sábado, 26 de marzo de 2011

Con una sola mirada

Y me pierdo intentando mirar a través de ti. No sé como lo haces, haces que pierda el control y que acabe naufragando en tus ojos. En ese vasto mar de caoba miré mi reflejo y vi como tú me veías...y me costó reconocerme: no parecía yo, era mejor de lo que soy en realidad. Quizás que me ves con buenos ojos.
Arqueo una ceja y giro un poco la cabeza...un gesto tan simple, tan estúpido, pero sabes qué significa. ¿Cómo un gesto tan leve puede significar tanto?. Sabemos qué significa, pero ninguno lo dijo nunca.
Entonces sin darme cuenta, veo que estoy sonriendo en tus ojos, de repente en cadena se dibuja una sonrisa en tu rostro. Ninguna sonrisa es normal, todas son especiales, pero fue de esas sonrisas que se te eriza la piel al sentir lo verdadera que es, de esas que hacen que saluden alegremente todos los dientes, tan cómplice, tan sentida...

Me encanta poder hacerte sonreir sin decirte nada...con una sola mirada.

viernes, 25 de marzo de 2011

Sonrisa difuminada


Su vida comenzó de repente... sin previo aviso. La culpa siempre la tuvo ella.

Los trazos de una vida nueva le animaron, le hicieron incluso impaciente, ¡qué cosas! con lo tranquilo que había sido desde...¿siempre?

Desde que empezó todo esperaba con ansia aquella mano tan delicada que le permitía alcanzar nuevas cosas con sus brazos, le acariciaba dándole vida, le daba piernas para correr, le creaba un mundo donde vivir, incluso le dió una personalidad y le dibujó miles de sonrisas con cientos de trazos y colores diferentes. Y así fue durante mucho tiempo. Cada día él se sentaba en el borde del papel con las piernas que le había regalado ella, y se distraía haciendolas bailar en el vacío, siempre esperándola. Siempre esperaba qué nueva vida le iba a dar ese día, si le iba a hacer algún cambio, si iba a sentir algo nuevo. Aunque él en realidad nunca pudo sentir, eso fue culpa de ella que, un día, mientras le obsequiaba una sonrisa, le dibujó sentimientos que iban más allá del boceto. Los pintó tan fuerte, que por su culpa ya nunca podría olvidarlos nunca más por muy fuerte que borrara. Desde ese día ya no podría olvidarla a ella. No podría olvidar cuando ella le regaló la mirada y la vió por primera vez, no podría olvidar también que deseó que no fuera la última...

-No me borres de tu vida, ¿me lo prometes?- dijo el dibujo a su pintora.
-¡Te lo prometo!

Antes se veían cada día...después de mes en mes...luego de dos en dos...luego ya no volvió ella.

Un día, cuando ella rebuscaba en sus recuerdos se volvieron a encontrar...él seguía con esa sonrisa que ni se había despeinado por el tiempo, aquella sonrisa que ella le había dibujado la última vez que se vieron. Ella sin embargo, había cambiado, había crecido, quizás ya no sonreía, o lo hacía por otras cosas más importantes. ¿Qué iba a entender? Sólo era un dibujo, un monigote estúpido...
Ella decidió entonces borrarle de los pies a la cabeza, incluso le borró aquella sonrisa que tanto le costó hacer. Pero la había retintado tanto, que nunca podría borrarla del todo. Ahora su sonrisa estaba difuminada, una sonrisa borrosa... Antes de irse, ella no se dió cuenta de que no borró los sentimientos que le había dibujado hace tanto tiempo en la esquina del papel, que siempre fue su rincón secreto.

Él solo fue tal y como ella le hizo...¿es que acaso ya no tenía nada que ofrecerle?

¿Alguna vez lo tuvo?

La vida de un dibujo es complicada...es difícil darle la vida y se borran de un plumazo cuando no gustan.

¿Y ahora? Ahora ya no era nada...

Sólo una sonrisa difuminada y un montón de sentimientos por dibujar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Memorias de un Templario Negro (XXXV)

Los traidores por desacato del Negro Temple, salieron de Siena a plena noche. Amelia se puso a horcajadas de su corcél y miró la ciudad nocturna que dejaban atrás. Gorke estaba en lo cierto, el posadero les había delatado, la posada ya estaba ardiendo.

- La Inquisición siempre de fiesta. ¿Tendrán alguna idea diferente a prenderle fuego a todo?
- No les pidas demasiado. Tienen demasiada fe como para pensar un poco.- le respondió Ilse con una sonrisa.

Gorke alzó una mano enguantada de negro, pidiendo silencio. Solo se escuchaban los cascos de sus propios caballos...¿o había algo más? Sí, se escuchaba algo más: ladridos.

-¡Mierda, otra vez los perros de guerra de la Inquisición! Y pensar que lo único que hemos hecho es desobedecer órdenes...

En algún lugar no tan lejano, se escuchaban a los entrenadores de los perros de guerra, que soltaban los correajes de sus bestias.

-¡Nos ganan terreno!- advirtió Ilse apremiando a su montura.

Y así era, si uno de los caballeros se diera la vuelta, vería movimiento entre los juncos, no los veían, pero estaban ahí.

-Mierda, mierda, mierda. -gritó Alejo , que ya podía ver a uno de esos perros enormes babeando con rabia, justo detrás de las coces de su caballo.

Uno de los caballos cayó con un relincho. Johann se precipitó con su caballo en medio del campo. En cuestión de segundos los perros de guerra se estaban dando un festín con la pata y la yugular de Mansedumbre, el corcél negro de batalla de Johann. El templario se incorporó rápido y desenvainó una daga, pero los perros se le echaron encima con un aullido desgarrador antes de que pudiera pestañear.

Gorke señaló a Duncant.

-¡Duncant, estás al mando de la compañía! Bordea el Fiume Arno hasta Florencia. Si no volvemos en cuestión de una hora, marchaos.

-Pero señor...
-¡Hazlo templario!
-¡Sí, mi Armatura!- respondió Duncant sin dudar.- ¡Compañía, marchen!

Con Gorke dió la vuelta a su caballo y sus caballeros maniobraron abriendo en abanico para darle paso. Le rechinaban los dientes cuanto más se acercaba al auxilio de Johann, la ira le quemaba el pecho con solo pensar que podía perder a otro más de los suyos. Además, todo esto lo hacían para rescatarme, no tenía sentido sacrificar hombres. Gorke entró cargando entre los juncos, los perros estaban echados sobre el caído.

-¡No vais a quitarme a más de los míos maldita sea!- Gorke besó todas las cruces que cargaban con peso sobre su cuello.- Ya no hay vuelta atrás....alea jacta est.- murmuró antes lanzarse al cuerpo a cuerpo.

Uno de los perros buscaba el cuello de Johann, y lo encontró. Le mordió con mandíbula de hierro, pero de repente, una sombra cayó a la carrera desde un caballo sobre las cuatro bestias de guerra. Con la fuerza de la caída Gorke clavó una daga en el cráneo a uno de los cánidos. Presto, el Armatura corrió hacia la bestia que le mordía el cuello a su soldado, en busca de la yugular. Con sus propias manos, Gorke agarró la boca y empezó a abrir la presa de colmillos del perro de guerra, pero los otros dos cánidos se abalanzaron sobre él. Gorke, con dos bestias de guerra hincando sus colmillos sobre él, no cejó en su empeño y liberó el cuello de su soldado rompiendo la mandíbula del perro con sus propias manos. Johann, presionando la fea herida de su cuello, entró en melee para liberar a su Armatura. Con una pesada biblia que llevaba siempre encima el antiguo Mónaco golpeó el cráneo de la bestia. Gorke tuvo la oportunidad de desembarazarse del otro, con el que acabó facilmente con su daga después de tirarle tierra a los ojos. La pelea sucia no era su especialidad, pero en este caso fue necesaria.
El Armatura cargó con su hombre hasta su caballo. Pero de repente fueron rodeados por un cerco de llamas, lo que espantó a la montura. Una figura penetró entre las llamas hasta los perseguidos, sin inmutarse. Una túnica de pliegues blancas y rojas ondeó entre el fuego, que le abría paso. Un hombre, de ojos azules imperturbables y cuyo rostro estaba desfigurado por una horrible cicatríz que le hacía siempre sonreír por un lado de su cara; acompañada de una horrible quemadura, miraba sereno a los dos soldados de Dios.

- Disculpad que me entrometa en este intento de huída. Me presentaré, soy el Prelado Inquisitorial Dante.

Gorke no hizo nada, se llevó lentamanete las manos detrás y separó un poco las piernas, como signo de que no temía al recién llegado. Además, intentaba ocultar el cuerpo de Johann, que estaba detrás suya.

-Vaya...vuestra mirada está inundada de sacrifico y valor. Vos debéis de ser Gorke.

-Lo soy.

-Os daré una última advertencia, señor Gorke. Dejad al chico en paz...¿Isaac lo llamáis? Aunque en realidad su nombre es lo que menos importa, pues puede tener muchos. Él nos pertenece y es mucho más valioso para nosotros, os lo aseguro.

-¿Qué quiere la Inquisición de él?

-¿La Inquisición?- Dante soltó algo parecido a una risa-. Esto está por encima de la Inquisición, mucho más alto y trascendente que una simple organización mortal. No se quiere nada de él en sí, pero sí algo que él guarda.

-¿Algo que él guarda? No comprendo. ¿Algo que robó?

-Es algo más complicado. Es algo que lleva consigo siempre, en su interior. Ya dije demasiado. Sólo olvidáos de él.

-Perdéis el tiempo, no me olvidaré de ninguno de los míos.

-Bien, en ese caso, por Orden de la Santa Inquisición, debo deteneros por doble desacato a la Matter Ecclesia.

-Me mataréis antes. Opondré resistencia.- le advirtió Gorke pensando en hacer ganar tiempo a los suyos.

-Entonces le haría un favor a vuestro superior. Y hacerle favor a un cerdo pecador no me agrada.

-¿Cómo decís?- Gorke arqueó una ceja, intrigado.

-Luois de Lyon, Decani de tu Orden, me pidió que le hiciera un favor algo personal. Me pidió que os asesinara, pero yo solo cumplo órdenes de Dios. Y me pagó mucho por vuestra cabeza...una lástima que yo no lo aceptara

-Maldito bastardo...sólo él podía ser tan mezquino. No ha cambiado nada.- respondió con rencor.

-¿Me permitís un comentario, Armatura Gorke?

-Hablad.

-Los motivos de Louis para querer veros muerto son muy...personales. Aunque vos ya lo sabréis.
-Así es. ¿Cumpliréis su capricho?

-No os mataré, de todas formas. Aparte de que me repugna ese pecador, os respeto, Gorke. Destacásteis en la Segunda Cruzada. Sois un héroe de guerra.


- En la guerra nunca hay héroes.

-Sabía que diríais algo parecido, lo que hace que os admire un poco. Cuando acabó la cruzada podríais tener ejércitos enteros marchando bajo vuestra sombra, sin embargo, os conformáis con liderar a ocho soldados y un cargo discreto y humilde. ¿Tenéis miedo a que les ocurra lo mismo que a los otros que estuvieron bajo vuestro liderazgo?

Gorke se echó la mano instintivamente a las cadenas de su cuello. Pero no dijo nada. Ni siquiera pestañeó.

-Estáis a tiempo de dejar vuestra absurda empresa de buscar a Isaac ahora, y así no recibir ninguna condena ni tortura por haber huído de vuestros deberes como soldados de Dios.

-El muchacho...está sufriendo, ¿verdad?

-¿Isaac? Oh, por supuesto que está sufriendo, pero forma parte del proceso. Tenemos que avivar las llamas que esconde en su interior.

-Mi respuesta es un no, entonces. No le dejaré en la estacada.

Dante levantó la palma de la mano enguantada. Gorke atisbó un brillo en su brazo, comprendiendo que lo que veía era un implante mecánico. Dante cerró el puño de hierro y a las espaldas de Gorke las llamas se abrieron, dándole una vía de escape.

-En ese caso, Gorke, seguiremos jugando al ratón y al gato. Pero os advierto, que no habrá una segunda oportunidad. Si os vuelvo a atrapar, será para llevaros a las celdas de la Inquisición.

Detrás de las llamas escuchaba Templarios formar para continuar la persecución del resto de la compañía.

Gorke apretó los puños hasta que brotó la sangre, debía darse prisa. Salió por la abertura ofrecida por su propio perseguidor y se subió con Johann en su caballo. Debía darse prisa y reunirse con los suyos.


Dante se quedó mirando el trote del caballo de Gorke, sombrío. Con un movimiento de brazos descendente, las llamas le obedecieron y se apagaron hasta dejar humo y ceniza.

-No sois el único que lo buscáis...

-Señor...- dijo un guardia Inquisitorial que apareció a su lado.- Un comunicado para su eminencia por parte de su compañero el Prelado Herman de Nuremberg.

-No me llaméis eminencia, nunca más. -respondió Dante asqueado.- Hablad.

-Dice que la galera de exclavos donde iba el sujeto para el proyecto sacrum
oblatĭo ha naufragado en el Mediterráneo por algún tipo de demonio marino.

Dante carraspeó profundamente meditando sobre el tema

- Dios tiene otros planes para él...pues que así sea.

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En otra parte de la antigua y arrasada Toscana, Duncant conducía a los Templarios Negros (aunque ya no debería llamarlos así, al menos en este momento que describo) en paralelo al río Arno. La enorme ciudad ebullía de actividad...mucha gente salía, gritaba, corrían despavoridos y otros entraban con odio armados por las puertas secundarias de la ciudad. ¿Aquello era una revolución?

En la puerta principal de la ciudad amurallada, escoltado por Templarios Ramielitas de armaduras de roble y túnicas azules y armados con espadas-lanzas, había una diligencia lujosa. Duncant decidió llevar al resto de su compañía allí y hacerse una idea de lo que ocurría. Los Templarios se pusieron lanzas al frente ante los recién llegados. El Armatura ramielita les gritó.

-¡Alto, quien va!

Duncant alzó la mano en signo de dialogar.

-Somos Templarios Negros, Capítulo de de caballería de Élite de la Orden Templaria Gabrielita.

Al oír esas palabras, un individuo de ojeras oscuras, encorvado, con las vestiduras moradas propias de un obispo, salió del carruaje.

- Por la gracia bendita de Dios, por fin han llegado refuerzos. Caballería pesada nada menos. Dejadles pasar.- dijo el Obispo después de santigüarse.

A los jinetes negros les cambió la cara a desagrado. Amelia se acercó a Duncant y habló en susurros.

-Ese cabrón nos la jugó la última vez, ¿no?
-Sí...es el Obispo de Florencia. Faustino Paissan. Escuchemos lo que dice, para pasar inadvertidos.

-Ahora mismo le inflo los morros...
-Nada de hostias Amelia, debemos ser discretos. Eso también va por vosotros- dijo dirigiéndose al resto de la compañía, en cuyos rostros se dibujaba el rencor.

El obispo se dirigió a los Templarios Negros.

-¡La ciudad se ha vuelto loca! De repente se sublevaron contra nosotros, contra mí, contra la madre Iglesia y contra Dios si me apuran. ¡Herejes todos! ¡Y sobre todo frente al Estado Pontificio! Una buena carga de caballería sobre los sublevados y correran a sus casas. Y cuando lo hagan, haré que caiga el fuego de Dios sobre sus cabezas...ya lo creo. Malditos campesinos.


-Antes esperaremos a nuestro Armatura, tiene que estar al llegar.- respondió Duncant solemne para ganar tiempo para su líder.

Hacía media hora que lo esperaban...media hora más y tendrían que huir sin él.

-Oh...claro, ¿y quién es si puede saberse? Se hace de rogar si todavía no ha llegado.- dijo el Obispo Faustino claramente nervioso, retorciendo sus anillos.

-Su nombre...es...- empezó Duncant nervioso sin saber si debía inventarse un nombre o decir la verdad.

-Armatura Gorke, señor Obispo.- dijo Gorke desmontando detrás de ellos. Dejó el cuerpo de Johann en el suelo del campamento improvisado, Alejo instintivamente sacaba su equipo médico para reanimarlo, y lo consiguió a base de hacerle oler menta.

Al Obispo le cambió la cara al oír al recién llegado.

-¿Gorke?

-Os suena mi nombre, claro que sí. Le suena porque usó a mi compañía de mala manera para enriquecerse a costa de traiciones y de explotar a su pueblo.

-¿Cómo osáis? ¿No escarmentásteis de la última vez que me insultásteis en mi propia casa?

-Si las verdades os insultan, monseñor, debe ser que sois un mentiroso.

-¡Pero bueno...! ¡Pediré que os excomulguen!

-Tranquilícese, venimos a ayudaros, acabaremos con los sublevados. Para eso seguimos a la Iglesia.

El grupo abrió mucho los ojos, incrédulos ante las palabras de Gorke. ¿Se habría acobardado de repente? El caso es que el Obispo ya no parecía enfadado. Se tranquilizaron pensando que el Obispo no sabía que eran fugitivos.

-¿De verdad? En ese caso...no pediré que os excomulguen -dijo entre receloso y esperanzado.

-Al fin y al cabo servimos a la Iglesia. Vuestra ciudad no caerá Obispo Faustino.

-Gracias, Gorke. Esto es lo que debísteis hacer siempre, obedecer sin hacer preguntas.

-Claro, monseñor, lo que vos digáis. ¡Compañía, marchamos a batalla! Florencia no caerá ante el pueblo.

Saleron todos del campamento y montaron los corceles y los prepararon para la guerra. Amelia parecía dudar.

-Oíd, a mi no me importa pegarme con engendros y cabronazos, pero esto es una sublevación...No sé que moscarrón te habrá picado, Gorke, pero espero que haya un jodido plan detrás de esto. Porque esto no es luchar contra engendros...

-Exacto, son campesinos. ¿Dónde está ahí la muerte y la gloria? Por no hablar del honor. No entiendo nada- alegó Ilse.

-No sería una batalla, sino una masacre. No sé si quiero servir a esta Iglesia. ¿Y por qué de repente cumplimos órdenes de ese cerdo?- continuaba Amelia, apoyado con asentimientos de cabeza por parte de sus compañeros.

Gorke sonrió. Le gustaba su compañía más de lo que pensaba. Había esperado esa reacción de ellos. Su sonrisa se ensanchó con su mostacho.

- ¿Os lo habéis creído? Vaya, debería considerarme un buen actor. No vamos a ayudar a ese cabrón de Faustino. Ya nos usó una vez y esta vez se la vamos a jugar nosotros. Vamos a entrar y vamos a luchar junto al populacho, vamos a defender a esos extorsionados campesinos de ese tirano. Vamos a ponérselo difícil de paso a los que nos persiguen, facilitándonos el rescate de Isaac. Hoy Florencia debe caer.

Los Templarios Negros entraron en la ciudad en llamas en busca de las barricadas. Los ocho caballeros desenvainaron sus espadas al unísono.

- Hoy Florencia caerá.- dijeron a la vez con contundencia y decisión.

Y así empezó la sublevación de Florencia. Era un 6 de Marzo, Anno Domini 2647

miércoles, 2 de marzo de 2011

Memorias de un Templario Negro (XXXVI)

Las cosas empezaban a ponerse complicadas. Hasta ahora nuestras vidas habían sido algo...simples. Pero estabamos a punto de meternos en algo mayor. Estábamos a punto de entrar en los planes de Dios...en su Gran Plan. Yo me encontraba camino a mi rendición a los ojos de mi madre Iglesia y mis amigos galopaban por Europa para encontrarme. Pero había gente, que tenía planes para nosotros. Y no era simplemente la Inquisición...eran otros, y eran de tan altas esferas que hasta ignorábamos su presencia.

Sigo escribiendo. Aunque a veces pienso que todo esto sería mejor que cayera en el olvido ¿no?

Abrí los ojos lentamente. Azul. Un cielo completamente azul.

-¿Dónde estoy?- dije dolorido.

Intenté levantarme, pero los riñones me dolían terriblemente. Seguí tumbado y me quedé descansando, tardaría un rato en levantarme. Toqué con las manos mi alrededor para intentar encontrar una pista de dónde estaba. Arena y más arena. De pronto era consciente del sonido de las olas. Estaba en una playa. Miré a los lados y me encontré con una tabla de madera, en la que estaba atada una espada envainada. Me costó reconocer mi espada.

-Algo huele muy mal.

Efectivamente, había un enorme charco a mi lado. No recordaba nada, pero supuse que había estado vomitando agua y bilis al llegar a la playa.

"Ah mierda...ya me acuerdo"

Recordé como el Leviatán derrumbó la galera de exclavos de la Iglesia y cómo Marcos se inmoló. El prisionero condenado a muerte, Brooks, había sido tirado de la embarcación por la tormenta. El resto nos hundimos junto con el barco. Me santigué por todos aquellos que habían muerto.

"¿Entonces por qué demonios sigo vivo?"

Me levanté gritando de dolor. La playa ni se inmutó, las olas seguían midiendo el tiempo.

-¿Y qué playa es esta?- empecé a hablar con nadie, me sentía demasiado solo.- Espero que no sea otra isla endemoniada.

Caminé hacia el agua, que aunque estaba salteada por los trozos de madera del naufragio, era absolutamente cristalina, transperente, liviana. El sol le daba unos reflejos de luz que relajaban la vista. Los pájaros autóctonos se escuchaban a mis espaldas, seguramente preparando sus nidos, y los montes cercanos se mecían junto a un viento fresco y suave. Aquello era un paisaje paradisíaco.

-¿Estoy...muerto? ¡Auh! Maldita...-un cangrejo me pinzó un dedo del pie.- No, definitivamente estoy vivo.

Besé la cruz de hierro de mi orden mientras se me dibujaba una sonrisa. Alcé los brazos y di vueltas mientras el sol me bañaba.

-¡¡Estoy vivo!! ¡¡Estoy vivo!!-grité mientras giraba hasta marearme y dejarme caer en la fina cama de arena. De pronto me di cuenta de que no podía parar de reírme.

Hasta que escuché otro grito a lo otro lado de la playa.

-¿Hay alguien ahí? ¡¿Hola?! ¡Escuché un grito! ¿Hay alguien?

Al fondo de la playa vi al crío Timmy, el que racionaba la comida en la galera, tenía la melena rubia totalmente despeinada y un enorme moratón en la cara. Sonreimos al vernos y corrimos. Saltamos, rodamos, brincamos, nos abrazamos, cogíamos tierra y la dejábamos caer de nuestras manos como si fuera oro e incluso besamos la arena a la par que gritábamos y nos reíamos.

-¡Estámos vivos! ¡Estámos vivos!

Nos quedamos toda la mañana tumbados en la arena, mientras el sol nos miraba con su cálido ojo.

-¿Crees que se habrá salvado alguien más?- le pregunté, ya manteniendo los pies en la tierra.
-No lo sé, señor.
-No me llames señor.- dije avergonzado.
-¿Cómo le llamo, señor?
-Llámame por mi nombre.
-Eso está hecho, señor Isaac.
-Sólo Isaac.- le di un capirotazo.
-¡Au! Jo...estoy acostumbrado a ser criado de alguien.
-Pues ya no. Ahora eres libre. Aunque...-miré alrededor.- en estas circunstancias eso supone un problema. ¿Dónde crees que estámos?
-No lo sé, el patrón dijo que debíamos estar cerca de las Polis de Graecus. Mi familia...o lo que queda de ella vive en una de ellas.
-¿Piensas que esto es Grecia?
-¿Grecia? Qué raro sois, con perdón, hace siglos que ya nadie la llama así. Pero podría serlo.
-Ya veo...

Pensé en lo poco que sabía de política...no recordaba nada de la situación de las ciudades de por allí. Pero si no tenían buenas relaciones con la Iglesia, íbamos a tener un buen problema.

-¿De dónde eres? Siempre tuve curiosidad, porque parecía que no érais como el resto de prisioneros desde el principio. Además érais el único que parecía aceptar su situación, y el que intentaba consagrar su comida. El patrón, aunque intentaba trataros como uno más era evidente que os favorecía...eso es que sois alguien importante.
-No, no. Nada más lejos. Sólo que tu amo es demasiado temeroso. No sabría decirte de dónde soy, podría...podría decirse que soy de todas y de ninguna parte.
-¿Un vagabundo?
-No...no- reí. - Un soldado.
-¡Yo siempre quise ser un soldado! ¡Viajar por todo el mundo, combatir a los malos!- cogió un palo de la playa y finjió luchar con un malvado villano.- Y sobre todo liberar a los oprimidos.

Sonreí ante la ingenuidad de Timmy, pero cuánto debía tener ¿9 años?

-¿De verdad crees que ser soldado es eso?
-No...no lo sé. En casa siempre vivíamos con miedo, los malos siempren andaban por las calles, a todas horas marchando. La gente desaparecía y nadie decía nada. Lo peor eran los gritos por las noches y los silencios que venían después. Siempre se hablaba a oscuras de revolución, de salir a las calles a regar la ciudad con sangre, a luchar por nuestras vidas y acabar con el miedo. Nadie quería explicarme qué pasaba. Si nosotros hubieramos tenido soldados, quizás no habríamos tenido tanto miedo y todo hubiera salido bien.

Miré el cielo mientras reflexionaba antes de responder. La arena estaba perdiendo calor.

-También eran soldados los que os oprimían. ¿No lo pensaste?
-Pues...
-Solo somos peones. Obedecemos a la mano que está por encima de nosotros. Matamos por ella, morimos por ella. Y ni siquiera nos preguntamos por qué lo hacemos. Yo doy gracias de que esa mano que me maneja es la de Dios y sepa que mi causa es la única justa.
-¿Eres un Templario?
-Así es.
-Yo quise alguna vez vivir en los territorios de la Iglesia. Allí dicen que los ángeles se ven constantemente...pero en mi hogar, fuera de allí, no llega la mano de Dios.

Ese comentario me hizo dudar. "¿La mano de Dios es selectiva? ¿Por qué?"

-Siempre quise ver Roma, o Spira.
-Roma es preciosa.- sonreí plácidamente escuchando como subía la marea.
-¿Estuviste en Roma? ¿Cómo es?

Me recordó tanto a mi unos meses atrás.

-Los edificios son altísimos, se alzan en alabanza al cielo. Blancos inmaculados, orlados de estandartes de miles de colores. Las gentes humildes pueblan sus calles y sus ángeles surcan los cielos. Y sobre todo, quizás lo mejor es la plaza de Roma, con una enorme fuente donde críos como tú se bañan y juegan.

Sí...esa misma plaza donde muchísimos años después dirigiría una gran batalla. Pero aún queda para eso.

-No quiero volver a casa...si es que de donde vengo se le puede llamar hogar.
-Si dices que eres de por aquí lo más probable es que nos pille de paso. ¿No quiere volver a ver a tu madre?
-No tengo madre. Vivía con mi abuela y mi tío.
-Podríamos hacerle una visita. Me viene de camino a mi destino.

Timmy se alzó para quedarse sentado, yo seguí tumbado. Su expresión cambió, se hizo totalmente seria y señaló al mar.

-¿Eso es un cuerpo?

Corrimos hacia la orilla, había un cuerpo flotando entre las aguas y las tablas de madera.


Era Juan Olivera, el granadino.