viernes, 25 de junio de 2010

Memorias de un Templario (XXVII)

Salí de la posada, de la "Villa della Fonte" dando traspiés y jadeando amargamente. Eran altas horas de la madrugada , estaba lloviendo fríamente sobre la ciudad. Iba totalmente borracho tropezándome por los callejones más oscuros y marginados de Roma, llorando amargamente, tropezando contínuamente, cayendo con los desperdicios que había dejado la fiesta religiosa. La gloría de la consagración no había más que dejado deshechos, suciedad, miseria y una efímera esperanza. Tropecé con un escalón y caí de boca en unas rejas del alcantarillado de la ciudad. Me quedé quieto, lamentándome amargamente mientras el agua sucia que corría por el suelo me limpiara la boca llena de sangre. Al menos el alcohol había anestesiado mi cuerpo. No me moví, hasta el llorar me atormentaba el cuerpo. Había una paloma muerta a mi lado, probablemente la habían matado la marabunta de gente de la fiesta. La paloma había sido blanca, pero ahora no era más que una rata alada gris aplastada en el asfalto.
"¿Qué hiciste para que nos odiaran de esta manera, mamá? O...¿qué hicimos? ¿Hay algo que no sepa...hay algo que desconozca sobre nosotros? De paloma blanca has pasado a ser un recuerdo que se pudre aplastado sobre la creación retorcida del hombre"

Roma ya no me parecía la ciudad de la salvación, la ciudad blanca era gris, la que me señalaba como una oveja descarriada de la Iglesia.
"¿Por qué el demonio me persigue? La Iglesia me salva una y otra vez. Me bautizaron para que pudiera estar ante tus ojos, Dios. Me castigaron de buena manera para que dejara de utilizar el brazo del demonio y así no estropear Tu obra. Y para pagar mis pecados, me dejaron poder hacer la Prueba de los Templarios Negros. He salvado mi alma...pero después de todo lo que he vivido, aún no salvé la de mi madre. Ella mató, mintió, escupió a tus siervos, renegó de tu Iglesia, incluso impidió que ocupara el puesto que Tú me habías designado, aunque yo no sé cuál era ni es. Ahora yo hago lo contrario ella para compensar el Destino, amo a Tí, mi Dios, sirvo a tu Iglesia ciegamente y aún así...No lo entiendo, ella manchó su alma por amor a su hijo, por mí. ¿Acaso eso no la perdona, Dios? ¿Qué ocurre cuando es el amor el que te obliga a cometer actos contra Tu Iglesia? ¿Acaso la Iglesia entiende tanto de divinidad que ya no sabe lo que es sentir como un humano? Pero es cierto, me siento orgulloso de servirte, me alegra luchar y actuar en tu nombre. Maté a un hombre para entrar en la Orden, para salvar mi alma, ahora salvada, tengo que pagar el pecado. Mi madre, dice el Inquisidor, sigue en el infierno. Entonces...solo queda una cosa. Que Tú me indiques el camino para salvar nuestras almas. Las dos, sin condición. Si no la salvas a ella con mi sacrificio, que se condene mi alma también"

Me levanté totalmente empapado del agua sucia que corría por el callejón. Me apoyé contra las pared de las casas destartaladas y arrastrando los pies prácticamente fuí andando sin rumbo. Acabé saliendo de los callejones para dejarme agobiar por los amplios espacios de las avenidas de Roma.

"Ahora lo tengo claro, tengo que hacer algo para salvar nuestras almas ¿pero qué? ¿qué quieres de mí, Dios?"

Una iglesia...había una iglesia muy modesta para ser de Roma. Sus puertas estaban abiertas. La cosa estaba muy clara. Dios te perdonaba si te arrepentías. Solo debía confesarme. Entré en la iglesia, la única iluminación que había procedían de los candelabros colocados en los laterales de la sala. Los bancos, de madera oscura, estaban vacíos a excepción de tres personas mayores muy separadas entre sí, arrodilladas, orando en silencio. Un monaguillo iba encendiendo los candelabros que se apagaban. Las sombras que propagaban las velas, eran fantasmagóricas, las sombras de los allí presentes aparecían desformadas, como si fueran nuestros propios demonios, siempre pegada a nosotros y tomando formas de pesadillas. Me senté en el confesionario.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Pater, quiero confesar un pecado que me lleva atormentando durante un periodo que se me ha hecho eterno.
-Tranquilo, hijo mío. La mancha de tu pecado seguirá ahí ensuciando tu alma. Aún se puede expulsar si estás arrepentido.
-Lo estoy.-se me notaba un poco borracho aún.
-Dime ¿cuál es el pecado que te aflige, hijo mío?
-Pater, he matado a un hombre. En nombre de la Iglesia.
-Si fué en nombre de la Iglesia, Él te lo perdona.
-Si, pero pater, él también luchaba en nombre de la Iglesia.
Se hizo el silencio. Los monaguillos empezaron a entonar un salmo mientras cerraban las cristaleras para que no entrara la lluvia.
-En ese caso, hijo mío, no puedo perdonar tu alma.
-Pero pater, ¡fué un accidente!-le dije perdiendo la esperanza de poder ser salvado allí mismo.
-Dios no puede perdonar que mates a una oveja de su rebaño y menos aún cuando es otra de las suyas. Da gracias de que sigas bajo su pastoreo.
-Solo quiero salvar nuestras almas, padre. Perdóneme.
-Lo siento. No puedo perdonar el asesinato de un hombre fiel a Dios.
-Pero entonces seguiré teniendo pesadillas...pater.-dije con un hilo de voz de dolor.- La arena, la sangre...cruces por todas partes.
-¿Has pensado que esas pesadillas más que atormentarte recordandote tu pecado te digan como expiarlo?
-¿Cómo? ¿Y qué significa?
-Eso debes averiguarlo tú, hijo mío.

Se levantó y se marchó. Me mató que no dijera "puedes ir en paz". No había paz para mí. Volví a la posada, sin lágrimas. Me tropecé con una famila, que huyó de mi camino, debían haber visto la maldad de mi alma. Una maldad que yo no sentía. Me encontré con unos guardias con ganas de diversión, empezaron a burlarse de mí, confundiendome con un mendigo. Me caí de la borrachera y empezaron a propinarme patadas mientras se reían y disfrutaban. Una patada certera en la cara me había dejado un moratón. Me consideraban un desperdicio humano...y lo que estaban pateando era a un Caballero Templario de la Iglesia Angélica. El título no me hacía un hombre.

Llegué trastabllando a la posada, la fiesta ya había menguado, quedaban pocos en pie y la mayoría de los campesinos, peregrinos, templarios y demás estaban tirados por los suelos o mesas. Alejo seguía durmiendo bajo la mesa, y Johann bebía degustando una pinta. Me saludó levantando su jarra, no hizo preguntas sobre mi aspecto lamentable, empapado y lleno de heridas. La boca me sangraba y el ojo me escocía de la patada. Me miró extrañado, para volver a posar su mirada en la mesa, había conseguido en el mercado de Roma un enorme mapa de Europa con sus Infernos y su Marca. Pensó que con la borrachera que tenía, me metí en problemas.
-Isaac, nunca me habría imaginado que te metieras en problemas por el alcohol.
"El alcohol no me hizo esto, me lo hizo la fe"
-Amelia salió a buscarte- añadió.-Los demás están durmiendo.
-Johann, cierra la boca y escúchame. Tú eres el erudito del grupo en cuanto a simbología y leyes de la Iglesia y demás...
-Vaya, se me reconoce por fin como alguien útil.
-¡Calla y escuchame! Esto es importante...
-¿Que te ha pasado, Isaac? Esta manera de comportarse no es propia a la tuya.
-¡Que cierres la boca! Dime que significa la arena...
-¿La arena? Estás muy borracho Isaac vete a descansar...
Le estampé un puñetazo. Él me miró con ojos totalmente sorprendidos, una acción impropia de mí. Pero estaba asustado, debía entenderlo. Para mi sorpresa me miró con ojos comprensivos mientras se tocaba la mandíbula. No sangraba, no había tenido la suficiente fuerza, pero le había transmitido lo desesperado que estaba.
-¡La arena! ¡Mi mano cogiendo y dejando escapar arena empapada de sangre!
-Problemas...sentimiento de culpa.
-¡El sol abrasador!
-Dios, que todo lo ve, te agobia, te acosa. Te culpa de algo.
-¡Una montaña coronada de nieve a lo lejos!
-Una prueba, superación lejana. Encontrar ese frío que enfriará tus dudas y el miedo abrasador. Indica un lugar.
-Una cruz enorme, y otras pequeñas por doquier.
-¿Cómo...? Eso no lo sé. No entiendo nada de lo que me estás diciendo...
-Una cruz como esta.- saqué mi identifación pero no estaba en plenas facultades se me cayó sobre la mesa. Cayó en el mapa. Cayó justo sobre...Tierra Santa. No le di importancia al detalle. Él miró como la cruz con mi nombre caía en el mapa y miraba la región sobre la que había caido.

- Espera-dijo como si hubiera recordado algo-Una cruz grande con cuatro cruces a su alrededor es el símbolo de Jerusalen.
-¿Jerusalen?
-Tierra Santa, una tierra arenosa, cruel y desértica. Su sol castiga a los que se atrevan a marchar hacia allí. Lugar de eterno conflicto, lugar donde se promulgó la prueba y el derecho de salvación por combatir allí en nombre de Dios. Lugar donde se disculpa la gente en el muro de las lamentaciones. No entiendo de qué va todo esto. ¿Qué te ha pasado, Isaac? ¿Por esto tenías tanta ilusión de venir a Roma Aeterna? ¿Para comportarte como un alcohólico?
-Tierra Santa... -dije para mí mismo ignorando sus preguntas.


"¿Acaso ese es mi destino? Parece que Dios me ha indicado lo que quiere que haga"

Miré a mi alrededor, el Inquisidor no estaba por allí. Me puse la cadena que me había dado. Una cadena con un cuadro amarillo, marcado con una cruz roja. Era un San Benito discreto, el Inquisidor había venido en mi busca para traérmelo, para que supiera que tenía una deuda con la Iglesia. Una marca de la Inquisición para saber que esa persona era apestada, pero la mía significaba que buscaba la redención de su alma. Me levanté tirando la silla recogiendo mi cruz de identificación.
-¿Adónde vas?
-Tengo que irme.-dije apurado.
-¿Qué le digo a Amelia? Te estará buscando.
-Dile a todos que volveré pronto.

"Aunque no tan pronto como ellos creen, si vuelvo, claro"

Salí a la calle, me dejé empapar por la lluvia, miré al cielo recibiendo los innumerables besos del agua del cielo.

-Acepto la prueba, Dios, marcharé a Tierra Santa. Mamá, salvaré nuestras almas.

2 comentarios:

  1. Creo... que con la compañía Engélica vino tu verdadero castigo

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  2. Quizá las respuestas que buscas están más cerca tuya de lo que parece.

    No todo es el cielo o el infierno, Isaac.

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