sábado, 7 de noviembre de 2009

Memorias de un Templario Negro (XIX)

Y así cargaron tres Templarios Negros a pleno galope en el Salón de baile del diádoco. Con una furia guerrera y una fe ciega. No hay peor enemigo que el que está ciego de fe. Aunque hay otras cosas que también ciegan...como el amor.

Ayer escuché gritos y una refriega estruendosa y por lo visto, sangrienta...un motín, una fuga, o gente muy desesperada intentando sacar a algún ser querido encerrado en este agujero. Si es así, espero que no haya sido por mí. Espero que no haya hecho ninguna estupidez para sacarme de aquí. No me extrañaría que hubiera sido así.
No hay nada que hacer, sé que en cuanto salga de aquí, veré el rostro de Dios.

Por eso debo darme prisa en seguir escribiendo...es lo único que me mantiene cuerdo entre paliza y paliza.

Continúo...

Sentí un gran alivio cuando vi a Duncant entrar a nuestro rescate, le seguían en una pequeña formación de cuña Johann y Jacob, tambíen a pleno galope. Los cascos de los caballos tronaron en la moqueta del suelo, las lámparas de araña temblaron como si un terremoto cogiera fuerzas a cada segundo que pasa.
Los guardias que nos encañonaban, por desgracia, no eran guardias porque sí. Demostraron frialdad y reflejos, pues dejaron de apuntarnos (que estabamos arrodillados, apresados) con rapidez y dispararon hacia los jinetes. Sin embargo, si ellos estaban entrenados, nosotros más aún. Amelia y yo de repente empujamos a dos de los tres guardias armados con tecnología justo al efectuar el ataque, errando los dos disparos. El tercer guardia dio en el blanco, en Templanza, caballo de Jacob, el deslenguado. Caballo y jinete cayeron en plena carrera sobre la alfombra de baile, quedándose atrás de la formación. Templanza no se levantó, Jacob sí...se levantó con una templanza (curioso ¿eh?) y rapidez insólita, y siguió cargando, desenvainando y alzando el espadón de la espalda a plena carrera. Los guardias se miraron y sus ojos comunicaron y transmitían pánico ante una carga que no podían rechazar aún ni con la tecnología que poseían. Intentaron huir...no lo consiguieron, fueron arrollados entre los cascos de los caballos de guerra y las espadas lanzas de Duncant y Johann.
Apenas quedaban guardias. La mayoría estaban fuera y todos fueron abatidos por la sorpresa y determinación de nuestro ataque. Los que quedaban dentro, huyeron. Johann a caballo gritaba como el loco que todos creíamos que era, dando caza a los herejes entre las mesas de la sala.

-¡Para ser un soldado, no necesitas una pistolita de mierda...solo tragarte el miedo y tener cojones, y a vosotros os faltan muchos!

Jacob gritaba guturalmente y hacía danzar el espadón con tanta destreza entre los chatarreros que parecía que manejaba una pluma...gritó dos veces de forma corta y seguida. Supongo que quería decir que estaba de acuerdo con Johann. Duncant hacía virar manejando diestramente las riendas a Generosidad en círculos en medio de la batalla (o más bien persecución, pues no ofrecían apenas resistencia) buscando posibles amenaza en retaguardia. Con esos cacharros podrían atacarte desde cuaquier parte. Al final pareció ver algo interesante.
-¡Amelia, Isaac!¡Allí!- dijo señalando.
Nosotros reducíamos a un tipo armado con un estoque. Mi binomio y yo hacíamos una táctica sencilla al estar los dos desarmados: yo esquivaba como podía el estoque entreteniéndolo (no se si entretener es la palabra más idónea) mientras Amelia lo reducía de un golpe por la retaguardia. Sólo uno un golpe.

Cuando terminamos miramos a Duncant. Señalaba a alguien que huía hacia el interior del palacio. Leonardo, Mecenas del fuego prohibido.
-¡A por él!- gritó Amelia emprendiendo una frenética carrera. Yo iba detrás. Pero alguien se nos adelantó en la carrera. Gorke apareció delante nuestra siendo el primero en encabezar la persecución. Leonardo se metió por un pasillo de arquitectura recargada. Gorke entró después, luego nosotros. El tipo corría como si le persiguiera el mismísimo demonio, aunque, en este caso, a lo mejor debería decir el mismísimo Dios. Vimos algo que se asomaba del costado izquierdo del chatarrero que aún corría.
-¡Cuerpo a tierra!-ordenó más que gritó Gorke, nosotros obedecimos de inmediato...el tipo disparó sin nisiquiera girar la cabeza, concentrado en la carrera. No nos dió, nos tiramos al suelo al momento en el que nuestra armatura dió la orden.

Nos levantamos en seguida y reanudamos la persecución. Había entrado en una enorme habitación, llena de enormes espejos artesanales. ¿Qué clase de lugar era aquél? Nos veíamos reflejados en multitud de espejos, y a su vez, se veían reflejados los reflejos...se veían una multitud de Isaacs, de Amelias, de Gorkes...y de Leonardos.
El Mecenas del Fuego Prohibido se giró y empezó a disparar a bocajarro. Gorke ya le había visto las intenciones.
-¡Rompan la formación!¡Maniobra evasiva!-dijo a la vez que nos empujaba a Amelia y a mí en diferentes direcciones del almacén de espejos. Nos alejamos y corrimos tanto como pudimos entre los disparos , que eran más desesperados que calculados. Los espejos se rompían por doquier, dejando caer sus fragmentos sobre el suelo estrepitosamente. Tras realizar lo que me pareció una multitud de disparos, huyó. Subió por unas enormes escaleras adornadas de angelotes de cerámica, que iban a un balcón.
Estaba atrapado. El chatarrero estaba acorralado en el balcón.
El desenvainar de la espada de Gorke rasgó el aire.

-Entrégate, Marini.- la voz del armatura sonó dura.



El tipo, desesperado apuntó a Gorke. Aunque acorralado, nos podía freír a los tres antes de que le tocáramos. ¿Qué podíamos hacer contra eso?Las armas heréticas eran extraordinarias...eran, perfectas. O eso pensaba.
Para nuestra desesperación Gorke andó despacio hacia el hereje, de frente al cañon que le amenazaba quitarle la vida de un plumazo. A pesar de estar armado, se puso nervioso.

-¡Maldito bastardo exclavo de la Iglesia!¡No te acerques!¿Te crees que tienes alguna posibilidad con esa mierda de espada?-Gorke no vaciló ni un segundo, siguió acercándose.-¡Como des un paso más te dispararé maldito cabrón!

Gorke se puso frente al cañón del arma, Amelia y yo conteníamos la respiración y nos acercabamos cautelosamente. Leonardo gritó.

-¡Tú lo has querido!

Y disparó...pero, no pasó nada. En vez de oirse el trueno que producía al disparar, se escuchó un chasquido. Gorke ni pestañeó.
-Al menos esta mierda de espada no necesita munición.

Creíamos que estaba solucionado, que lo habíamos apresado, que es entregaría y cantaría todo lo que supiera sobre esa revolución antiangélica europea. Sin embargo corrió hacia el borde del balcón y parecía amenazar con tirarse. No estaba muy alto, pero en el caso de que se hubiera tirado, sólo se hubiera roto seguro una pierna y además, Ilse y Alejo estaban abajo, habían reducido a los guardias y estaban allí asegurando la zona. Pero no amenazaba con tirarse. Estaba buscando algo en los bolsillos de su camisa extravagante de fiesta. Gritaba a la vez como un loco.

-¡Ese bastardo de Faustino me ha traicionado!¡Es un puto demonio y se las da de Obispo!¡Es un puto Judas!¡Se quiere apropiar de mi trabajo!¡Se quedará el arsenal tecnológico que he reunido gracias a él!¡Sí, vuestro querido obispo para el que trabajáis lo sabía todo!¡Él era mi cómplice y juró apoyarme contra la Iglesia!¡Se ha vuelto a cambiar de bando el muy cerdo!-comenzó a reirse con un matiz de locura, encontró una pequeña pieza de latón y la metió en la pistola.-Pero yo no diré nada a la Iglesia, ni a la Inquisición, porque...los muertos no hablan.

Y se voló la tapa de los sesos con la última bala que le quedaba. Una bala que guardaba en su ropa, quizas para "silenciarse" en caso de desesperacion.

La misión había fracasado...al menos en parte.

2 comentarios:

  1. Donde quede una espada... que se olviden los mecheros modernos

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  2. Jajajajajajajaja... muchacho... donde quede una buena espada...
    Aunque a los fusiles cordobeses no les hacemos asco eh?

    *Muy chulo, pero me queda una duda: no le quedaban balas, cuando ha disparado a Gorke, no?*

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