miércoles, 4 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XVII)

La cabeza me da vueltas. He perdido completamente la noción del tiempo y creo que hace días que no nos dan de comer. Al no querer quedarme dormido mi cuerpo se ha rebelado y me he desmayado súbitamente, derramando parte del tintero. Por suerte, apenas ha manchado nada de las hojas, sería desagradable perder todo lo escrito hasta ahora.

Seguiré...escribiendo.


Minutos después estábamos todos en un lujoso comedor. El decani de la Basílica estaba sentado en la parte estrecha de la mesa rectangular, presidiendo la cena. Era un hombre bastante mayor, pelo y barba blanca, líneas de expresión marcadas y ojos hundidos. Comía con los cubiertos sin mirar ni siquiera lo que se metía en la boca, mirándonos inquisitivamente. El decani parecía el típico viejo amargado.
Finalmente me dí cuenta que el único armatura que había allí era el nuestro, Gorke, que estaba sentado en el extremo opuesto al decani. Parecía bastante aburrido con todo eso de la educación y el protocolo, ese rollo formal parecía que no iba con él, aun así mantenía la compostura. Ilse estaba a mi derecha y Alejo a mi izquierda, que parecía muy familiarizado con los cubiertos, tal vez por la experiencia con los instrumentos sanitarios. Al lado de éste estaba Johan, que observaba todo atentamente, y al otro lado de la mesa, en frente nuestra de derecha a izquierda estaban Duncant, Jacqueline, Jacob y Amelia. Duncant tenía una expresión neutra, Jacqueline sonreía mucho, quizá demasiado; Jacob mostraba dificultades para comer sin lengua, y Amelia ya había terminado, había tragado como una bestia, por lo que se aburría esperando al resto. El decani parecía querer decir algo, terminó de masticar lentamente, tosió violentamente y habló dirigiéndose a Gorke.
-Armatura…-dijo el viejo con una pausa para que el aludido dijera su nombre.
-Gorke- completó prestando atención.
-Por fin conozco a unos de los famosos Templarios Negros
-Si, señor. Eso somos.
-Siempre me he preguntado qué son esas cruces negras que lleváis plasmadas en las placas de armadura, y los colgantes con la misma forma de cruz que lleváis los Templarios Negros. Nunca había visto nada semejante.Los Templarios no suelen llevar cruces colgadas, sino figuras angélicas.
El Decani de la Basílica de San Lorenzo parecía que no le gustaban nada los cambios. Gorke soltó un suspiro sin disimular como pensando que aquello no era nada importante.

-A la Orden se les proporcionó una antigua y enorme iglesia cerca de Roma, un lugar donde establecer la orden, aunque la iglesia que les dejaron estaba bastante arruinada. Cuando la reformaban con sus propias manos descubrieron que la iglesia perteneció a la orden prediluviana conocida como Los Pobres Soldados De Cristo, o Templarios, como la orden actual, solo que aquellos creían en Cristo como Hijo de Dios, y no como profeta. Es más, lo adoraban como al Mismísimo. Los desastres del Segundo Diluvio les dio a conocer una biblioteca bastante oculta bajo tierra, probablemente ni siquiera la conocían los europeos de los últimos mil años. En la biblioteca oculta encontraron mosaicos de resplandecientes soldados de negro con majestuosas cruces en sus petos, enfrentándose a los Herejes. Y así, por algún tipo de recuerdo y honor, la orden emuló las vestimentas oscuras de estos antiguos guerreros y sus cruces blancas y viceversa. Los métodos de adiestramiento son como una dura guerra, los resultados son buenos. No quiero decir con esto que el fin justifica los medios.

El Decani parecía más enfadado.

-¿Templarios de antes del Segundo Diluvio? ¿Jesucristo Hijo de Dios? ¿Imitar órdenes religiosas que no son de la Iglesia Angélica? ¿Templarios que cumplen igual que Engels? ¡Todo esto son blasfemias!
Gorke se levantó. Y fue acusando de lo mismo al Decani.
-Fue la Iglesia Angélica la que se basó en estos antiguos sacerdotes guerreros. Los Templarios imitamos en todo lo que pueden a los Engel, aunque lo ocultemo, algo que no deberíamos hacer, pues podemos hacer frente a la prole del Señor de las Moscas nosotros. Y no siempre podremos confiar en que nos salvarán los Engels. Vámonos, aquí perdemos el tiempo y tenemos asuntos que zanjar para mañana.
Nos levantamos a la vez, con ganas de estirar las piernas dejando en mal lugar a nuestro anfitrión pues nadie había terminado de comer, excepto Amelia.
-Armatura Gorke, no espere ser Templario mucho tiempo con esa actitud-dijo el viejo con resentimiento.
Gorke se giró sonriendo y se empezó a tantear un bigote que crecía fuerte.
-Créame, cada vez me hago más a la idea de eso.
El viejo sonrió cruelmente.
-No lo digo por esto, lo digo por...ya sabe, sus relacion con aquella bruja, y alguna que otras tragedias de las que no sale limpio.

A Gorke se le borró la sonrisa y se puso enormemente serio, llevándose la mano a las cadenas de sus antiguos soldados de escuadra fallecidos.
-¡Compañía! ¡Marchen!-nos gritó Gorke furioso, y nosotros salimos de la Basílica a paso ligero.
Fuimos a una taberna para preparar los planes de la misión que nos esperaba, pero no me enteré de nada, me tocó montar guardia para ver si alguien escuchaba la conversación, así que los miraba desde otra mesa como cuchicheaban el plan. La noche pasó sin incidentes, hasta que se me contó el plan en el callejón de atrás de la taberna.

-¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?-no podía creer lo que me estaba contando Amelia.
-Pues eso, que tenemos que casarnos.
-Pero, pero, pero… ¿Por qué? ¡¿Qué tiene que ver eso con la misión?!-grité
-Tenemos que casarnos para entrar como pareja en la fiesta del chatarrero.
-…
Salió Duncant riéndose, asomando la cabeza por la puerta de la posada que daba al callejón.
- ¿Ya?-dijo sin contener una risita.
- Si- contestó ella muy feliz- ¡Míralo! ¡Todavía está temblando! ¡Todos los tíos son iguales! ¡Con su miedo a la responsabilidad!¡Era broma idiota! No nos casaremos, solo lo aparentaremos. Tu nombre es Danilo y el mío Genoveva, somos una pareja noble de la antigua Lisboa, nos casamos en Iberia y estamos perdidamente enamorados. Venimos en nombre de nuestros padres a la famosa fiesta del Diadoco “angélico” Leonardo Marini.

Yo seguía sudando hasta que comprendí.

-¿Así que ese es el plan para averiguar si hay tecnología prohibida en el feudo?-pregunté.
-¡Si, tarugo! ¿Qué te creías?-parecía un poco enfadada.
-Uf, casi me lo pierdo-soltó Duncant soltando un suspiro alegre.

Al día siguiente ya llegábamos al palacio del supuesto fiel Diádoco a la Iglesia. Hacía un día espléndido, y parecía que iba a hacer buen tiempo durante todo el día. Amelia y yo llegamos nerviosos al recinto del palacio, y ella me agarraba del brazo. Lo raro es que yo estaba más nervioso de estar cerca de ella que de la probable posibilidad de que la misión fracasara. La miré, y estaba totalmente metida en el papel de recién casada.
-Oye, lo haces muy bien- le solté sin aviso débilmente.
-¿El qué?-me respondió sin dejar de sonreír mirando a la lejanía.
-Tu papel de enamorada. No seas modesta- le decía mirando al frente.

No la veía pero percibí que su actitud cambió ligeramente.

-Si, es que…-comenzó lentamente y progresivamente comenzó a hablar aturullada-¡Soy muy buena actriz! ¿Nunca te lo había dicho? De pequeña me gustaba mucho imitar a los juglares.
-Ya estamos llegando a la entrada, veo al guardia, disimula- lo que escuché justo después era como ella suspiraba ásperamente mientras se pegaba un cocotazo con su mano libre en la cabeza.

El guardia que vigilaba las grandes puertas de cristal que daban al palacio nos salió al paso y yo le dí los pergaminos que nos permitían entrar, con los nombres de la identidad que acabábamos de robar. Finalmente entramos en los dominios del presunto chatarrero.

Allí ibamos a montar una verdadera fiesta al modo de los Templarios Negros.

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