelia estornuda, no tiene exito con las goteras-Los funcionarios de la Iglesia se enriquecen en sus palacios y a los de a pie nos toca sufrir todas las calamidades del mundo.
Jacob gruñía (más bien rugía furioso) dos veces, es decir, estaba de acuerdo. Cavaba con una triste pala en la tierra mojada como si le fuera la vida en ello, haciendo un poco más grande la trinchera.
-Vaya una mierda de rodeo...¿Qué cojones hacemos casi bajo tierra?-decía Johann protegiendo todos sus pergaminos y biblias.-¡Se me va a mojar mi Biblia del siglo XX!¡La humedad es malísimia para mis libros!-suspira-No creí que fuera a añorar mis tiempos de Mónaco, en un monasterio, allí, en clausura, calentito...-empezó a soñar, una sonrisa se le dibujó en la cara, aunque seguía pareciendo el mismo pirado de siempre.
Alejo, nuestro sanitario (aunque él lo negaba, pues la única cura milagrosa es la que poseen los Rafaelitas) vendaba una de las piernas de Jacob, herida en la anterior contienda por el rebote de una bala, aunque era difícil, no paraba de cavar y de moverse.
-¡Deja de moverte Jacob!¡Así no te puedo vendar la herida!- las manos de Alejo perdían el pulso. Jacob gruñó una vez, es decir, que no le iba a hacer ni puto caso. Seguía cavando casi con odio.
-¡Solo es una mierda de rasguño por todos los demonios!-Amelia estaba empapada.
-¡Amelia!-volvía a gritar yo.
-¡¿Y a tí qué te pasa?!
-No blasfemes...-repliqué cortado.
-¡A la mierda!¡Demonios demonios demonios y más demonios!-me tapé los oidos y seguí supervisando los materiales de campaña, casi estaba esperando que llegara Dios a castigarnos por tanta blasfemia. Alguién entró en la trinchera, Ilse.
-¡He traido comida!-dijo señalando un triste conejo.
-¡Una chispa!-gritó Duncant haciendo chocar las dos piedras.-¡Ya lo tengo!
Las ramitas prendieron con una tímida llama...para apagarse con una gota de lluvia bien apuntada. Empezamos a gritar disgustados. Ilse miró la hoguera fallida, y después el conejo.
-Habrá que comérselo crudo.-dijo como si no le importase con tal de tener algo en el estómago.
-¡¡No quiero ni una queja más!!¡¡Callaos joder!!-Gorke dejó el catalejo y se giró a nosotros con un odio indescriptible. Volvimos a nuestros quehaceres con esmero.

El correo nos ordenaba (nos castigaba) hacer un puesto de guardia durante una semana en las afueras de Perugia, una casi ciudad, de mala muerte. Allí se había avistado un engedro y teníamos que apostarnos en las afueras. No teníamos orden de atacar a ningún engendro a menos que se nos echara encima. Para un Templario no poder acabar con una amenaza cercana es una puta jodienda. Gorke seguía buscando con el catalejo desde la trinchera que habíamos montado. Había con nosotros tres Templarios más en "prácticas", eran de la ciudad.

-¡Lo tengo! Un caballito del diablo-gritó Gorke mirando por el catalejo, ignorando la lluvia.
-¡Al ataque!-gritó ahora Amelia desenvainando asomándose por la trinchera.
-¡Alto! Nuestra misión es vigilarlo, no podemos acabar con él.
-¿Qué?Es una amenaza suelta.-miré la ciudad, estaban dando la alarma.-Esa gente está asustada.
-Voy a por él.-dijo Duncant desenvainando, fue retenido por el Armatura.
-¡Alto!¡Nuestras órdenes son claras!
-¿Qué clase de órdenes son "estarse quieto y mirar"?-Duncant estaba enfadado.-No puedo hacer eso.
-Es nuestro castigo disfrazado de órdenes muchacho, paciencia. ¿Dónde están los novatos de la ciudad?
-Aquí, señor-dijo un muchacho, casi un niño. Los tres Templarios novatos vestidos de blanco se acercaron.
-Coged los caballos y avisad al monasterio-fortaleza más cercano, deben tener alguna compañía de ángeles.
Ensillaron los caballos y cabalgaron lejos. Nos tocaba esperar.
-Para esto no se necesitan ángeles, sino un par de cojones...-murmuró Johann.

Pasaron horas, y el engendro volaba por los alrededores. No atacó la ciudad, gracias a Dios. Si no, habría sido nuestra deshonra. Una compañía de ángeles derrotó al engendro en seguida y nosotros sólo podíamos mirar. El Miquelita del grupo se reunió con Gorke tras el combate.
-No puedo creer que nos hayáis llamado por un engendro tan normal, pero entiendo que los humanos tengáis miedo ante las criaturas del Demonio.-todos nos mordíamos la mano sin mirar al miquelita, excepto Gorke.
-Lo siento.- se disculpó.
-Para eso estamos.-dijo el ángel rubio con una sonrisa.
El ángel echó a volar con su compañía. Los ciudadanos los alababan mientras los despedían y a nosotros nos reprochaban el no haber movido ni un dedo. Incluso nos llamaron cobardes.

Creo que fue a partir de aquí cuando Gorke quería demostrar que nuestra compañía de Templarios Negros no necesitaban a los engel o incluso podíamos ser mejores que ellos.
Ser mejor que un engel...menuda blasfemia ¿no?

2 comentarios: