jueves, 25 de noviembre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXIII)

Los cascos de los caballos negros aplastaron y moldearon el barro con pesadez. Dos jinetes encapuchados de negro salían cabizbajos de un campamento sombrío en medio de ninguna parte. La lluvia caía fina y gélida sobre ellos, pero la ignoraban junto con el vaivén que les daba sus monturas. El día apenas lo era, el cielo era un manto de algodón gris que se deshacía lentamente en hilos de agua, mientras que el sol se escondía detrás.
Solo les quedaba un obstáculo para salir, la puerta de la empalizada. La pareja de jinetes se miraron desde la oscuridad de sus capuchas y uno de ellos asintió con la cabeza. Uno de ellos desmontó y con agilidad, el jinete oscuro trepó por la empalizada y se acercó al guardia que vigilaba la puerta. Fue rápido. Se abalanzó por detrás del guardia y con los brazos le presionó el cuello hasta cortarle la circulación. En unos segundos el centinela estaba en el suelo, dormido. En cuestión de minutos estaría en pie de nuevo, así que los jinetes se dieron prisa. El que esperaba abajo abrió la puerta en cuanto se libraron del guardia. El otro saltó al vacío desde la empalizada y cayó sobre su caballo con gracia. No dieron tiempo a mirar atrás. Salieron trotando hacia la inmensa estepa que se presentaba ante ellos.

-Esto es una deserción, ¿lo sabes?- le dijo uno al otro.
-Lo sé.-respondió el aludido con una voz femenina.
-¿Seguro?
-Seguro. Sé que no hay vuelta atrás. Y no me arrepiento, quiero hacerlo...
-Por él.- continuó su compañero.
-Por él. Por nuestro hermano.- sonrió entre las sombras de su capucha.
-No dejaremos que incumpla nuestra promesa.
-Ni en sueños.- agregó con una risa el jinete de voz femenina.- No se lo dejaremos nada fácil librarse de nosotros.
-Aunque es una pena que seamos solo dos. No creo que les haga gracia que nos vayamos de esta manera.
-No nos seguirían de todas maneras. Esto casi es un suicidio. Nadie acudirá.

Su cabalgata en solitario no duró mucho más. Del otro lado del camino apareció otro jinete, que se les acercaba, sin saber qué intenciones tenía. Los dos jinetes, Duncant y Amelia, se miraron con un interrogante en sus miradas. Se les arrimó el jinete oscuro recién llegado y trotó junto a ellos, que se descubrió durante la marcha.
-Bonjoir, mis queridos compañeros. ¿Íbais a alguna parte?
-¡Jacqueline!
-¡¿Qué hace aquí?!- gritó de sorpresa Amelia a Duncant.
-Qui cesse d'être ami ne l'a jamais été-dijo con complicidad sonriendo ante la cara de sorpresa de sus compañeros.- Es un viejo dicho: quien deja de ser amigo no lo había sido nunca. Os seguiré hasta el final.
De repente eran tres en el camino. Otro jinete oscuro, rapado y corpulento se les acercó por el camino a toda velocidad ahorcajadas, siendo ahora cuatro.
-¡Jacob!-gritaron ahora los tres por la sorpresa.
El aludido inclinó la cabeza en señal de respeto y poniendo un puño en el pecho en señal de amistad y fuerza. Pero las sorpresas para Duncant y Amelia no acababan ahí. Otro jinete cabalgaba delante, esperando a ser alcanzado por el grupo. Su pelo rizado y su cálida mirada hizo incuestionable su identidad. Alejo se había unido a la marcha.
-¡¿Pero qué demonios estáis haciendo?!- le cuestionó Duncant a todos sus compañeros y a Alejo, el recién jinete incorporado.- ¡Os ahorcarán a todos si nos seguís!
-¿Y crees que no lo sabemos? Los verdaderos amigos se reconocen en los momentos de necesidad...y creo que éste es el momento perfecto para fortalecer los lazos.

Alejo abrió la boca para seguir, pero otro jinete encapuchado salido de la nada le pegó una colleja. Descubrió su rostro y un enorme océano de pelo rojizo salió salvaje pero elegantemente.

-Exacto. Y aparte de todo eso. ¡Necesitaréis a Ilse en vuestro viaje!- dijo esplendorosa.

Duncant y Amelia cabalgaban con la boca abierta, pero todos estaban igual. Otro jinete los adelantó.

-Esto si que no me lo esperaba.- dijo Ilse mirando al recién llegado, en cuyas alforjas había libros y más libros, su jinete apena podía ver con las greñas que se cernían sobre su rostro.- Johann, el más erudito y conservador de todos, lo deja todo atrás para acompañarnos.
-¿Y dejarte sola, mi dama de cabellos de fuego? Nunca, me echarías de menos, Ilse.- dijo él arqueando una ceja y esgrimiendo una media sonrisa.
-Puag- fué lo único que pudo articular ella.- Ni lo sueñes.- y animó a su caballo a trotar más rápido.

Los seis reencontrados jinetes oscuros trotaron juntos... y de repente, Duncant y Amelia tenían esperanzas. Hasta que se dieron cuenta de que otro jinete encapuchado les esperaba cortándoles el paso.

-¡Alto! ¡Estáis rodeados por ballesteros de la Iglesia! ¡Templarios Negros, estáis saliendo de vuestro cuartel sin permiso! ¡¿Qué significa esto?! ¿Es una deserción, quizás? Os estaréis ganando a pulso la muerte si es así. ¡Explicáos!

Duncant miró a sus compañeros de lado, y tras notar los leves asentimientos de sus compañeros, adelantó el caballo y se encaró con el encapuchado.

-Así es señor. Salimos de las caballerizas del Negro Temple sin órdenes ni permiso.

-¿Por qué motivo?

-Nos falta uno de los nuestros.

-Já. Los hermanos de armas matan y mueren todos los días, por eso os llaman Caballeros de la Muerte. Los Templarios Negros portáis el color del luto porque el día en que os investisteis asumísteis vuestra muerte y la de vuestros hermanos. ¿Acaso renuncias a tu voto?

-No me entendéis. Nos falta uno de nuestros hermanos...y está vivo.

Duncant no lo sabía, pero había algo que se lo decía.

-¿Buscáis a un desertor?

-No señor. Ya se lo he dicho, buscámos a uno de nuestros hermanos. Nos falta... Lo necesitamos para que nuestra Compañía esté completa. Está vivo y sigue sirviendo a la Iglesia...obligado por ella, quisiera decir, a marchar hasta hacia más allá del Este.

-¡Tonterías! No hay cruzadas en estos momentos.

-Quizás no para nosotros, pero la Iglesia sí se la dió a él. Y por ello queremos cabalgar con él hasta el Fin del Mundo. Si la Iglesia le impone ese destino, yo cargaré también con él.

-¿Entonces desertáis de la Orden para buscar a un sucio soldado?

-Es más que eso. Me atrevería a decir que sería capaz de plantarse ante las mismísimas puertas del Infierno para salvar a alguno de los suyos. O incluso más allá.

-El Negro Temple no os lo permite. ¡Ballesteros, apuntad!-hizo una pausa y carraspeó.- ¿Dejaréis a su suerte a ese hombre, sea quien sea? Sí o no.

Duncant miró atrás. Amelia, Ilse, Jacob, Alejo y Jacqueline negaron con la cabeza a la vez. Duncant puso los brazos en cruz.

-No lo haremos.

El jinete encapuchado se acercó a ellos riendo suavemente con complicidad. Se apartó la capucha y dejó mostrar un cráneo rapado de mirada sabia y oscuras ojeras. Un mostacho presidía por encima de sus labios.

-En ese caso...creo que me uniré con orgullo a vuestra marcha.

-¡Gorke!- gritaron todos.

-Hubo un día en el que me prometí que ninguno de los míos se iba a quedar atrás.- jugueteó con los colgantes de sus soldados.- ¡Y por todos los diablos, hoy no voy a romperlo! Ese muchacho no se va a quedar a atrás. Volveremos con Isaac.

Hubo gritos de júbilo y, con furia guerrera, los ocho jinetes oscuros cabalgaron juntos hacia el Fin del Mundo, en busca de su noveno hermano.

Juntos...no podía ser de otra manera.

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En el Salón de la Guerra del Negro Temple, el Decani Luois de Lyon estaba reunido con el Gran Maestre de la Orden, (Pedro de Umbría, cosa excepcional) y con algunos Magistrados y Armaturas de alta estima. El Decani estaba rojo de ira. Acababa de ser informado (delante de su superior) de que su 6ª Compañía de Templarios Negros: las Espadas del Armatura Gorke, habían desobedecido órdenes y habían desertado delante de sus narices, incluido el superior.

-¡¿Qué significa todo esto?! ¡Buscadlos y traedlos para que sean sometidos a un Juicio y torturados por su insolencia!
-Tranquilícese Decani.-dijo con calma el Gran Maestre, que parecía el menos alterado, ignorando la vergüenza de su subordinado.- Estoy seguro de que sus razones tendrán.
-¡Cobardes, eso es lo que son! ¡Después del desastre de la anterior compañía que lideró ese maldito de Gorke no debería haber confiando más en él! Un castigo ejemplar de la mano de la Inquisición no le vendrá mal. ¿Qué le ha pasado esa compañía ultimamente para irse de esa manera?
-No hay nada registrado de esa Compañía desde después de su participación en la Consagración de los Engels de este año, señor.-frunció el ceño el secretario del Negro Temple, apoyando su mirada en un pie de página.- Espere...sí, hay algo más, pero nada relevante. Uno de ellos salió de la unidad para marchar como cruzado a Jerusalem. Según fuentes de la Inquisición, tenía una deuda importante que saldar con ellos, obligándolo a combatir a los Engendros en la muralla del Este para perdonar los terribles pecados que había cometido contra la Iglesia.
-¡Por todos los rayos! ¡La Inquisición siempre está abusando de los arrepentimientos de mis hombres para quitarme soldados de mi terreno! Eso no explica nada.
-O quizás lo explique todo.- dijo el Gran Maestre.
-¿Cómo dice, mi señor?- dudó el Decani.
-Lo que oye. ¿Y si le dijera que esa Compañía marchó en busca de su compañero?
-Sería un motivo estúpido para desertar.
-Al contrario. Siempre quise y trabajé para que mis Templarios Negros tuvieran lazos fuertes. El trabajo en equipo y el sacrificio siempre fue características de mis Caballeros...¿O acaso lo ha olvidado, señor Luois?
-No es por contrariarle mi señor. Pero estoy convencido de que ese tal Gorke conspira contra mí. ¡No hace más que mandar a la ruina a todos los soldados que les dejo a su cargo! ¡Ya fue informado de lo que ocurrió en Bruselas! ¡Ese hombre es un desastre! Por no hablar de la bruja con la que mantenía relaciones impuras.
-No nos interesas la vida privada de su Armatura, señor Decani.- aseguró el Gran Maestre.- Si tan interesado está de ponerle las manos encima, tráigalo aquí y yo mismo lo someteré a un Consejo de Guerra.-se levantó, junto con el resto de la sala.- En cuanto a los planes de maniobras de este año, no tengo nada más que añadir. Partiré de inmediato, la Guerra del Este me espera.
-Por supuesto...mi señor.- dijo Louis de Lyon.

Los Magistrados y Armaturas se fueron después. El Decani se quedó a solas con su leal secretario. Luois meditó sobre Gorke, pero no podía evitar pensar en él sin encolerizarse, le sacaba de sus casillas. Había un odio hacia él más personal que profesional...algo que venía de atrás. Ignoró las palabras del Gran Maestre. Si sometían a Gorke a juicio, no iba a ser ejecutado, ni mucho menos. Incluso sospechaba que el Gran Maestre sentía simpatía hacia él por haber seguido a sus caballeros hacia la deserción.

"El Gran Maestre es débil...solo piensa en la unión de sus hombres. No tiene la mano dura que les debe dar un General. Sólo debo adelantarme a sus órdenes. Gorke..."

-Secretario.
-¿Sí señor?
-Sobre los desertores...
-Ya he enviado la orden de captura y tortura para ellos, señor
-Sí, pero sobre su líder...
-¿El Armatura Gorke?
Al Decani se le crispó el rostro.
-Sí, el Armatura.
-Vos diréis.- dijo el secretario tomando la pluma.
-Quiero a ese hombre muerto.

2 comentarios:

  1. Jo, si es que teníais la capacidad de tocarle los huevos a la iglesia y sus altos mandos xDDD

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  2. Especialistas en ello, vaya xD
    Pero merece la pena arriesgarse por un compañero

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