jueves, 14 de enero de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXIV)

Claro que Roma nos esperaba. A nosotros y a cientos y cientos de personas. Aunque eso en realidad era quedarse corto.


Sigo escribiendo.


Llegábamos desde el norte siguiendo el curso del río Tíber y nos pusimos en el camino, haciendo cola con todo el atasco que se formó de carretas (ya sean lujosas o destartaladas), familias enteras andando, madres en burro y niños en mano, grupos de peregrinos a pie, Templarios poniendo orden entre algunos rateros que se aprovechaban de las multitudes. Había niños por todas partes, la tasa de natalidad en Europa del siglo XXVII es altísima. Los niños fueron los que sacaron adelante el mundo, y sigue siendo así. Los niños correaban con palos de madera entre las carretas y las gentes que se impacientaban en el atasco. Simulaban que estaban en batalla y eran poderosos guerreros de Dios. Los adultos eran enormes engendros que había que destruir, incluso algunos peregrinos se metieron en el juego, haciendo muecas y gruñidos feroces de demonios del Señor de las Moscas. Cuando nos vieron organizados con las capas oscuras sobre nuestros poderosos corceles se asustaron los seis pequeños.

-Rai, cuidado, jinetes siniestros.-decía uno de los sucios pequeñajos a otro mas pequeño, que le pegó con su palo, los demás al oir esto casi echaron a correr.

-¡No son jinetes siniestros lelo! Son Templarios, llevan una cosa blanca rara en las armaduras. Los jinetes sinestros no llevan ese tipo de adornos.-replicó el aludido.

Esa cosa blanca supongo que sería la cruz templaria. Sólo los Templarios Negros llevan cruces blancas plasmadas. EL otro pequeño al escuchar esto se relajó bastante. Todos los niños temían a los jinetes siniestros, ningún niño en su sano juicio querría irse con ellos a la hora de pagar el Diezmo de la Iglesia. Como yo en su tiempo. Los niños volvieron a sonreir y a continuar su juego de ser grandes guerreros.
-¡Por fin han llegado los refuerzos!¡Ya era hora, soldado!-me decía uno de ellos con la cara sucia y un pequeño corte que aún sangraba en la mejilla después de haberse tirado por el suelo en la refriega imaginaria. Yo me limité a quedarme pasmado, cuando dijo "soldado" hasta casi me cuadré por puro instinto.
Gorke miraba ausentemente con ojos vidriosos a los niños, como si se acordara de algo.
-Kassandra...-dijo inaudiblemente para sí, después agitó la cabeza como si intentara espabilar, masajeándose el ceño.-Necesito alcohol...-yo lo escuché todo, pero no dije nada.
Claro, yo que iba a decir. No hablo ni cuando lo tengo que hacer.
Los niños nos rodearon y estaban manoseando todo el equipo nuestro, pero lo que más querían tocar eran nuestras espadas al cinto.
-¿Cómo te has hecho eso, soldado?-dijo Alejo apeándose de su caballo dirigiéndose hacia el muchacho que presentaba un corte en la mejilla. Se encaminó hacia a él mientras se recogía su melena cobriza en una coleta y sacaba a continuación su equipo. Empezó a echarle un ungüento rojo en la herida mientras el chiquillo le contaba su proeza.
-¡Soy Max el Valiente! Me hice esto al intentar cubrir la retirada de mis compañeros de engendros espantosos.-señaló a unos peregrinos que iban delante, que se partían la caja de risa escuchando a Max.
-Vaya-Alejo silbó totalmente impresionado.- Es la peor herida que he visto en mi vida, tuviste que ser muy valiente.
-Eso dicen.-el niño pareció satisfecho con el comentario.-¡Ay!¡Esa cosa escuece!
-Listo. No te toques la herida.

Amelia e Ilse se peleaban a gritos con otros de los niños. Al parecer, los niños creían que ellas eran las que cocinaban, limpiaban y servían a la compañía.
-¡¿Pero cómo se te ocurre?! ¡Ni que tuviera cara de criada!-a Ilse le daba igual si hablaba con un niño como con un adulto, la pelea era la pelea y todo valía.
-Pero si somos más fuertes que toda esta panda de tarugos juntos.- señaló Amelia a nosostros. No dijimos nada, no queríamos comprobar si lo que había dicho era cierto.
-No se...mi mamá es la que hace todas esas cosas, no mi papá.-dijo el niño escusándose, Amelia tomó las rienda de la discusión.
-Pues dile a tu papá que es un vago y que ayude a tu mamá en casa. Que las mujeres podemos y valemos igual que esa panda de taraos que dicen llamarse tíos.
-¿Entonces sois Templarios también?-la idea no le entraba en la cabeza al niño, su mente era totalmente arquetípica y antigua, seguramente porque el unico modelo de mujer que conocía era su madre.
-Pues sí. Y somos las mejores de la compañía-Ilse agitó un puño al mocoso (por lo visto, se le olvidó que los niños están por encima de los adultos en la jerarquía de la Iglesia Angélica). Jacqueline no quería meterse.
La verdad es que no era tan raro ver mujeres en la Orden. ¿Por qué no? Podían ser ágiles, flexibles y fuertes. ¿Qué desventaja podía suponer tener mujeres en el frente? Evidentemente iban por su propia voluntad. Los Templarios Negros se habían dado cuenta de esto y allí todos tenían las mismas posibilidades y estaba totalmente equilibrado. Aunque claro, esto supuso un pequeño problema dentro de filas. Los hombres y las mujeres no son de piedra, y tanto tiempo conviviendo en ese estado en el cuartel y a punto de perder la vida en cualquier momento, pues...crea sus roces. El Negro Temple no quería que hubiera distracciones ni prioridades de unos sobre otros además no sería la primera vez que alguna se queda embarazada. Ante todo, estábamos al servicio de Dios. No podíamos relacionarnos de forma amorosa con otro integrante de la Orden. Si lo haces, más te vale que no te pillen.
La caravana comenzó a moverse, por lo visto los puestos habían sido colocados ya por la ancha, larga y sinuosa calle que iba en paralelo al Tíber, lo que había permitido ir avanzando en la cola. Los casas eran bastante modestas, pero la muralla a la que nos acercábamos era altísma. Una fría y altísima muralla blanca estaba frente a nosotros, que ya mismo entraríamos por la Primera Puerta de San Pedro. Se dice que San Pedro es el guardián humano de las puertas del Reino de los Cielos en la tierra, que es Roma. Los guardianes de la Segunda Puerta del verdadero Reino de los Cielos son el Arcángel Gabriel y el Arcángel Samael.
A lo que iba, que me ando por las ramas. Comenzamos a seguir el camino. Dunant se dirigió a los pequeños, que parecían disgustados al no poder continuar su juego y seguir la marcha.
-¿Os importaria escoltarnos? Os necesitaremos para llegar sanos y salvos a la ciudad.
Los niños se organizaron en seguida sorprendentemente bien. Ya tenían sus palos desenvainados y nos rodeaban andando a paso militar.
Cuando pasamos el portón, el bullicio de vida nos deslumbró a todos. La gente andaba despacio, gritando para hacerse oír entre el gentío. Las familias se cogían de las manos desde el mas alto hasta el más pequeño para no perderse entre la multitud. En los puestos los mercaderes gritaban sus productos y su buena calidad. Lo más vendido eran banderitas de las diferentes órdenes angélicas y mazapán con jengibre con forma de ángeles, los cuales los niños preferían el que tenía forma de gabrielita, y las niñas las figuras que representaban a un ramielita. El suelo estaba perfectamente adosado de adoquines de piedra, las casas eran marrones con adornos de madera y tejas rojas. Los edificios por el contrario eran altos, blancos inmaculados, con ventanas de arco, por las que se asomaban gente que cantaban salmos, colgaban sus banderas, otros tiraban pétalos a los caminantes, y los niños se limitaban a saludar a los que eran hormiguitas para ellos.
Los increiblemente altos eran los edificios pertenecientes a la Iglesia, que hasta podían formar puentes en forma de acueducto desde lo más alto de uno a otro, haciendo acueductos que pasaban por encima de las cabezas de los ciudadanos. Figuras estában desde lo más altos, magníficas estatuas de ángeles con las palmas de las manos mirando al cielo, como si comprobaran si estaba lloviendo.
Todo esto lo podíamos ver porque íbamos montados a caballo, y andábamos por encima de un mar de gente conducida por un estrecho acueducto. En una calle más estrecha perpendicular a la principal, se podía vislumbrar el Tíber, y al otro lado de la orilla, casi se podía ver la base del Firmamento Miquelita. Dios, no se le veía la altura del edificio, se perdía en las nubes y seguramente llegaba al verdadero firmamento. Era lo más próximo al Cielo, había unos pocos ángeles volando alrededor de la base del firmamento, como si fueran abejas trabajando alrededor de su colmena.

En pocas palabras...estaba alucinando.

Idiota. Si supiera en ese momento todo lo que sé ahora sobre la Iglesia, me habrían dado arcadas tanta falsa felicidad.
De repente, nuestra escolta de niños se disolvió al llegar otro niño de entre la multitud.
-¡Rai, Rai!¿Qué haceis?
-¿No te has enterado?¡Somos Templarios!
-Buaf. Vaya rollo. Juguemos a ser ángeles.-la proposición del recién llegado fue recibida por vítores por los niños.
-¡Me pido ser el Miquelita!-dijo uno y echó a "volar".
-¡De eso nada!¡La última vez nos mandaste a una misión suicida! Mi madre me castigó tres días por mancharme tanto de barro.
El resto se peleaba por ser el Gabrielita. Se perdieron en la multitud. Una vez más, nos dejaban por debajo de los ángeles. Gorke ya hacía tiempo que estaba intentando hacernos mejores que ellos. Lo teníamos dificil, para qué engañarnos.
Salimos de la calle principal y seguimos por otra perpendicular hacia el Sur, donde ya se veía el ala norte de la Catedral de San Pedro. En este giro había mas gentío de lo que cabía imaginar, pero era fácil que se nos abriera el paso, con las pintas que llevábamos era normal. Se escuchaba a una hombre de barba cuidada y bien acicalado gritar por encima del gentío encima de un escenario improvisado, que solo murmuraba, porque estaban escuchando atentamente lo que este decía.. Al parecer se trataba de un debate teológico con otro señor totalmente mugriento, una especie de profeta vagabundo que también se alzaba en otro escenario improvisado. La gente escuchaba atentamente al vagabundo.
-Os digo que todos los que mueren en esta vida de forma prematura es porque el Señor les da un trato preferente, porque son personas puras y dignas que merecen ser salvadas de este mundo impío y estar lo más antes posible en el seno del Señor nuestro Dios.
Su contrincante verbal, un señor como ya he dicho con una barba cuidada y aseado con unas vestimentas rojas, replicó a la teoría del vagabundo que decía ser un mensajero de Dios.
-Y yo, Rufius, futuro Obispo, os digo, borracho insolente, que eso son solo las escusas de los débiles para calmar sus conciencias y su dolor-el público parecía abuchearle medianamente ante este comentario a lo que éste reacciono a calmar los ánimos con gestos de sus manos-. Y tengo pruebas irrefutables. Os lo demostraré con un ejemplo. El Póntifex Máximus Petrus Secundus lleva dirigiendo a la Iglesia desde hace trescientos años. Si tenemos en cuenta de que es el hombre más puro y digno de Dios en la Tierra, según la teoría de este vagabundo el Señor le habría llamado a su Reino hace mucho tiempo y nos habría dejado hace mucho. ¿Por qué sigue aquí en la Tierra el Pontifex? Porque el Señor solo quiere a los dignos en la Tierra y elimina a los débiles y sucios de su querido mundo. Por eso los Cardenales y los Obispos cuentan con largas vidas, y el Pontifex claramente es inmortal. ¡Porque son sus elegidos!
Una parte del público allí reunido aplaudió y vitoreó esta respuesta al tal Rufius. Se notaba que esta parte eran todos eruditos y futuros funcionarios de la Iglesia. Un grito furioso que provenía del público interrumpió los aplausos.
-¡Basta!
Todos nos giramos, yo también, ya que noté el grito muy cercano. Era...¿Duncant? Lo era, pero...estaba diferente. No sonreía y sus largos cabellos casi rubios estaban sobre su rostro, ocultando una mueca feroz. Se apeó del caballo y sus pasos hacia el que decía ser futuro Obispo se hicieron pesados y el traqueteo de su armadura no tranquilizaba nada el ambiente. Duncant señaló con rabia contenida al funcionario de la Iglesia.
-¡No voy a tolerar tal deshonra a nuestros muertos!¿Cómo os atrevéis a afirmar que los dejan este mundo de forma prematura y violenta son indignos de Dios?¿Me decís que los seres queridos que he perdido de esta manera no eran buenas personas y por eso murieron brutalmente y sin sentido?¿Acaso tuvisteis la humilde honra de conocer a mi madre?¿A mi hermano pequeño quizás?¡¿A Kiara?!
El populacho también parecía muy afectado por lo dicho en el debate. ¿Quién no había perdido a un ser querido de forma violenta y cruel en esta edad oscura? No ayudaba nada que te dijeran que eran indignos y que se merecían tal muerte. El silencio se hizo pesado. Todos esperábamos que se lanzaran a por Duncant. Pero se escuchó otro grito del público, uno potente y grave.

-¡¿Acaso conocisteis a Kasandra?!-escupió Gorke totalmente ergido e indignado sobre su poderso corcél de guerra.
La gente se envalontonó al ver a semejantes soldados haciendo frente al funcionario de la Iglesia en vez de protegerlo. Se sumaron a nombrar a sus seres queridos y a señalar acusadoramente al "hombre de Dios".
-¡¿Acaso conocisteis a mi hija Rein, muerta por tuberculosis?!-decía una madre afectada
-¡¿Y a mi tío Estrair, calcinado por proteger su hogar?!-decía un hombre corpulento.
-¡¿Y a mi esposa Catalina, violada y asesinada por herejes?!-decía otro en llantos al recordar tal espantoso recuerdo.
-¡¿Quién demonios os creéis para juzgar quien es digno y quien no para Dios?!
-¡Seguro que no tenéis familia!¡Bastardo!

-¡No sabéis nada del pueblo y de lo que sufrimos!¡Vuelva a su Iglesia!

Duncant agarró del cuello de la camisa al funcionario Rufius furioso, casi hiperventilando, ojos llorosos y voz desgarrada. De un tirón aproximó su rostro con suyo.
-¡No sabéis nada de mí! ¡No sabéis nada del mundo! ¡No sabéis nada de estas humildes gentes! ¡¿Cómo demonios vais a conocer a Dios?! ¡Tu Dios está atrapado en una encuadernación lujosa!¡Tu Dios solo son palabras atrapadas en papel! ¡Buscadlo fuera de estas murallas, y entonces puede que os escuchemos!-dicho esto tiró de su presa y lo arrojó fuera de la tarima para que fuera abucheado y deshonrado por la audiencia. El público aplaudió a nuestro compañero, se había atrevido a decir lo que todos pensábamos y había hecho que todo el mundo se hiciera valiente para decir lo que pensaba, aunque fuera solo ante un triste funcionario de la Iglesia.
Bajó del escenario totalmente abatido. Subió a Generosidad y se disculpó con Gorke por su acción. Gorke se limitó a seguir aplaudiendo con una sonrisa, mostrando que estaba totalmente
de acuerdo con lo que acababa de hacer.

Volvimos a emprender el camino. La Basílica de San Pedro estaba justo delante, las gradas acababan de ser montadas y la gente corría a coger asiento. La Consagración de los ángeles estaba a punto de empezar.

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