lunes, 8 de noviembre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXII)

Algo vivía allí. Algo tiene que haber. ¿Qué misterios podían ocultar la destrucción del Firmamento Samaelita? Sin duda...algo oscuro.

John y yo corríamos entre los arbustos de los bosques, siguiendo el rastro de Lidia. Estábamos subiendo por un acantilado, internándonos en el bosque. La humedad era asfixiante y se sentía una claustrofobia extraña al aire libre. No existía horizonte para el paisaje de Córcega, solo una gran muralla de humo que sitiaba a la isla. De repente escuchamos un ruido detrás. Era Juan.
-¡Juan! ¡Te dijimos que esperaras atrás! ¿Quién se encarga de los galeotes?- dijo John.
-¡Nadie! ¡Pero allí me siento inutil! Además, se organizan bien y no me hacen ni caso.
-¿Y para qué demonios te traes el tambor de la galera?-observó el marino.-Esto no es un maldito paseo por el campo.
-¡Y yo que sé! Lo llevo siempre colgando del cinturón. ¡Además nos puede servir por si tenemos que llamá la atención!
-Esa forma de correr no es normal.- dije jadeando haciendo observación de la persecución de Lidia. Me apoyé en una enorme encina y los tres acabamos cansados. En la encina parecía que alguien había hecho una marca rudimentaria con una navaja.

-No estamos en forma. Pero yo tengo excusa, hace unos días estaba en una celda y condenado a muerte- aclaró John.

-Pues yo no he salio de una prisión y también estoy matao.- apostó Juan con la lengua fuera.

John sonrió.
-Bueno, eso es porque la diferencia entre tú y yo...-un chasquido se escuchó desde la arboleda circundante. Dimos un respingo y un proyectil se clavó en la encina, tenía una flecha justo a unos centímetros de mi cara.


-¡Emboscada!- grité instintivamente.

Un grito salió de los árboles de los alrededores. De entre la vegetación salían unos veinte guerreros con armaduras de huesos, emplumados y tatuados, blandiendo arcos y lanzas. Batiendo sus lenguas con un grito en los labios, dispararon su segunda flecha.

-¡La Virgen!- fue lo que gritó Juan esquivando el proyectil.

John y yo ya habíamos echado a correr.

-¡Esperarme cabrones!

Juan nos alcanzó en seguida, y seguimos corriendo destrozando los arbustos del bosque. A unos escasos centímetros atrás caían flechas y lanzas de los guerreros salvajes, pero eso nos motivaba más para correr. Corrimos al interior de la isla.

-¡Templario! ¿Por qué no te enfrentas a ellos? ¿No tienes una preciosísima espada?-preguntó John a la carrera.
-¡Son veinte contra uno!

-¿Acaso eso te impone? ¡Creía que eras un Templario de verdad!
-¡¿Qué tiene que ver eso con ser un suicida?!
-¡No tengo ni idea! ¡Será mejor que nos separemos!- aconsejó John entre jadeos.
-¡De acuerdo!- no vi la rama, estaba demasiado concentrado en correr, me hice un corte en la cara.-¡Mierda! ¡Nos vemos en la playa!

Yo corrí al norte, John al sur.
-¡No me dejéis solo!- Juan corrió detrás de John, que se movía con gracia entre la vegetación.


Fue lo último que escuché de ellos antes de separarnos. Corrí y corrí, sobre todo subí montaña. Los salvajes se dividieron. Aquello estaba lleno de montañas y de bosques, pero estaba llegando a algún sitio...porque el verde comenzaba a escasear. De repente, entré en un desfiladero, probablemente provocado por alguna catástrofe del Segundo Diluvio. Mis perseguidores se quedaron a la puerta del desfiladero, aullando de terror. No comprendía por qué dejaron de perseguirme, me miraban con pánico. De repente uno de ellos llegó corriendo del bosque, gritando triunfalmente, y el grupo le coreó. Era como...si hubiesen cazado a alguien.

"¿Habrán cazado a Juan y a John?"

En otra parte de la arrasada isla, Juan y John estaban atados a un palo, y eran llevados como animales al campamento de los indígenas. Atados de pies y manos y llevados sobre un palo horizontalmente boca arriba.

-Mardita sea...se me va subí toa la sangre a la cabeza. Esto me pasa por seguí al inglés y no al Templario. ¿Qué van a hacer con nosotros, míster?
-¿A mí que cuentas? ¡Yo solo soy un navegante! Supongo que nos cocinarán o algo.
-¡¿Cómo?!
-¿Por qué otra razón nos iban a mantener con vida?
-¡Eh! ¡Eh! ¡Oiga, señó guerrero! ¡Usté! ¡Por favor, no me cocinen! Si mi sabó está mu malo. Poco salao. Mire mire- Juan se mordió un brazo y puso cara de asco.-¿Ven?

Los indígenas no hicieron ningún gesto. Siguieron batiendo la lengua gritando triunfalmente.

-¡Pues si me vais a comer, os voy a provocar el peor ardor de estómago de vuestra vida, ea! ¡Que os zurzan!

Llegaron a campamento de tiendas de campañas, que bullía de actividad. Los nativos, la única población (anteriormente igual de avanzada que el resto de toda Europa) que había sobrevivido al ataque de un Inferno y de sus engendros tenebrosos allá un siglo, corrían y danzaban alrededor de una gran hoguera. Se podía ver a los lejos una enorme torre oscura que se alzaba al cielo. Al otro lado de ella, había un trono rudimentario, donde había sentado un gran guerrero coronado de plumas y se las habían ingeniado para que el trono pareciera que tuviera dos poderosas alas. Dos alas de Engel amputadas. Tenía los tatuajes que recordaban a los de los Engels. Los guerreros emplumados hablaron en su lengua rudimentaria, posiblemente heredera de la lengua que anteriormente se hablara allí, antes del Segundo Diluvio. Pasó como una media hora hasta que un jolgorio corrió entre los indígenas al escuchar las órdenes de su líder, y se apostaron por encima de la gran hoguera un puente de madera, o más bien una enorme tabla. Juan y John fueron liberados. Le dieron dos lanzas, y los subieron a la tabla, entre gritos de guerra. Los dos acabaron caminando por encima de la hoguera. El fuego fue avivado por los salvajes. Su chamán profirió un grito triunfal que venía a significar algo así como: "Que empiece el juego".

-¿Pero qué demonios hacen?- gritó Juan al inglés haciendo equilibrio en la tabla.- ¡Si me caigo de aquí me achicharraré! ¡Esa hoguera es enorme! ¡La Virgen que caló!
-Esa es la idea.- respondió su amigo, manteniendo el equilibrio con la lanza.- Supongo que querrán que nos matemos con las lanzas.
-¡¿Cómo?! ¿Qué dice usté, mister? ¡Debe estar de broma!
-Quieren un combate a muerte entre nosotros, diría yo. La tabla sobre 5 metros y la hoguera debajo es solo una dificultad añadida, bastante dura, por cierto.

Juan miró a los alrededores de la hoguera. Estaba repleta de esqueletos. Antiguos náufragos que se mataron entre ellos para poder sobrevivir, justo en el mismo sitio donde ahora estaban John y Juan.

-Así que morirá uno...¿y que harán con el otro?
-No tengo ni idea.

Los guerreros de armaduras óseas les gritaron, empujándolos con ramas a que comenzaran el combate. No tuvieron más remedio que acercarse el uno al otro si no querían caer. Ahora estaban los dos en una tabla de madera, abajo una enorme hoguera, los dos sudando por la calor, lanzas en mano, prestos a luchar por sus vidas. La multitud coreó pidiendo sangre en su extraño idioma.

-¿Esperan que nos matemos, no? Pues démoles un combate.- le dijo a Juan por encima del estruendo.
-¡Yo no quiero morí, mister!
-¡No idiota! ¡Hagamos como que luchamos!
-¡Ah, claro! ¡Una pantomima! ¡Eso me gusta más!

Y así el granaino y el londinense acabaron haciendo la muestra de lucha más aburrida y lamentable que los guerreros salvajes y cualquier persona viese jamás. La multitud enfureció. Querían ver a los dos guerreros que venían de "fuera del humo" luchando con fervor por sus vidas, y sin embargo, tenían a dos idiotas haciendo como que peleaban.
Juan perdió el equilibrio, y casi cayó de la tabla. Su contrincante falso le ayudó a no caer. Juan se abrazó a el inglés desesperadamente y soltó la lanza, que cayó al fuego.

-No se lo creen ¿verdad, míster?
-No, para nada. Y ya están muy cabreados. Pronto nos mataran a los dos, así que saltemos y...¡salvese quien pueda!

Juan dió un enorme salto desde la altura de la tabla. Casí cayó en el fuego, pero su suerte se lo pagó con un tobillo doblado. Pronto estaba rodeado de un círculo de lanzas y una multitud enfurecida. Juan se defendió con todo. Incluso con el tambor de la galera. Le dió a un indígena en la cabeza. Hizo un potente y grave ruido que la tribu no supo identificar. De repente, estaban todos asustados.

-¡Juan! ¡El tambor! ¡Aporréalo!

El tambor sonó con fuerza en manos del granaino. La multitud miraba a todas partes y chillaban. No comprendían por qué de esa caja sonaban truenos espantosos y tan fuertes. Algunos se arrodillaron sumisos. La mayoría salieron corriendo como si aquel ruido que hacía Juan fuese un mal presagio.
-¡Já...esto es la leche!- gritó aporreando el tambor con un gusto que no tenía cuando lo hacía en la galera.-¡Corred, malnacios!
-¡Juan! ¿Qué demonios haces? ¡Corre!- le gritó el inglés echando por patas.
-¡Ah, sí! Se me olvidaba...¡salvar el pellejo! Adió señore, fué un placer.- se despidió de los indígenas y salió corriendo detrás- ¡Espérame hombre! ¡Joder, como corren los ingleses!-suspiró.- Espero a que el señó Templario le haya ido mejor que a nosotros.

En otra parte de la isla, mis perseguidores se quedaron a la entrada del desfiladero, temiendo entrar, supersticiosos. Como si nunca entrara nadie allí. No me quedó mas remedio que seguir avanzando por el camino o enfrentarme a ellos. Aquel lugar me ponía los pelos de punta, en la grieta apenas llegaba el sol y crecía contínuamente una niebla inexplicable. Humo...otra vez humo en esa isla. Caminé solo en la oscuridad, temeroso de que algo descansase arropado entre las tinieblas. Entonces vi una figura esperanzadora. Vi la silueta de un cuerpo al fondo, un cuerpo con las alas desplegadas.

-¡Un ángel! ¡Gracias al cielo!- me santigué y me acerqué- Estamos salvados. Ya había perdido la esperanza de que nos ayudaran...¡Por todos los diablos!

La figura dejó de ser silueta y se mostró como tal y como era. El esqueleto de un ángel crucificado entre estacas y lanzas, con las alas extendidas en descomposición. El viento comenzó a susurrar historias.
-Nos internamos en el humo para salvar a la humanidad.- dijo una voz angelical por el final del desfiladero.

-Fuimos traicionados por aquél quien amábamos...- dijo otra, lamentándose.

-Y aunque lo hizo por amor...- empezó otra voz arrastrada por el viento.

-Nosotros le condenamos.- completó otra.
"No me extraña que los humanos de esta isla se volvieran salvajes. Y no me extraña que no pasen por aquí". Estaba aterrorizado. Las manos me temblaban y estaba helado. La cabeza me dolía, pero no podía huír...otra vez. Siempre me obligaban a seguir adelante, con el Leviatán, y ahora esto...

"Dios no me deja huir."
Seguí arrastrando los pies, escuchando las voces del viento con la piel de gallina. Pasé de largo por al lado del ángel crucificado. Para seguir caminando por un desfiladero infestado de ángeles empalados y atravesados por lanzas. Algunos murieron clavando la mirada al cielo, como tumbados en el aire, atravesados por una estaca. Otros, empalados de pie. Me eché a llorar...y más que nunca admiré a los ángeles, y recé porque sus almas volvieran a Dios.




"¿Por qué le hicieron esto a seres tan benévolos, Dios?"
¿Benévolos? ¡Já! Cosas de la vida. Mis ideas cambiarían drásticamente con el paso del tiempo, os iréis dando cuenta.

-Hace casi un siglo que el "veneno de Dios" reina aquí...-siguieron las voces de los ángeles muertos.

-Y su prole desapareció con su reinado.

-No eres el primero en venir...

-Pero quizás seas el primero que salga de aquí.

-Todos se quedan...porque le escuchan a él.

-¡Callaos! ¡Callaos, callaos, callaos, maldita sea!- grité al borde de un ataque.

Alguien gritó al final del desfiladero. No era otra voz espectral, sino masculina, y estremecedoramente familiar.

-¿¡Isaac!? ¿Dónde estás?

-¡¿Duncant?!

-¡Allí está!- gritó otra voz femenina.

-¡Amelia!

"Es imposible, por no decir surrealista...¿cómo sabían que estaba aquí? "
Los tres nos abrazamos entre aquel mar de muerte.
-¿Cómo demonios me habéis encontrado?- pregunté al borde de la euforia.

-Es una larga historia- dijo Duncant restando importancia.- Ahora lo importante es salir de aquí. ¡Vamos!

-Te echamos de menos.- dijo Amelia.

-Y yo a vosotros.

Salimos corriendo entre los ángeles empalados, que, curiosamente, se callaron sus fantasmas. No podía creer la suerte que había tenido ¡ahora sí que tenía esperanzas! Salíamos de la grieta, ahora entrábamos en una zona verde, no era bosque sino...

"¿Un jardín?"

-¡Por aquí!- dijo Duncant.

Un enorme rosal rojo, descuidado y salvaje. Como una selva que llegaba hasta los hombros y lleno de mortíferas espinas. Estatuas blancas se asomaban sobre ellas. Un ángel claramente femenino, siempre la misma mujer alada. Todas iguales, pero en diferentes posturas, siempre bella, siempre llorando sangre las estatuas, derramándola sobre las rosas sobre las que reinaba. Rosas rojas. Rojo sangre. Detrás de todo, un firmamento. Un Firmamento que no era blanco...sino negro. Una torre oscura presidía Córcega.

Nos abrimos paso a través de la rosaleda salvaje y las ruinas. Cientos de arañazos cubrieron mi cuerpo fatalmente vestido con la ropa de galeote. Nunca había desesado tanto un baño. Pasamos por al lado de una pared, que aún se mantenía en pie entre las rosas y las estatuas. Allí estaba el mosaico que describía en imágenes la historia del Firmamento...la Crónica. Esa pared tuvo que pertenecer a algún monasterio. Las miré de una en una, como las viñetas de una historia.

"La fundación de la Orden Samaelita. Su prosperidad. Sus Engels. Sus batallas. Un Inferno aparece cerca. Un milagro...después de cientos de años se vuelve a ver un Arcángel en la Tierra. Es Samael, recibida por la Ab de Orden. Samael ordena a su orden que se internaran en el humo del Inferno, como sacrificio heróico. La orden obecede. No hay más mosaicos...eso es todo. ¿Un Arcángel ha bajado a la Tierra? Y si vino a ayudar a su Orden...¿por qué todos están muertos?"

Alguien cantaba entre las rosas, una voz dulce y templada, y de entre las flores apareció una mujer etérea, alada. Un fantasma que pasea entre rosales de sangre. Rostro juvenil, cabellos rubios, pero no rubios dorados, sino llegando al platino, un color luminoso, quemado y cegador.

-¿Qué buscas aquí, mortal? Estas lejos de tu hogar.- preguntó con las manos extendidas, sus muñecas estaban presionadas por unas argollas sin cadenas.

-¿Y-yo? ¡N-nada! Qui-qui-quisiera salir de aquí sin perturbar su...descanso.

-Hace años que se me negó el descanso.- dijo sonriendo con añoranza, sentándose en la hierba.- Ten cuidado. Aquí te encontrarás con alguien a quien no desearías conocer. Y te lo aseguro, se te tentará. Aunque...percibo...sí, estoy segura, no eres como los demás mortales. Tendrás que seguir solo tu camino.

"¿Solo? Si voy con Amelia y Duncant...¿o es que acaso solo me ve a mi?"

Mis amigos no hicieron ningún comentario al respecto. Se miraban entre ellos. Lidia andaba entre las rosas, hablando sola, sonriendo, casi bailando.

-¿Qué le pasa?- le pregunté a la fantasma alada.

-Es cosa de este lugar. Pasé casi toda la vida en viviendo en este Firmamento, pero ahora ya casi ni lo reconozco. Apenas yo puedo soportar los horrores que alberga su interior.-suspiró.- Todo fué por mi culpa. Dios nos ha castigado a todos y no supimos afrentar su ira. Acabamos por arruinar la Orden y la isla. Siéntate. - golpeó delicadamente la hierba, ofreciéndome un sitio, me senté, esperando a que Duncant y Amelia hicieran lo mismo, me miraban extrañados.- Ignoralos, es lo mejor que puedes hacer.

-¿Acaso no te pueden ver?

-Sí...podría decirse así.

Miré a Lidia, ahora reía de corazón delante de una rosa, aunque sus manos sangraban debido a las espinas de estas.

-¿Qué puedo hacer para sacar a la chica de este jardín?

-Isaac, no es a tí al que le corresponde decididir eso. Ella es la que tiene que elegir.

-¿Elegir? ¿Qué tiene que elegir? ¿Qué le pasa? ¿Y por qué habla sola?

-Para explicarte todo esto tendría que remontarme a hablarte de...del Verdugo. Pero a la vez...me siento tan sola en este lugar que no me importaría hablarte de él. Llevo un siglo en este estado y todos los mortales con los que me he encontrado han huído o han caído en manos de las tentaciones de ese demonio que reina en la torre.-suspiró.- Sé que estás aterrorizado, aunque muestres una aparente y frágil calma. Te diré que, aunque condenada, he aprendido de mis pecados, no te haré daño. Yo fuí en vida Neriel, la última Ab de Orden del Firmamento Samaelita.

-¡¿Fuíste Ab de Orden Samaelita?!- me levanté instintivamente con los ojos desorbitados, clavé mi espada en la hierba y me arrodillé- ¡No para nosotros, sino para la Gloria de Tu Nombre!

La fantasma rió dulcemente divertida. Me puso una mano en los cabellos, pero solo sentí frío en su contacto.

-Vaya, un Templario, qué irónico.- hizo un gesto con la mano restándole importancia.-No hace falta que me muestres tus respetos...ya no estoy en este mundo, solo me quedan las cadenas. Pero es curioso, que esta larga muerte me ha enseñado muchas más cosas que la vida.
Me volví a sentar desequilibrado y confuso...tenía sueño, tenía hambre, nunca había tenido tantas ganas de volver a lo más parecido que tenía a un hogar, el Temple.

-Hace un siglo dirigí a mi Orden, y fuí elegida como Ab por una razón tan de peso que nadie se pudo oponer a mi subida al poder del Firmamento. Era la única a la que se le mostraba el Arcángel de mi Orden...

-Samael. ¿No?- completé frotándome la cabeza, debido a la migraña.

La fantasma se tapó los oídos y gritó con un ensordecedor alarido de dolor.

-¡No pronuncies ese nombre! Él...maldito sea, qué más da pronunciar ya su nombre, ya todo da igual. Se me aparecía en sueños cuando era una Engel más y me sentí agraciada por ello. Era como si Dios me hubiese señalado. Pero...Samael iba por cuenta diferente a los dictámenes de Dios. Su interés por mi era más...mundano. Eran visiones, sus apariciones eran extrañas, me hablaba, me cantaba, me agasajaba, conversaba conmigo, sobre todo escuchaba... y todo lo que me decía era cierto, por eso ascendí en mi Orden al rango de Ab y fuí envidiada en secreto por mis semejantes. Él me mostraba una especial atención y ternura que nunca comprendí, juro que lo que leía en sus ojos era sincero. Era bello y hermoso, con doce alas blancas, con un tono rojizo que se hacían de tonalidades anaranjadas cuando eran arañados por los rayos del astro rey. Me prometía siempre que algún día caería del Cielo, como cuando bajó a participar en la Gran Batalla que libraron los Arcángeles para salvaros de la condenación total. Siempre venía por las noches en mis sueños, y me acariciaba los cabellos hasta que mi respiración se hacía tranquila. Y aunque eso solo ocurriese en mi alma, era todo tan...¿real?. También me hacía regalos con los pocos secretos que él conocía de Dios y me hizo prometer que los guardaría en silencio. Pero fuí débil y traicioné su confianza, los usé para que mi Orden prosperase, algo que nunca me perdonaré. Samael...se sintió profundamente dolido, me había confiado secretos sobre la Palabra y yo se los desvelé a quienes debían descubrirlo por ellos mismos. Durante ese tiempo mi Orden prosperó como ninguna la había hecho jamás, los Guardianes del Valor nos hicimos tan poderosos que ya casi podíamos rozar el aliento de Dios, hasta comenzamos a mantenernos recelosos con nuestras órdenes hermanas, y ni qué decir con los mortales. El Señor, que todo lo ve, nos descubrió y vió que nuestra arrogancia y soberbia era desmesurada. La osadía de obtener siquiera algún conocimiento de su Palabra, por leve que fuera, le enfurecía. Pero ante todo, lo que más le dolía al Señor, es que hubiéramos pecado de arrogancia por culpa de uno de sus arcángeles...aunque supiera que Samael estaba enamorado, o por mucho que añorase la mitad de su alma cuando Dios decidió dividirla en dos...

El mar de espinas del jardín se abrió como si se tratara de las aguas de Moisés. Un hombre, de largos cabellos rojizos y trajeado de negro, salió de entre las rosas silvestres, y gritó, continuando la narración de la fantasma Neriel.

- ¡Tanta arrogancia, soberbia y altivez por parte de Neriel y de su Orden, provocó la aparición de un nuevo Inferno sobre la Tierra, y sitió con Engendros, Fuego y Humo el Cielo de los Samaelitas y la Isla de la Belleza! Y aún no conforme, Dios dictó también un castigo a Samael, por confiar alguno de los secretos de su Proyecto Tierra. ¡Dios, abusando de la fidelidad de Samael, su Verdugo, le ordenó que corrigiese su pecado y que ajusticiase al ser al que más amaba, a Neriel! Y el Arcángel, sintiéndose traicionado por su amada, sin dudarlo, cogió su Hoz y como le hubiera prometido a su amada en sus frías y solitarias noches, bajó a la Tierra una vez más... El encuentro entre Samael y su amada Neriel fue tan intenso, que provocó una tormenta de sentimientos oscuros en el Verdugo. Pero ella lo contrarrestó con su arrepentimiento. Y cuando dictó el veredicto de Dios se dispuso a bajar la Hoz sobre la cabeza de la pecadora y purgar tanto pecado producido por la ruptura de una palabra...¡Pero no pude! ¡Amaba, y aún amo a esta mujer! Era el Verdugo de Dios y por primera vez me veía incapaz de llevar a cabo su Sentencia. Aunque me sentí traicionado, sabía que ella lo había hecho para ayudar y hacer prosperar a los suyos y a mi Orden. ¿Acaso tenía eso algo de malo? ¿Acaso no nos enseña Él a perdonar? Sentí los ojos de Dios en mi nuca y el peso fue horrible. Entonces, con odio por obligarme a matar a mi amada, quise traicionarle. Rogué desesperadamente ayuda al Traidor de Traidores y él siempre acude, a diferencia de Dios. Lucifer salió de entre los humos del Infierno que asediaban mi Cielo y entre Cielo e Infierno pacté mi traición. Yo sacrificaba a todos mis ángeles y mi Cielo y él retiraba su Infierno y me dejaba a Neriel...pero no conté con ese dolor agónico que atormentó mi alma cuando apreté la mano de Lucifer. Mis alas se volvieron de color sangre oscuro, mi pelo rojizo, mis ojos demoníacos. Siempre había escuchado historias sobre la Caída, pero nunca imaginé que sería doloroso. Los Samaelias, mis huestes, se internaron en el humo...para "salvar a la humanidad", como les había prometido y así es lo que dice la Iglesia. El Inferno se desvió y mi Orden dejó de existir. ¡Y me dió igual! Ahora era uno de los Grandes Demonios y había corrompido mi Firmamento. Y por fin podía odiar a los humanos abiertamente sin temer a Dios, por ser los favoritos de Él cuando en realidad sois el pecado y la debilidad. Tomé a los humanos de esta isla, los hice retrogados, hice que se volvieran salvajes, indígenas de esta isla y confundí su lenguaje. Hice como lo que son, bestias caníbales, unos monos pelados. Y lo mejor, es que me temen. Cuando viene alguien de fuera del Humo, hacen que se maten entre ellos y el que sobrevive, me lo traen como sacrificio. ¿No es increible? ¡Me traen sacrificios como si fuera el mismísimo Dios!

-No todo fue victoria para ti, asesino.- dijo la fantasma Neriel, comprensiva.

-Lo sé, amor...No tuve en cuenta ninguno de tus sentimientos, y por ello, te quitaste la vida al verte responsable de tanto sufrimiento.- dijo el Arcángel de forma tierna.- Pero...como fuiste una suicida, ahora perteneces al Infierno y a sus Demonios. Es decir, a mí.

-Yo no pertenezco a nadie, solo a Dios.

-¿A Dios? ¡No me hagas reír! ¡Ese maldito tirano!

-Samael...tú en el fondo, aún lo añoras.

-¡Calla! ¡Eso es mentira! ¿Acaso no has pecado lo suficiente?- gritó él con rabia contenida y se fijó en mi.-¿Y quién es este mono pelado? ¿Qué hace aquí? ¡Arrodillaos ante vuestro Dios! Estáis en mis dominios.

Amelia y Duncant se arrodillaron...yo dudé.

-Sí, Arcángel Samael.-respondió Amelia.

-Te adoramos, Señor.- dijo Duncant.

"¿Por todos los diablos, Amelia no ha llamado pollo a un ángel y Duncant se arrodilla así por que sí?" De repente sentí una ira que no comprendí, hasta que estallé.

-¡¡Estos no son mis amigos!!

"No me puedo creer que haya usado un truco tan malo como este."

Amelia y Duncant se desvanecieron como humo. El hombre de negro, Samael, aplaudió con desdén y aburrimiento. Hasta él sabía que la ilusión que había producido no iba a funcionar...porque así lo quería.

-La próxima vez que vayas a intentar comprarme con visiones de mis amigos...cúrratelo un poco más, Demonio.

-Vaya...así que te doy a tus amigos, y tú los rechazas. Bien, conque te hayan hecho venir hasta aquí como hice con la muchacha me vale. Siéntete afortunado, esto ni siquiera ha sido cruel para mi. Muchos Demonios te harían más dificil salir de este tipo de ilusiones y vidas perfectas paralelas. Bien, mortal. Es hora de morir.

-¿Vas a matarlo?- dijo Neriel con una sonrisa aún sentada en el jardín.- Me sorprendes, Samael. ¿Acaso no has mirado el alma de este mortal?

-¿Qué quieres decir?- dijo él, confuso. De repente arqueó las cejas y dió un paso atrás.- ¡Tú! No puede ser...tú eres... ¿Cómo es posible que estés aquí? ¿Acaso es el destino?

Estaba al borde del pánico, quería huir, pero sus ojos me mantuvieron clavado. Samael se rió de forma escalofriante.

-¿No reconoces a un hermano cuando lo ves?- intentó acercarse, pero disminuyó sus pasos hasta detenerse con una mueca de asco.- No...aún queda mucha humanidad en tu alma, casi toda. Pero eso se puede arreglar.

-¡¿De qué demonios estás hablando?!

-Seguro que recuerdas cierta noche...en la que casi te ajustician. Eras un niño. Solo eras un maldito crío que fue un medio para conseguir un poder mayor. Isaac...yo fuí quien evitó que te mataran aquél día. Yo fuí el que aconsejé al Señor de las Moscas de mantenerte con vida aún. Nos eres más preciado así de momento, serás más poderoso de lo que puedas imaginar. ¿No lo piensas así también?- volvió a reirse.



-No entiendo nada...el que me salvó fue la mano compasiva del pater Brahms ¡No un demonio!

-Bueno...eso es una media verdad...hermano.

-¡No me llames así! No entiendo nada...solo quiero salir de aquí.- se me saltaron las lágrimas.

-Por supesto, saldrás de aquí. Me interesas más vivo que muerto, no te quepa duda...Isaac. Es más, te dejo que te marches con tu amiguita.

Samael chasqueó con una mano y Lidia quedó liberada de su embrujo inmediatamente. Débil, cayó al suelo de forma pesada. La cogí en brazos y me fuí sin mirar atrás. Los salvajes ya no estaban, pero toda la isla estaba llena de engendros, de demonios y diablos... sin embargo, no me atacaron. Se mantuvieron alejados y contenidos. Solo podía ver sus ojos demoníacos entre los árboles.
Samael y Neriel observaron desde el balcón del Firmamento Oscuro cómo la marea desencallaba nuestra galera y cómo partíamos de la isla. Samael se retorcía las manos.

-Tu plan puede escapársete de las manos, lo sabes, ¿Samael? Quizás deberías haberle hecho caso al plan inicial de Lucifer.

Él no dijo nada. Aferró su mano y la apretó entre los suyos.

- Pero el poder que podemos conseguir de ese muchacho si lo dejamos vivir será increíblemente poderoso. Lucifer no ha pensado en alimentar la ira de su alma, Lucifer quería un trabajo rápido e inmediato y no quiere arriesgar más. Pero si me hacen caso, cuando llegue el día, él retornará y nos aterrorizaremos como nunca lo hicimos de su poder. Me da igual si sale mal, me da igual, seguiré siendo uno de los Grandes Demonios.- le sonrió y un halo de oscuridad se hizo a su alrededor. De repente desapareción en una pequeña vorágine de oscuridad y cuando volvió a aparecer, mostraba su verdadera forma, la de un Arcángel de 12 alas...ahora negras. Miró su mano junto a la de ella.- En realidad me da igual todo, te amo.

-Entonces, libérame. Deja que mi alma descanse en paz, Samael. Quítame las argollas que me atan a este lugar maldito- le rogó ella con paciencia.

-No me pidas eso...no voy a hacerlo. Este es el destino de los suicidas, tu cuerpo astral no es fruto de mi pacto con Lucifer. Esto te lo hiciste tú.¡, y lo sabes. Yo solo te mantengo a salvo conmigo en este lugar. Nuestro lugar.

-Este lugar no me ha traído más que sufrimiento...por no haber guardado nuestro secreto. Por eso quiero ir al Círculo del Infierno que me corresponda, para pagar por mis pecados y poder sentirme libre.

-No dejaré que los demonios que se encargan de los suicidas te pongan las manos encima. Ni Aloqua ni Ananel te van a tocar. No mientras yo sea uno de los Grandes Caídos.

-¿Cuándo lo vas a entender, Samael?-suspiró amargamente y comprensiva a su eterno y paciente amante.-A veces pienso que nunca hubo tal castigo por parte de Dios. Todo era una prueba de fe a su Creación. Creo que cuando Dios pidió que me ejecutaras...solo quería considerar tu fidelidad para perdonarte. Como Dios le pidió a Abraham que sacrificase a su hijo Isaac, y luego mandó en el último momento a Gabriel para detenerle.

-Gabriel...- murmuró él con añozanza, pues Gabriel era la mitad de su alma.

-Tú me diste tu confianza...y te fallé. Y por ello Dios puso tu fe a prueba y le fallaste. Fallamos los dos.- la mujer astral le abrazó y él la envolvió entre sus alas negras.- Solo nos ponía a prueba...-sollozó.

-Él no habría detenido tu ejecución como hiciera con Abraham, habría dejado que me manchara con tu sangre, porque...Él siempre puso por encima de nosotros a la Humanidad- murmuró con odio al mencionar a los humanos. -Y por eso tenemos que ganar La Eterna Guerra. Fui un necio al no seguir a Lucifer desde el principio, desde la Primera Gran Guerra en el Cielo.-volvió a mirar la galera, donde estaba yo con mis compañeros.- Ese joven puede ser una de las claves para ganar la Última Gran Guerra.

De un grito, Samael hizo acudir a un lacayo del Infierno.

-¿Sí, Demonio Samael?

-Soltad al Leviatán. Quiero que esa galera naufrague.

-¿Capturar o matar, oh, Veneno del Infierno?- preguntó el lacayo jorobado con una voz estridente y lastimosa.

-Ninguna de las dos. Su alma es más fuerte de lo que creíamos.-añadió receloso.- Tenemos que alimentar su ira y su odio. Ese hombre...ese hombre tiene que sufrir...

El lacayo se fue presto a soltar a la gran bestia marina. Neriel nos miraba a nosotros, a mi encontrándome con John y Juan, que contaban su aventura. Celebrando que Marcos seguía vivo y que Lidia estaba bien. La colocamos sobre la galera para largarnos de allí cuanto antes y nuestras esperanzas subieron como la espuma. Samael tampoco nos quitaba ojo, con un brillo ansioso en los ojos. Neriel se percató de ello.

-Dices que los odias, Samael, pero en realidad, tú admiras a los humanos. Y ahora más que nunca. Cuando te has tropezado con ese joven, Isaac. Pensabas que a estas alturas le habría consumido la vida y las injusticias, junto con sus pecados. Pensabas que el humano era débil. Si bien has descubierto indecisión y miedo en su cuerpo, has encontrado una gran fuerza en su alma.-hizo una larga pausa, para reflexionar.- Samael, aunque sea parte de vuestro plan, aún es dueño de su destino.

-No envidio a los humanos, Neriel. Esto no tiene nada que ver con la humanidad.-alegó el con desprecio.

-Ah, ¿no?- dijo ella con tono sarcástico.- Entonces...¿por qué te has mostrado ante él con una figura humana?

Él no contestó. Apretó los puños hasta que se le quedaron blancos. Pensó en lo que había visto en mi alma.

"Porque en realidad...les tengo miedo."

1 comentario:

  1. Las criaturas de los cielos y los infiernos distan mucho de los conceptos que actualmente se tienen de ellos.
    Es una buena historia

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