viernes, 10 de julio de 2009

Los Ángeles de la Muerte (VI)

Volamos a toda velocidad, escuchando como rugíamos con el viento que nos chocaba en el rostro. El Inferno se hacía tan grande a medida que nos acercábamos, la sensación que sentía al verlo, una sensación de sentirse insignificante, se hacía abrumadora. Yo, el gabrielita Miguel, dejé de mirar el objetivo y comencé a mirar la tierra, bajo mis pies, donde se estaban reorganizando los herejes fuera de la ciudad, y alababan al inferno y daban gracias a su tenebroso Señor de formas macabras. Desconcertado me di cuenta de que empujaban a un gran grupo de personas dirección al gran tornado de fuego. Me fijé y horriblemente me di cuenta de que eran civiles de Zurich, pero eran unos prisioneros de guerra algo extraños. ¡Allí solo había niños! Aquellos desgraciados iban a ofrecer niños inocentes al Inferno, pues los herejes gritaban:

-"Oh, Señor de las Tinieblas, conocedor del verdadero camino, que compartes tu poder con los mortales que lo desean, haciendo de los débiles personas de valor, te ofrecemos la sangre de los niños inocentes para que les salves de la ceguera de la falsa Iglesia, siervos del falso Dios. Por favor Señor Tenebroso, sálvalos y muéstrales el verdadero poder de un Dios."

Intenté contactar con el miquelita de mi compañía, pero me fue imposible, algo mantenía ocupada toda su atención en ese momento y no contestó. Entonces probé con Galadriel.
-Galadriel, necesitamos que rescaten a los niños de la ciudad.¡Van a ser sacrificados!
-¿Qué?-fue la histérica respuesta de la interlocutora.
-Vamos nosotros, no te preocupes.
-¡No, vosotros encargaros del Inferno, sacaré a los Santos de allí!
-No llegues tarde.
-No lo haré. Llegaré a la ciudad en cuestión de segundos.
-¿Ya traes los refuerzos de la Iglesia Angélica?
-Esto...no exactamente.


Miré hacia a mi compañero Raifel, y asentimos mutuamente con la cabeza y acto seguido como un ángel y su sombra ascendimos al cielo y nos introducimos en las nubes para no ser vistos, y así pasaron de largo los primeras libélulas contaminantes: las hembras exploradoras. No debíamos luchar contra ellas, pues de ellas se podían ocupar los engels de la ciudad, incluso los humanos; pero nosotros, los Ángeles de la Muerte, íbamos a enfrentarnos al grueso del enjambre, a los peores demonios. Esperamos dentro de las nubes, y rezamos antes de entrar en combate, mirando lo que asomaba de Inferno por encima de las nubes, tragándoselo todo, haciendo arder hasta el mismísimo cielo. Raifel terminó de rezar antes que yo e interrumpió mi oración.
-Las hembras exploradoras ya habrán pasado de largo, ahora irán a buscar presas que inutilizar para las obreras. Es la hora.

Con un gesto de la cabeza la di a entender que estaba de acuerdo. Las espadas flamígeras prendieron en nuestras manos y rasgamos el cielo cayendo hacia el suelo a través de las nubes. Los engendros ni siquiera sospechaban que iban a caerles dos engels desde el cielo que creían dominado. Al terminar la nube entramos en otra compuesta totalmente de engendros de mayor tamaño, a ser posible, que volaban con fuerza, arrastrando todo lo que podían a su paso. Sin embargo, los engels del Arcángel Gabriel, nos abrimos paso, y comenzamos a segar entre aquella marea que intentaba arrastrarnos a la desesperación y la muerte. Yo y Raifel lanzábamos efectivos mandobles de fuego a diestro y siniestro, acabando con todo demonio que intentaba enfrentarse a nosotros o pasar de largo. La marea fue contenida, ahora solo tocaba resistir. Raifel y yo no parábamos de gritar. Atravesé a dos de una asestada, me giré y abrí otro en canal dejando bañarme con sus vísceras y desechos. Giré de forma habil la espada con sucesivos movimientos de muñeca, manteniendo la espada como un ventilador de fuego, y las 4 libélulas a las que me enfrentaba retrocedieron chillonas en el aire. Grité a mi compañero sin perder de vista a las libélulas que tenía encima.

-¡Nos están rodeando!-grité mientras una de las libélulas se mataba contra el ventilador de fuego que tenía por espada.
-Es lógico, estan aprovechando su superioridad numérica. Ahora intentarán aislarnos.-Raifel esquivó una garra mortal con una batida de alas.
-¡Vámonos! ¡Ya hemos aguantado demasiado! ¡Nos matarán!-grité histéricamente retrocediendo ante los cientos y cientos de insectos gigantes.
-¡Eso es lo de menos Miguel!¡No podemos permitir que lleguen a la ciudad!¡Además son monstruos, no saben lo que hacen, no tienen inteligencia!-al decir eso vi horrorizado cómo Raifel vomitaba sangre. Un agijón enorme había salido de entre las nubes por donde habíamos caído sobre nuestros enemigos y había atravesado todo el pecho del gabrielita. Entonces comprendimos que aquellos demonios tenian una inteligencia colectiva fría y calculadora. Y nos convertimos en los cazadores cazados. Me acerqué a sacarle aquél agijón del cuerpo...pero era terriblemente enorme, ese agijón no pertenecía a una libélula contaminante, o al menos, no a una normal. Raifel me hacía señas para que me retirara.

-¡Huye!-consiguió decir escupiendo sangre-¡Yo me encargo de la Reina!

La Reina...

Ataqué a la Reina del enjambre mientras se regodeaba removiendo el enorme agijón en su presa, mientras lo hacía, sus crías comenzaron a chillar ensordecedoramente y me atacaron con más odio y furia si cabe. Pero fue peor, la Reina retiró su agijón y dejo caer el cuerpo inerte del engel. No pude evitar mirar a Raifel caer con las alas totalmente sueltas y dejadas, esos segundos de distracción casi hacen que me matara la Reina, que arremetió contra mí. El agión fue lanzado contra mí, pero lo esquivé gracias a la agilidad de David, y lancé un mandoble al agijón que tenía junto a mí. La hoja de la espada rebotó contra la capa quitinosa de la bestia, que chilló como si quisiera reirse malévolamente de su pobre contrincante. Entonces...huí. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Volé y volé, pero tenía a los demonios encima, y no era contrincante en el cielo con la Reina Contaminante, cuando yo necesitaba 4 batidas de ala, ella necestiaba tan solo una poderosa de sus alas translúcidas. Estaba encima, notaba su sombra, su oscuridad sobre mí. La baba de la Reina caía sobre mí, podía matarme, pero prefería cansarme para divertirse. Sin poder a llegar a imaginármelo, se paró en seco y la sombra de desesperación que se cernía sobre mí desapareció acompañado de un grito triunfal, de Raifel.


-¡¡Gabriel, mírame!!¡¡Voy a caer en combate, pues he sido señalado por tí, Arcángel de la Muerte!!¡¡Pero juré que antes caerían tus enemigos!!


¡Imposible, Raifel aún seguía con vida! Pero...si lo había visto caer por la herida mortal de la Reina. Sin embargo contra todo pronóstico ahora estaba sobre ella, con un agujero del que manaba sangre violentamente, y su piel se mostraba totalmente diferente: presentaba un tinte verde pálido, y en vez de piel parecía que estaba formado por dura corteza, recubierto de ramas como alambres de espino. El cielo se había oscurecido, los nubarrones y el humo de la guerra habían acosado al sol impidiendo traer su luz al mundo, pero la espada de Raifel rugía llamas en todo su esplendor, iluminando de fuego y llamas la escena. Raifel, cabalgando sobre la enorme libélula, acosado por sus crías, que se mataban contra su mortal piel, clavó la espada en los ojos de la libélula, que comenzó a desprender fluidos ácidos de sus heridas. La Reina chillona como mil diablillas y arpías, se giró ante el supuesto engel muerto. Raifel le señaló con la espada flamígera aún en llamas, aunque su enemiga ya no podía verle.

-¡No vas a decidir cuando voy a morir, Señor de las Moscas! ¡No tú, ni tus sometidos ni esclavos! ¡Solo Dios! ¡Solo Dios me dirá cuando he de retirarme!-la ferviente energía de Raifel comenzó a disminuir notoriamente.-Ya me toca marchar...¡Sígueme!¡Sígueme hasta el Inferno!¡Si de verdad me odias con todo tu ser y quieres vengarte, ven a por mí! ¡Mátame Reina de la Contaminación!

¡¡Mátame!!

Gritado esto me miró antes de echar a volar, y utilizó el canal abierto por el miquelita.

-Márchate, Miguel.-cuando echó a volar, lo hizo hacia el Inferno, siempre girando con desesperación y yo...fui detrás a impedírselo, pero antes le perseguía toda una legión enviada desde el mismísimo infierno, nunca me podría alcanzarlo a tiempo. Se detuvo frente al Inferno, azotado por un gran viento candente, mirando las paredes móviles de fuego mientras los engendros se dirigían hacia él, totalmente loco o...¿Iluminado? Metió la mano dentro del fuego del enorme tornado de fuego, como si probara la temperatura de un lago. La sacó totalmente calzinada, riéndose histéricamente, dirigiendose a un enorme rostro endiablado que me pareció ver dentro del Inferno...aún me pregunto si fué una alucinación esa cara sádica que me pareció ver dibujada en la pared de fuego. Raifel susurraba al fuego, como discutiendo con alguien. Lo único que pude escuhar de Raifel en ese último instante fue:

-Nunca poseerás mi alma, Tentador.

Y penetró en el humo del Inferno, con calma, como si fuera un estanque de agua tibia. Entró justo antes de que la Reina le tuviera a su merced, la cuál penetró en el fuego sin ver a dónde se dirigía. Quise perseguir a Raifel al mismísimo fuego del infierno pero de repente, mis alas dejaron de servirme y comencé a caer. Escuché una voz dentro de mí...no era el canal, no era algo que se escuchara en realidad, sino algo que se sentía.

-"Miguel, esta no es tu hora. Yo, Arcángel de la Muerte, te recuerdo que tienes una tarea en la tierra encomendada. El Príncipe de los Ángeles, el Arcángel Miguel, me pidió uno de mis guerreros para...alguien, especial. Quizás sepas quien es ya. Deja marchar el alma de Raifel, ha superado su prueba, su alma es libre, seguir luchando no haría más que mancillar su sacrificio. Y ahora, vuelve a la tarea que se te encomendó."



Al sentir la última sílaba de aquél mensaje, mis alas respondieron, y renovadas, recuperé el vuelo. Me retiré, hacia la ciudad mientras se reagrupaban los engendros, confusos al no encontrar a su Reina Contaminante. Mientras me dirigía a la fortaleza en llamas, vi a la urielita Galadriel vaciando su carcaj sobre los Tentados que aprisionaban a los niños del asentamiento. Era una verdadera muestra de destreza y valentía. Los Herejes estaban totalmente desmoralizados y se retiraban, quizás con la esperanza de volver a contraatacar, y hasta que no se despejó aquello de maldad no, posó los pies descalzos Galadriel sobre la tierra, rodeada de niños, de rostros llorosos.



-No temáis, soy un engel del Señor, y no permitiré que sus criaturas más queridas sean tocadas por el Príncipe de las Tinieblas.

Desplegó las hermosas alas propias de un urielita, y los niños se apretujaron contra ella, y ella cerró suavemente las alas, como una madre que protege a sus crías bajo las alas de la crueldad del mundo. Aterricé frente ella.

-¡Galadriel, largémonos de aquí, esta ciudad va a arder como el mismísimo infierno, nunca mejor dicho!-grité echando una mirada al inferno, que ya se podía notar su avance.

Galadriel asintió y se giró para llevar a los niños a la ciudad, pero una niña, vestida con un vestido destrozado blanco, salió de entre sus alas. Quise irme y dejar atrás a la niña rezagada, la muerte de mi compañero gabrielita me estaba afectando más de lo que me gustaría admitir. Galadriel paró, y volvió, como una madre comprensiva, hacia la niña rezagada. Cuando se acercó a ella, se agachó para ponerse a su altura.

-Hey, vamos a casa.

La niña miraba el Inferno acercarse despacio hacia donde estaba ella, con la mirada perdida.

-¿A casa?-dijo ausente y sin fuerzas.-No. Aquí no hay hogar para nadie. El mundo no es más que un tablero de ajedrez entre Dios y el Demonio.-giró el rostro hacia Galadriel, un rostro azotado por las lágrimas y el insomnio.-Estoy cansada de huir, nunca he tenido casa ni la voy a tener ahora. Me quedo.

Sentí como Galadriel me miraba como diciendo que la llevara a la fuerza si fuera necesario, que no iba a dejar a nadie allí. Ella se dió media vuelta con el resto de los niños bajo sus alas y yo fuí a llevarme a esa niña a rastras a lugar seguro, si era necesario. Ninguno de los niños se movió esta vez.

-Nos quedamos, este es nuestro hogar.-dijo uno de ellos dando a entender el pensamiento de los niños.

Me quedé estupefacto.

-¡¿Pero cómo vais a enfrentaros a los Tentados, Engendros y...a un Inferno?!-estaba fuera de mí.

No hubo respuesta. La niña de blanco, azotada por el viento, con toda calma, cayó arrodillada, e entrelazó sus manos. Otro niño se arrodilló, después otro, después, cientos.

Cientos de niños estaban arrodillados, alzando sus más inocentes y puras oraciones a Dios, frente a un Inferno que amenazaba lentamente con borrarlos de la faz de la tierra. No tenían miedo, no necesitaba mirarlos, desprendían una calma que asustaría a cualquiera. Me acerqué a Galadriel.

-¡Galadriel, larguémonos, ya!
Si me escuchó, me ignoró totalmente. Se arrodilló, junto a los niños e intentó protegerlos del azote del vientos desplegando sus alas, antes de comenzar a rezar. Galadriel dijo algo casi imperceptible, una oración para sí misma y para Dios.
-Ahora comprendo por qué en ellos está el Reino de los Cielos. Corazones puros, que perdonan al que les hace daño, pues son eternamente comprensivos sin quererlo; corazones que no conocen la avaricia, conocedores del amor creador, inquebrantables ante la injusticia; corazones calmados cuando protegen lo que importa de verdad. Almas inocentes...hasta que se hacen mayores y este terrible mundo les moldea.

Suyos es el Reino de los Cielos...
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Aquel abrazo entre toda aquella locura se hizo eterno y a la vez breve.
-¡Gorke!¡Estás vivo!-grité.
-Pues claro que estoy vivo mu...Isaac. Ya habrá explicaciones, ahora tenemos que encargarnos de la limpieza.
-Si, señor.
Gorke miró enderredor, como si echara en falta a mucha gente.
-¿Y los muchachos?
-Quedamos en pie Duncant, Amelia y yo. Nos hemos quedado aislados al caer algunos de los pilares del monasterio de la entrada.
-Bien, vamos-Gorke echó a correr pero le detuve.
-¡¿Pero qué haces?!¡Los engendros pululan por toda esa zona!-me quedé tonto cuando Gorke comenzó a sonreir.
-Ya. Pero lo que ellos no esperan es que yo tenga...esto.-dijo sonriente con un cacharro de esos que disparaba fuego. Toda una herejía en sus manos.-Corre, yo te cubro.
Dicho esto, Gorke utilizó la tecnología prohibida, unos cañones giraron de ella, escupiendo proyectiles de fuego y hacían caer a los Engendros como lo que eran...insectos. Aquello era una guerra entre herejes, pero al menos, uno de los bandos, estaba de nuestra parte. Y nuestro líder de nuestra antigua compañía de Templarios Negros, estaba en ese bando, por lo que no debía ser malo.
Llegué hasta mis compañeros. Amelia había caído en combate, Duncant protegía su cuerpo hecho toda una furia.
-¡¡Atrás!!¡¡Atrás!!
El torbellino de fuego que había traído Gorke en sus manos acabó con todos aquellos monstruos. El arma de fuego hacía un ruido ensordecedor escupiendo proyectiles, aún así, le escuchamos gritar:
-¡¡Duncant, sácala de aquí!!¡¡Sácala!!
Duncant podría preguntarse cómo había llegado Gorke, alguien a quién creíamos desaparecido, o incluso muerto, hasta nosotros. Podría haberse quedado paralizado por la sorpresa y el miedo. Pero no lo hizo...
Hizo lo que tenía que hacer.

Mi herida empeoraba por segundos, mi espada estaba mellada, y no estaba en condiciones de combatir. Caí de rodillas, ojos sin lágrimas. Y...no sé por qué, pero comencé a rezar.

1 comentario:

  1. Gracias por la ternura que le diste a Galadriel ^^ Lo considero un regalo

    Achuchones muuuuy fuertes

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