viernes, 5 de noviembre de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXXI)

El corazón se me iba a salir por la boca. Las pulsaciones me hacían sufrir y me bombeaban las sienes con violencia. Nos reunimos alrededor del insecto gigante y decidimos tirarlo por la borda. El mar embravecido se había calmado ligeramente y se notaba. Nos aseguramos de quienes habían muerto y también los arrojamos al mar. Ya olían mal estando vivos, asi que no queríamos hacerlo cuando empezaran a descomponerse. Lúan había muerto. Lo arrojamos el último y nos dimos cuenta de que habíamos salido del humo. Las aguas sobre la que navegábamos a la deriva era roja, ni rastro de los cuerpos.



-El Leviatán, si es que es eso, se está dando un festín con los muertos que estamos arrojando. -dijo John.



-Esta lluvia no para...-Juan miraba al cielo.-¿Es que no hay calma en este mar dejado de la mano de Dios?



Seguimos mirando el agua sangrienta y sin previo aviso, salió el "Rey sobre todos los soberbios" y juro que nunca olvidaré su majestuosidad y violencia. Una enorme serpiente gargantuesca aulló rodeado de olas y todas sus escamas vibraron, así como nuestras almas. Nos quedamos paralizados, sus ojos amarillos incandescentes siempre estaban alerta, siempre observando, carentes de párpados. Se le veía negro como la noche entre brumas, su cabeza era un cascarón de armadura indestructible y poseía en su columna unas enormes aletas que se asemejaban más a un par de alas deshilachadas. De un liviano movimiento empezó a enroscarse sobre la galera, sin violencia, como si se arrascara contra el casco las escamas. Se enroscaba en la embarcación como una serpiente sobre una rama.



-¿Qué demonios está haciendo?- pregunté.

-Tranquilo, lo hace con muchos barcos, parece inofensivo ahora, pero quiere hundirnos todo de golpe.



"¿Se suponía que eso me tenía que tranquilizar?" pensé aferrando la espada.



Preparé la hoja para cuando pasara por nuestro lado. El momento se hizo largo, una gran escama de la bestia se vió entre las tablas que daban a la superficie. Era el momento. Asesté una estocada que penetró entre dos enormes escamas...fue tan buen golpe que me impresioné hasta yo mismo. La bestia embraveció, los mares temblaron y hubo tormenta en todos los mares de la Tierra por un eterno instante. Y tal rugido arrancó la bestia, que fue gracias a Dios que no hubiera habido una onda expansiva de tsunamis. Todos los seres marinos, ya fueran depredadores o inofensivos, se escondieron en arrecifes, corales y en la mismísima Grieta del mar asustados por su eterno rey. Aquello debía haber llegado a los cuatro rincones del mundo. Nos tapamos los oídos ante la impotencia de poder aguantar semejante rugido, por no hablar del miedo tembló en nuestra alma.



"Me alegro de que Amelia y Duncant no estén aquí...pero a la vez me entristece. Seguro juntos podríamos vencer a todo el que se enfrentara a nosotros, incluso al mismísimo Leviatán."



-¡Por el amor de Dios, me van a estallar los oídos!-grité tapandome los oídos.

-¡Y eso solo ha sido un arañazo para él!- gritó John por encima del estruendo.



El Leviatán salió mucho más del agua, mostrando mucho más cuerpo serpenteante. Miró la embarcación con determinación, si es que se podía decir que esos ojos de fuego expresaran algo. Su boca se abrió hasta límites insospechados y una bola de fuego se formó en su garganta y el aire dejó de soplar.



-Por el amor de Dios...-no podía creerlo, las escrituras por una vez se mostraron fieles a algo que veía.

-Aliento ígneo...solo él puede hacer fuego sobre las aguas.-John se sentó, esperando que fueramos abrasados, el resto de la chusma suplicaban al cielo y algunos otros inclusos a Lucifer, para que los sacaran de esa embarcación antes de que estallaran en llamas. Saltar al mar no era una buena opción, al menos no cuando la tormenta seguía.



El Leviatán se atragantó con su aliento de fuego. Un cuerno grave y poderoso había sonado entre la niebla y, con sumisión, respondió al cuerno dando un salto para perderse en las profundidades del mar.



-!¿Se va?¡- dije aliviado y a la vez preocupado mientras sacaba la cabeza por la borda, lo había perdido de vista.

-No tengo ni idea. Esto nunca había pasado.

-¡Tierra!-gritó Timmy a lo lejos, y de repente, como si Dios nos hubiese encontrado entre tanta oscuridad, salió el sol, el aguacero menguó, el mar se volvió manso y los galeotes gastaron sus pocas fuerzas para proferir un grito de alegría colectivo.

La galera encalló en una playa limpia y fina. Cuando la marea bajó la galera quedó sobre la arena, sin posibilidad de sacarla de allí, al menos no con los medios de los que disponíamos. Los galeotes empezaron a salir en tropel, saltando a la arena, celebrando su libertad con gritos, carcajadas irresistibles y abrazos espontáneos. John y yo sacamos a Marcos, aún herido. Me preguntaba cuanto tiempo más podría durar con esa herida tan grave, pero ya había superado mis esperanzas. Lidia se echó al agua y gritó al sentir la sal contra las heridas del azote. Juan no sabía que hacer, miraba a los galeotes sin comprender a qué venía tanta felicidad...Me acerqué a él.

-¿Acaso no saben...?- comencé a formular.

-Eso parece.- dijo él meditabundo.- Tendrá que decirselo.

-¿Yo? ¿Por qué yo?

-Bueno, de todos los que estamos aquí, usté es el que parece que maneja mejó la situación. ¿No querrá acaso que se lo diga yo no? Podrían comerme que arguno ya me tenía gana.

-¿Y qué hay de John?

-En tierra digo, señó Templario. Ademá, usté tiene la espada, por si tiene que controlá la situación, usté ya me entiende.



Carraspeé y ahondé una maldición. La fina ropa que me quedaba seguía mugrienta y, si no fuera por mi forma de ser, casi que preferiría ir desnudo. Los prisioneros supervivientes dejaron sus celebraciones al verme llegar y vieron en mi rostro malas noticias. Carraspeé de nuevo.



"Necesito alcohol." pensé antes de suspirar.



-Esto...es una isla. Seguimos atrapados. No podemos volver a casa. No estamos en una costa europea...esto es Córcega.



La cara de los presentes cambió drásticamente y parecía que iban a estallar de ira...habían pasado de estar en una costa segura a una isla que era marcada en los mapas con símbolos de fuego y destrucción. El pánico estaba a punto de estallar, éramos náufragos y nadie nos echaba en falta.



"Yo echo de menos a mis amigos...¿Me echarán en falta ellos?"



-Eso es todo.- John llegó apresurado, salvando la situación- Id a la galera y sacad los sacos de comida que haya, la racionaremos por si acaso. Haremos turnos para vigilar y para trabajar, buscar leña. No nos hará falta comida de la isla, saldremos a la mar al día siguiente como mínimo, solo necesitamos que la marea suba lo suficiente para desencallar la galera. Nos iremos remando junto a la costa, visto que el mal tiempo que hemos visto antes no era natural. Mientras más alejado estemos del Inferno y de sus insectos errantes, mejor.



Los galeotes, deseosos de salir de allí y con las esperanzas sólidas que les había dado John, corrieron a prepararlo todo. Miré a John perplejo, me había quitado un peso de encima y había salvado la situación. Nos quedamos solos y miramos a los prisioneros trabajar.



-¿Quién demonios eres, John?

-Un diabólico inglés.

-¿Cómo dices?

-¿No es así como nos llaman en la Iglesia a los ingleses?

-Déjate de tonterías. Esto es serio. ¿Quién eres?

-Pues soy quien soy, John Brooks.

-¿Por qué te encerraron?

-¿Esto es un interrogatorio? Creía que eras un Templario, no un Inquisidor.

-Maldita sea, John, has mantenido una cabeza fría y un liderazgo entre tanto caos y desesperación que solo he podido ver en Armaturas de la Iglesia.



"Como Gorke. ¿Qué estará haciendo ahora?"

-El destino da muchas vueltas, Templario. Un día estás luchando por lo que crees con fervor y después descubres que te has pasado toda la vida en el bando equivocado. Un día estás a punto de morir y el otro tienes la ansiada libertad; otro estás en lo más alto y al día siguiente estás por debajo del fango...-suspiró y nos sentamos en la arena mirando al mar.- Bien, te contaré. Yo fuí almirante de la flota inglesa hace muchísimos años. En mi juventud, estuve luchando durante muchos años contra el bloqueo naval que mantenía la Iglesia a mi pueblo. Mis soldados me lo dijeron, que no asaltara esa fragata cristiana yo en persona, pero tenía que hacerlo o nos hundíamos con el nuestro ya agujereado. Allí me hicieron prisionero y me llevaron por todas las cárceles que íbamos encontrando de camino a Roma. No me ahorcaron porque creyeron que aún se me podía usar. Allí en Roma pasé un tiempo en las celdas del Palacio de Justicia. Luego me asignaron un Miguelita, que con el tiempo fui comprendiendo que leía mi mente y me hacía obedecer sus órdenes.
-¿Que te hacía obedecerle?
-Sí...es uno de sus poderes. Las huestes del Arcángel Miguel hacen que obedezcas sus órdenes y que te parezcan totalmente razonables y así no las cuestionas. Así, seguido de cerca de un Miguelita se me asignó un puesto de capitán de fragata al servicio de la Iglesia para aprovisionar las Marcas Orientales y combatir a los piratas africanos y algunos europeos.

"Curioso gusto el de la Iglesia por tener tanta determinación en reciclar a sus enemigos."


- He de decir que lo hice bastante bien.-prosiguió su historia-Todos los días librábamos batalla en el mar y mi fragata destacó siempre. Estar junto al Miguelita Saiel me hizo pensar en él como amigo y él lo aceptó. Yo, amigo de un engel, después de tanto tiempo combatiendolos ¡Increible! Comencé a creer en Dios y relativamente en la Iglesia, liberábamos exclavos de los bandidos de los mares y evitábamos que robaran a las gentes honradas. Hasta liberamos a un importante conde alemán de un puñado de piratas que, agradecido eternamente con la Iglesia, dió todo su apoyo a la empresa de esta. Esto fue decisivo para mantener el orden en aquella zona germánica. Saiel habló bien de mi al Ab de su Orden e incluso llegó a convencerle de que había visto la luz, ya no usaba sus poderes conmigo y creía en Dios y su Iglesia...y juro que era verdad, creí en Dios y en su Iglesia después de tanto tiempo de luchar contra ella. Se me bautizó y se me liberó. Ahora era un capitán de fragata de la Iglesia y mi destino era aprovisionar las Marcas Orientales. Aquí empezó a ir todo mal...de repente, me di cuenta de que todo cambió. Ya no salvávamos prisioneros de piratas, sino que los llevaba a combatir a la fuerza a Oriente; tampoco protegíamos las pertenencias de otras personas, sino que se las robaba a los pueblos que destruíamos y los llevábamos a las arcas de la Iglesia. En definitiva, llevaba exclavos y volvía con oro. Saiel siguió trabajando conmigo y el Ab de su Orden, conociendo nuestra camadería, se lo permitió. Pero cuando él murió, rompí mi juramento de servir a la Iglesia. Nadie se molestó en ayudarle, solo querían salir del combate para escapar con el oro y hacer engordar a Obispos y Cardenales. Así que empecé el motín y pronto, me hice a la mar con una fragata de la Iglesia como pirata. Comencé a robarle a la Iglesia esos enormes barcos cargados de riquezas que venían de los pueblos que atacaban en las costas africanas y orientales, y les di un buen uso. Me convertí en todo un incordio para la riqueza y avaricia de la Iglesia, así que los piratas de todo el Mar Mediterráneo se unieron en torno a mí y yo los organicé. Éramos rápidos y no matábamos prácticamente a nadie que no se enfrentara a nosotros. Luché contra esa horrible desilusión que me había traído servir a la Iglesia y los piratas, unidos como nunca antes y dejando sus rivalidades, me nombraron su Señor de los Mares.

-¡Tú!...¿¡tú eres John el Barón de los ladrones?!

-¿Así me llaman ahora en la Iglesia? Bueno, ese me gusta mas que el anterior.

-¡Tu cabeza vale miles de euros!

-Ya lo creo, por algo soy el mejor marinero que ha visto este mar jamás.

"Modesto el tipo." Hubo un silencio incómodo, era evidente que la historia no acababa ahí. Él se quedó mirando el mar.

-Allí fui libre de verdad. Navegué a donde quise y nadie me lo impidió, ni ángeles, ni demonios. Me topé muchas veces con el Leviatán y siempre vivía para contarlo. Pero me hizo naufragar, con la mala suerte de caer en manos de la Iglesia, en Barcelona. En seguida se me reconoció y se me condenó a muerte.

-Así que eso es el tatuaje que llevas a la espalda, en el hombro.

-Sí...una flor de lis. Estoy marcado con la muerte, Templario, pero en el mar yo soy más rápido que ella. Alguien de arriba pidió explícitamente que se me torturase y ejecutara en público, después de una humillante descomulgación ante el mismísimo Pontífice. Cuando vuestra galera llegó a Barcelona, tenía que dejarme en Roma antes de que vosotros fuérais a vuestro destino. Pero fíjate, justo antes de llegar...¡naufragamos!

-Marcado con la muerte...-dije yo.

¿Debía cumplir con el objetivo de la Iglesia y matarlo? ¿O apresarlo y llevarlo a Roma?

"No...este hombre me ha mostrado su alma, y aunque no sepa verla grandeza de la Iglesia, no es algo indigno lo que ha hecho. Solo está en el bando equivocado."

Mas bien lo estaba yo.

Juan vino corriendo, con la lengua fuera.

-¡Señó Templario! ¡La muchacha se ha escapado!

John y yo dejamos de estar sentados frente al mar y nos alzamos a la vez.

-¡¿Qué?! ¿Lidia?

-Sí...no sé. Fue como poseía por algo, se les puso los ojo blanco. Se internó como loca y ansiosa en la selva gritando un nombre. Un tal Victor ,me parece.

-¿Qué significa eso?- dijo John.

-Ni idea...pero en esta isla hay algo que no me gusta. Es como si Dios no estuviese aquí.-dije con un escalofrío.

"Los Samaelitas se internaron en el humo como sacrificio...para luchar contra el Inferno que los encarceló en su isla...y nunca más se supo nada, ni siquiera de los humanos que vivían aquí.¿Dónde estarán las ruinas del firmamento Samaleita?"

-Pues claro que hay algo que no gusta...-dijo John.- El Leviatán nos ha dejado llegar hasta aquí por algo. Se suponía que no iba a haber incidentes.- dijo resoplando despectivamente ante mi comentario hacia la ausencia de Dios.

-Voy a buscarla.-aferré la espada.

-Te acompaño. Juan, encargate de los galeotes.

-¡¿Qué?! ¡Pero si a mi se me sublevaban hasta los cochinillos en la feria!

-¡Tú hazlo!

Mientras me internaba en la selva sentí algo...natural, primitivo, salvaje, lleno de emociones intensas. Juraría que podía escuchar las lamentaciones de cientos de almas en el viento.

"No estamos solos en esta isla. Aquí vive algo oscuro y estremecedor..."

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