lunes, 6 de julio de 2009

Lo Ángeles de la Muerte (V)

No había esperanzas. Un Inferno, un tornado de fuego, una columna salida del mismísimo infierno, un pilar de las pesadillas de los hombres, se acercaba lenta y majestuosamente hacia la fortaleza que defendíamos los engels, y todo luchador por la causa de la salvación.

¿Qué íbamos a hacer? Nunca alguien había detenido un Inferno, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia, nunca se había detenido la catástrofe. Una voz por canal me sacó de mi desesperación interna; la voz en calma del miquelita Kanpekiel.
-Galadriel, avisa a la Mater Eclesia de que un inferno se dirige hacia la fortaleza. Necesitaremos mucho más que simples refuerzos. Por lo que veo, parece un inferno recién nacido, así que hay una mínima posibilidad de detenerlo.
-¡¿Un Inferno?!-fue la respuesta histérica de Galadriel- Ni siquiera la Iglesia Angélica podrá con esto.Pero tengo algo que decirte. Esto, Kanpekiel...he decidido mandarte unos refuerzos extraños.
-¿Refuerzos extraños? Explícate Galadriel.
-Creo que me lo agradecerás aunque creo que cuando los veas te enfadarás conmigo.
-Eso dalo ya por hecho, Galadriel- fue la respuesta fría del líder.

Miré al engel caído, el llamado Arceón, Maestro de los Caídos y de los Tentados. Sonreía porque estaba escuchando nuestro canal, aunque nosotros ya lo sabíamos. Arceón estuvo un tiempo pensativo, como si buscara en su memoria. Al fin habló al calmado Kanpekiel, que cerraba los ojos concentrado.
-Kanpekiel...Si, antes escuché ese nombre ¿Sabes?.

El aludido ni se inmutó. Estaba totalmente tranquilo. Una calma interior propia de un miquelita, una calma que ni siquiera el fin del mundo podría romper. Arceón continuó viendo que su contrincante ni modificó su ritmo respiratorio.
-Si. Hace tiempo conocí a un tal Kanpekiel. Era el líder de mi compañía. Es mucha casualidad que dos engels se llamen igual.

Miré a Kanpekiel preguntando con la mirada de qué iba todo esto. Agarré con fuerza la empuñadura de la espada flamígera. Un combate duro se aproximaba. El miquelita no abrió los ojos aún, pero sí que contestó con frialdad.
-Y tú mataste a Kanpekiel, tu líder ¿Verdad, Arceón?
-Eso es. Junto con toda la compañia. Todos muertos. Todos traicionados.
-Solo una cosa. ¿Por qué lo hiciste?¿Por qué la traición?
-Ellos eran el precio. Mi prueba de lealtad a la causa del Señor de la Moscas. Aún recuerdo como el miquelita maldecía mi nombre mientras su alma caía en un pozo de tinieblas. ¿Y sabes qué? Volvería a hacerlo. El Príncipe de las Tinieblas me ha otorgado todo lo que tu falso Dios no podía darnos.

¿De qué iba todo esto? Ni lo sabía ni me importaba, solo quería ver arder a aquél tipo bajo la hoja de mi espada.
-Vas a pagar por las vidas que te has cobrado, Arceón-dije interrumpiendo la conversación con un rugir en llamas de mi espada flamígera.

Arceón ni se molestó en mirarme. Era como si solo fuera un bicho molesto e irrelevante en la escena que se desarrollaba. Sin embargo me dirigió la palabra.
-Tranquilo Miguel. Usarás esa espada más pronto de lo que crees.

Acto seguido Arceón puso su mano derecha en la oreja, como queriendo escuchar algo inaudible. De repente me di cuenta de que se escuchaba el zumbido de un batir de alas de insecto. Luego, varios. Luego cientos, y segundo más tarde...miles. Un enorme enjambre parecía venir hacia nosotros con un mensaje de una muerte horrible pero no veía nada. Arceón bajó la cabeza, aún mirando a los presentes con una mirada enloquecida.

-¿Los oyes? Son los emisarios de la desesperación. Los mensajeros de la muerte. Los escribas del dolor. Lo portadores de la muerte eterna. Veamos de lo que sois capaces de hacer los engels del señor ante un enjambre de demonios sedientos de sangre y almas.

Miré a Kanpekiel con angustia ¿Acaso no iba a hacer nada el miquelita? Estaba muy tranquilo y eso me hizo odiarlo. Así que cargé contra Arceón espada flamígera en manos sin apenas tocar el suelo gracias a la agilidad de David.
-¡Voy a mandarte al infierno de donde has salido!
-¡Alto, Miguel!-gritó de repente una voz cavernosa y autoritaria, que hizo que me parase en seco a mitad de la carga.

¿Esa voz omnipotente era de Kanpekiel? Lo miré, sus ojos despedían rayos azulados, y su voz era grave y poderosa. Odio admitirlo, pero presentaba un aspecto grandioso.
-Esta...esta es mi batalla Miguel. Así que no te entrometas. Ángeles de la Muerte, detened a los Engendros Oníricos. Arceón...¡Es mío!


Y sin darme cuenta y creyendo que todo aquello era totalmente razonable, Raifel y yo, emprendimos el vuelo hacia el cielo, volando a toda velocidad para llegar a estrellarnos contra un mar de enjambre de denomios enloquecidos; Sin sospechar que en ese momento Kanpekiel había usado la Voz contra nosotros. Raifel y yo, los Ángeles de la Muerte, los engels vestidos de negro, los engels del Arcángel Gabriel. Raifel y yo gritamos como uno solo para descargar adrenalina y miedo antes de chocar en el aire contra un enemigo invencible y numeroso.
-¡Arcángel Gabriel, tus Ángeles de la Muerte caeremos en gloriosa batalla!¡Pero haremos que tus enemigos caigan primero!

Nos convertimos en un borrón oscuro que volaba a gran velocidad hacia el Inferno de donde nacían los Engendros. La agilidad de David recorria nuestros cuerpos y nos hacía ligeros como el aire.
Los demonios ni siquiera sospechaban lo que se le venía encima.

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Vi como se desarrollaba la escena en mitad de fuego, muerte y desesperación. Kanpekiel se dirigía hacia nosotros, después de mandar a los dos gabrielitas hacia una muerte casi segura. Parecía poseído por un espíritu de calma, andaba descalzo hacia nosotros con los extremos de los paños votivos que cubrían su cuerpo ondeando con furia. Se arrodilló junto al cuerpo de Alariel y sacó la lanza del maltrecho cuerpo del ángel muerto. Nos miró a nosotros, un grupo de tres Templarios, y no nos dirigió la palabra. Sin prisa pero sin pausa, se encaró contra el engel oscuro.

Y así empezó el duelo entre los dos engels. Un engel puro, calmado, luminoso, contra un engel vicioso, enloquecido, y oscuro. Los dos chocaron en el cielo como luz y oscuridad.

-Isaac, ayudemos a apuntalar la entrada del monasterio- me dijo Duncant interrumpiendo mis pensamientos.

-Si-le contesté ausente mirando el choque entre los dos engels. Amelia estaba buscando un arma más práctica y manejable entre los muertos de la batalla.

Siempre que podía echaba un vistazo a el duelo entre los dos engels. Los dos combatían con la furia de un fuego sobrealimentado. Ninguno recibió un golpe, cada golpe que lanzaba la espada oscura de Arceón era bloqueado por la lanza de Kanpekiel. Eso deduje, porque luchaban a tal velocidad que ni siquiera veía las armas que portaban. Miré el horizonte a través de una gran brecha de la muralla. Desde lejos, por encimas de las llamas, veía millones de manchas oscuras en el cielo, una nube de puntos negros, y dos seres alados entrando en esa nube. Era realmente un paisaje totalmente apocalíptico. Esa nube de oscuridad no tardaría en llegar hasta nosotros, y teníamos que preparanos. Por la forma de la manchas del enjambre de denomios deduje que eran libélulas contaminantes, o caballos del Diablo. Una herida suya podía portar veneno. Ya me había enfrentado a ellas, como todo Templario Negro, pero nunca a un enjambre.

-Contra esto no vamos a poder hacer mucho-dije en voz baja para que ninguno de mis compañeros y amigos me escucharan. Había que mostrarse fuerte... y eso es duro para un humano.

El miquelita comenzó a ceder terreno ante su contrincante, que atacaba sin cesar, sin mostrar cansancio, sin mostrar clemencia. Luchaban como si hubieran nacido sólo para eso. Arceón hizo una batida más de alas para coger altura, y cuando lo hizo le pegó una patada descendente a su enemigo en un hombro, dejándolo por debajo. Y entonces Arceón se lanzó a por su presa, mientras ésta recuperaba el vuelo, y de repente escuché un grito de Duncant.

-¡Los engendros ya vienen!¡Preparaos!

Nos escondimos, desde luego, no íbamos a luchar cara a cara contra un enjambre de Engendros Oníricos. Miré el duelo desde mi escondite, que estaba a punto de finalizar, justo cuando el engel oscuro iba a proclamarse victorioso, una nube de insectos enormes se interpusieron entre ellos, siguiendo su camino hacia el centro de la fortaleza. Arceón gritó rabioso. Tenía bajo su merced a su enemigo, y había desaparecido entre la marea de engendros oníricos que él mismo había traido, que pasaban a toda velocidad al su alrededor sin chocar con ellos ni entre ellos. De repente el Maestro de los Tentados miró hacia arriba furioso y rabioso, dándose cuenta de lo que ocurría una milésima de segundo antes de que su contrincante cayera encima de él desde el cielo. Arceón cayó al suelo, sobre la pequeña inundación por dónde había venido, mojándo sus alas hasta el punto de hacer que no pudiera volar en condiciones.

-¡Ja! ¿Crees que este es el final?

-No puedes volar en condiciones Arceón. ¡Ríndete!

-¿Importa mucho que no pueda volar durante un momento, estúpido crédulo?

Kanpekiel se arrodilló junto a la pequeña inundación, y con la punta del dedo índice, tocó el agua y ví un brillo azulado en la punta de su dedo.


-Mucho-fue la fría respuesta del miquelita.

De la mano del miquelita brotaron corrientes eléctricas, que se ramificaron desde su brazo hasta el engel caído, conducido por el agua. Arceón se convulsionó, su cuerpo sufría espasmos debido a la corriente eléctrica que le había alcanzado a través del agua que pisaba con los pies descalzos, dejándolo chamuscado.

-Da igual los engels con los que acabes Arceón, ellos seguirán llegando a la Tierra hasta salvar la humanidad de la locura de tu Dios.

Arceón no contestó. Y yo me alegré. Miré a Amelia y a Duncant, que estaban escondidos detrás de unas columnas, esperando a que pasaran los Engendros para atacar. En cuanto se asomó el primero gritamos atacando por sorpresa al enemigo.

-¡Por y para la Mater Ecclesia!¡Siempre!

Matamos al primer engendro, luego el segundo se echó encima mia en volandas, como intentando picarme la cabeza con sus garras venenosas, mirándome con sus ojos demoníacos de libélulas, en los que me veía reflejado. Me hizo un tajo en el pecho, donde acababa de ser curado. Fue una herida innombrable, más dolorosa de lo que esperaba. Me recompuse, y clavé mi espada en sus ojos llenos de pequeños espejos, y se alejó chillando como el demonio que era. Amelia tenía dificultades, se enfrentaba a dos de esos bichos a la vez, y Duncant pegaba tajos hacia al cielo encontrando blanco entre los insectos. Amelia se dirigió a Duncant mientras atravesaba el cuerpo verde metálico de una de los engendros con las espadas gemelas.

-¡Libélulas contaminantes Duncant!¿Sábes lo que eso significa?

-Si-contestó él agachándose justo a tiempo antes de que unas de las agiladas garras le diese- Esto solo son las hembras exploradoras.

Me acerqué a ellos aprentándome la herida del costado.

-Y...que la Reina del enjambre se acerca-concluí huyendo de dos de los engendros, que fueron emboscados por mis compañeros con éxito.

-Isaac ¡Estás herido!-dijo Duncant.

-Si, otra vez- repliqué mosqueado.

-La batalla no ha hecho más que comenzar tarugos- soltó Amelia.

-¿Por qué no ha llegado ya el verdader enjambre?-suspiré pensando que era un milagro que siguiera vivo.

-Algo los contiene-gritó Duncant por encima de la refriega-Quizá las dos figuras aladas que se dirigían al Inferno.

No escuché eso último, la vista se me nublaba. De repente atacaba sin darme cuenta. La imagen de los Engendros se retorcían de forma delirante. La herida había sido peor de lo que esperaba. Había tantos enemigos que me había quedado aislado de mis compañeros. No podía más, los engendros me hacían que me retirase, hasta que topé con un muro. Estaba literalmente, entre la espada y la pared. Las libélulas me miraban gritando chillonas ante su presa...yo.

Increiblemente, no me mataron. ¡Sino que empezaron a caer! Escuché unas pequeñas explosiones, y por cada una de esas explosiones caían cada una de las bestias, atravesadas por proyectiles invisibles.

-¿Qué demo...?-estuve a punto de blasfemar

A través de las llamas vi llegar cientos de carros. Carros que no eran tirados por animal alguno. Se movían solos, y montados en ellos iban un tipos que disparaban con armas de fuego.

-¡Tecnología prohibida! Estoy acabado.

Uno de los carros de metal derrapó junto a mí, frente al monasterio. Un hombre rapado y con un crecido mostacho se bajó con prisa, sin nisiquiera esperar que parara el vehículo herético. Y hablaba de forma hiperactiva a través de un cacharro negro, con alguien invisible.

-¡Bien, escuchadme petirrojos! ¡Quiero que hagáis barricadas en la entrada del monasterio y que la emplacéis con la mayoria de las MG-42!¡Las camionetas con las ametralladoras sacadla de la ciudad y ayudad a los rehenes y prisioneros, y a todo engel que intente detener el Inferno!¡Y a ser posible, en la boca de la muralla, emplazad los lanzallamas!Cambio y corto.

Me restregé los ojos incrédulos, al final acerté a hablar, aunque nada importante.

-¡Dios mío!

-Dios no esta aquí hoy...chico. Pero sí nosotros.

El tipo me dió un abrazo entre toda aquella locura. Ahora no tenía ninguna duda. Gorke estaba vivo.







2 comentarios:

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  2. Me ha encantado el relato ^^ La parte de Kanpekiel ha estado genial. Espero que continúes hasta la partida.

    Nos vemos

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