lunes, 15 de marzo de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXV)

La Consagración de los ángeles nos esperaba...bueno, puede que no nos esperase a nosotros al fin y al cabo. Solo somos peones, somos perfectamente sustituibles. Somos y seguiremoslo siendo. Eso nunca cambiará. Pero no se nos quitará de en medio hasta que no seamos un estorbo para la Iglesia. Y...¿quién sabe lo que pasará en el futuro? Todo puede pasar. Nada es imposible.

Continúo escribiendo. ¿Acaso me queda otra?

Ya vislumbrábamos de perfil la Catedral de San Pedro, aunque solo pudieramos ver claramente la cúpula de Miguel Ángel. Como casi toda Roma, la catedral había sido salvada a duras penas de la ira de Dios y sus inundaciones. Ahora era prácticamente una poderosa ciudad costera en la que se había vuelto a reafirmar la servidumbre a Dios. Las masas feligresas se estaban acercando a las gradas que habían sido montadas la noche anterior, armadas hasta los dientes de caramelos con forma de ángeles para los niños y banderitas de las diferentes órdenes para los mayores

La Consagración de los engels estaba próxima. No se veía a ninguno sobrevolando Roma, como debería ser habitualmente en la capital angélica. Estarían todos en el interior de la Catedral de San Pedro, supongo que preparandose para la gran ceremonia en la que se demostrarán que han acabado su instrucción en el mundo mortal después de ser enviados por el Señor. Es curioso, que en las Antiguas Escrituras apenas podemos leer alguna aparición de ángeles, y ahora, tenemos legiones volando sobre nosotros. Aunque claro, la era apocalíptica que esta viviendo la Europa del siglo XXVII supongo que justifica que tengamos que colaborar con ellos, al fin y al cabo, en el Apocalípsis dice que ellos librarán la última batalla. ¿Entonces que hago yo aquí?

A un lado podíamos ver el Castillo de Sant´Angelo y a otro el perfil de la Catedral de San Pedro, seguimos la calle sobre nuestras monturas y giramos a llamada Via della Conciliazione, totalmente intacta después del Segundo Diluvio, al igual que la Catedral de San Pedro que nos esperaba al final de la calle. Pero la catedral apenas se vislumbraba, las gradas habían sido montadas en una noche y tenía que haber el mayor público posible. Al final del la Via della Conciliazione los edificios de un lado y otro de la calle se bifurcaban con numerosas columnas en un arco, reencontrándose en la Catedral arropando así a la Plaza de San Pedro. En el cielo se encontraban las famosísimas plataformas volantes, medianas superficies que flotaban en el aire sin explicación lógica, otro milagro que indicaba que el Señor no nos había abandonado en esta hora tan aciaga. Allí, en cinco plataformas diferentes estaban organizados en pie los Sarielitas, que pacientes nos miraban desde el cielo. Estos engels se caracterizan por no tener alas y por tener una voz prodigiosa, su canto llega totalmente al alma del que escucha, pudiendo hacer creyente hasta el más escéptico. Por ello, su Orden, es conocida como el Coro. Las gradas estaban casi llena hasta los topes, y todas las miradas apuntaban hacia el trono blanco y dorado que se encontraba vacío en un balcón de la Catedral que daba hacia la plaza. Allí debería sentarse el máximo dirigente de la Iglesia, el Póntifex Máximus. La gente ya cantaban salmos de forma espontánea. Aquella felicidad colectiva era increíblemente enfermiza y contagiosa.

Aquella falsa felicidad...

Los Templarios ya se colocaban delante de la Catedral, mirando a la gente, formando una sólida línea de contención entre la multitud y las puertas del palacio. Se podían distinguir tres tipos de Templarios: los Templarios Negros (de estética oscura, que recuerdan a los Gabrielitas); los Templarios del firmamento Miguelita, con una armadura de hebillas doradas y mantos blancos; y la guardia del Pontifex, de metal forjado con colores realmente extraños, amarillo, rojo, azul y blanco, basado en una antigua guardia del Vaticano, la Guardia Suiza. No todo el pasado de Europa se perdió al fin y al cabo.

Dejamos las monturas con el resto de los caballos de los Templarios Negros, tenían un sitio reservado para ellas, por todos era sabido que el Negro Temple era una Orden completamente de caballería pesada de élite.
La línea de Templarios formaban una "U" dándole la espalda a la Catedral, dejando el hueco en la entrada del sagrado edificio por la que iban a salir los últimos engels llegados al mundo terrenal. Tomamos posición en la parte de la línea de nuestra Orden, la manera de consolidar la línea consistía en entrelazar los brazos en jarras con los compañeros de a izquierda y derecha. A mi izquierda estaba Ilse, que parecía aburrida con todo aquello, y a mi derecha estaba Amelia, y a su derecha, Duncant. Gorke se reuniría con los otros Armaturas en el balcón del Pontifex, pero aunque parece un privilegio exagerado, tampoco era para tanto, apenas se le vería, el trono estaba totalmente rodeado de Cardenales del Consistorio, y Armaturas reconocidos por la Iglesia. Lo más lógico es que en vez de Armaturas estuviera rodeado de los Grandes Maestres de Orden o algún Ab, pero casi ninguno solía asistir a estos evento debido a que les parecía solo absurdo aparecer por imagen, habiendo problemas y asuntos más importante por resolver. En conclusión: era una festividad mundana para el pueblo llano. Por ello, iban los Armaturas con sus compañías recientemente formadas que peregrinaban por primera vez en equipo a Roma.

La gente ya estaba sentada y murmuraban de excitación, en cualquier momento saldrían los ángeles por la puerta de la Catedral, la puerta a la que dábamos la espalda para contener a la masa si se lanzaban a los engels en pleno fervor religioso. El día era soleado como nunca había visto en mi vida.

De repente...todos los presentes enloquecieron y se levantaron de los asientos de las gradas escalonadas.

Un salmo poderoso se alzó desde las 5 plataformas volantes justo a la vez que el público enloquecía. Los sarielitas de cada plataforma cantaban a diferente escala, pero formaban una perfecta armonía de cantos agudos y graves que se fusionaban en uno solo. Sus voces se alzaban de forma poderosa acompañado de una instrumental que no se encontraba por ningún lado y que se escuchaba desde todas partes. No sabría decir lo que cantaban, pero era un himno de alegría, posiblemente en alguna lengua del norte, quizás en alemán . Estaba seguro de que no era latín.


"Milagroso"

Un escalofrío recorrió toda mi espalda. De repente, era la persona más creyente sobre la faz de la tierra. La gente señalaba algo que había detrás de nosotros. Una voz poderosa se alzó detrás nuestra, desde arriba.

-¡Su Excelencísimo Pontifex Máximus Petrus Secundus!

"¡Mierda! ¡No podré verle en esta postura!"

Como ya he dicho, eramos una fuerza de contención por si el público se abalanzaba hacia la Catedral, y tenía los brazos entrelazados en jarras con Ilse y Amelia. Solo podía ver cómo el público disfrutaba ese día que debería ser mío también. El Papa debería haber hecho presencia en el balcón y estaría saludando con la mano a sus seguidores.

De forma paulatina el coro hizo silencio. La voz de un niño, clara e infantil, sonó desde todas partes, casi como con eco. El público entró en una calma inusual al escuchar esa voz dulce, que debía ser del Pontifex.

-Queridos feligreses, habéis peregrinado desde todo tipo de tierras: desde lejanas y angostas donde pululan los herejes, hasta cercanas y cálidas, bajo la protección de la mano de la Iglesia. Pero habéis llegado hasta aquí...y debeis sentiros bienaventurados, pues vuestro duro camino os recompensa con ser testigos presenciales de que Dios Nuestro Señor no nos ha abandonado en esta época oscura causada por la osadía de la humanidad al querer soltar la mano que Él nos tendía. ¿Y cómo demuestra que la Alianza que acordó con Noé sigue intacta? Os lo diré...porque Él, aparte de reconduzirnos por el buen camino con el Segundo Diluvio, nos ayudó contra el Adversario...enviando a sus mensajeros. A los ángeles.

Silencio, el populacho estaba expectante, boquiabierto. Nunca un niño había causado tanta expectación. Giré la cabeza todo lo que pude para poder ver la escena que se desarrollaba tras de mí. Un niño estaba sobre el balcón de la Catedral de San Pedro. Vestía largos ropajes de lino blanco, demasiado sencillos para el cargo que ostentaba. Iba descalzo y sus hombros estaban recargados con unos cabellos dorados que caían libres con unos leves rizos. Tenía sobre sus brazos uno paño votivo. Su mirada azul, era extraordinariamente calmada, serena. Debía ser un hombre bendecido hasta la parte más recondita de su alma.

-Y Dios sigue enviando a su Legión Celestial.-continuó el Pontifex- Cada vez más numerosa y eficiente. Demos un caluroso recibimiento a los últimos ángeles que ha enviado el Padre Celestial. Y así seguirá siendo, hasta el fin de los días.

-Amén.-concluimos todos en la silenciosa Roma y el mundo quedó en un silencio casi ensordecedor.

Templarios de blanco abrieron las puertas de la Catedral de San Pedro. Los ángeles salieron cegados por el sol, se habían pasado toda un día encerrado en la Basílica orando... o eso creo. Sus blancas alas al salir al exterior se estiraron, desperazándoses. Lentamente volvieron a plegar sus alas, y se giraron al balcón para arrodillarse ante el Papa, que los miraba desde su alta posición con mirada intensa. Detrás de los engels había salido un Obispo con unos paños votivos, que serían entregados a los ángeles. Éstos estaban arrodillados sumisamente ante el altivo trono dorado y blanco.

Un Cardenal orondo y flácido de ojillos ambiciosos que se encontraba próximo al papa en el balcón manejaba un cacharro que milagrosamente amplificaba su voz para que todos pudiéramos escucharlo. Leyó el famosísimo Génesis Secunda de Fray Juda, en el que explicaba cómo Dios encargaba diferentes cometidos a sus arcángeles y estos enviaban después sus legiones a la Tierra, a combatir por los hombres que quedaban en el mundo después de los innumerables desastres del Segundo Diluvio.

-Vosotros, Miguelitas, ángeles del arcángel Miguel.-siguió el Papa después de escuchar la lectura de su cercano Cardenal- Vosotros, como bien sabéis en vuestra alma, tenéis el cometido de guiar desde las más pequeñas compañías, hasta poderosos ejércitos. Pero no debéis olvidar que Dios y la Iglesia guía vuestros pasos. Alzáos: Yaliel-pausa larga, el Papa lo bendijo con un movimiento de mano dibujando una cruz en el aire con el dedo índice y corazón mirando al cielo. A la vez que se le bendecía al ángel, el Obispo que se encontraba abajo les daba el paño votivo, escrito con versos de la Sagrada Biblia.-Rejiel-mismo procedimiento-.Sieirel...Jikel , Friael, Liariel y Kanpekiel. Alzáos os digo, pues ya podéis denominaros los que son como Dios.

Los Miguelitas se alzaron, ellos eran los líderes de los ángeles, y de muchos ejércitos humanos. Yo acabaría después de muchos años al servicio del anterior denominado Kanpekiel. Un ángel de mirada gélida, cabellos de oro largo y helada con expresión que decía que lo observaba todo. Pero ante todo, su postura era la de alguien decidido, diría que buscaba una confrontación de miradas con el Pontifex, el cuál estaba bastante ocupado en ese momento. Decidido, eso parecía...por algo eran los líderes, aunque yo nunca lo he reconocido a él como tal, ni siquiera cuando estuve bajo su mando...ni siquiera como aliado. Como mucho fue el enemigo de mi enemigo en algún momento. Pero no adelantemos acontecimientos. Un salmo se alzó desde las plataformas volantes de los Sarielitas.

"San Miguel Arcángel, defiéndenos
en la lucha, sé nuestro amparo
contra la perversidad y acechanzas
del demonio. Que Dios humille su soberbia.
Y tú Principe de la Milicia Celeste arroja al
infierno a Satanás y demas espiritus malignos
que vagan por el mundo para perdicion de
las almas.
Amén."


La Consagración continuaba.
-Vosotros, Gabrielitas, ángeles del arcángel Gabriel.-prosiguió el Papa- Vosotros, como bien sabéis en vuestra espada flamígera, tenéis el cometido de combatir y proteger desde las más pequeñas compañías, hasta poderosos ejércitos. Pero no debéis olvidar quienes son vuestros líderes, pero recordad que Dios os ha bendecido a vosotros con su Justa Ira, por lo que no debéis dudar ante el enemigo. Alzáos: Seriel, Furiel, Deniel, Aiel, Raifel y...-pausa larga, el Papa dudó, demasiado para el gusto de los creyentes. El último nombre pareció más bien una pregunta.- Miguel. Alzáos os digo, pues ya podéis denominaros los campeones del Señor.
Nadie dijo nada ante el nombre casi hereje del último gabrielita.
"¿Será un error? ¿Coincidencia? ¿Intencionado?"

Un nuevo salmo nació. Los presentes se animaron a acompañar a los Sarielitas en su canto. Nadie cabía en sí mismo de tanta felicidad.


"Oh. Dios, que entre todos los
ángeles elegiste al Arcangel Gabriel
para anunciar el misterio de tu
Encarnacion ; concédenos benignamente
que los que celebramos su festividad en
la tierra, experimentemos su patrocinio
en el cielo. Amén"

Continuaba.

-Vosotros, Urielitas, ángeles del arcángel Uriel.-prosiguió el Papa- Vosotros, como bien sabéis en vuestra mirada y alas pardas, tenéis el cometido de ser los cinco sentidos de Dios y de sus engels. A vosotros se os bendice con la comprensión de la naturaliza pero no debéis olvidar que la naturaleza le pertenece a Dios Nuestro Señor. Alzáos: Siel, Maeel, Reael, Awel, Ruel y Galadriel-a la vez que los nombrabas eran bendecidos y entregado los paños votivos- Alzáos os digo, pues ya podéis denominaros los Protectores del Camino.


"Oh. Dios que con inefable providencia
te dignas enviar a tus santos angeles para
nuestra guarda, accede a nuestros ruegos y
haz que seamos siempre defendidos por su proteccion
Señor, que nos confías a tus Angeles para que
nos guarden en todos nuestros caminos, concede
propicio que por interseción de tu glorioso Arcangel
San Uriel nos veamos libres de los peligros presentes
y asegurados contra toda adversidad.
Glorioso Arcángel San Uriel, poderoso en fortaleza
imploro tu continua custodia para alcanzar la victoria
sobre todo mal espiritual o temporal. Protector mío
concédeme la gracia que te solicito
si es conveniente para el bien de mi alma,
acompañame y guía todos mis pasos hasta alcanzar
la vida eterna. Amén."


-Vosotros, Rafelitas, ángeles del arcángel Rafael. Vosotros, como bien sabéis en vuestra manos sanadoras, tenéis el cometido de curar el mundo, sanar lo bueno y destruir lo malo. A vosotros se os bendice con la comprensión del misterio de la vida pero no debéis olvidar que el don dela vida le pertenece a Dios Nuestro Señor. Alzáos: Quiel, Jariel, RAeel, Serel, Tuerl y Alariel-a la vez que los nombrabas eran bendecidos y entregado los paños votivos- Alzáos os digo, pues ya podéis denominaros las Manos Sanadoras de Dios.

"Glorioso Arcangel San Rafael
medicina de Dios, que guiaste a Tobias
en su viaje para cobrar la deuda de Gabelo
le preparaste un feliz matrimonio y devolviste
la vista a su anciano padre, guíanos en el
camino de la salvacion, ayúdanos en las necesidades
haz felices nuestros hogares y danos la vision de
Dios en el Cielo.
Amen"

-Vosotros, Ramielitas, ángeles del arcángel Jeremiel. Vosotros, como bien conoceís en vuestra sabiduría, tenéis el don de poder conocerlo todo, la Catedral de Pensamientos está a vuestra disposición. A vosotros se os bendice con el don del conocimiento, pues, todo conocimiento es poder, pero no debéis olvidar que el don de la del sentido de todo lo que nos rodea le pertenece a Dios Nuestro Señor. Alzáos: Gaiel, Jiel, Kialel, Erel, Rerl y Ritel-a la vez que los nombrabas eran bendecidos y entregado los paños votivos- Alzáos os digo, pues ya podéis denominaros Preservadores del Conocimiento y Guardianes de las Palabras.


"Conocedor Arcangel Jeremiel
conocimiento de Dios, que todo prevées
poseedor de la Palabra
ayúdanos en las necesidades e ignorancia
y conduce su palabra hacia la batalla
la palabra escrita en el Cielo.
Amen"

El Papa decidió ya concluir.

-Demos gracias al Señor por otorgarnos más legiones de Engels. Aqui presentes. Ahora, os puedo llamar e investir como...-silencio, todos conteníamos la respiración, aunque a Amelia, que la tenía al lado en la fila de contención, no parecía muy emocionada, más bien bostezaba descaradamente- Engels del Señor.

Cuando el Papa dijo lo último comenzó la locura. La gente, enloquecida de felicidad, abandonaron sus asientos y se lanzaron como una ola histérica hacia los engels...y nosotros estábamos en medio. Ahora entiendo por qué eramos una línea de contención. Miré a Amelia, había dejado de bostezar de repente y tenía los ojos como platos, mirando lo que se nos avecinaba. A mi otro lado, Ilse parpadeaba, como si fuera a echar a correr de un momento a otro.
Uno de los Templarios de blanco gritó.
-¡Templarios!¡Mantened la posición!
"¿Es una broma? ¿Por qué parece esto una batalla?"
Nosotros seguíamos con los brazos entrelazados entre nosotros. No debía caer ninguno si no queríamos una brecha en las fuerzas de seguridad.
El choque fue brutal. La masa empujaba intentando llegar hasta los engels y nosotros los conteníamos con fuerda disciplinada. Alargaban los brazos entre nosotros, a punto de alcanzar las alas de los engels, que aún se encontraban bajo el balcón de la Basílica. Nuestra línea estaba a punto de romperse. Era algo extraño, como una batalla de felicidad. La gente seguía silbando, cantando salmos, sonriendo y ondeando banderitas. Mayormente se acercaban padres con niños subidos a los hombros.
Era la batalla más rara en la que había estado...porque esto lo consideré una batalla.

-¡Isaac! ¡Échame una mano, o se tirarán encima de los Engel! Aunque realmente, me da igual-me gritó Amelia.
-¿Pero qué dices? ¡Tengo mis propios problemas Amelia!-dije manteniendo a raya a una mujer oronda que quería una de las plumas de los Engel-¿Dónde esta Duncant?
-¡Está por aquí, los está manteniendo a raya!
Suspiré.
-Esto es peor que luchar contra los engendros ¿Dónde está el respeto a los Templarios?

Una sombra alada se presentó. La masa se volvió histérica de júbilo al acercarse un Gabrielita y una Urielita.
-Por favor-decía simplemente Galadriel a las gentes, que se quedaron pasmados. El Gabrielita, al que identifiqué como al que habían denomidado Miguel, se cruzaba de brazos.

Gracias a ellos tuvimos un respiro. Pero Amelia parecía mosqueada.

-Vaya rollo. Yo con toda mi mala leche no consigo nada, y este tío lo consigue con dos palabras.
-¡Amelia!-le increpé alarmado-¡Moderate, que es un Engel!
-Bah-me replicó tan pancha.

Galadriel y Miguel se retiraron, y la gente volvió a enloquecer. Un Armatura gritó con la voz potente propia de un guerrero experimentado.

-¡Contemplad a los Engels del Señor!

Los Engels echaron el vuelo al unísono, como si fueran uno. De repente la gente se volvió loca otra vez de júbilo, ondearon las banderas con más fuerza si cabe y corrían para recoger las pocas plumas que caían de los cielos. Tenían razones para desbordar felicidad: la ciudad del Vaticano estaba siendo sobrevolada por Engels.

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