jueves, 21 de enero de 2010

Oración desde un mundo de pesadillas.

Nadie...


¿Es que nadie va a velar por nosotros? ¿Nadie velará por mí? ¿Ni siquiera los ángeles? Ángeles como astros, aparentemente cerca, realmente lejos. Estoy solo. ¿Quién me tenderá la mano en este momento de ceguera?¿Kanpekiel?¿Miguel? Já...lo siento Dios nuestro Señor, pero me río de tus ángeles ciegos. No será ninguno de tus enviados alados el que me apoyará en estos tiempos de oscuridad.

Dios...¿Qué demonios quieres de mí?¿Por qué no me dejas en paz? ¿Por qué me incluiste en tu tablero de ajedrez? ¿Por qué me obligaste estar a rango de peón? ¡Me resigno a ser pieza comida por tu adversario!

¡Quiero saberlo!¿Acaso tienes un plan para mí?¿O todo es fruto de mi torpeza? Fué culpa mía todo lo que nos pasa ahora pero...lo que todo fue fruto de mi buena fe, de mi creencia en tu Iglesia...¡¡En tu maldita Ilgesia!. Llegó a límites insospechados, incluso a no luchar por mis amigos. ¿Por qué me vendaste los ojos de esa manera?

¿Por qué empezó todo esto?
¿Por qué me haces esto?¿Por qué demonios tus hombres se llevan a mis seres queridos a las tinieblas?¿Por qué no bajas de tu nube y me lo explicas?¿Por que haces que Amelia sufra bajo las garras de tu Iglesia? ¿Por qué no buscas al Oráculo tu también y la pones bajo tu "poderosa" protección?

Soy incapaz de cuidarla...

¿Acaso es así como me agradeces tantos años manchandome las manos con la sangre de los herejes y de los inocentes?

¿Por qué permites que la alma de Duncant no llegue a tu Reino? ¿Te diviertes viéndome retorcerme de dolor como un insecto bajo tu lupa al sol?
¡¡Sí, fue mi culpa que perdiera la vida!!¿Pero acaso no es la tuya que su alma no llegue al sitio al que le corresponde?

¡¿Acaso esta no es tu Voluntad?!
Tenía fe...¿y ahora qué? Ahora solo soy un deshecho humano. ¿Cuanto puede soportar un mortal?¿Por qué no llevan mi peso tus enviados ángeles?¿Por qué un triste humano para tu enorme carga?

Me ofrecen deshacer el camino hecho a cambio de entregar a ella...¿Qué harás si la entrego? ¿Sentirás perdida la partida? Yo hacía tiempo que jugaba sabiendo que no podía continuar. No era mi fe en tu Iglesia lo que me hacía continuar. Era la fe que me daban mis amigos. La fe en ellos. Ellos son los más cerca que estado de la divinidad. Los ángeles no les llegan ni a la suela de las botas.

¿Quieres que entregue mi vida?¡La entregaría gustoso con tal de corregir mis errores! ¿Quieres que negocie con demonios sobre el destino del mundo?¡No hay negociación que valga! ¡Duncant no lo querría! ¡Es mi fe en él la que haya hecho que no haya sucumbido al camino fácil, no mi fe en Ti! ¡¿Acaso no es ese tu cometido salvarlo?!

¡¿Que más puede un hombre hacer?!

¿Que consigo con todo esto?¡Actúa!¡Vamos! ¿Tanto tiempo en tu trono te olvidaste de lo que es esta vida?

La fuerza de mis hombros no es suficiente para mantener el mundo...

¡De acuerdo!¡Lucharé!¡Seguiré sufriendo por tu culpa!¡Más te vale que ese maldito Reino de los Cielos sea bueno para montar tal carnaval de odio y miseria!
¡Pero te lo advierto! ¡Lucharé a mi manera! ¡Y no te gustará! Escucharé a los Demonios. Hablaré con ellos, intentaré comprenderlos. Averiguaré sus profundos deseos. Puede que incluso llegue a ofrecerles lo único que poseo: mi triste vida.

Un peón cuando llega al final del camino, puede convertirse en una pieza poderosa. Continuar...
¡Les voy a pegar una patada en el culo a esos demonios de los demonios!


-Les voy a pegar una patada en el culo a esos demonios de los demonios...-me pareció oirme a mí mismo, seguía dormido.

De repente escuché una respuesta a mis innumerables preguntas. ¡Una respuesta! ¿Dios?

-Tranquilo - no era Dios, parecía Amelia como desde al otro lado de mis pesadillas- Yo cuidaré de ti.

De repente me sentí estúpido. ¿Por qué le hablaba a Dios, si tenía a alguien mejor a mi lado?
Empecé a agitarme. En las pesadillas confundes realidad con ficción. Noté un suave y tierno contacto en mis labios.

Entonces
todas mis dudas se disiparon. Mis pesadillas huyeron espantadas. Supe quién me iba a velar en mi camino. Supe quién me iba a tender la mano en esta caída. Como siempre, Amelia.
¿Para qué confiar en alguien que dice que te quiere y vela por ti, cuando tienes alguien que te lo demuestra?
Hacía poco tiempo que había descubierto...lo que realmente sentía por ella. Pero algo en el fondo y subsconciente de mi alma me lo decía a gritos, pero yo no sabía que era. Creía que simplemente le tenía miedo.

No soñé después de esto. Tampoco volví a tener pesadillas esa noche.

Al despertar a la mañana siguiente, olvidé todo lo que pasó, no sé si fue real o ficción. ¿Quién recuerda la mayoría de sus sueños al despertar?

jueves, 14 de enero de 2010

Memorias de un Templario Negro (XXIV)

Claro que Roma nos esperaba. A nosotros y a cientos y cientos de personas. Aunque eso en realidad era quedarse corto.


Sigo escribiendo.


Llegábamos desde el norte siguiendo el curso del río Tíber y nos pusimos en el camino, haciendo cola con todo el atasco que se formó de carretas (ya sean lujosas o destartaladas), familias enteras andando, madres en burro y niños en mano, grupos de peregrinos a pie, Templarios poniendo orden entre algunos rateros que se aprovechaban de las multitudes. Había niños por todas partes, la tasa de natalidad en Europa del siglo XXVII es altísima. Los niños fueron los que sacaron adelante el mundo, y sigue siendo así. Los niños correaban con palos de madera entre las carretas y las gentes que se impacientaban en el atasco. Simulaban que estaban en batalla y eran poderosos guerreros de Dios. Los adultos eran enormes engendros que había que destruir, incluso algunos peregrinos se metieron en el juego, haciendo muecas y gruñidos feroces de demonios del Señor de las Moscas. Cuando nos vieron organizados con las capas oscuras sobre nuestros poderosos corceles se asustaron los seis pequeños.

-Rai, cuidado, jinetes siniestros.-decía uno de los sucios pequeñajos a otro mas pequeño, que le pegó con su palo, los demás al oir esto casi echaron a correr.

-¡No son jinetes siniestros lelo! Son Templarios, llevan una cosa blanca rara en las armaduras. Los jinetes sinestros no llevan ese tipo de adornos.-replicó el aludido.

Esa cosa blanca supongo que sería la cruz templaria. Sólo los Templarios Negros llevan cruces blancas plasmadas. EL otro pequeño al escuchar esto se relajó bastante. Todos los niños temían a los jinetes siniestros, ningún niño en su sano juicio querría irse con ellos a la hora de pagar el Diezmo de la Iglesia. Como yo en su tiempo. Los niños volvieron a sonreir y a continuar su juego de ser grandes guerreros.
-¡Por fin han llegado los refuerzos!¡Ya era hora, soldado!-me decía uno de ellos con la cara sucia y un pequeño corte que aún sangraba en la mejilla después de haberse tirado por el suelo en la refriega imaginaria. Yo me limité a quedarme pasmado, cuando dijo "soldado" hasta casi me cuadré por puro instinto.
Gorke miraba ausentemente con ojos vidriosos a los niños, como si se acordara de algo.
-Kassandra...-dijo inaudiblemente para sí, después agitó la cabeza como si intentara espabilar, masajeándose el ceño.-Necesito alcohol...-yo lo escuché todo, pero no dije nada.
Claro, yo que iba a decir. No hablo ni cuando lo tengo que hacer.
Los niños nos rodearon y estaban manoseando todo el equipo nuestro, pero lo que más querían tocar eran nuestras espadas al cinto.
-¿Cómo te has hecho eso, soldado?-dijo Alejo apeándose de su caballo dirigiéndose hacia el muchacho que presentaba un corte en la mejilla. Se encaminó hacia a él mientras se recogía su melena cobriza en una coleta y sacaba a continuación su equipo. Empezó a echarle un ungüento rojo en la herida mientras el chiquillo le contaba su proeza.
-¡Soy Max el Valiente! Me hice esto al intentar cubrir la retirada de mis compañeros de engendros espantosos.-señaló a unos peregrinos que iban delante, que se partían la caja de risa escuchando a Max.
-Vaya-Alejo silbó totalmente impresionado.- Es la peor herida que he visto en mi vida, tuviste que ser muy valiente.
-Eso dicen.-el niño pareció satisfecho con el comentario.-¡Ay!¡Esa cosa escuece!
-Listo. No te toques la herida.

Amelia e Ilse se peleaban a gritos con otros de los niños. Al parecer, los niños creían que ellas eran las que cocinaban, limpiaban y servían a la compañía.
-¡¿Pero cómo se te ocurre?! ¡Ni que tuviera cara de criada!-a Ilse le daba igual si hablaba con un niño como con un adulto, la pelea era la pelea y todo valía.
-Pero si somos más fuertes que toda esta panda de tarugos juntos.- señaló Amelia a nosostros. No dijimos nada, no queríamos comprobar si lo que había dicho era cierto.
-No se...mi mamá es la que hace todas esas cosas, no mi papá.-dijo el niño escusándose, Amelia tomó las rienda de la discusión.
-Pues dile a tu papá que es un vago y que ayude a tu mamá en casa. Que las mujeres podemos y valemos igual que esa panda de taraos que dicen llamarse tíos.
-¿Entonces sois Templarios también?-la idea no le entraba en la cabeza al niño, su mente era totalmente arquetípica y antigua, seguramente porque el unico modelo de mujer que conocía era su madre.
-Pues sí. Y somos las mejores de la compañía-Ilse agitó un puño al mocoso (por lo visto, se le olvidó que los niños están por encima de los adultos en la jerarquía de la Iglesia Angélica). Jacqueline no quería meterse.
La verdad es que no era tan raro ver mujeres en la Orden. ¿Por qué no? Podían ser ágiles, flexibles y fuertes. ¿Qué desventaja podía suponer tener mujeres en el frente? Evidentemente iban por su propia voluntad. Los Templarios Negros se habían dado cuenta de esto y allí todos tenían las mismas posibilidades y estaba totalmente equilibrado. Aunque claro, esto supuso un pequeño problema dentro de filas. Los hombres y las mujeres no son de piedra, y tanto tiempo conviviendo en ese estado en el cuartel y a punto de perder la vida en cualquier momento, pues...crea sus roces. El Negro Temple no quería que hubiera distracciones ni prioridades de unos sobre otros además no sería la primera vez que alguna se queda embarazada. Ante todo, estábamos al servicio de Dios. No podíamos relacionarnos de forma amorosa con otro integrante de la Orden. Si lo haces, más te vale que no te pillen.
La caravana comenzó a moverse, por lo visto los puestos habían sido colocados ya por la ancha, larga y sinuosa calle que iba en paralelo al Tíber, lo que había permitido ir avanzando en la cola. Los casas eran bastante modestas, pero la muralla a la que nos acercábamos era altísma. Una fría y altísima muralla blanca estaba frente a nosotros, que ya mismo entraríamos por la Primera Puerta de San Pedro. Se dice que San Pedro es el guardián humano de las puertas del Reino de los Cielos en la tierra, que es Roma. Los guardianes de la Segunda Puerta del verdadero Reino de los Cielos son el Arcángel Gabriel y el Arcángel Samael.
A lo que iba, que me ando por las ramas. Comenzamos a seguir el camino. Dunant se dirigió a los pequeños, que parecían disgustados al no poder continuar su juego y seguir la marcha.
-¿Os importaria escoltarnos? Os necesitaremos para llegar sanos y salvos a la ciudad.
Los niños se organizaron en seguida sorprendentemente bien. Ya tenían sus palos desenvainados y nos rodeaban andando a paso militar.
Cuando pasamos el portón, el bullicio de vida nos deslumbró a todos. La gente andaba despacio, gritando para hacerse oír entre el gentío. Las familias se cogían de las manos desde el mas alto hasta el más pequeño para no perderse entre la multitud. En los puestos los mercaderes gritaban sus productos y su buena calidad. Lo más vendido eran banderitas de las diferentes órdenes angélicas y mazapán con jengibre con forma de ángeles, los cuales los niños preferían el que tenía forma de gabrielita, y las niñas las figuras que representaban a un ramielita. El suelo estaba perfectamente adosado de adoquines de piedra, las casas eran marrones con adornos de madera y tejas rojas. Los edificios por el contrario eran altos, blancos inmaculados, con ventanas de arco, por las que se asomaban gente que cantaban salmos, colgaban sus banderas, otros tiraban pétalos a los caminantes, y los niños se limitaban a saludar a los que eran hormiguitas para ellos.
Los increiblemente altos eran los edificios pertenecientes a la Iglesia, que hasta podían formar puentes en forma de acueducto desde lo más alto de uno a otro, haciendo acueductos que pasaban por encima de las cabezas de los ciudadanos. Figuras estában desde lo más altos, magníficas estatuas de ángeles con las palmas de las manos mirando al cielo, como si comprobaran si estaba lloviendo.
Todo esto lo podíamos ver porque íbamos montados a caballo, y andábamos por encima de un mar de gente conducida por un estrecho acueducto. En una calle más estrecha perpendicular a la principal, se podía vislumbrar el Tíber, y al otro lado de la orilla, casi se podía ver la base del Firmamento Miquelita. Dios, no se le veía la altura del edificio, se perdía en las nubes y seguramente llegaba al verdadero firmamento. Era lo más próximo al Cielo, había unos pocos ángeles volando alrededor de la base del firmamento, como si fueran abejas trabajando alrededor de su colmena.

En pocas palabras...estaba alucinando.

Idiota. Si supiera en ese momento todo lo que sé ahora sobre la Iglesia, me habrían dado arcadas tanta falsa felicidad.
De repente, nuestra escolta de niños se disolvió al llegar otro niño de entre la multitud.
-¡Rai, Rai!¿Qué haceis?
-¿No te has enterado?¡Somos Templarios!
-Buaf. Vaya rollo. Juguemos a ser ángeles.-la proposición del recién llegado fue recibida por vítores por los niños.
-¡Me pido ser el Miquelita!-dijo uno y echó a "volar".
-¡De eso nada!¡La última vez nos mandaste a una misión suicida! Mi madre me castigó tres días por mancharme tanto de barro.
El resto se peleaba por ser el Gabrielita. Se perdieron en la multitud. Una vez más, nos dejaban por debajo de los ángeles. Gorke ya hacía tiempo que estaba intentando hacernos mejores que ellos. Lo teníamos dificil, para qué engañarnos.
Salimos de la calle principal y seguimos por otra perpendicular hacia el Sur, donde ya se veía el ala norte de la Catedral de San Pedro. En este giro había mas gentío de lo que cabía imaginar, pero era fácil que se nos abriera el paso, con las pintas que llevábamos era normal. Se escuchaba a una hombre de barba cuidada y bien acicalado gritar por encima del gentío encima de un escenario improvisado, que solo murmuraba, porque estaban escuchando atentamente lo que este decía.. Al parecer se trataba de un debate teológico con otro señor totalmente mugriento, una especie de profeta vagabundo que también se alzaba en otro escenario improvisado. La gente escuchaba atentamente al vagabundo.
-Os digo que todos los que mueren en esta vida de forma prematura es porque el Señor les da un trato preferente, porque son personas puras y dignas que merecen ser salvadas de este mundo impío y estar lo más antes posible en el seno del Señor nuestro Dios.
Su contrincante verbal, un señor como ya he dicho con una barba cuidada y aseado con unas vestimentas rojas, replicó a la teoría del vagabundo que decía ser un mensajero de Dios.
-Y yo, Rufius, futuro Obispo, os digo, borracho insolente, que eso son solo las escusas de los débiles para calmar sus conciencias y su dolor-el público parecía abuchearle medianamente ante este comentario a lo que éste reacciono a calmar los ánimos con gestos de sus manos-. Y tengo pruebas irrefutables. Os lo demostraré con un ejemplo. El Póntifex Máximus Petrus Secundus lleva dirigiendo a la Iglesia desde hace trescientos años. Si tenemos en cuenta de que es el hombre más puro y digno de Dios en la Tierra, según la teoría de este vagabundo el Señor le habría llamado a su Reino hace mucho tiempo y nos habría dejado hace mucho. ¿Por qué sigue aquí en la Tierra el Pontifex? Porque el Señor solo quiere a los dignos en la Tierra y elimina a los débiles y sucios de su querido mundo. Por eso los Cardenales y los Obispos cuentan con largas vidas, y el Pontifex claramente es inmortal. ¡Porque son sus elegidos!
Una parte del público allí reunido aplaudió y vitoreó esta respuesta al tal Rufius. Se notaba que esta parte eran todos eruditos y futuros funcionarios de la Iglesia. Un grito furioso que provenía del público interrumpió los aplausos.
-¡Basta!
Todos nos giramos, yo también, ya que noté el grito muy cercano. Era...¿Duncant? Lo era, pero...estaba diferente. No sonreía y sus largos cabellos casi rubios estaban sobre su rostro, ocultando una mueca feroz. Se apeó del caballo y sus pasos hacia el que decía ser futuro Obispo se hicieron pesados y el traqueteo de su armadura no tranquilizaba nada el ambiente. Duncant señaló con rabia contenida al funcionario de la Iglesia.
-¡No voy a tolerar tal deshonra a nuestros muertos!¿Cómo os atrevéis a afirmar que los dejan este mundo de forma prematura y violenta son indignos de Dios?¿Me decís que los seres queridos que he perdido de esta manera no eran buenas personas y por eso murieron brutalmente y sin sentido?¿Acaso tuvisteis la humilde honra de conocer a mi madre?¿A mi hermano pequeño quizás?¡¿A Kiara?!
El populacho también parecía muy afectado por lo dicho en el debate. ¿Quién no había perdido a un ser querido de forma violenta y cruel en esta edad oscura? No ayudaba nada que te dijeran que eran indignos y que se merecían tal muerte. El silencio se hizo pesado. Todos esperábamos que se lanzaran a por Duncant. Pero se escuchó otro grito del público, uno potente y grave.

-¡¿Acaso conocisteis a Kasandra?!-escupió Gorke totalmente ergido e indignado sobre su poderso corcél de guerra.
La gente se envalontonó al ver a semejantes soldados haciendo frente al funcionario de la Iglesia en vez de protegerlo. Se sumaron a nombrar a sus seres queridos y a señalar acusadoramente al "hombre de Dios".
-¡¿Acaso conocisteis a mi hija Rein, muerta por tuberculosis?!-decía una madre afectada
-¡¿Y a mi tío Estrair, calcinado por proteger su hogar?!-decía un hombre corpulento.
-¡¿Y a mi esposa Catalina, violada y asesinada por herejes?!-decía otro en llantos al recordar tal espantoso recuerdo.
-¡¿Quién demonios os creéis para juzgar quien es digno y quien no para Dios?!
-¡Seguro que no tenéis familia!¡Bastardo!

-¡No sabéis nada del pueblo y de lo que sufrimos!¡Vuelva a su Iglesia!

Duncant agarró del cuello de la camisa al funcionario Rufius furioso, casi hiperventilando, ojos llorosos y voz desgarrada. De un tirón aproximó su rostro con suyo.
-¡No sabéis nada de mí! ¡No sabéis nada del mundo! ¡No sabéis nada de estas humildes gentes! ¡¿Cómo demonios vais a conocer a Dios?! ¡Tu Dios está atrapado en una encuadernación lujosa!¡Tu Dios solo son palabras atrapadas en papel! ¡Buscadlo fuera de estas murallas, y entonces puede que os escuchemos!-dicho esto tiró de su presa y lo arrojó fuera de la tarima para que fuera abucheado y deshonrado por la audiencia. El público aplaudió a nuestro compañero, se había atrevido a decir lo que todos pensábamos y había hecho que todo el mundo se hiciera valiente para decir lo que pensaba, aunque fuera solo ante un triste funcionario de la Iglesia.
Bajó del escenario totalmente abatido. Subió a Generosidad y se disculpó con Gorke por su acción. Gorke se limitó a seguir aplaudiendo con una sonrisa, mostrando que estaba totalmente
de acuerdo con lo que acababa de hacer.

Volvimos a emprender el camino. La Basílica de San Pedro estaba justo delante, las gradas acababan de ser montadas y la gente corría a coger asiento. La Consagración de los ángeles estaba a punto de empezar.

Memorias de un Templario Negro (XXIII)

Con ángeles soñaba. Ahora los miro con hastío.

La gente cambia ¿no? Aunque la Iglesia siempre ha sido igual. Ya sea la cristiana anterior al Segundo Diluvio o la angélica salvadora. Deberían saber que la verdad se encuentra en cada uno de nosotros, en nuestra propia interpretación, no en la palabra literal.

Pero que sabré yo, solo soy un cadáver que no ha empezado a descomponerse aún.

Como Duncant me dijo antes de echarse a dormir aquel día, cada uno ve Roma dependiendo de la fe en la Iglesia que tenga su alma. Es cierto, he de decir que existen y ha existido siempre dos Roma en una: la libertadora y esperanzadora vista por los ojos del ciego creyente, y la opresiva cárcel vista por los escépticos y herejes.

Yo vería las dos.

Sigo escribiendo.

Me desperté bruscamente, con una sensación de vértigo en el estómago. Ya casi salía el sol, era cuestión de un par de horas. Solo había que esperar un poco para que esa mañana comenzase. Nunca había visto Roma, ni siquiera había peregrinado allí el día de los Niños, fiesta en la que el Papa bendice a las nuevas generaciones personalmente, ya que ellos eran la esperanza del mundo. Yo ya contaba ese día con 19 años, así que ya era un poco tarde para que el Pontifex me bendiciera como niño. Además, la fiesta ya había pasado, ahora se acercaba la Consagración o bautismo de los últimos ángeles llegados a la tierra. Sentía un poco de vergüenza servir a la Iglesia y no haber pregrinado a su ciudad más sagrada e importante, la ciudad eterna, la cuna de la esperanza de los hombres del siglo XXVII.

Me asomé por el ventanuco del barracón donde dormíamos. Aún no amanecía, debían faltar unas horas. Clavé los ojos en el horizonte desértico, una estepa marrón y áspera, no podría haber mejor lugar para situar un cuartel de caballería pesada. Solo esperaba a un rayo de sol para despertar a mis compañeros y salir casi corriendo a Roma. Qué ganas tenía de verla. No podía esperar, así que me fuí adelantando a despertar a mis compañeros aunque les quedaran como una hora de sueño. Decidí por empezar por Duncant, si intentase despertar a otro primero, seguro que me obsequiaban con un buen gancho o un buen corte. Muchos, como yo, dormíamos con una daga bajo la almohada y podíamos llegar a ser mortales si no se nos despertaba adecuadamente.

-¡Duncant, Duncant!¡Ya casi es de día!¡Vamos!¡Levántate!-la emoción me pudo y mi voz salió bastante alta.

Duncant se dió la vuelta en su destrozada cama murmurando a la par.

-Quiero dormir un poco más...-su frase acabó en una respiración profunda. Decidí cambiar de objetivo.

-Amelia-aquí susurré, no quería llevarme un guantazo.-Levanta. Solo tenemos un día de permiso en Roma y hay que aprovecharlo...
Ella me contestó con un pie puesto todavía en el mundo de los sueños.
-Un día en ese agujero no tiene ni punto de comparación con cinco minutos más durmiendo.-dicho esto se tapó la cara con la almohada.
Pero no se iban a deshacer de mí tan facilmente. Empecé a saltar en sus camas. Ese día estaba radiante de felicidad, incluso podía relacionarme con los demás sin problemas de timidez. Siempre había escuchado que para un creyente la primera peregrinación a Roma Aeterna era mágica.
Seguía saltando sobre la cama de Duncant, que botaba con mis impulsos.
-Isaac por el amor de Dios vuelvete a dormir...quedará como una hora para que amanezca.-me suplicaba mi compañero, pero hice oidos sordos. Mis saltos pasaron a la cama de Amelia. Pero ella no iba a tener tanta compasión conmigo como Duncant. Mientras saltaba cerca suya se defendió de mis sacudidas verbalmente, todavía no estaba despierta del todo, así que puse más empeño en dar mas sacudidas.
-Nadie diría que eres un Templario viéndote saltar sobre mi cama como si fueras un chiquillo al que van a llevar a la feria.
No surtió efecto, normalmente ese comentario me habría rebajado muchísimos los ánimos, pero la fe que se me apoderó de mí en esos momentos era gloriosamente ciega. Así que pasó a la acción. Me hizo una llave apresando mis piernas con las suyas y me tiró de su cama. Fue un buen coscorrón.
La puerta se abrió de golpe. Ilse apareció del otro lado de la camareta donde dormían Johan, Alejo y ella. Entró con la espada desenvainada en una clara posición de lo que conocemos como defensa castellana. Presentaba un aspecto somnoliento y estaba casi desvestida. Johan y Alejo iban detrás protegiendo su retaguardia con sus respectivas espadas.
-¡Quién ataca!¿Dónde está el enemigo?¡¿Quién forma tanto jaleo?!
Duncant y Amelia empezaron a desperezarse mientras me señalaban. Mi timidez volvió enseguida. Los cabellos pelirrojos y largos de Ilse no estaban recogidos en su habitual larga trenza, sino que era una maraña de telarañas rojizas sobre su rostro.
-¡Pero si queda una hora para que amanezca! ¡¿Que haces tan temprano montando follón Isaac?! De verdad que los más jóvenes no tenéis respeto por nada. ¡Mierda! Ahora me has hecho sentirme vieja-me agarró de la oreja y me arrastró hasta la calle de un empujón.-¡A hacer ruido a otra parte!
Un grito anónimo se escuchó fuera.
-¡Callarse joder!
-¡No me callo!-Ilse tenía un pequeño defecto, y es que no podía callarse una vez empezaba, sobre todo si eran discusiones.
Otro Templario se escuchó gritando en la madrugada.
-¡Dormíos ostias!-así de delicados eran los Templarios Negros, pero se les perdonan estas pequeñas blasfemias y herejias ya que lo que sufren en combate es mucho.
-¡Mañana marcho a las Tierras Marcadas!¡Callaos!
-¡Una mierda!¡Tú lo que tienes es una resaca que no te aguantas!-Ilse haciendo amigos.
-¡Él no lo sé, pero yo sí!¡Silencio!-decía otro.

Omitiré el resto. Todos se callaron cuando amaneció. Nadie se enteró de que el que originó el follón fui yo. Menos mal.
Cuando amaneció despertó el cuartel. A la mañana ya éramos todos amigos. Así era el ciclo del cuartel, podíamos matarnos entre nosotros en una taberna y al día siguiente en campaña ya éramos hermanos de sangre. La unión de la Orden era...peculiar, pero sólida.
Con el sol rozándonos la cara en la destartalada cuadra, empezamos a ensillar ausentes y metódicamente los caballos. Se suponía que la marcha a Roma era como un regalo. ¿Por qué era el único emocionado?
¿Era por la juventud? No, Amelia tenía casi la misma edad que yo y tenía un gran cabreo encima. Duncant tendría un par de años más que Amelia, y el resto un años más que Duncant. Menudo lío. El caso es que todos éramos jóvenes, su poca ilusión debía ser por otra cosa.
El camino a Roma fue tranquilo, con un sol cálido, nada abrasador. Pocas veces se ve al astro rey después del desastre que se desencadenó en el mundo, pero así tenía que ser, ese día se celebraba la Consagración. Gorke iba en cabeza, discutía con Johann de tácticas de caballería, hablaban sobre las ventajas y desventajas de la formación en cuña para penetrar las defensas del enemigo. Amelia estaba desayunando durante el camino, total, iba a caballo, no tenía que hacer gran esfuerzo. Alejo estaba ausente, revisando equipo. Jacob iba atrás, brazos en cruz, ojos cerrados y mirada al sol, como si añorase algo, como si la luz del sol le trayera buenos recuerdos, ya que en su rostro se dibujaba una media sonrisa. Duncant y Jacqueline hablaban animadamente, pero él llevaba el hilo de la conversación ya que relataba una pequeña escapada y aventura que tuvo con Kiara en los entrenamientos cuando se conocieron. La francesa reía con ganas y el brillo de sus ojos la delataban. Su gran interés por las pequeñas anécdotas amorosas de Duncant con Kiara eran incuestionable.
-Ella debía ser una magnífica muchacha.-terminó diciendo ella con admiración.-Lamento no poder haberla conocido.-se puso cabizbaja, lo decía de corazón, ella admiraba a Kiara sin nisiquiera haberla conocido. No hacía falta, solo necesitaba el testimonio de Duncant.
Él miró hacia otro lado. Sé lo que estaba pensando, era un libro abierto: "No la conocerás porque yo la maté". Se llevó la mano al brazo, buscando algo.
Y yo...bueno, Ilse me echaba la bronca por haberlos despertado a todos de esa manera y yo no sabía donde meter la cabeza.

La ciudad eterna ya se veía al fondo. Enormes y blancos e immaculados edificios. Banderas de las órdenes angelicales que orlaban sus ventanas. Algunos rascaban el cielo, otros eran tímidamente bajos. Pero solo uno se perdía en las nubes: el firmamento miquelita. Las numerosas caravanas y puestos de mercadillos se saturaban en la entrada de Roma, en un cuello de botella espeluznante. Roma seguía latiendo desde hace mucho, y siempre lo hará. Eternamente.

Y solo tenía un día para aprovechar la instancia allí. La hora de la Consagración se aproximaba. Me acordé del ángel Galadriel. Nosotros íbamos a participar en su consagración.
La ciudad eterna nos esperaba.